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Capítulo 4

¿POR QUÉ DUELE TANTO LA TRAICIÓN?

Una muerte por mil cortes

Solía pensar que sabía quién era yo, quién era él, y, de repente, no nos reconocía, ni a él ni a mí […] Mi vida entera, como la había llevado hasta este momento, se había derrumbado, como en esos terremotos en que el suelo se devora a sí mismo y desaparece bajo tus pies mientras estás escapando. No hay vuelta atrás.

Simone de Beauvoir, La mujer rota

«Fue como si toda mi vida hubiera sido borrada. Así de simple. Estaba tan devastada que de inmediato pedí la baja por enfermedad en el trabajo y me tomé el resto de la semana libre. Apenas si me podía sostener de pie. Olvidé comer, algo que significa mucho para mí.» Gillian me cuenta que, en sus más de cincuenta años, nunca había experimentado este tipo de dolor. «¿Cómo puede doler tanto si nadie murió?»

La revelación de un affaire puede hacerte sentir como si te arrancaran las tripas. Si realmente quieres destruir una relación o despedazar un corazón, la infidelidad es una apuesta segura. Es una traición en muchos niveles: engaño, abandono, rechazo, humillación, todas las cosas de las que, supuestamente, el amor nos protegería. Cuando la persona en la que confiabas es quien te ha mentido a la cara y te ha tratado como si no fueras digno del más básico respeto, se trastoca el mundo en el que pensabas que vivías. La historia de tu vida se fractura tanto que no puedes armarla de nuevo. «Dímelo otra vez —exiges—, ¿durante cuánto tiempo ha ocurrido esto?»

Ocho años. En el caso de Gillian, ese número funciona como dinamita. «¡Es una tercera parte de nuestro matrimonio!», dice atónita. Ella y Costa han estado juntos veinticinco años y han criado a dos hijos. Ella trabaja como abogada corporativa en una importante productora de música y está en la cima de su carrera. Costa, nacido y criado en la isla griega de Paros, es dueño de una compañía de seguridad en internet que ha tenido que capear la tormenta de la recesión económica. Gillian confirmó el prolongado romance de Costa con Amanda, su gerente de mercadotecnia.

«Tenía mis sospechas —admite—, y le había preguntado más de una vez, pero él lo negaba absoluta y persuasivamente. Y le creí.»

Entonces ella descubrió los correos y mensajes, la cuenta de Skype, los selfies y los recibos de la tarjeta de crédito que se podían rastrear atrás durante años y años.

«Me sentí llena de vergüenza y muy, muy estúpida. Fui tan ingenua, tan fácil de engañar que, en algún punto, él concluyó que yo lo sabía porque ¿quién podría ser tan tonta? Estoy en shock, y siento mucho enfado y muchos celos. Cuando el enfado desaparece, solo siento dolor. Desconfianza seguida por certezas que me aplastan. No tengo ninguna brújula para esto.»

El adulterio siempre ha dolido. Pero para los acólitos del amor moderno, parece que duele más que nunca. De hecho, la vorágine de emociones que se desatan al descubrirse una infidelidad son tan abrumadoras que muchos psicólogos contemporáneos han tomado prestadas las teorías del trauma para explicar los síntomas: pensamiento obsesivo, hipervigilancia, adormecimiento y disociación, ataques de ira inexplicables y pánico incontrolable. Tratar la infidelidad se ha convertido en una especialidad entre profesionales de la salud —incluyéndome—, en parte porque la experiencia es tan catastrófica que las parejas no pueden manejar la caída emocional por sí mismas y necesitan intervención si esperan salir adelante.

En el periodo inmediatamente posterior, las emociones no suelen desplegarse dentro de lo que podríamos considerar como apropiado. En vez de eso, muchos de mis pacientes describen el ir y venir de una rápida sucesión de emociones contradictorias. «¡Te quiero! ¡Te odio! ¡Abrázame! ¡No me toques! ¡Coge tus cosas y lárgate! ¡No me dejes! ¡Idiota! ¿Todavía me quieres? ¡Vete a la mierda! ¡Quiero irme a la mierda!» Semejante ataque de reacciones es normal, y lo más seguro es que dure algún tiempo.

