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Capítulo 2

DEFINIENDO LA INFIDELIDAD

¿Chatear es engañar?

No tuve relaciones sexuales con esa mujer.

Bill Clinton, presidente de Estados Unidos

Todo el mundo quiere saber cuál es el porcentaje de personas que engañan. Pero esa es una pregunta difícil de responder porque primero tienes que contestar «¿Qué es engañar?». La definición de la infidelidad es cualquier cosa menos fija, y la era digital ofrece una gama de encuentros potencialmente ilícitos en perpetua expansión. ¿Chatear es engañar? ¿Qué hay del sexting, ver pornografía, unirse a una comunidad de fetichistas, mantenerse secretamente activo en aplicaciones de citas, pagar por sexo, bailes eróticos, masajes con final feliz, encuentros sexuales entre chica y chica, seguir en contacto con alguna expareja?

Como no hay una definición universal para la infidelidad, la prevalencia estimada entre parejas estadounidenses varía ampliamente: del 26 % al 70 % de mujeres, y del 33 % al 75 % de hombres. Sean cuales sean los números exactos, todo el mundo está de acuerdo en que están aumentando. Y muchos dedos apuntan a las mujeres como responsables de esto, puesto que ellas están rápidamente cerrando la «brecha de la infidelidad» (investigaciones apuntan a un salto del 40 % desde 1990, mientras que el índice de hombres se ha mantenido estable). De hecho, cuando la definición de infidelidad no solo incluye una «relación sexual» sino también el involucramiento romántico, los besos o cualquier otra forma de contacto sexual, las mujeres universitarias engañan significativamente más que sus homólogos masculinos.

La recolección de datos es obstaculizada por un simple hecho: cuando se trata de sexo, las personas mienten, especialmente si se trata de sexo que no deberían estar teniendo. Incluso debajo del manto del anonimato, los estereotipos de género persisten. Los hombres socializan para alardear, exagerar y sobrerrepresentar sus proezas sexuales, mientras que las mujeres minimizan, niegan e infrarrepresentan las suyas (lo cual no es sorprendente, considerando que todavía existen nueve países donde las mujeres pueden ser condenadas a muerte por engañar). La honestidad sexual es inseparable de las políticas sexuales.

Además, somos contradicciones andantes. Mientras que la mayoría de las personas dice que sería terriblemente malo que su pareja mintiera sobre un romance, las mismas personas afirman que mentir sería exactamente lo que harían si tuvieran uno. Y en respuesta a la pregunta del millón: «¿Tendrías un affaire si supieras que nunca te pillarían?», los números afirmativos se elevan hasta el cielo. Finalmente, ninguna estadística, no importa cuán precisa sea, puede darnos un total entendimiento sobre la compleja realidad de la infidelidad actual. Por lo tanto, mi atención está en las historias, no en los números. Son las historias las que nos guían hacia las más profundas preocupaciones humanas sobre el anhelo y el desencanto, el compromiso y la libertad erótica. Su tema común es que una persona se siente traicionada por la otra. Pero es todo lo demás lo que vuelve conmovedores estos dramas. Seducidos por la necesidad de etiquetas, tendemos a agrupar demasiadas experiencias bajo el mismo significante: «infidelidad».

Si al menos fuera así de simple…

«¿Has tenido relaciones sexuales con alguien más que tu esposo o esposa en los últimos doce meses?» Si definir la infidelidad fuera tan sencillo como una respuesta de sí o no, mi trabajo sería mucho más fácil. Las dolorosas discusiones que escucho me recuerdan cada día que, mientras que algunas formas de faltar a las reglas son, en efecto, directas, el mundo de la transgresión es tan turbio como el propio mundo de la sexualidad.

Elias le ha sugerido a su esposa, Linda, que consulten a un experto. Se encuentran muy en desacuerdo sobre la definición de infidelidad. Él, un consumidor frecuente de clubes de striptease, presenta su defensa: «Veo, hablo, pago, pero no toco. ¿Dónde está la infidelidad ahí?». En su mente, es totalmente fiel. Linda piensa otra cosa, y lo está haciendo dormir en el sofá.

Ashlee se acaba de enterar de que su novia, Lisa, ha estado viendo a su antiguo novio, Tom. «¡Ella dice que no cuenta como infidelidad porque es hombre! Pero, hasta donde tengo entendido, eso lo hace peor. No solo está actuando a mis espaldas, sino que además está recibiendo algo que yo no puedo darle. ¿Acaso soy solo su “fase lésbica”?»

