Capítulo 1
UNA NUEVA CONVERSACIÓN SOBRE MATRIMONIO E INFIDELIDAD
Habría tomado mucho tiempo explicar la íntima alianza de contradicciones en la naturaleza humana que hace que el amor se vista, en ocasiones, como la desesperada forma de la traición.
Y quizá no hay una posible explicación.
Joseph Conrad, Crónica personal
En este momento, en todos los rincones del mundo, alguien está engañando o siendo engañado, pensando en tener un romance, ofreciendo consejo a aquel que está en medio de uno o completando el triángulo como el amante secreto. Ningún aspecto de la vida de pareja provoca tanto miedo, chismes o fascinación como un affaire. El adulterio así como el tabú en su contra ha existido desde que se inventó el matrimonio. Ha sido legislado, debatido, politizado y satanizado a través de la historia. A pesar de su amplia denuncia, la infidelidad tiene una tenacidad que el matrimonio tan solo puede envidiar, tanto que es el único pecado que recibe dos mandamientos en la Biblia, uno por cometerlo y otro solamente por pensarlo.
En cada sociedad, en cada continente, en cada era, sin importar las faltas y las trabas, hombres y mujeres se han escapado de los límites del matrimonio. En casi cualquier lugar donde la gente se casa, la monogamia es la norma oficial, y la infidelidad, la norma clandestina. ¿Qué hemos de hacer con este tabú ancestral, universalmente prohibido y, aun así, universalmente practicado?
Durante los últimos seis años he estado tratando este asunto no solo entre el resguardo de los muros de mi práctica terapéutica, sino en aviones, en cenas, en conferencias, en salones de belleza, con colegas, con chicos que instalan el cable y, por supuesto, en redes sociales. He estado llevando mi propia encuesta abierta sobre los amoríos actuales desde Pittsburgh hasta Buenos Aires, de Delhi a París.
Alrededor del globo, las respuestas que obtengo cuando menciono «infidelidad» varían de una condena amarga a la aceptación resignada, la compasión cautelosa o el completo entusiasmo. En Bulgaria, un grupo de mujeres parece ver las aventuras de sus esposos como desafortunadas pero inevitables. En París, el tema trae un escalofrío inmediato a la conversación durante la cena, y noto cuántas personas han estado en los dos lados de la historia. En México, las mujeres ven con orgullo el aumento de infidelidades femeninas como una forma de rebelión social frente a una cultura chovinista que siempre ha hecho espacio a los hombres para que tengan «dos casas», la casa grande y la casa chica (una para la familia y otra para la amante). La infidelidad puede ser universal, pero la forma en que obtenemos significado de ella —cómo la definimos, la sufrimos y la hablamos— está ligada al tiempo y espacio particular en el que se desarrolla el drama.
Déjame preguntarte: cuando piensas en la infidelidad, ¿cuáles son las primeras palabras, asociaciones e imágenes que llegan a tu mente? ¿Cambian si uso las palabras «affaire» o «romance»? ¿Qué hay de «encuentro» o «asunto» o «aventura» o «amante»? ¿Encuentras tus reacciones orientadas hacia desaprobar o a comprender? ¿Dónde caen tus condolencias: con la persona abandonada, con la infiel, con la amante, con los hijos? ¿Han cambiado tus respuestas por acontecimientos en tu propia vida?
Las convicciones acerca de las aventuras extramaritales se asientan muy profundamente en nuestra psique cultural. En Estados Unidos, donde vivo y trabajo, la conversación tiende a ser visceral, tendenciosa y polarizada.
«¿Infidelidad? Es un factor decisivo —dice alguien—. Si engañas una vez, engañas siempre.»
«Vamos —responde alguien más—, la monogamia simplemente no es natural.»
«¡Eso son tonterías! —contesta un tercero—. No somos gatos en celo, somos humanos. Crece de una vez.»
