Conclusión
Voy a hacerte un recorrido por mi laboratorio en la Escuela de Medicina de Harvard, situada en Boston, Massachusetts.
Nos encontrarás en el Departamento de Genética, en el New Research Building, y posiblemente seamos el mejor grupo de biólogos del mundo. Es el lugar donde Connie Cepko está trabajando para crear ojos de mamífero e investigando el potencial de la terapia genética para recuperar la visión. Un poco más adelante, en el mismo pasillo, encontramos en su ordenado laboratorio a David Reich, escritor y científico, que está secuenciando ADN procedente de dientes de hace veinte mil años y descubriendo que a nuestros ancestros les gustaba reproducirse con otras especies de homínidos. En la planta de abajo está George Church, que, entre otras brujerías, está trabajando en la impresión de un genoma humano completo y reviviendo el mamut lanudo. Al otro lado de la calle, Jack Szostak ha dejado atrás el trabajo que lo hizo merecedor del Premio Nobel para descubrir los secretos sobre el comienzo de la vida hace cuatro mil años. A veces viene a visitarnos.
Sí, las conversaciones en el ascensor son la leche.
Mi laboratorio está en la novena planta. La primera persona que verás nada más entrar es Susan DeStefano, que lleva catorce años manteniendo bajo control tanto el laboratorio como mi vida. Susan es una devota cristiana que cree a pies juntillas en la versión del Génesis. Pero cree que estamos siguiendo el mandato de Dios de curar a los enfermos y ayudar a los necesitados. No hay razón alguna por la que nuestra visión de Dios y de la ciencia no pueda coincidir. Ambos queremos que el mundo sea un lugar mejor.
A la izquierda de la puerta de Susan encontrarás el despacho del director del laboratorio, Luis Rajman. Es biólogo molecular y celular y dirige el centro de ratones transgénicos de la gigantesca empresa biotecnológica Biogen Idec, pero cuando nos conocimos dirigía una empresa de enmarcación de lujo. Ha trabajado con cuadros más valiosos que mi propia casa y seguramente más que si la juntamos con las de todos mis vecinos, así que es el hombre adecuado para llevar a cabo un trabajo que requiere de una meticulosidad excepcional. Sentada de espaldas a Luis está Karolina Chwalek, graduada en Medicina Regenerativa y jefa de personal, una persona estricta pero justa que se asegura de que nuestro grupo de treinta a cuarenta científicos cuente con financiación y merezca seguir recibiéndola.
Daniel Vera se sienta al lado de Luis y normalmente está mirando una o varias pantallas. Es el gurú de los datos del laboratorio y fue él quien creó el Centro para la Genómica de la Universidad Estatal de Florida. Nunca olvidaré el día que me enseñó el análisis completo del genoma de los cambios epigenéticos de los ratones ICE que ayudaron a reforzar la teoría del envejecimiento por pérdida de información.
Al final del pasillo, tras dejar atrás las copias enmarcadas de las investigaciones que hemos publicado, hay un cartel sobre una puerta que reza SALA DE OPERACIONES, como guiño al centro de mando de Winston Churchill. Dentro encontrarás el laboratorio y un grupo siempre en rotación de algunas de las mejores mentes del mundo. Hace poco me di un paseo por allí, uno de mis pasatiempos preferidos, y me encontré a las personas que voy a presentarte a continuación.
A mi izquierda estaban Israel Pichardo-Casas, biólogo celular mexicano, y Bogdan Budnik, físico ucraniano, que han encontrado más de cinco mil nuevos genes dentro del ADN no codificante. Estos pequeños genes sintetizan pequeñas proteínas que viajan en el torrente sanguíneo y que, cualquiera de ellas, podría ser un tratamiento para curar el cáncer, tratar la diabetes o ser el factor que permita a los ratones jóvenes rejuvenecer a los viejos. A continuación estaban los Michael: Bonkowski, Schultz y Cooney. Bonkowski jugó un papel clave en nuestro estudio para revertir la edad vascular cuando conseguimos que los ratones viejos corrieran el doble de distancia. Ostenta el récord de crear el ratón más longevo de la historia científica: cinco años.
Schultz, su pupilo, está estudiando los sucesos moleculares que originan la inflamación relacionada con el envejecimiento en busca de maneras de suprimir dicha reacción y, por tanto, aniquilar un agente esencial en las enfermedades agravadas por la edad. Junto con Bonkowski está usando la terapia genética para «infectar» ratones viejos con genes de la longevidad, con el objetivo de pulverizar el récord actual.