Shannon se siente traicionada cuando descubre que su novio, Corbin, acaba de comprar una caja de condones, algo que no necesitan dado que están intentando que ella se quede embarazada. Corbin protesta: «¡No hice nada! ¡Solo fue una idea! ¿Quieres husmear en mi mente y en mi móvil?». «¡Comprar condones no es una idea para mí!», responde ella. No, ¿pero es eso una infidelidad?

¿Y qué hay del porno? Mientras que la mayoría de la gente estaría de acuerdo en que una vieja revista Playboy debajo del colchón no contaría como una traición, los límites se pueden tornar borrosos cuando cambiamos el papel por la pantalla. Muchos hombres consideran que ver porno entra en la misma categoría que la masturbación: algunos incluso declaran con orgullo que los previene de engañar. Las mujeres son menos propensas a verlo así. Violet, sin embargo, siempre había pensado que tenía una mente abierta respecto al porno. Cuando ella entró en el estudio de Jared y lo pilló mirando a una jadeante rubia en su pantalla, solo puso los ojos en blanco y bromeó con que él necesitaba un nuevo hobby. Pero cuando la mujer dijo: «¿Adónde has ido, Jared? ¿Has terminado?», Violet se dio cuenta de que su esposo estaba en Skype. «La peor parte es él tratando de convencerme de que no me está engañando —me cuenta—. Lo llama pornografía personalizada

Con las conexiones de esta era, las posibilidades para coquetear son interminables. Hoy, el 69 % de los estadounidenses tiene un teléfono inteligente, lo que significa, como bromea el comediante Aziz Ansari, que «están cargando en su bolsillo un bar para solteros 24/7». Y no solo es para solteros. Los casados tienen sus propios sitios, como el infame <AshleyMadison.com>. Internet es un gran democratizador, ofreciendo acceso equitativo a nuestros deseos prohibidos.

Ya ni siquiera necesitas salir de tu casa para engañar. Actualmente, puedes tener un affaire mientras tu pareja se acuesta en la cama junto a ti. Mi paciente Joachim estaba acurrucado con su esposo, Dean, cuando notó que él estaba mandando mensajes a otro hombre en Manhunt. Kit estaba sentado viendo la televisión junto a su novia, Jodi, cuando notó el particular movimiento de deslizamiento a la derecha en su iPhone. «Ella me dice que solo estaba curioseando, que es como un juego y que nunca hace nada con eso —me cuenta—. ¡Pero ambos acordamos borrar Tinder como parte de nuestro ritual de compromiso!»

Internet ha hecho al sexo «accesible, pagable y anónimo», como señala el investigador Al Cooper. Todo esto se aplica de igual forma a la infidelidad, y yo agregaría otra palabra: ambigüedad. Cuando ya no se trata de intercambio de besos sino de fotos de penes, cuando una hora en una habitación de motel se convierte en desvelarse en Snapchat, cuando un almuerzo secreto ha sido reemplazado con una cuenta secreta en Facebook, ¿cómo se supone que vamos a saber lo que constituye una aventura? Como resultado del crecimiento de este campo de actividades furtivas, necesitamos repensar cuidadosamente cómo conceptualizamos la infidelidad en la era digital.

¿Quién marca los límites?

Definir el adulterio es al mismo tiempo muy simple y muy complicado. Hoy, en Occidente, la ética de las relaciones ya no está dictada por una autoridad religiosa. La definición de la infidelidad ya no reside en el papa, sino en la gente. Esto significa más libertad, así como más incertidumbre. Las parejas deben marcar sus propios términos.

Cuando alguien comparece y admite: «He tenido una aventura», nadie argumenta contra su interpretación. Cuando pillas a tu pareja en la cama con otra persona o encuentras un correo electrónico con el rastro de una vida paralela que se ha extendido durante años, es bastante obvio. Pero cuando una persona declara que su pareja ha cometido traición, y la reacción es «No es lo que piensas», «No significó nada» o «Eso no es engañar», entramos en un territorio más nebuloso. Típicamente, la tarea de marcar las faltas y de interpretar su significado recae en aquel que se siente traicionado. ¿Acaso sentirse dolido le otorga a uno el derecho de reclamar propiedad sobre la definición?