En el mercado estadounidense, el adulterio se vende con una mezcla de denuncia y excitación. Las portadas de revistas venden obscenidades mientras alaban la santidad. Como cultura, nos hemos abierto sexualmente hasta el punto de saturarnos, pero, cuando se trata de fidelidad sexual, incluso las mentes más liberales suelen mantenerse inflexibles. Curiosamente, nuestra desaprobación constante mantiene el vigor de la infidelidad bajo control, sin revelar lo extendida que está. No podemos negar el hecho de que sucede, pero todos estamos de acuerdo en que no debería ocurrir. Los ciudadanos claman por disculpas públicas mientras observan los detalles despreciables. De los escalones más altos de las élites militares y políticas, hasta el hogar de nuestra vecina, la infidelidad habla de narcisismo, duplicidad, inmoralidad y perfidia. Bajo esta mirada, nunca puede ser una simple transgresión, una aventura sin significado o un genuino amor.
El discurso contemporáneo sobre el tema puede ser resumido de la siguiente manera: la infidelidad tiene que ser un síntoma de que la relación ha fallado. Si tienes todo lo que necesitas en casa, no debería haber razón para ir a otro lado. Los hombres son infieles debido al aburrimiento o al miedo a la intimidad; las mujeres engañan debido a la soledad y al hambre de intimidad. La pareja fiel es madura, comprometida, realista; aquella que engaña es egoísta, inmadura y carece de control. Los romances siempre son dañinos, no son de ayuda en un matrimonio ni pueden ser acogidos. La única manera de restaurar la confianza y la intimidad es a través de contar la verdad, arrepentirse y absolverse. Por último, el divorcio otorga más autorrespeto que el perdón.
El tono moralista de la conversación actual tiende a señalar el «problema» en parejas o individuos deficientes, evitando las grandes preguntas que podrían surgir de la observación del problema. La infidelidad dice mucho sobre el matrimonio; no solo de tu matrimonio, sino del matrimonio como institución. También nos zambulle en la cultura actual del «Lo merezco», donde tomamos nuestros privilegios como algo garantizado. ¿Realmente creemos que podemos atribuir la proliferación de la infidelidad a algunas manzanas podridas? Seguramente los millones de amantes renegados no pueden ser, todos, patológicos.
¿En contra o a favor?
Hay pocos términos neutrales para describir el adulterio. El oprobio moral ha sido, desde hace mucho tiempo, la principal herramienta para contener nuestros impulsos ingobernables, tanto que no tenemos palabras para hablar de ellos sin juicios. El lenguaje que tenemos a nuestra disposición guarda en su seno el tabú y el estigma que representa la infidelidad. Mientras que los poetas hablan de amantes y aventureros, el vocabulario preferido de la mayoría de las personas incluye tramposos, mentirosos, traidores, adictos al sexo, libertinos, ninfomaníacas y mujerzuelas. El léxico entero está organizado alrededor de un eje de malas conductas que no solo refleja nuestro juicio, sino que lo alimenta. El término mismo, «adulterio», se deriva del latín para «corrupción». Incluso mientras lucho para presentar una perspectiva más equilibrada sobre el tema, soy consciente del afectado lenguaje que estaré usando constantemente.
También entre terapeutas es raro el diálogo equilibrado y sin sesgos. Los romances son abrumadoramente descritos en términos del daño causado, con enfoque tanto en la prevención como en la recuperación. Apoyándose en el lenguaje de la criminalización, los psicólogos clínicos constantemente etiquetan a la esposa o al esposo fiel como «la parte afectada» y al infiel como «la parte responsable». Generalmente, hay mucha preocupación por el traicionado, así como detallados consejos de reparación para que el infiel ayude a su pareja a superar el trauma.
La revelación de un affaire puede ser devastadora; no es una sorpresa que la mayoría de las personas quiera tomar partido. Cada vez que le digo a alguien que estoy escribiendo un libro sobre la infidelidad, la reacción inmediata es un «¿Estás en contra o a favor?», como si solo hubiera dos opciones. Mi respuesta es «Sí». Detrás de esta críptica contestación está mi deseo sincero de iniciar una conversación con más matices y menos juicios sobre la infidelidad y sus consiguientes dilemas. Las complejidades del amor y el deseo no se doblan ante simples categorizaciones del bien y del mal, víctima y victimario. Aclaro que no condenar tampoco significa condonar; existe un mundo de diferencia entre entender y justificar. Pero cuando reducimos la conversación a, simplemente, elaborar un juicio, nos quedamos sin conversación alguna.