Cooney está trabajando con la NASA para introducir genes reparadores del ADN procedentes de unas criaturas de ocho patas superresistentes y microscópicas, conocidas como «tardígrados», en células humanas en un intento por proteger a los astronautas de las radiaciones cósmicas y, claro está, por ralentizar el envejecimiento.
También estaba João Amorim, un portugués que está estudiando el resveratrol y un montón de STAC a fin de entender cómo activan SIRT1 en el cuerpo. Ha cambiado solo un par de bases en el gen SIRT1 de un ratón que hace que la enzima sea resistente al resveratrol y a otros STAC. Y ahora está probando si ese ratón sigue recibiendo los beneficios de salud y longevidad del resveratrol. Si este deja de funcionar en el ratón mutante, se resolverá el debate de si el resveratrol funciona activando directamente la enzima SIRT1 o a través de otro mecanismo, como la activación de AMPK. De momento, los resultados parecen prometedores para la hipótesis de la activación de SIRT1.
También estaba Jae-Hyun Yang, un surcoreano que se ha pasado los últimos seis años alterando cromosomas de células y animales para entender cómo y por qué los ratones ICE envejecen de forma prematura. Fueron él y João quienes demostraron por primera vez que el reloj epigenético de los ratones ICE funciona más rápido. A su lado estaba Yuancheng Lu, uno de los mejores estudiantes chinos, que descubrió el poderoso sistema reprogramante epigenético que se puede introducir en animales envejecidos a través de un virus modificado.
Xiao Tian acaba de usar ese virus para proteger las células humanas de la quimioterapia. Los nervios normales murieron o se encogieron hasta formar una bola. Los reprogramados estaban completamente sanos y tenían unas preciosas y largas proyecciones celulares extendiéndose por la placa de Petri. Algunos experimentos no son muy concluyentes, pero este era todo lo contrario. Tenemos en mente probar nuestro virus en pacientes con enfermedades oculares dentro de un par de años.
Patrick Griffin, mi último alumno en graduarse, quiere saber si estimular una respuesta al daño del ADN, sin dañarlo de verdad, basta para provocar el envejecimiento en mamíferos. Para probarlo, ha ideado una forma de unir al genoma las proteínas que señalan el daño del ADN usando una versión no cortante de la técnica CRISPR/Cas9. Si nuestra teoría es correcta, debería causarles envejecimiento. Jaime Ross ha modificado ratones «NICE» (por cambios neuronales inducibles en el epigenoma) para que experimenten ruido epigenético acelerado solo en las neuronas. Quiere saber si el cerebro controla el envejecimiento en el resto del cuerpo y si estos ratones operan más como seres humanos octogenarios. De ser así, podrían usarse como mejores modelos para el envejecimiento cerebral humano y, posiblemente, para la enfermedad de Alzheimer.
Joel Sohn trabajó con algunos de los biólogos más importantes del siglo XX y después se pasó veinte años pescando, capturando y exportando vida marina. Hoy en día analiza los océanos en busca de los secretos de la inmortalidad. Está estudiando a los cnidarios, animales transparentes marinos capaces de hacer unos trucos increíbles, como regenerar una parte del cuerpo o tener un hijo que les brota de los pies. Aquel día fue estupendo para Joel. Su anémona decapitada estaba formando una nueva cabeza y de su medusa inmortal brotaban clones. Tal vez estos procesos regenerativos son los mismos que nos permiten regenerar nervios ópticos. Estas criaturas a lo mejor tienen acceso al equivalente biológico del observador de Shannon, el que guarda la información epigenética de la juventud.
Abhirup Das, que lideró el proyecto del maratón de los ratones viejos, estaba estudiando el impacto de los precursores como el sulfuro de hidrógeno y NMN en la sanación de las heridas. Lindsay Wu, que también dirige nuestros laboratorios en Sídney, Australia, situados en la Universidad de Nueva Gales del Sur, estaba analizando las moléculas que activan una enzima llamada G6PD, que ha demostrado aumentar la longevidad de varios animales y que, por desgracia, está mutada en trescientos millones de personas. La mutación más común. También ha restaurado la fertilidad en ratonas viejas alimentándolas con NMN y protegiendo sus óvulos del daño en el ADN.