Lo que está claro es que todas las caracterizaciones de la infidelidad moderna involucran la noción del incumplimiento de un contrato entre dos individuos. Ya no es pecar contra Dios, romper una alianza familiar, ensuciar el linaje o la dispersión de recursos y herencias. El núcleo de la traición actual es una violación de la confianza: esperamos que nuestra pareja actúe de acuerdo con un conjunto de suposiciones compartidas y basamos nuestro propio comportamiento en estas. No es necesariamente un comportamiento sexual o emocional particular el que constituye la traición; más bien, es el hecho de que el comportamiento no está dentro del acuerdo de pareja. Suena justo. Pero el problema es que, para la mayoría de nosotros, estos acuerdos no son algo que pasemos mucho tiempo negociando de forma explícita. De hecho, llamarlos «acuerdos» es, tal vez, una exageración.

Algunas parejas trabajan sus acuerdos de frente, pero la mayoría se mueve por prueba y error. Las relaciones son un mosaico de reglas no habladas y roles que hemos ido tejiendo desde la primera cita. Proponemos límites: lo que dejamos dentro y lo que se queda fuera. Yo, tú, nosotros. ¿Podemos salir por separado, o lo hacemos todo juntos? ¿Mezclamos nuestras finanzas? ¿Se espera que asistamos a cada reunión familiar?

Revisamos nuestras amistades y decidimos cuán importantes deberían ser ahora que nos tenemos el uno al otro. Decidimos qué hacer con nuestras antiguas parejas: ¿sabemos de ellas, hablamos de ellas, mantenemos fotos suyas en nuestros móviles, los dejamos como amigos en Facebook? Particularmente, cuando se trata de estas relaciones externas, nos damos cuenta de cuánto podemos salirnos con la nuestra antes de pillarnos los dedos. «¡Nunca me dijiste que seguías en contacto con aquella chica de la universidad!» «Hemos dormido juntos diez veces, pero veo que sigues teniendo tu perfil activo en Hinge.» «Entiendo que es tu mejor amigo y que lo conoces desde la guardería, pero ¿de verdad le tienes que contar todo sobre nosotros?»

Así es como señalamos el territorio de nuestra distancia y cercanía, perfilando el contrato implícito de la relación. Con frecuencia, la versión que cada persona guarda en los cajones de su mente es diferente a la de su pareja.

Las parejas homosexuales son, en ocasiones, la excepción a esta regla. Han vivido durante tanto tiempo fuera de las normas sociales y han luchado tan valientemente por la autodeterminación sexual, que son muy conscientes del coste del confinamiento sexual y no están tan dispuestos a encadenarse a sí mismos. Están más abiertos a negociar abiertamente la monogamia que a asumirla tácitamente. De la misma forma, una creciente minoría de parejas heterosexuales está experimentando con formas de no monogamia consensual, donde los límites son más permeables y también más explícitos. Esto no significa que sean inmunes a la agonía de la traición, pero están más abiertos a permanecer en la misma página respecto a lo que la constituye.

Para los idealistas del amor moderno, sin embargo, el mero acto de abordar explícitamente la monogamia parece cuestionar la suposición del «ser especial» que está en el corazón del sueño romántico. Una vez que hemos encontrado «a la persona especial», creemos que no debería haber necesidad, deseo ni atracción por nadie más. Por lo tanto, nuestros contratos de alquiler suelen ser más elaborados que nuestros contratos de relación. Para muchas parejas, la duración de la discusión suele ser de cinco palabras: «Si te descubro, estás muerto».

Una nueva definición

Para mí, la infidelidad incluye uno o más de estos tres elementos constitutivos: secretismo, alquimia sexual e involucramiento emocional. Antes de ir más lejos, quiero dejar claro que estos no son tres criterios rígidos; más bien, son un prisma de tres caras por donde puedes ver tu experiencia y tus suposiciones. Sin embargo, hacer más amplia la definición no significa descender hacia el relativismo moral. No todas las infidelidades se crean por igual. Al final, estos problemas son personales y están cargados de valor. Mi propósito es otorgarte un marco de referencia para darles sentido a tus propias circunstancias y comunicarte con más profundidad con aquellos a quienes amas.

Secretismo: el principal fundamento de una infidelidad. Un affaire siempre vive en la sombra de la relación primaria, esperando no ser descubierto jamás. El secretismo es precisamente lo que intensifica la carga erótica. «Sexo y subterfugio hacen un delicioso cóctel», escribe la periodista Julia Keller. Todos conocemos, desde la infancia, la alegría de ocultar y mantener secretos. Nos hacen sentir poderosos, menos vulnerables y más libres. Pero este placer oscuro está mal visto en la adultez. «Siempre he sido del tipo lo-que-ves-es-lo-que-hay», dice Angela, una meticulosa auxiliar legal de nacionalidad irlandesa-americana que se dio cuenta, a través de un affaire con un cliente, que disfruta andar a escondidas. «Descubrir que podía actuar en total incumplimiento de los propios valores que he mantenido por tanto tiempo fue desconcertante y excitante a la vez. Una vez estaba hablando con mi hermana, quien estaba quejándose de la mala conducta de las infieles, mientras le sonreía internamente a mi propio secreto. Ella no sabía que estaba mirando el rostro de la “villana”.»