Nos quedamos también sin lugar para personas como Benjamín, un caballero apacible de setenta y pocos años, que se acercó a mí después de una charla en Los Ángeles para preguntarme: «¿Todavía se le llama infidelidad cuando tu esposa ya no recuerda tu nombre?». «Mi esposa tiene Alzheimer —explicó—. Ha estado en un asilo desde hace tres años y la visito dos veces a la semana. Desde hace catorce meses he estado viendo a otra mujer. Su esposo se encuentra en el mismo piso. Encontramos mucho consuelo cuando estamos juntos.» Puede que Benjamín sea uno de los «infieles» más amables que he conocido, pero de ninguna manera está solo. Muchas personas se preocupan profundamente por el bienestar de sus parejas incluso mientras les mienten, así como muchas de aquellas que han sido traicionadas continúan amando a quienes les mintieron y quieren encontrar una forma de seguir juntos.
Por todas esas personas, estoy comprometida a encontrar un acercamiento hacia la infidelidad que sea más compasivo y efectivo. Con frecuencia, las personas ven un romance como un trauma del que no hay regreso, y, en efecto, algunos amoríos le darán el tiro de gracia a una relación. Pero otros pueden inspirar el cambio que se necesitaba con desesperación. Las traiciones calan hasta los huesos, pero la herida puede sanar. Las aventuras pueden, incluso, convertirse en generadores de parejas.
Como creo que algún bien puede salir de la crisis de la infidelidad, constantemente me han preguntado: «Entonces, ¿le recomendarías un romance a una pareja en conflicto?». ¿Mi respuesta? Un montón de personas tienen experiencias positivas y cambian su vida al tiempo que viven una enfermedad terminal. Pero no recomendaría tener un affaire más de lo que recomendaría enfermarse de cáncer.
¿La infidelidad te ha afectado?
Cuando me interesé por primera vez en el tema de la infidelidad, solía preguntarle a mi audiencia si alguien había experimentado un romance. Naturalmente, ninguna mano se levantaba. No hay muchas personas que admitirían públicamente que fueron infieles o han sido engañadas.
Con esto en mente, cambié mi pregunta a «¿Cuántos de vosotros habéis sido afectados por la infidelidad?». Las manos se levantaron de forma abrumadora y lo han seguido haciendo en cada audiencia a la que le he presentado esta cuestión. Una mujer vio al esposo de una amiga besar a una hermosa desconocida en el tren. Ahora, la pregunta sobre si debería o no decirlo cuelga con pesadez sobre su amistad. Una adolescente descubrió que la doble vida de su padre tenía los mismos años que ella. Una madre no puede comprender por qué su hijo se quedó con «esa libertina», como se refiere a su nuera, quien ya no es bienvenida en las cenas de los domingos. Los ecos de los secretos y las mentiras resuenan a lo largo de generaciones, dejando amores no correspondidos y corazones rotos a su paso. La infidelidad no es meramente una historia de dos o tres; abarca redes enteras.
Puede que los infieles no levanten la mano en público, pero me cuentan sus historias en privado. Las personas me apartan en fiestas o visitan mi oficina para depositar secretos y sospechas, deseos transgresores y amores prohibidos.
La mayoría de estas historias son mucho más banales que aquellas que llegan a los periódicos: no hay bebés, no hay infecciones de transmisión sexual, no hay un examante extorsionando por dinero (supongo que esas parejas hablan con abogados, no con terapeutas). Desde luego, me he cruzado con mi tanda de narcisistas, omnívoros sexuales y personas irresponsables, egoístas y vengativas. He visto actos extremos de mentira, donde parejas inocentes fueron cegadas por el descubrimiento de segundas familias, cuentas de banco encubiertas, promiscuidad descuidada y elaborados esquemas de duplicidad. Me he sentado con hombres y mujeres que me mienten con absoluto descaro durante toda la terapia. Pero con más frecuencia lo que veo son un montón de hombres y mujeres comprometidos entre sí, con valores e historias compartidas — valores que frecuentemente incluyen la monogamia—, cuyas historias se despliegan a lo largo de una trayectoria más humilde y más humana. Soledad, años de carencia sexual, resentimiento, arrepentimiento, negligencia marital, juventud perdida, necesidad de atención, demasiada bebida: estos son los componentes de la infidelidad del día a día. Muchas de estas personas están en conflicto profundo por su comportamiento y vienen conmigo buscando ayuda.