También estaba nuestra alumna de odontología en prácticas, Roxanne Bavarian, que está trabajando en la identificación del papel de las sirtuinas en las toxicidades orales y el cáncer. Y la finlandesa Kaisa Selesniemi, una de las expertas mundiales en el cultivo de células madre de ovarios y en la cura de la infertilidad femenina.
Mohammad Parvez Alam, indio, estaba creando nuevas sustancias químicas en la campana de gases, y Conrad Rinaldi estaba comprobando si la última hornada servía para rejuvenecer las células epiteliales de personas envejecidas. Giuseppe Coppotelli, italiano, estaba analizando los nuevos genes humanos de la longevidad que hemos descubierto, incluido uno llamado «Copine2» que está mutado en los pacientes de párkinson y alzhéimer.
Alice Kane, australiana, estaba analizando unos ratones para desarrollar un reloj de fragilidad que prediga cuánto vivirá un ratón, y nos está ayudando a comprobar y a apreciar las diferencias entre sexos. Jun Li, nuestro jefe de bioquímica, estaba investigando por qué disminuye con la edad nuestra habilidad para reparar el ADN y ha descubierto que el NMN revierte el proceso.
Y estas son solo las personas que estaban en el laboratorio aquel día concreto. También hay otras, muchas más, que están haciendo un trabajo que cambiará el mundo.
Son personas brillantes. Podrían estar buscando la respuesta a cualquier pregunta del universo, pero han venido a Harvard para trabajar en el envejecimiento. Algunos son introvertidos, como les suele suceder a los científicos. Otros son investigadores conservadores y cautos, un rasgo que estoy intentando corregir. Sin embargo, no hay ni uno solo que no crea que la vitalidad humana prolongada está de camino.
Y estoy hablando de un solo laboratorio. Hay tres más en el Centro Paul F. Glenn para los Mecanismos Biológicos del Envejecimiento de Harvard que están centrados en ayudar a la gente a tener una vida más larga y sana. En el laboratorio de Bruce Yankner están explorando el impacto del envejecimiento concretamente en el cerebro. En el laboratorio de Marcia Haigis se investiga el papel que juega la mitocondria en el envejecimiento y en la enfermedad, y han descubierto la función de las mutaciones de las sirtuinas en el cáncer. El laboratorio de Amy Wagers fue uno de los primeros en demostrar que la sangre de los ratones jóvenes rejuvenece a los viejos, y viceversa, lo que hizo que muchas personas se hicieran transfusiones con suero sanguíneo de gente joven. Amy y yo estamos colaborando para encontrar los agentes en la sangre y desarrollar fármacos nuevos y avanzados a fin de tratar las enfermedades relacionadas con la edad, pero sin el factor morboso.
En otro de los centros Paul F. Glenn, el del MIT, situado al otro lado del río, Lenny Guarente, Angelika Amon y Li-Huei Tsai trabajan en cuestiones fundamentales relacionadas con la ralentización, la detención y la cura para el envejecimiento. En otras ciudades de Estados Unidos, Thomas Rando, Anne Brunet, Tony Wyss-Coray, Elizabeth Blackburn, Nir Barzilai, Rich Miller y más gente dirigen grandes laboratorios o centros destinados a cambiar nuestra forma de pensar en el envejecimiento. Al norte de San Francisco hay un edificio entero, el Instituto Buck para la Investigación del Envejecimiento, entregado en cuerpo y alma a entender y combatir el envejecimiento. Y la lista sigue y sigue.
Eso son solo los laboratorios. A lo largo y ancho del mundo hay más de doce centros de investigación independientes que están trabajando con ahínco para responder todas estas preguntas, y hay al menos un científico en cada una de las universidades importantes del mundo trabajando en el envejecimiento. La mayoría de estos laboratorios consigue becas por el estudio de otras enfermedades, pero poco a poco están empezando a prestarle atención al proceso de envejecimiento para entenderlo, siguiendo el razonamiento de que, si solucionan ese problema, solucionarán la enfermedad cuyo estudio los han financiado. Al fin y al cabo, nos encontramos en un entorno en el que gran parte de los fondos para la investigación no están al alcance de aquellos que luchan contra algo que la mayoría de la gente ve como inevitable y que pocos consideran una enfermedad.
Entretanto, la iniciativa privada lidera la carrera en el descubrimiento y desarrollo de nuevos medicamentos basados en redes neuronales, análisis genéticos, biomonitorización y detección de enfermedades con el fin de aumentar nuestros años de vida. Y todos los días aumentan las investigaciones en cuestiones cotidianas y sencillas que todos podemos hacer para aumentar nuestra longevidad y nuestra salud, lo que ofrece estrategias nuevas y mejores para mantener una salud óptima y conseguir vivir más tiempo.