Las parejas generalmente me buscan en medio de esta masacre. «Estamos afrontando una crisis marital enorme —me escribió Gillian en su primer correo electrónico—. A mi esposo también le duele mucho. Se siente devorado por la culpa, incluso cuando intenta consolarme. Queremos intentar seguir juntos si podemos.» Su recuento detallado terminó con una petición: «Espero fervientemente que nos puedas ayudar con esta horrible experiencia para que podamos llegar a un lugar mejor». Pretendo hacer todo lo que pueda para que avancen. Pero primero necesito ayudarles a saber dónde están.

Respuesta de emergencia

La revelación es un momento clave en la historia de una infidelidad y de un matrimonio. El shock del descubrimiento paraliza el cerebro reptiliano, disparando una respuesta instintiva: luchar, huir o congelarse. Algunos solo se quedan ahí, atolondrados; otros huyen lo más rápido posible, esperando escapar de la agitación y recuperar un poco la sensación de control de su vida. Cuando el sistema límbico ha sido activado, la supervivencia a corto plazo triunfa sobre las decisiones bien pensadas. A pesar de que es difícil hacerlo en esos momentos, con frecuencia les advierto a las parejas que separen sus emociones sobre la infidelidad de las decisiones respecto a la relación. Constantemente, sus respuestas impulsivas, que se supone deberían protegerlos, podrían destruir años de capital marital positivo en un instante. Como terapeuta, yo también debo ser muy cuidadosa respecto a mis reacciones. El drama de la infidelidad es una cornucopia de emociones: simpatía, envidia, curiosidad y compasión, pero también juicio, enojo y disgusto. Estar afectado emocionalmente es normal, pero las proyecciones son inútiles.

Divido la recuperación postinfidelidad en tres etapas: crisis, creación de significado y planeación del futuro. Gillian y Costa están en la etapa de crisis, y lo que no hagan durante esta etapa es tan crítico como lo que sí. Es un momento delicado que requiere de un contenedor seguro y libre de juicios para la intensidad emocional que está corriendo salvajemente dentro de cada uno y también entre ellos. En este punto, necesitan calma, claridad y estructura, igual que seguridad y esperanza. Después, en la etapa de creación de significado, habrá tiempo para profundizar en por qué la infidelidad ocurrió y qué papel tuvo cada quien en la historia. Y, finalmente, en la fase de planeación del futuro, nos preguntaremos lo que les espera tanto por separado como juntos. Por ahora, sin embargo, estamos realizando una intervención de emergencia. ¿Qué necesita atención urgente? ¿Alguien se encuentra en riesgo? Reputación, salud mental, seguridad, hijos, esperanza de vida y demás… Todo debe ser considerado.

Como primera respuesta, me reúno con la pareja, a veces, a diario. Habla tanto del aislamiento de la pareja moderna como del estigma de la infidelidad que la terapeuta sea la única persona que sepa tan pronto lo que está ocurriendo en esta etapa, la base firme que sostiene su colapso.

Hay muchas piezas en el aire: dos personas luchando con el hecho de que han estado viviendo en realidades diferentes y que solo una de ellas lo sabía. Pocos acontecimientos en la vida de una pareja, excepto quizá la muerte y la enfermedad, tienen una fuerza tan desastrosa. La terapeuta de parejas Michele Scheinkman enfatiza cuán importante es sostener una perspectiva doble que abarque las distintas experiencias de la pareja, algo que no es capaz de hacer por sí misma en este momento.

Hago esto en mis sesiones, así como en nuestra correspondencia. Los animo a escribir —en un diario, a mí, o el uno al otro— como una válvula de escape. Escribir un diario provee de un lugar seguro para purgarse, sin restricciones. Escribir cartas es un proceso más deliberado y revisado. Con frecuencia, las parejas necesitan orientación por separado para encontrar las palabras exactas. Algunas veces, las cartas son leídas en voz alta durante las sesiones. Otras veces las envían, con una copia para mí. Hay mucha intimidad en poder presenciar los intercambios epistolares que se dan entre estas almas heridas. Ofrece toda una ventana distinta hacia la relación que uno no podría ver solo desde el sillón.