Describiendo su propia mezcla volátil de culpa y gozo, Max admite: «Un momento me sentía como escoria, pero, al siguiente, sabía que estaba tocando la esencia de algo que necesitaba con desesperación sentir de nuevo». Con sus cuarenta y siete años, siendo padre de tres hijos, uno con parálisis cerebral, él se muestra firme respecto a su silencio: «Jamás le contaré a mi esposa que encontré un escape con otra mujer, pero nunca me arrepentiré de lo que hice. Tenía que existir en silencio. ¡No había otra manera de hacerlo! La aventura ha terminado; el secreto se encuentra vivo y bien».

Uno de los más poderosos atributos del secretismo es su función como portal para la autonomía y el control. Es un tema que escucho repetidamente, más frecuentemente en mujeres, pero también en hombres que se sienten sin poder de una forma u otra. «Como un hombre negro en el mundo blanco de la academia, tienes que apegarte a las reglas. No hay mucho margen para alguien como yo», me explica Tyrell. No me sorprendo cuando me cuenta que sus amoríos han sido el espacio donde él puede definir las reglas. «No puedo ser controlado en todos lados», era el mantra que acompañaba sus aventuras.

Los romances son un camino para el riesgo, el peligro y la desafiante energía de la transgresión. Sin la certeza de la siguiente cita, aseguramos la excitación de la anticipación. El amor adúltero reside en un universo autocontenido, aislado del resto del mundo. Los romances florecen en los márgenes de nuestra vida, y su magia se preserva siempre y cuando no sean expuestos a la luz del sol.

Sin embargo, para aquel que los carga, los secretos no son todo diversión. Como el punto crucial del adulterio, alimentan la mentira, la negación, el engaño y las estrategias elaboradas. Estar cubierto de duplicidades puede ser aislante y, con el paso del tiempo, puede llevar a sentir una culpa corrosiva y autodesprecio. Cuando le pregunto a Melanie por qué ha decidido terminar con su affaire de seis años, responde: «Mientras me sentía culpable, me veía a mí misma como una buena persona haciendo cosas malas. Pero el día que dejé de sentir culpa, perdí el respeto por mí misma. No soy más que una mala persona».

Para la pareja engañada, los secretos descubiertos son devastadores. Para muchos, particularmente en Estados Unidos, son las conversaciones interminables las que dejan las heridas más profundas. Escucho esto una y otra vez: «No es que me haya sido infiel; es que me mintió». Y, sin embargo, el encubrimiento que es señalado en una parte del planeta es renombrado como una «discreción» en otro. En las historias que escucho allí se da por hecho que las aventuras vienen con mentiras y ocultamientos. El hecho de que la persona no lo haya sabido esconder bien es lo que humilla y provoca dolor.

Cualquier discusión sobre la infidelidad requiere que contemos con secretos. Pero también puede requerir que nos preguntemos a nosotros mismos: ¿qué hay de la privacidad? ¿Dónde termina para dar pie al secretismo? ¿El husmear es una táctica preventiva legítima? ¿La intimidad requiere absoluta transparencia?

Alquimia sexual: es un término que elijo usar en vez de «sexo» porque prefiero una definición de sexualidad que vaya más allá de Bill Clinton: una que no se detenga ante un estrecho repertorio de actos sexuales, sino que incluya un entendimiento más amplio de la mente erótica, el cuerpo erótico y la energía erótica. Al hablar sobre alquimia sexual, quiero aclarar que las aventuras a veces incluyen sexo y a veces no, pero siempre son eróticas. Como Marcel Proust entendió, es nuestra imaginación la que es responsable del amor, no la otra persona. El erotismo es tal que el beso que solo podemos imaginarnos puede ser tan poderoso y excitante como pasar horas haciendo el amor. Pienso en Charmaine, una mujer jamaicana de cincuenta y un años con una sonrisa contagiosa que ha estado compartiendo constantes almuerzos con Roy, un joven colega. Insiste en que su conexión no rompe sus votos matrimoniales. «Técnicamente no hemos tenido sexo. Ni siquiera nos hemos tocado; solo hemos hablado. ¿Dónde está la infidelidad?» Pero todos sabemos que la renuncia puede ser tan erótica como la consumación. El deseo está enraizado en la ausencia y el anhelo. Cuando la presiono, concede: «Nunca me he sentido tan excitada. Era como si me estuviera tocando sin tocarme». ¿Qué está describiendo sino alquimia sexual? Un almuerzo inocente puede ser, en efecto, apasionado, incluso si Charmaine está únicamente, como dice Cheryl Strayed: «Teniendo una cita en seco».1