Hace una o dos décadas, cuando hasta los científicos más optimistas empezaban a plantearse un mundo en el que el envejecimiento no fuera inevitable, y cuando solo había unos cuantos investigadores en todo el mundo trabajando específicamente en el proyecto de ralentizar, detener o revertir el envejecimiento, entendía que, después de explicarle mi trabajo a la gente, que atendía con educación, me miraran como si estuviera loco. Hoy en día me cuesta trabajo entender que alguien mire a este ejército de brillantes investigadores y no crea que estamos a punto de ver un cambio tremendo en el envejecimiento humano… dentro de muy poco.
Me compadezco de aquellos que dicen que es imposible. En mi opinión, son el mismo tipo de personas que decían que las vacunas no funcionarían y que el hombre no podría volar. Pero, teniendo en cuenta los beneficios que la investigación sobre la longevidad traerá al mundo, tengo mucha menos paciencia, o más bien ninguna, con los que dicen que «no debería hacerse».
MÁS ALLÁ DE LA CREDIBILIDAD
Hay gente que te diría que las personas que trabajan en mi laboratorio, y en otros repartidos por el mundo, están llevando a cabo una campaña antinatural e incluso inmoral para cambiar lo que significa ser humano. Esa visión se basa en ideas sobre la naturaleza humana que, siendo educado, se pueden describir como «subjetivas», aunque la palabra correcta sea «fanáticas».
En mi opinión, esa fue la fuerza impulsora de un informe enviado a la Casa Blanca en 2003 por el Comité de Bioética del presidente, titulado «Más allá de la terapia: la biotecnología y la búsqueda de la felicidad», que advertía sobre los peligros de la investigación sobre el envejecimiento por ir «contra natura» y violar el ciclo supuestamente ordenado de nacimiento, matrimonio y muerte.
El Comité se preguntaba lo siguiente: «¿Estaremos más dispuestos a jurar fidelidad de por vida “hasta que la muerte nos separe” si la esperanza de vida a la hora de contraer matrimonio son ochenta o noventa años más en vez de cincuenta, como hoy en día?». Algo que me lleva a preguntarme qué tipo de matrimonio infeliz tiene la gente para que se haga esas preguntas. A mí me encantaría contar con cincuenta años más para estar con mi mujer, Sandra.
El envejecimiento, afirmó el Comité, «es un proceso que media en nuestro paso por la vida y que da forma a nuestra visión del paso del tiempo». Sin él, avisan sus miembros, «acabaríamos apartándonos del ciclo de la vida».
Nuestro llamado «ciclo de la vida» hacía que muchos de nuestros antepasados no llegaran a envejecer lo suficiente como para tener canas ni arrugas y en aquel entonces ser devorado por un carnívoro era una forma muy normal de abandonar este mundo. Si quieres seguir formando parte de eso, adelante.
El Comité también se preguntaba lo siguiente: «¿Estaríamos engañándonos a nosotros mismos al alejarnos del perfil y de las limitaciones de la vida natural, de nuestra fragilidad y mortalidad, que sirven como lente para conseguir una visión más amplia que dote a la vida de coherencia y un significado profundo?».
¡Por favor! Si de verdad creyéramos que la fragilidad es un imperativo para llevar una vida con sentido, no curaríamos las fracturas de huesos, no nos vacunaríamos contra la polio ni animaríamos a las mujeres a luchar contra la osteoporosis haciendo ejercicio y manteniendo niveles adecuados de calcio.
Sé que no debería cabrearme por este tipo de cosas. Al fin y al cabo, es un cuento más viejo que la vida misma. Solo hay que preguntarle a Galileo qué sucede cuando «alteras el orden natural de las cosas».
Pero esto era algo más que un simple informe redactado por unos burócratas moralizantes. El presidente del Comité que lo escribió, Leon Kass, es uno de los bioéticos más influyentes de nuestro tiempo y llegó a conocerse durante el mandato de George W. Bush como «el Filósofo del Presidente». Durante muchos años, después de que se redactara dicho informe, la investigación del envejecimiento se veía no como una lucha contra una enfermedad, sino como una lucha contra nuestra humanidad. Eso son pamplinas, pero son pamplinas muy peligrosas.