Tal y como lo predije, Gillian y Costa me cuentan que han tenido algunas de sus conversaciones más profundas y honestas entre ellos desde que todo esto salió a la luz, a veces hasta altas horas de la noche. Su historia se muestra desnuda: expectativas sin resolver, enfado, amor y todo lo que existe en medio. Se escuchan. Durante esta encrucijada han llorado, han discutido y han hecho mucho el amor (es asombroso cómo el miedo a la pérdida puede reavivar el deseo). Como le gusta decir, a mi colega Terry Real, se encuentran de nuevo cara a cara: en la forma en que eran cuando se enamoraron por primera vez, antes de que se acomodaran en la alineación de hombro con hombro que es la vida diaria de una pareja.

Cada traición fue alguna vez una historia de amor

El descubrimiento de una infidelidad puede consumirnos, tanto que olvidamos que es solo un capítulo en la historia mucho más larga de una pareja. Sin importar cuánto tarde, el agudo trauma dará lugar al proceso de recuperación, tanto si la pareja sigue junta como si se separa. El shock tiene un efecto constrictivo, como un golpe en el estómago. Mi tarea es ayudar a las parejas a recuperar el aliento y recolocarse a sí mismas en un lugar donde puedan ver el panorama completo de su relación, más allá de los hechos inmediatos. Para comenzar, a veces incluso en la primera sesión, les pediré que compartan conmigo cómo se conocieron, su historia de origen.

Gillian se enamoró de Costa durante su último año de estudios para ser abogada. Él aparcó su motocicleta fuera de la librería y la invitó a dar un paseo. Ella quedó encantada por su audacia, su galantería y su calidez, todo envuelto en un exótico acento. Sorprendiéndose a sí misma, se embarcó en una relación.

Ella lo describe afectuosamente como «volcánico», sin temor al conflicto y a la confrontación, con un imperturbable entusiasmo por la vida. Ella se caracteriza a sí misma como conciliadora, tendiendo más al pragmatismo. «Costa me hizo bien —dice—, me animó a sacudirme mi seriedad típica de Nueva Inglaterra para ser más espontánea.»

Antes de Costa, ella se había comprometido con Craig, un maestro en administración de empresas salido de Wharton que estaba listo para hacerse cargo del negocio familiar. Pero ella se había sentido ambivalente durante mucho tiempo: «Craig amaba sentirse amado por mí más de lo que me amaba». Al final, ella rompió el compromiso porque «quería ser adorada».

Su hombre mediterráneo la adoraba y sabía cómo demostrarlo. Él estaba totalmente enamorado de esta poderosa, elegante e independiente mujer. «Me acababa de mudar a Estados Unidos, y ella era muy americana», explicó Costa. Ella era un marcado contraste respecto a las mujeres de su infancia, cuya fuerza constantemente se medía por cuán estoicamente soportaban el eterno maltrato de sus esposos mujeriegos.

Gillian aclara que siempre había sospechado que Craig, su exprometido, algún día la engañaría, debido al incondicional amor que se tenía a sí mismo. No era propio de él poner las necesidades de alguien por delante de las suyas. En el fondo de su decisión de estar con Costa descansaba la certeza de que él, por otro lado, nunca sería tan egoísta. Ella simplemente lo sabía. Se respaldaba en su devoción. ¿Cómo pudo haberse equivocado tanto?

Se casaron en la casa de la familia de Costa, en la isla griega de Paros: paredes blancas, marquesinas azules, techos de ladrillos rojos adornados con buganvillas rosadas. Mientras miraba a su madre impecablemente arreglada bailar feliz durante la danza syrtaki, la novia se sintió profundamente segura de su decisión de haber dejado al hombre con la licenciatura correcta y el pedigrí adecuado por el hombre que la adoraría para siempre. Reflejando los valores de libertad de su tiempo e ignorando las advertencias de sus padres, Gillian intercambió el modelo tradicional de matrimonio por su propio ideal.

Cuando el secreto de Costa salió a la luz, su desilusión fue completamente abrasadora. No solo era un ataque contra ella; era un ataque contra todo su sistema de creencias: la ruptura de algunas de sus suposiciones más firmes sobre la pareja actual. El matrimonio se ha convertido en un castillo mítico, diseñado para ser todo lo que queramos. La infidelidad lo demuele, dejándonos con la sensación de que no existe ningún lugar adonde agarrarse. Quizá esto funciona de la misma forma para explicar por qué la infidelidad moderna duele tanto. Es traumática.