Los motivos para ser infiel varían ampliamente, así como las reacciones y los posibles resultados. Algunos affaires son actos de resistencia. Otros suceden cuando no ofrecemos resistencia alguna. Puede que una persona cruce la frontera por un simple encuentro, mientras que alguna otra está buscando emigrar. Algunas infidelidades son pequeñas rebeliones encendidas por un sentimiento de tedio, un deseo de novedad o la necesidad de saber que uno mantiene el poder. Otras revelan un sentimiento nunca antes conocido: una abrumadora sensación de amor que no puede ser negada. Paradójicamente, muchas personas van fuera de sus matrimonios para preservarlos. Cuando las relaciones se vuelven abusivas, la transgresión puede ser una fuerza generadora. Desviarse puede hacer sonar una alarma que alerte sobre la urgente necesidad de poner atención, o puede ser la sentencia de muerte que le otorgue a una relación su último respiro. Las aventuras son un acto de traición y también son una expresión de anhelo y pérdida.
Por lo tanto, abordo el tema de la infidelidad desde múltiples perspectivas. Intento apreciar y empatizar con el punto de vista de ambas partes: lo que le hizo a una y lo que significó para la otra. También considero, y a veces trabajo con, las otras partes involucradas: el amante, los hijos, los amigos. Un romance es una historia que es experimentada por dos (o más) personas de formas completamente diferentes, de ahí que se convierta en muchas historias y necesitemos un marco que pueda contener estos relatos diferenciados y contradictorios. Los discursos de «o uno u otro» no invitan al entendimiento o a la reconciliación. Mirar la infidelidad simplemente en términos de daños no es solo reduccionista, sino también inútil. Por otro lado, menospreciar el daño y solo glorificar la propensión humana a la exploración es igual de reduccionista, e igual de inútil. Un acercamiento del estilo «ambos a la vez» puede ser mucho más apropiado para la mayoría de los casos. Necesitamos una narrativa que sirva como puente para ayudar a personas reales a navegar por la experiencia multifacética de la infidelidad (los motivos, los significados y las consecuencias). Siempre habrá quien insista en que intentar entender los engaños es darles más dignidad de la que merecen. Pero tal es el trabajo de esta terapeuta.
En un día cualquiera, mi primer paciente es Rupert, un hombre de treinta y seis años de edad que siguió a su esposa a Nueva York desde el Reino Unido. Él sabe que ella ha estado teniendo un affaire, pero ha decidido no enfrentarse a ella. «Tengo un matrimonio que reconstruir y una familia que salvar —dice—. Mi atención está en nosotros. Entiendo que se enamore de otra persona, pero lo que me sigo preguntando es: ¿puede volver a enamorarse de mí?»
Luego están Delia y Russel, novios de la universidad que reconectaron a través de LinkedIn mucho después de que cada uno construyera su respectiva familia. Como dice Delia: «No podíamos pasar nuestras vidas enteras preguntándonos lo que pudo haber sido». Ahora han encontrado la respuesta, pero viene con un dilema moral. «Los dos hemos hecho suficiente terapia como para saber que las aventuras rara vez se pueden sostener —me dice Russel—. Pero creo que Delia y yo somos diferentes. Esto no es un arrebato. Esta es una historia de amor de toda la vida que fue interrumpida. ¿Debería abandonar la oportunidad de estar con la mujer de mi vida y negar mis sentimientos por preservar un matrimonio que nunca ha sido tan bueno?»
Farrah y Jude, una pareja de mujeres lesbianas en sus treinta, han estado juntas durante seis años. Jude está intentando entender por qué Farrah tuvo un romance secreto después de que acordaran abrir su relación. «Teníamos un acuerdo donde aceptábamos dormir con otras mujeres, siempre y cuando nos lo contáramos —cuenta Jude—. Pensé que ser abiertas nos protegería, pero mintió de todas maneras. ¿Qué más puedo hacer?» Ni una relación abierta es garantía contra el engaño.