Sin embargo, una vez que se lanza el discurso, es muy difícil lograr que las ideas y la forma de ver las cosas cambien, y los prejuicios son gigantescos. La lucha para lograr que la gente vea el envejecimiento como una enfermedad en vez de como «algo inevitable» será larga.
Una mayor financiación para el tipo de investigación que hacemos en mi laboratorio y en otros similares podría ayudar a que estos avances lleguen más rápido. Pero, debido a la falta de financiación, la gente que hoy en día tiene sesenta años tal vez no esté a tiempo de conseguir ayuda. Si tu familia y tú sois los últimos seres humanos en vivir una vida que acaba demasiado pronto entre el decaimiento y la decrepitud, o si nuestros hijos nunca llegan a ver los avances de esta investigación, puedes darles las gracias a esos bioéticos.
Después de todos estos argumentos, si sigues pensando que extender los años sanos de tu vida no es para ti, tal vez porque reduciría su sentido de urgencia o porque crees que va en contra del curso natural de las cosas, piensa en tu familia y en tus amigos. ¿Someterías sin necesidad a tus seres queridos a una década o dos de sufrimiento innecesario teniendo que cuidarte física, emocional y económicamente durante la última etapa de tu vida?
Pásate algún día por una residencia de ancianos, como hace mi mujer todas las semanas. Ve a darle de comer a personas que no pueden masticar. Límpiales el culo. Báñalos con una esponja. Observa cómo intentan recordar dónde están y quiénes son. Cuando lo hagas, creo que estarás de acuerdo en que sería una negligencia y una crueldad por tu parte no hacer todo lo posible para combatir tu propio deterioro creado por la edad.
Todavía hay muchos como Leon Kass por ahí. Pero, si viven lo suficiente, es posible que acaben viendo la realidad. La inercia del impulso hace que el futuro que he descrito, o uno bastante parecido, sea imparable. Vivir una vida más larga y sana es inevitable.
Cada vez hay más gente que es consciente de esto y lo desea.
Porque, sin importar lo que digan o crean, ya sean optimistas o alarmistas, científicos o bioéticos, el cambio está en el aire.
El 18 de junio de 2018, la OMS publicó la enésima edición de la Clasificación Internacional de Enfermedades, conocida como ICD-11, por sus siglas en inglés. Es un documento anodino, salvo por la introducción de un nuevo código de enfermedad. Al principio nadie lo vio. Aquí está, y lo puedes encontrar en el sitio web de la OMS si tecleas el código MG2A. Dice así:
MG2A Vejez
• Vejez sin mención de psicosis
• Senescencia sin mención de psicosis
• Debilidad senil
Todos los países del mundo pueden empezar a informar usando los códigos del ICD-11 a partir de enero de 2022. Esto significa que hoy en día es posible que te diagnostiquen una enfermedad llamada «vejez». Los países tendrán que informar a la OMS de sus estadísticas de muertes producidas por la vejez como enfermedad.
¿Esto generará algún cambio a nivel legislativo y hará que se inviertan miles de millones en investigación para desarrollar los fármacos que nos merecemos? ¿Los legisladores federales y los médicos por fin aceptarán que desde el punto de vista ético está bien recetar medicamentos que ralenticen el envejecimiento y todas las enfermedades asociadas a la vejez? ¿Reconocerán que el paciente tiene todo el derecho a recibirlos? ¿Devolverán las compañías aseguradoras el importe de los tratamientos antiedad a los pacientes, algo que a la larga les ahorrará dinero?
Ya veremos. Desde luego, espero que algo empiece a moverse. Pero, hasta que llegue ese momento, podemos hacer muchas cosas.
LO QUE YO HAGO
Salvo por «Consume menos calorías», «No te preocupes por las cosas sin importancia» y «Haz ejercicio», yo no ofrezco consejos médicos. Soy investigador, no médico. No me corresponde dar consejos a las personas sobre lo que tienen que hacer y no recomiendo suplementos ni cualquier otro tipo de productos.
No obstante, no me importa compartir lo que yo hago, aunque con ciertas advertencias:
• Esto no es necesariamente lo que tú deberías hacer.
• Ni siquiera tengo claro que yo deba hacerlo porque sea lo adecuado para mí.
• Aunque se está probando en seres humanos, no hay tratamientos ni terapias contra el envejecimiento que hayan sido sometidas a ensayos clínicos de larga duración, algo necesario para entender a fondo el amplio rango de posibles resultados.