El descubrimiento en la era digital

No importa si estábamos en la completa oscuridad o si estuvimos rastreando los residuos de la evidencia, nada nos prepara para la revelación. Después de años de rondar alrededor de la verdad, Gillian un día se dio cuenta de que Costa había dejado su ordenador en casa. «Tuve que mirarlo —dice—. Y entonces no pude parar de hacerlo.»

En lo que llama el «Día D», se sentó durante horas excavando la evidencia digital. Se sintió aplastada por las imágenes: cientos de fotos, correos intercambiados, deseos expresados… Los detalles vívidos de los ocho años de aventura de Costa se desenvolvían frente a sus ojos. Tan solo unas décadas atrás, ella podría haber encontrado un número de teléfono en el bolsillo de un traje, la marca de un lápiz labial en el cuello de una camisa o una caja de cartas polvorienta. Un vecino chismoso se lo pudo haber contado. Una vez atrapado, Costa le habría tenido que contar la historia como considerara conveniente, omitiendo detalles para protegerla a ella o protegerse a sí mismo. Hoy en día, como cortesía de la memoria tecnológica, es más probable que sea Gillian quien excave en los insoportables detalles del engaño de su esposo. Ella puede estudiar su propia humillación, memorizando páginas de dolorosa evidencia electrónica.

La traición en la era digital es la muerte por mil cortes. Los ve degustando ostras, riendo en Taos; ve a Amanda posando seductoramente. Aquí, una foto de ellos montados en su Yamaha, con Amanda usando el casco de Gillian; allá, un correo con un romántico itinerario en Grecia. Y por todos lados mensajes interminables detallando cada momento de la vida de Amanda.

Con todo y lo que Gillian ve, hay mucho más que imagina. A él besándola. El anillo de bodas en su dedo, su mano en sus pechos. Ella recuerda la forma en que Amanda lo miraba en la fiesta de Navidad del año pasado, y a ella misma desestimando esa mirada, «como una idiota». Recuerda cómo Amanda le hizo un cumplido por el mousse de chocolate que preparó la noche en que Costa la invitó a cenar a su casa, y a ella misma jugando a ser una buena anfitriona, «qué idiota». Ahora ella se pregunta: ¿estuvo la mano de Costa en su rodilla debajo de nuestra mesa del salón? ¿Se rieron de eso al día siguiente en el trabajo? Las imágenes corren una y otra vez, sin pausa, y apenas logra quitarse una de la cabeza, llega otra para tomar su lugar.

Creo que es seguro decir que la mayoría de los affaires de hoy en día son revelados a través de la tecnología. Los descubrimientos actuales han tomado un giro gráfico, ocasionalmente ocurriendo en tiempo real. Mientras que las excavaciones de Gillian en el ordenador de Costa fueron intencionales, para otros la tecnología entrega noticias no solicitadas. El iPad olvidado en casa hace que un esposo desprevenido sea testigo de la conversación que su esposa está teniendo con un amante que está yendo a ver. El monitor para el bebé inexplicablemente está transmitiendo un gemido, a pesar de que la mujer está sosteniendo a su bebé en los brazos cuando llega antes de lo esperado de su escapada de fin de semana. La cámara para los gatos, encargada de garantizar que sus mascotas estuvieran bien, le da a un hombre una ventana para mirar el encuentro entre su novia borracha y un extraño.

En las primeras horas de la celebración de Año Nuevo, Cooper estaba en la pista de baile de una discoteca en Berlín, cuando la pantalla de su teléfono se iluminó. Era una foto de su novia en una pista de baile en Nueva York, bailando pegada a un hombre. Un amigo suyo le envió la foto con el mensaje: «Oye, amigo, para que sepas, acabo de ver a Aimee besándose con un extraño».

Cualquiera puede ser un hacker estos días. Todos los años que Ang había visto porno, Sydney pensaba: «No es asunto mío». Pero, cuando él perdió por completo el interés en tener sexo con ella, decidió que ahora era su asunto. Una amiga suya le habló de un software de espionaje que podía usar para rastrear sus actividades en línea. «Me sentaba en mi mesa, mirando esos vídeos, sabiendo que él los estaba viendo al mismo tiempo, masturbándose durante horas sin cesar. Me volvió loca. Primero comencé a vestirme y actuar como esas chicas del porno, pensando que podía recuperarlo. Pero, al final, me sentí traicionada no solo por él, sino por mí misma.»