Durante mi pausa para almorzar, leo correos electrónicos. Uno viene de Barbara, una mujer de sesenta y ocho años de Minnesota que recientemente enviudó: «En medio de mi proceso de duelo, descubrí evidencia de un affaire de larga duración de mi esposo. Ahora estoy lidiando con preguntas que nunca esperé, como: ¿debería decírselo a mi hija? Y, peor aún, mi esposo era altamente respetado en nuestra comunidad y sigo siendo invitada a homenajes dedicados a él, a los que van todos mis amigos. Me siento en un gran aprieto; parte de mí quiere dejar su legado intacto y parte de mí ansía decir la verdad». En nuestros intercambios por correo discutimos el poder que un descubrimiento tiene para cambiar la percepción de una vida entera. ¿Cómo llega una a reconstruir una vida y una identidad después de la pérdida doble que traen la traición y la viudez?
El mensaje de Susie está lleno de justo enfado, por parte de su madre: «Ella fue una santa que se mantuvo junto a mi padre hasta que la muerte los separó, a pesar del romance prolongado de él». Me pregunto si ella alguna vez ha considerado contar la historia de otra forma. ¿Y si su padre sinceramente amó a otra mujer pero se quedó y se sacrificó a sí mismo por su familia?
Adam, un joven terapeuta, me manda un mensaje en Facebook, después de asistir a una de mis sesiones de formación. «Siempre había pensado que los infieles eran escoria —escribe—. Deberían tener al menos la decencia de respetar lo suficiente a las personas con las que se casaron como para no hacer cosas a sus espaldas. Y, aun así, sentado en esa discusión, de repente tuve una revelación. El cuarto en el que estábamos era seguro, cómodo y yo seguía moviéndome en la silla como si el cojín en el que estaba sentado fuera carbón caliente anunciándome una verdad. Siempre había querido ignorar el hecho de que mis dos padres estaban casados cuando se conocieron; de hecho, mi padre aconsejaba a mi madre mientras ella intentaba dejar a su abusivo esposo. Su aventura fue lo que me hizo existir en esta tierra. Treinta y cuatro años atrás, el adulterio fue el acto que permitió a mis padres encontrar a la persona con quien querían pasar el resto de sus vidas.» La forma en que Adam veía todo en blanco y negro fue sacudida, tanto personal como profesionalmente.
Mi última sesión del día es con Lily, una publicista de treinta y siete años que ha lanzado ultimátums durante más de una década, esperando a que su amante se divorcie de su esposa. Él ha tenido dos hijos más desde que su affaire comenzó, y Lily empieza a sentir su fertilidad disminuyendo día a día. «Congelé mis óvulos el mes pasado —me confía—, pero no quiero contárselo a él, necesito toda la ventaja que pueda obtener.» Ella desentraña su ambivalencia sesión tras sesión: una semana está convencida de que él solo está jugando con ella; la siguiente, se agarra a cualquier atisbo de esperanza que le diga que, en efecto, ella es el amor de su vida.
En medio de una cena, recibo un mensaje en mi móvil de «emergencia». Jackson está teniendo una crisis emocional y necesita hablar de inmediato. Su esposa acaba de descubrir que faltaban muchas pastillas del bote de Viagra y lo acaba de echar de casa. «Para ser honesto —dice—, me siento terrible por haberle mentido, pero no podía soportar ver el disgusto en su rostro cada vez que intentaba compartirle mis necesidades sexuales.» Las fantasías de Jackson eran muy coloridas, pero su esposa no las encontraba eróticas y se lo hizo saber repetidamente. Después de años de rechazo, llevó su abanico de fantasías a otro lugar. «Debí haber sido honesto —dice—, pero había demasiadas cosas en riesgo. Mis necesidades sexuales eran importantes, pero no tan importantes como para no ver a mis hijos cada día durante el desayuno.»
Mientras escucho las historias de todas estas personas, me encuentro a mí misma sintiéndome impactada, juiciosa, cuidadora, protectora, curiosa, excitada y apagada, a veces, todo en una hora. He llorado con ellos, he ganado y perdido la esperanza, me he identificado con todas las personas involucradas. Porque a diario veo la devastación que este acto puede causar; también veo cuán inadecuada es mucha de la conversación que se tiene sobre el tema actualmente.
Una ventana hacia el corazón humano
Las aventuras tienen mucho que enseñarnos sobre las relaciones. Abren la puerta para un examen profundo sobre los valores, la naturaleza humana y el poder del eros. Nos obligan a lidiar con algunas de nuestras preguntas más inquietantes: ¿qué lleva a las personas fuera de los límites que ellas mismas trabajaron tanto para establecer? ¿Por qué la traición sexual duele tanto? ¿Un romance siempre es egoísta y débil, o puede ser en algunos casos comprensible, aceptable e, incluso, un acto de audacia y coraje? Y, sin importar si conocíamos este drama o no, ¿qué podemos sacar de la emoción de la infidelidad para darle vida a nuestras relaciones?