Cuando digo estas cosas, la gente se pregunta a menudo que por qué corro el riesgo de sufrir algún efecto adverso o incluso la posibilidad, aunque parezca pequeña, de acelerar mi propia muerte.
La respuesta es simple: sé muy bien lo que me va a suceder si no hago nada. Y no es bonito. Así que ¿qué tengo que perder?
De manera que, dicho todo esto, ¿qué es lo que yo hago?
• Tomo un gramo (mil miligramos) de NMN todas las mañanas junto con un gramo de resveratrol (mezclado con yogur casero) y un gramo de metformina.
• Tomo una dosis diaria de vitamina D y vitamina K2 y 83 miligramos de aspirina.
• Me esfuerzo por mantener al mínimo la ingesta de azúcar, pan y pasta. Dejé los postres a los cuarenta años, aunque de vez en cuando los pruebo.
• Intento saltarme una comida al día o, al menos, trato de que sea lo más pequeña posible. Mi apretada agenda laboral hace que casi todos los días de la semana me salte el almuerzo.
• Cada pocos meses, me sacan sangre en casa para analizarla en busca de muchos biomarcadores. Si dichos niveles no son óptimos, los modero con la comida o haciendo ejercicio.
• Intento andar mucho todos los días y subir escaleras. Voy al gimnasio casi todos los fines de semana con mi hijo Ben. Hacemos pesas, corremos un poco y vamos a la sauna antes de sumergirnos en una piscina de agua helada.
• Como muchas verduras y hortalizas e intento no comer carne de mamífero, a pesar de que está muy buena. Si hago ejercicio, sí como carne.
• No fumo. Intento evitar los plásticos calentados en el microondas, exponerme demasiado a los rayos UVA, los rayos X y los TAC.
• Intento estar en un ambiente fresco durante el día y también durante la noche.
• Mi objetivo es mantener mi IMC, el índice de masa corporal, en el rango óptimo para mi salud, 23-25.
Me preguntan unas cincuenta veces al día sobre los suplementos. Antes de contestar, déjame decirte que nunca recomiendo suplementos, no pruebo ni estudio productos y no los respaldo. Si ves un producto que insinúe que lo hago, es un fraude. Los suplementos están muchísimo menos regulados que los medicamentos, así que, si tomo alguno, busco un fabricante importante con buena reputación, moléculas puras (que contenga más del 98 por ciento es buena señal) y busco la sigla NCF en la etiqueta, que indica que el producto ha seguido las «normas correctas de fabricación». El NR, o ribósido de nicotinamida, se convierte en NMN, así que mucha gente toma NR en vez de NMN porque es más barato. Más baratos aún son la niacina y la nicotinamida, pero no parecen aumentar los niveles de NAD como sí lo hacen NMN y NR.
Algunos han sugerido que los estimuladores de NAD se pueden tomar con un compuesto que dota a la célula de grupos metilo, como la trimetilglicina, conocida también como betaína o metilfolato. En teoría, esto tiene sentido. La N que aparece en NR y en NMN representa la nicotinamida, una versión de la vitamina B3 que el cuerpo metiliza y excreta a través de la orina cuando hay un exceso, agotando potencialmente los metilos de las células. Pero esto todavía es una teoría.
Mi padre hace prácticamente lo mismo que yo y no recuerdo la última vez que estuvo enfermo. Afirma que cada vez se siente más activo. Este verano abandonó su apretada agenda social en Australia y después de ayudarnos a hacer algunas reformas en casa durante seis semanas mientras trabajaba a distancia en su segundo grado universitario, que cursa en la Universidad de Sídney, se embarcó en un recorrido en coche por la costa Este de Estados Unidos durante unas semanas con su amigo de toda la vida en su peregrinaje anual hacia el Festival de Teatro de Verano de Wooster, en Ohio.
Se marchó a casa a finales de verano y regresó unas semanas más tarde para presenciar mi nombramiento como «caballero», según él, en Washington D. C. Ahora que ha vuelto a casa, está planeando recorrer en coche mil kilómetros para ver a unos amigos que viven en el norte. Le encanta la vida, más que nunca, al parecer.
A medida que me hago mayor, paso más y más tiempo pensando en lo afortunado que he sido en la vida. Como australiano, me enseñaron que «los chicos no lloran». Pero, hoy en día, cuando dispongo del tiempo y del sentido común para detenerme un rato para reflexionar sobre la vida, no es raro que acabe soltando alguna lagrimilla.