«¡No pasó nada!» es la cantilena común de quienes entienden el sexo de forma muy literal. Después de tomar unas cuantas —demasiadas— copas en el cumpleaños de Abby, su compañera de trabajo, Dustin aceptó su invitación para quedarse a dormir. Cuando fue interrogado al día siguiente por su novia, Leah, él repitió esas tres palabras insistentemente. «Está bien, debes saberlo, sí dormimos juntos en la misma cama. Pero te estoy diciendo que no pasó nada.» ¿Y en qué momento «pasa algo»?, me pregunto. Leah, mientras tanto, está acosada por sus propias preguntas. ¿Se desnudaron? ¿Ella durmió en sus brazos? ¿Él acarició el rostro dormido de ella con su nariz? ¿Tuvo una erección? ¿Eso realmente es nada?

Estas historias tienen un punto crítico; muchos romances tratan menos de sexo que de deseo: el deseo de sentirse deseados, de sentirse especiales, de ser mirados y conectar, de llamar la atención. Todo esto carga un escalofrío erótico que nos hace sentir vivos, renovados, recargados. Es más energía que acto, más hechizo que relación sexual.

Incluso cuando se trata de la relación sexual, el sistema de defensa adúltero es impresionantemente ágil para encontrar lagunas en las reglas. Las personas hacen grandes esfuerzos para quitarle lo sexual al sexo. Mi colega Francesca Gentille compiló una lista de las conclusiones más imaginativas a una frase que comenzaba con «No fue sexo porque»:

«… no conocía su nombre».

«… nadie terminó».

«… estaba borracho/drogado».

«… no lo disfruté».

«… no estoy seguro de que recuerde detalles».

«… fue con alguien de un género con quien no suelo tener sexo».

«… nadie lo vio».

«… teníamos la ropa puesta».

«… teníamos algo de nuestra ropa puesta».

«… un pie estaba en el suelo».

Estas contorsiones se relacionan con el mundo físico. El ciberespacio agrega giros adicionales. ¿El sexo virtual es real? Cuando miras un trasero desnudo en tu pantalla, ¿solo estás vagando libremente por el santuario de tu imaginación, o estás pisando la peligrosa zona de la traición? Para muchas personas, el Rubicón se cruza cuando existe interacción: cuando la estrella porno se convierte en una mujer viva frente a una webcam, o cuando las fotos de desnudos no son de una cuenta anónima en Tumblr, sino que llegan desde el móvil de un hombre real. Pero ¿qué hay de la realidad virtual? ¿Es real o imaginada? Estas son preguntas importantes que nosotros, como cultura, estamos ponderando, sin respuestas definitivas. Como establece pertinentemente el filósofo Aaron Ben-Ze’ev: «La transición de una realidad pasiva e imaginaria a una realidad virtual e interactiva en el ciberespacio es mucho más radical que la transición de las fotografías a las películas». Podemos debatir lo que es real y lo que es imaginado, pero la alquimia de lo erótico es inconfundible.

Incluso si acordamos ampliar la mirada para que incluya una variedad de expresiones sexuales, todavía podríamos disentir acerca de qué significan y adónde pertenecen. Todas estas discusiones, inevitablemente, despiertan la espinosa pregunta sobre la naturaleza de nuestra libertad erótica. ¿Esperamos que el ser erótico de nuestras parejas nos pertenezca enteramente a nosotros? Estoy hablando de pensamientos, fantasías, sueños y recuerdos, como también de lo que nos excita, lo que nos atrae y el placer individual. Estos aspectos de la sexualidad pueden ser personales, parte de nuestra autonomía soberana: existir en nuestro propio jardín secreto. Pero algunas personas ven todo lo sexual como un dominio que debe ser compartido. Descubrir que tu pareja se masturba pensando en su ex o que todavía tiene sentimientos por él o ella es equivalente a la traición. Desde esta mirada, toda expresión independiente de la sexualidad —real o imaginaria— es una falta. Sin embargo, desde otra perspectiva, hacer espacio para cierto grado de individualidad erótica puede transmitir respeto por la privacidad y la autonomía, y ser una muestra de intimidad. En mis décadas trabajando con parejas, he observado que aquellas que logran un mayor éxito en mantener viva la llama erótica son las que se sienten cómodas con el misterio en medio de ellas. Incluso si son monógamas en sus acciones, reconocen que no son dueñas de la sexualidad del otro. Y es precisamente lo escurridizo de la otra persona lo que los mantiene regresando para descubrir más.