¿Un amor secreto siempre debe ser revelado? ¿La pasión tiene fecha de caducidad? ¿Existen satisfacciones que un matrimonio, incluso cuando es bueno, nunca podrá proveer? ¿Cómo negociamos con el elusivo equilibrio que existe entre nuestras necesidades emocionales y nuestros deseos eróticos? ¿La monogamia ya no está vigente? ¿Qué es la fidelidad? ¿Podemos amar a más de una persona a la vez?
Para mí, estas conversaciones son parte integral de cualquier relación comprometida y adulta. Para la mayoría de las parejas, desafortunadamente, es al vivir la crisis de una infidelidad cuando hablan de ello por primera vez. La catástrofe tiene la capacidad de impulsarnos hacia la esencia de las cosas. Te animo a no esperarte hasta la tormenta, sino a abordar estas ideas en un clima más tranquilo. Hablar en una atmósfera de confianza sobre lo que nos empuja fuera de nuestros límites y sobre el miedo a la pérdida que lo acompaña puede promover la intimidad y el compromiso. Nuestros deseos, incluso los más ilícitos, son una característica de nuestra humanidad.
Aunque es tentador reducir los romances a sexo y mentiras, prefiero usar la infidelidad como un portal hacia el complejo paisaje de las relaciones y los límites que dibujamos para mantenerlas unidas. La infidelidad nos lleva cara a cara con las fuerzas volátiles y opuestas de la pasión: la tentación, la lujuria, la urgencia, el amor y su imposibilidad, el alivio, el aprisionamiento, la culpa, el corazón roto, el pecado, la vigilancia, la locura de la sospecha, el impulso asesino de vengarse, el trágico desenlace. Considérate advertido: abordar estos temas requiere la voluntad de descender hacia un laberinto de fuerzas irracionales. El amor es complicado; la infidelidad lo es más. Pero también es una ventana, como ninguna otra, hacia las grietas del corazón humano.
La nueva culpa
Divorcio. En todos los encendidos debates sobre la infidelidad, dentro y fuera de internet, esa palabra aparece una y otra vez. Si estás pensando en tener un affaire, divórciate. Si eres tan infeliz como para engañar, eres lo suficientemente infeliz como para irte. Y si tu pareja tiene una aventura, llama a tu abogado de inmediato.
Jessica, una mujer de Brooklyn en sus treinta y pocos años, con un hijo de dos, contactó conmigo una semana después de descubrir que su esposo desde hace cuatro años, Julián, había estado teniendo una relación con una compañera de trabajo. «Encontré una cuenta secreta de Facebook con mensajes hacia esta mujer.» Como hija de la era digital, llevó su problema a internet. «Todo lo que leí me hizo sentir fatal —explica—. Era como recibir malos consejos de una revista para mujeres. ¡Sigue adelante y no mires atrás! ¡Lo hizo una vez y lo hará otra vez! ¡Échalo a la calle!»
«Ninguno de los sitios web en los que busqué abordaba el hecho de que seguían fuertes mis sentimientos hacia este hombre —dice—. Teníamos toda una vida planeada juntos y es el padre de mi hijo. Estoy unida a su familia, y ellos han sido un tremendo apoyo para mí durante la semana pasada. Todos estos artículos y escritoras, sin mencionar a mis propios padres, me han dicho que él es una basura y que mis sentimientos hacia él están equivocados. ¡Mi padre incluso llegó a sugerir que tenía síndrome de Estocolmo! Me siento juzgada, como si fuera una de “esas mujeres” que dejan que sus esposos se salgan con la suya.»
Jessica es una mujer económicamente independiente y con opciones, a diferencia de muchas de las mujeres que no tienen recursos para afrontar los privilegios patriarcales de sus esposos. Y, precisamente porque vive con diferentes derechos, nuestra cultura demanda que haga ejercicio de ellos. Mientras la escucho, mi mente vuelve a un taller que recientemente impartí a un grupo de mujeres en un pueblo de Marruecos. Cuando les expliqué a ellas que hoy, en Estados Unidos, mujeres como Jessica son animadas a defenderse e irse, una joven mujer se rio. «Pero, madame, si todas dejáramos a los esposos que cazan faldas, ¡Marruecos entero estaría divorciado!»