Crecí en un país libre y después me mudé a otro más libre todavía. Tengo tres hijos maravillosos y unos amigos que tratan a mi familia como si fuera la suya. Me siento muy orgulloso de Sandra, mi mujer, que fue una de las mejores estudiantes en Alemania. Consiguió su grado de Botánica con las mejores notas, se vino a Boston para estar conmigo, empezó un doctorado en el MIT y trabajó en un laboratorio que clonó ratones por primera vez. Para sacarse el doctorado, se propuso descubrir cómo curar a los ratones de una enfermedad genética llamada «síndrome de Rett», que distorsiona el epigenoma e impide el crecimiento normal del cerebro, sobre todo en niñas de corta edad. Por una rara coincidencia, el gen con el que ella trabajaba, el MECP2, se une al ADN metilado y puede ser un observador celular que guarda datos de corrección de la juventud.
Sandra me ha enseñado mucho durante estos últimos veinticinco años sobre cómo ser un mejor marido y padre, por no mencionar los nombres de las plantas, los insectos y los animales que vemos durante nuestros paseos. De recién casados, discutíamos mucho. Ella tenía «problemas éticos» con mi investigación, lo que me angustiaba. A estas alturas, después de haber analizado y discutido la importancia de los datos biológicos y económicos durante años, ya no discutimos tanto y, de hecho, ha empezado a tomar NMN.
Es imposible saber si mi régimen funciona, pero no parece estar haciéndonos daño. Tengo cincuenta años y me siento igual que cuando tenía treinta. Mi corazón parece el de una persona de treinta también, según una imagen en 3D que un compañero tuvo la amabilidad de hacerme metiéndome en una máquina experimental que realiza resonancias magnéticas. No tengo ni una cana ni tampoco muchas arrugas, al menos todavía.
Hace un año, mi hermano Nick empezó a perder pelo y le salieron canas, y nos exigió que lo incluyéramos en el mismo régimen que nosotros hacíamos tras acusarme, medio en broma, de estar usándolo como control negativo. Insistí en que jamás le haría eso a mi propio hermano, pero no puedo negar que la idea se me pasó por la cabeza. En estos momentos sigue el mismo régimen que mi padre.
Vivir más no tiene sentido si no tienes cerca a tu familia y a tus amigos. Hasta nuestros tres perros, un cruce de caniche de diez años llamado Charlie y dos labradores de tres años, Caity y Melaleuca, llevan un par de años tomando NMN. Charlie es un perro de terapia cuyo trabajo consiste en calmar a la gente, pero se revoluciona cuando Sandra le da su dosis de NMN el día que le toca trabajar, así que esos días no la toma. Caity tiene una enfermedad renal congénita y esperamos que el NMN le permita superar los cinco años de vida que le han pronosticado. El resultado de los ensayos clínicos con ratones demuestra que es posible.
Mucha gente cree que un régimen ideado para prolongar la vitalidad debe de ser difícil de seguir a rajatabla, pero, si lo fuera, mi familia no lo haría. Solo somos gente normal intentando vivir el día a día. Sí que vivo de la forma más consciente posible, concentrándome en sentirme bien y analizando de vez en cuando mis marcadores sanguíneos. Con el tiempo, he encontrado la dieta, el ejercicio físico y los suplementos que me funcionan mejor. Y estoy seguro de que tanto mi familia como yo seguiremos afinando estas prácticas a medida que avancen las investigaciones y nuestra vida siga.
Y siga.
Y siga.
Porque, sí, espero seguir aquí durante mucho tiempo. Hay muchos factores inesperados que pueden echar por tierra mi plan. Mañana mismo podría atropellarme un autobús. Pero cada vez me resulta más fácil imaginarme por aquí, feliz, sano y rodeado de mis amigos, mi familia y mis compañeros, después de cumplir los cien.
¿Cuánto tiempo más después de los cien?
Bueno, creo que estaría bien ver el siglo XXII. Eso significaría cumplir los ciento treinta y dos años. Para mí es una posibilidad remota, pero está dentro de las leyes de la biología y del camino actual que hemos tomado. Y, si llego tan lejos, a lo mejor incluso me apetece seguir un poco más.
Quiero hacer muchas cosas y ayudar a mucha gente. Me encantaría seguir impulsando a la humanidad a seguir un camino que creo que nos lleva a disfrutar de mejor salud, más felicidad y más prosperidad, y vivir lo suficiente para confirmar que era el camino correcto.