Cada pareja tiene que negociar con la independencia erótica de la otra persona como parte de una conversación más grande sobre nuestra individualidad y nuestra conexión. En nuestros esfuerzos para protegernos a nosotros mismos de la traición íntima, demandamos acceso, control y transparencia. Y, sin saber, corremos el riesgo de erradicar el preciso espacio entre nosotros que mantiene vivo el deseo. El fuego necesita oxígeno.

Involucramiento emocional: es el tercer elemento que puede desempeñar un papel en la infidelidad. Casi todos los romances registran un componente emocional, en algún grado u otro. Al final del espectro tenemos la aventura amorosa, para la que es esencial el acompañamiento de un ramo de emociones pasionales. «Pensé que sabía lo que era el amor, pero nunca me había sentido así» es una frase común. Las personas en este estado me hablan sobre amor, trascendencia, despertar, destino, intervención divina: algo tan puro que no pudieron pasar de largo porque «negar esos sentimientos hubiera sido un acto de traición a mí mismo». Para aquellos involucrados en una historia de amor sin paralelo, el término «aventura» es inadecuado, porque no logra capturar la profundidad emocional de la experiencia. «Cuando lo llamas mentir, lo reduces a algo vulgar —dice Ludo—. Mandy fue la primera mujer con la que pude abrirme respecto al abuso de mi padre, porque ella había pasado por algo similar. Sí, hemos tenido sexo, pero es mucho más que eso.»

Mientras avanzamos por todo ello, vemos que hay un amplio rango de encuentros que incluyen varios grados de intimidad emocional. En un extremo, hay aventuras que son recreacionales, anónimas, virtuales o pagadas. En muchos de estos casos, las personas insisten en que no hay involucramiento emocional en sus transgresiones. Algunos incluso llegan a sugerir que, por lo tanto, tampoco constituyen una traición. «¡Le pago a la chica para que se vaya! —dice Guy—. El objetivo de contratar a una prostituta es no enamorarse de ella, por lo tanto, mi matrimonio no está amenazado.» Aquí, la frase común es: «¡No significó nada!». Pero ¿alguna vez el sexo es solo sexo? En un encuentro casual, podría no haber emociones involucradas, pero el hecho de que suceda significa mucho.

Es irónico que algunas personas, como Guy, minimicen el involucramiento emocional para atenuar la gravedad de la falta («¡No significó nada!»), mientras que otras, como Charmaine, resaltarán la naturaleza emocional para el mismo propósito («¡No pasó nada!»).

Mucha tinta se ha derramado intentando determinar cuál es el peor de los males: el amor prohibido o el sexo prohibido. Nuestras susceptibilidades personales son idiosincráticas. A algunas personas no les preocupa el involucramiento emocional con otros, siempre y cuando mantengan las manos quietas. Otras no le dan gran importancia al sexo y se dan la libertad de jugar, siempre y cuando no haya emociones involucradas. Lo llaman «monogamia emocional». Para la mayoría de nosotros, es difícil separar el sexo de las emociones. Puedes tener mucho de los dos, más de uno que del otro, pero, generalmente, los dos están presentes en el campo de juego de la infidelidad.

¿Qué hay de la infidelidad emocional?

En años recientes, ha surgido una nueva categoría: la «infidelidad emocional». Es un término novedoso en el léxico actual de la infidelidad. Generalmente se usa para indicar que la traición no involucra sexo pero sí una cercanía emocional inapropiada que debería ser reservada para la pareja y que está mermando la relación primaria.

Este es un concepto que requiere un cuidadoso examen. Muchas de las «infidelidades emocionales» están cargadas de tensión sexual, sin importar si los genitales han hecho contacto, y me parece que otorgarles una nueva etiqueta está promoviendo un reduccionismo erótico. Claramente, los romances pueden ser sexuales sin que un pene entre en una vagina, y, en la mayoría de los casos, es más útil llamar a las cosas por su verdadero nombre.