Alguna vez fue el divorcio el que cargó el estigma. Ahora, elegir quedarse cuando puedes irte es la nueva vergüenza. Hillary Clinton es la prueba. Muchas mujeres que, por lo demás, la admiran, nunca se han podido reconciliar con su decisión de quedarse con su esposo cuando tuvo el poder para irse. «¿Dónde está su autorrespeto?»
Ciertamente, hay ocasiones en las que el divorcio es inevitable, sabio o simplemente la mejor salida para todos los involucrados. ¿Pero es la única elección correcta? El riesgo es que en la agonía del dolor y la humillación, nos apresuremos a mezclar nuestras reacciones hacia la aventura con nuestros sentimientos respecto al resto de la relación. La historia se reescribe, los puentes se queman junto a las fotos de la boda, los hijos reparten su vida entre dos hogares.
Jessica no está lista para echar a su esposo a la calle: «Las personas cometen errores. Yo tampoco soy una santa; si bien no he estado acostándome por ahí, tampoco tengo las mejores habilidades para afrontar mis emociones; me apago o bebo demasiado cuando las cosas salen mal o estoy estresada. Si no permitiéramos que nuestras parejas se tropezaran, todos seríamos miserables y estaríamos solos». Está lista para darle a Julián una segunda oportunidad.
La prisa por divorciarse no deja lugar ni para el error ni para la fragilidad humana. Tampoco permite espacio para la reparación, la resiliencia o la recuperación. Y no da permiso a personas como Jessica y Julián, quienes quieren aprender de lo que ocurrió y crecer. Me dicen: «Los dos queremos que las cosas funcionen. Desde que esto comenzó, hemos tenido las conversaciones más increíbles. Han sido productivas y desde el alma, como si no hubiéramos hablado en años». Pero entonces preguntan: «¿De verdad tuvimos que pasar por una aventura solo para ser honestos el uno con el otro?». Escucho esto acto seguido y comparto su arrepentimiento. Pero he aquí una de las verdades no habladas sobre las relaciones: para muchas parejas, nada menos extremo tiene el poder suficiente de obtener la atención de sus compañeros y sacudir un sistema obsoleto.
En última instancia, el problema con la conversación juiciosa, altamente tendenciosa y represiva sobre la infidelidad es que impide cualquier posibilidad para un entendimiento más profundo y, por lo tanto, para la esperanza y la sanación (juntas o por separado). La victimización hace más frágiles los matrimonios. Por supuesto, cuando Julián engaña a Jessica mientras ella está en casa cambiándole los pañales a su bebé, es útil para ella estar en contacto con su enojo, una respuesta apropiada ante el desfiguramiento de su relación. Pero cuanto más hablo con aquellos afectados por la infidelidad —quien engañó y quien fue engañado, los amantes, los hijos— siento la necesidad de una mirada hacia la vida y el amor que evite culpabilizar. No tenemos nada que ganar con sentimientos amargos, vengativos y divisivos. Prueba de ello es la mujer que conocí cuya indignación era tan intensa que le contó la mala conducta sexual de su esposo a su hijo de cinco años, «pues mi hijo debía saber por qué mami está llorando».
Aunque la infidelidad se ha convertido en uno de los principales motivos para el divorcio, un amplio número de parejas se quedarán juntas a pesar de ella. Pero ¿por cuánto tiempo y bajo qué condiciones? ¿Tendrán la oportunidad de emerger más fuertes como resultado de ello? ¿O enterrarán el affaire debajo de una montaña de culpa y desconfianza? La forma en que metabolicen el romance moldeará el futuro de su relación y su vida.
Hoy, en Occidente, la mayoría de nosotros vamos a tener dos o tres matrimonios o relaciones significativas a largo plazo. Y algunos de nosotros lo vamos a hacer con la misma persona. Con frecuencia, cuando una pareja me visita tras las secuelas de una aventura, le digo esto: vuestro primer matrimonio se acabó. ¿Os gustaría crear un segundo juntos?