SENDERISMO
Hace poco volví al vecindario donde me crie, al norte de Sídney, al lado del parque nacional Garigal. Me acompañaban mi padre, Sandra y mi hijo Benjamin, que tiene doce años.
Fuimos a hacer una ruta de senderismo por el mismo camino por el que nos llevaba mi abuela Vera a mi hermano y a mí cuando teníamos la edad de mi hijo. Nos contaba historias sobre lo difícil que fue su infancia, sobre lo afortunados que éramos por poder creer en un país libre y sobre la sabiduría de A. A. Milne:
—¿Qué día es? —preguntó Pooh.
—Es hoy —chilló Piglet.
—Mi día favorito —dijo Pooh.
Mi padre estaba ansioso por empezar a andar. Ben, también. Son unos fieras, esos dos. Pero yo me detuve al principio del sendero, al borde de un alto barranco de arenisca desde el que se veía una hondonada cubierta de eucaliptos, escuchando a las cigarras, y me descubrí paralizado de asombro por ver cómo la ciudad daba paso a la espesura del bosque, una metáfora del presente y el pasado remoto que se unen, y por experimentar esa sensación que te invade cuando estás al borde de algo tan grande y hermoso.
Si vas hacia el sur, por el sendero rocoso que parte de Melaleuca Drive, la calle en la que viví de pequeño, llegarás a Middle Harbor, un estuario bordeado por un bosque de palos de sangre y eucaliptos que llega hasta la bahía de Sídney. Si vas hacia el norte, atravesarás cientos de kilómetros de parques nacionales: Garigal, Ku-ring-gai, Marramarra, Dharug, Yengo y Wollemi, una sucesión aparentemente infinita de estuarios de agua salada entre suaves colinas y de escarpadas sierras decoradas con antiguos grabados en las rocas. Podrías pasarte días andando, semanas incluso, y no oirías a nadie, salvo el eco distante de los habitantes originales de esta tierra.

Aquel día que pasamos en el Garigal nuestro plan era caminar solo unas horas, pero llevaba semanas deseando hacerlo.
Personalmente creo que hay una diferencia sustancial en la forma en la que los australianos salimos a hacer senderismo. Cualquier otra persona hace senderismo en busca de ejercicio, serenidad, belleza o para pasar un rato con sus seres queridos. Los australianos hacemos senderismo por todas esas razones, pero también con la intención de encontrar la sabiduría.
No sé cuánto tiempo pasé al borde del barranco. Tal vez fueran uno o dos minutos. O cinco o diez. Fueran los que fuesen, a mi familia no pareció importarle. Cuando salí del trance de nostalgia y asombro, los vi ya a cierta distancia, en el sendero.
Ben estaba arrancándole la corteza a un eucalipto, mientras que mi padre intentaba explicarle algo sobre el origen de los barrancos, que no fue otro que la arena depositada en la época en la que aparecieron los primeros mamíferos. Sandra estaba examinando una banksia, la flor extraña y espinosa que sir Joseph Banks recogió para enseñársela a la Royal Society, mientras nos recordaba encantada por enésima vez que forma parte de la familia de las proteales.
Mientras escribo esto, Ben cursa primero de educación secundaria. Es un buen chico. Listo. Quiere trabajar algún día en mi laboratorio y recoger mi testigo para «acabar el trabajo». Le digo que tendrá muchos competidores y que no recibirá ningún trato de favor por mi parte y él me dice: «Bueno, siempre puedo trabajar con Lenny Guarente».
Sí, también es gracioso.
Nuestros dos hijos mayores se están labrando su camino. Natalie, casi seguro, como veterinaria. Alex tal vez acabe como diplomático o político.
Mi padre tiene ochenta años, la edad que tenía su madre, Vera, cuando el fuego de sus ojos se apagó. Perdió las ganas de vivir y nunca volvió a pisar la calle. No puedo predecir el futuro, pero cuando analizo la vida plena que lleva mi padre, sus viajes por el mundo, su optimismo y su salud, creo que seguirá con nosotros mucho tiempo. Espero que así sea.
No solo porque representa la esperanza para todos nosotros, sino porque me gustaría regresar a este lugar una y otra vez con él, con Sandra y con mis seres queridos. En busca de la serenidad. Para oír historias. Para encontrar belleza. Para forjar recuerdos.
Para compartir sabiduría.
Con Ben, con Natalie y con Alex. Y con sus hijos. Y con los hijos de sus hijos.
¿Por qué no? Nada es inevitable.