Ya no necesitas contratar a un detective privado; ahora tienes uno en tu bolsillo. Presionar accidentalmente el botón de «Enviar». «¿Por qué mi padre me está mandando una foto desnudo?» La llamada para concretar una cita sexual. «¿Qué es eso que suena como si alguien estuviera respirando fuertemente al fondo?» Esa «alerta por actividad inusual» del departamento de fraudes de Visa. «¡Nunca he ido a Montreal!»

Y en este desfile de denunciantes virtuales, no hay que olvidar las maravillas del GPS. Ha pasado un tiempo desde que César comenzó a sospechar que las largas horas que Andy pasaba en el gimnasio no estaban destinadas solo al área de pesas. «Para todo el tiempo que, supuestamente, se pasaba cargando pesas, ¡esperaba ver más músculos! Y sé que se sienta en la sauna, pero ¿cuánto tiempo puedes quedarte ahí antes de derretirte?» Ya que no podía seguir a Andy sin ser visto, siguió a su móvil. El punto azul en el mapa dejó el gimnasio después de apenas treinta minutos y se dirigió al centro de la ciudad.

Ya he mirado el amor por ambos lados

No solo nuestros gadgets nos permiten enterarnos de cosas, sino que preservan un registro digital. «Se ha convertido en una obsesión, casi patológica —me cuenta Gillian—. Sigo leyendo los correos, intento extraerles sentido. Cientos de mensajes enviados entre ellos en un solo día (de siete de la mañana a media noche). El affaire estuvo presente todo el tiempo, durante la mitad de nuestra vida. ¿Qué estaba haciendo yo cuando él escribió eso? A las 9.12 de la noche del 5 de agosto de 2009, estábamos celebrando mi cumpleaños número cincuenta y uno. ¿Acaso él corrió al baño para escribirle a ella justo antes de que cantáramos “Feliz cumpleaños”, o fue después?»

La infidelidad es un ataque directo a una de nuestras más importantes estructuras psíquicas: nuestra memoria del pasado. No solo secuestra las esperanzas y los planes de una pareja; también alza un signo de interrogación sobre su historia. Si no podemos mirar atrás con ninguna certeza y no sabemos lo que ocurrirá mañana, ¿dónde nos deja eso? El psicólogo Peter Fraenkel enfatiza cómo la pareja traicionada está «rígidamente bloqueada en el presente, abrumada por la incesante progresión de datos inquietantes sobre el affaire».

Estamos dispuestos a aceptar que el futuro es impredecible, pero esperamos que nuestro pasado sea fiable. Traicionados por aquellos a quienes amamos, sufrimos la pérdida de una narrativa coherente, la «estructura interna que nos ayuda a predecir y regular futuras acciones y sentimientos [creando] una sensación estable de nosotros mismos», como lo define la psiquiatra Anna Fels, en un artículo donde describe los efectos corrosivos de todos los tipos de traiciones relacionales; «quizá robarle a alguien su historia es la mayor traición de todas», reflexiona.

En el impulso obsesivo de desenraizar cada faceta de una infidelidad, se encuentra la necesidad existencial de renovar el tapiz de la propia vida. Somos criaturas que crean sentido y se apoyan en la coherencia. Las interrogaciones, los flashbacks, el pensamiento circular y la hipervigilancia son manifestaciones de una destrozada narrativa de vida intentando armarse de nuevo.

«Me siento tan rota —me dice Gillian—. Mi mente va de un lado al otro, navegando por la línea del tiempo, ajustando mis recuerdos y acomodando toda la nueva información de modo que empiece a coincidir con la realidad.»

Anna Fels usa la imagen de una pantalla doble donde las personas están constantemente revisando la vida que recuerdan en un lado y su nueva versión en el otro. Una sensación de alienación crece por dentro. No es solo que se sientan separadas de su pareja; también se sienten separadas de sí mismas.

La crisis de la verdad es capturada con exactitud en la película Love Actually. Karen, interpretada por Emma Thompson, se retira a su cuarto para digerir el hecho de que el collar de oro que vio a su esposo comprar no estaba en el regalo de Navidad que acababa de abrir. Su regalo fue un disco de Joni Mitchell, que escuchamos sonar mientras la escena avanza hacia su secretaria joven, en lencería sexy, colocándose el collar, y entonces de regreso hacia Karen, que llora, mientras mira en retrospectiva la vida que tenía, una que se muestra en las fotos familiares que están en su dormitorio. Joni canta: «Son las ilusiones del amor las que recuerdo/realmente no conozco el amor».