Algunas veces, sin embargo, el término «infidelidad emocional» se aplica en relaciones que son genuinamente platónicas, pero que se perciben como «demasiado cercanas». Es una noción que está profundamente arraigada en nuestros ideales de la pareja moderna. Debido a que hoy, para muchos, el matrimonio está casado con el concepto de la intimidad emocional y la honestidad total, abrirse con alguien más puede sentirse como una traición. Nuestro modelo de amor romántico es aquel en el cual esperamos que nuestra pareja sea nuestra principal acompañante emocional: la única con quien compartiremos nuestros más grandes sueños, arrepentimientos y ansiedades.

Estamos pisando terreno no explorado. Enfatizar lo «emocional» como infidelidad nunca había ocurrido en generaciones anteriores, donde el concepto de matrimonio no estaba organizado alrededor de la exclusividad emocional. Sigue siendo ajeno a muchos lugares del mundo. ¿Es un concepto útil para las parejas, hoy? Los matrimonios siempre se han fortalecido cuando las parejas pueden descargarse en otras personas o encontrar múltiples escapes para la conexión emocional. Cuando canalizamos todas nuestras necesidades íntimas en una sola persona, en realidad estamos haciendo de la relación algo más vulnerable.

Claramente, las aguas se enturbian muy rápido cuando intentamos analizar las sutilezas de la traición emocional. Por un lado, clamar conexión con el corazón de otra persona se usa frecuentemente como una máscara para una cita erótica. Cuando una mujer se queja de que su pareja está completamente absorta por su nueva «amiga» —pasando tiempo en Snapchat a todas horas, mandando mensajes, haciendo playlists musicales—, empatizo con su frustración, pero también clarifico que lo que le está molestando no solo es emocional, es sexual. Por otro lado, las profundas conexiones emocionales con otros son salidas legítimas para los sentimientos y necesidades que no alcanzan a ser satisfechos en el matrimonio. Recorro esa estrecha línea sesión tras sesión. Debido a que es un territorio traicionero, no es de sorprenderse que muchas personas se aferren a la forma más limitada de entender la infidelidad: el sexo prohibido.

Una vez dicho esto, te invito a que consideres lo que la infidelidad significa para ti y cómo te sientes respecto a ella, así como que investigues abiertamente sobre lo que significa para tu pareja.

Cambiando roles, cambiando historias

Algunas veces, definimos la infidelidad; otras, esta nos define. Podemos estar tentados de ver los papeles del triángulo adúltero como algo ya establecido: la pareja traicionada, el infiel, el amante. Pero, en realidad, muchos de nosotros podríamos encontrarnos en varias posiciones, y nuestra perspectiva del significado de todo cambiaría con nosotros, dependiendo de la situación.

Heather, una profesional soltera de Nueva York, está en la cúspide de su vida fértil y sigue esperando el «Vieron felices para siempre». Hace un par de años, cortó con su prometido, Fred. Ella descubrió una carpeta en su ordenador llena de mensajes para prostitutas con todo tipo de peticiones perversas y reuniones acordadas. Se sintió traicionada por esta conducta sexual, pero lo que más le molestó fue que no la practicara con ella. Ansiaba una monogamia candente, pero él llevó su testosterona a otro lado y trajo a casa una flemática y desapasionada versión de sí mismo. Su terapeuta le dijo que Fred necesitaba crecer y que iba a ser una gran pareja dentro de cuatro o cinco años. «Tras un análisis del coste-beneficio, decidí que no valía la pena —dice—. Cuando pensaba en lo que quería hacer de los treinta y siete a los cuarenta, me daba cuenta de que no deseaba criar a Fred durante su camino hacia la adultez.»

El verano pasado conoció a un nuevo hombre, Ryan, en un tren de Boston a Nueva York. Sus miradas se cruzaron y de inmediato supieron lo que significaban. Él fue directo respecto a su situación: «Llevo trece años casado, tengo dos hijos y me estoy separando». Ryan y su esposa, Blair, habían acordado que su matrimonio se había terminado, pero estaban tomando la separación despacio, decidiendo cuidadosamente si se lo dirían a sus hijos durante el verano o en el otoño, cuando regresaran a la escuela.

Me llama la atención que, hace no mucho tiempo, Heather se había sentido engañada. ¿Se dará cuenta de que ahora era ella quien estaba teniendo un affaire con un hombre casado? «Es lo último que quería —dice—. Pero esto no es realmente una aventura. El matrimonio de Ryan no se habrá terminado legalmente, pero en cualquier otro aspecto ya lo hizo.»

Indago un poco: «¿Su esposa lo sabe? No es como si le hubieras dicho: ve a casa, arregla los asuntos que tienes pendientes y vuelve conmigo».

Ella se pone a la defensiva: «Bueno, ¿cuándo se termina realmente un matrimonio? ¿Cuando duermen en habitaciones separadas? ¿Cuando lo hacen público con familiares y amigos? ¿Cuando tramitan el divorcio? Es un proceso muy largo y no puedo discernir cuál sería el mejor punto de referencia para mi entrada». Estoy contenta de ver a Heather brillar. Pero también soy consciente de que su noción de infidelidad se ha vuelto convenientemente elástica ahora que se encuentra en el otro lado.

Unas semanas después, el brillo desapareció. Me cuenta que, después de salir discretamente durante un par de meses, ella y Ryan finalmente pasaron juntos un fin de semana completo y que fue uno de los momentos más felices de su vida. Pero fue expulsada del paraíso cuando Ryan la llamó unos días después para decirle que Blair lo sabía todo, incluso el nombre de Heather, gracias al iPad que se había dejado en su mesilla de noche.

Blair ya no está interesada en un divorcio tranquilo. Se llevó lejos a sus hijos toda la semana, para que Ryan pudiera explicar la situación a sus padres y a sus amigos. De un momento a otro, lo que era un romance incipiente entre dos personas se convirtió en una revelación sistémica. Todos están involucrados, y su destino ha tomado un nuevo camino.

Para Blair, el momento en que ocurrió es irrelevante. «Nos estamos distanciando» se convirtió en «Me fue infiel». Para Ryan, «Estoy tratando de hacer lo correcto y no hacer daño a nadie» se convirtió en «¿Cómo le explico esto a mis hijos y padres?». Y Heather se convirtió en la disparadora del tiro de gracia. Traicionada por Fred, lo último que ella imaginaba es que se convertiría en la otra mujer. Siempre había tenido una opinión firme sobre las parejas comprometidas que se engañaban, e incluso todavía más fuertes sobre sus amantes. Ella no es una robahombres. Se sentía como una integrante orgullosa de una hermandad de mujeres que se cuidaban las espaldas las unas a las otras. Ahora está en la exacta posición que odiaba. La imagen de Blair leyendo sus conversaciones idílicas, mensaje tras mensaje, le hiela la sangre.

No es la primera vez que he escuchado una historia sobre reversión de papeles y juicios convertidos en justificaciones. Cuando se trata de infidelidad, como con casi cualquier cosa en la vida, los seres humanos cometemos aquello que los psicólogos sociales llaman el «sesgo actor-observador». Si tú engañas, es porque eres una persona egoísta, débil y que no merece confianza. Pero, si yo lo hago, es por la situación en la que me encuentro. Respecto a nosotros, nos concentramos en suavizar las circunstancias; respecto a otros, culpamos a las personas.

Nuestras definiciones de infidelidad son inseparables de las historias que nos contamos a nosotros mismos, y estas evolucionan con el tiempo. El amor naciente escucha, con un oído ansioso, que tiene una forma de evadir los límites y eludir los obstáculos. Cuando Ryan le dijo a Heather que ya no dormía en la misma cama que su esposa, ella fácilmente lo vio más divorciado que casado y se vio a ella misma como inocente. El amor despreciado escucha con un oído inclemente y atribuye intenciones nocivas a cada acción. Blair está convencida de que Ryan nunca tuvo la intención de cuidar sus emociones y que, probablemente, siempre la estuvo engañando.

El amor de ensueño de Heather ha recibido una paliza. Un momento se estaba imaginando embarazada de Ryan, sosteniendo las manos de sus adorados y recientes hijastros, todos de camino a visitar a sus padres. Ahora ella tendrá que conocerlos desde el humillante papel de la amante. Para los hijos, siempre será la mujer con quien su padre engañó a su madre. A pesar de sus honestas intenciones, Heather está manchada.

«Puede que sea un camino largo, pero estoy lista para el reto», me dice. Y, con el tiempo, su persistencia rinde frutos. Hoy, Ryan y ella están casados y tienen una buena conexión con sus padres e hijos. El verano que viene nacerá su primer bebé. Me pregunto cómo definirá ella la infidelidad ahora.

Referencias

  1. Del inglés dry dating, sin traducción literal pero que es una referencia a dry humping, una práctica sexual que consiste en frotarse los genitales con la ropa puesta y que suele ser realizada por personas que quieren erotizarse sin llegar a la penetración.