Las pantallas duales de Gillian tienen, frecuentemente, rayos equis. «Nuestro sexo contra su sexo. Mi cuerpo; su cuerpo. Esas manos que amo, acariciando las de otra; esos labios besando los de ella. Él dentro de ella, susurrándole con su irresistible voz lo sensual que es. ¿Tenían posiciones favoritas? ¿Era mejor que nuestro sexo? ¿Alternaba días entre ella y yo?»

Su matrimonio y sus recuerdos han sido infiltrados. Alguna vez fueron una fuente de confort y seguridad; ahora la llenan de persistente incertidumbre. Incluso los tiempos felices ya no pueden ser recordados con afecto: todos se han manchado. Costa insiste en que, cuando estaba con Gillian y sus hijos, él estaba completamente presente —física, emocionalmente completo—. Su vida juntos no fue falsa, asegura. Pero para ella esa vida se percibe «como un espejo distorsionado».

Costa responde pacientemente sus preguntas y las conversaciones le ayudan a ella a reconstruir su cronología completa. Él ha tratado de consolarla. Le ha expresado su arrepentimiento múltiples veces. ¿Acaso va a vivir en el purgatorio por siempre? ¿Será culpable hasta que muera? Desde su perspectiva, las cosas están claras. «Quiero reconstruir contigo, no discutir las mismas cosas una y otra vez.» Le he explicado que la repetición ayuda a restaurar la coherencia y es intrínseca al proceso de sanar; aun así, mientras los días se convierten en semanas, él se siente cada vez más frustrado. Y también lo hace Gillian.

«Me ruega que deje el pasado atrás y siga adelante —me cuenta—, pero eso solo me hace sentir que está minimizando mi dolor. Me sigo sintiendo como si estuviera encima de un molino de agua. Salgo por el aire y miro el futuro, y entonces soy arrastrada de nuevo hacia el agua y pienso que me voy a morir si no regreso a la superficie de nuevo».

Desafortunadamente para los adúlteros arrepentidos, el corazón roto tarda mucho en curarse. «¡Piensas que porque te has hecho responsable, disculpado y rezado diez avemarías ya pusiste de tu parte! —dice ella—. Puedo ver cómo funciona para ti, pero no lo hace para mí. Necesito escucharlo otra vez.» Esta es una situación en la que se encuentran muchas parejas y le explico a Costa que, en la fase de crisis, es de esperar. Gillian no lo está haciendo para molestarlo. «Tú has conocido esta historia durante ocho años; ella apenas acaba de descubrirla. Y le falta mucho más por conocer.» Si ella le sigue interrogando incesantemente dentro de tres años, entonces será un problema.

Infidelidad: la ladrona de identidades

Para Gillian, como para muchas otras personas, la infidelidad no es solo una pérdida de amor: es una pérdida de sí misma. «Soy ahora miembro del club de las esposas cornudas —le dice a Costa—. Esto es inalterable y será cierto por el resto de mi vida, sin importar qué suceda. me convertiste en esta persona. Ya no sé quién soy.»

Cuando el amor se vuelve plural, el hechizo de la unicidad se rompe. Para algunos, la disolución es más de lo que su matrimonio puede soportar. Costa y Gillian quieren encontrar la forma de seguir juntos, pero cada uno teme que, si su amor sobrevive, se mantendrá contaminado para siempre.

«Te quiero; siempre has sido tú —le asegura Costa—. Amanda es algo que pasó. Lo hubiera terminado después de un año, pero entonces su hija se enfermó y me sentí culpable. Sé que quizá no me creas, pero tú eres el amor de mi vida y eso no ha cambiado.» En efecto, ¿por qué habría de creerle cuando ahora sabe que durante ocho años él ha dormido junto a ella cada noche y por la mañana se ha despertado a escribirle a Amanda «Buenos días, mi amor». Y, aun así, ¿ella quiere creerle?

La sensación de aniquilación que Gillian describe es una historia que escucho todo el tiempo en parejas modernas y occidentales, pero no es la misma en todos lados. Querríamos pensar que el dolor es dolor: democrático y universal. En la práctica, un marco cultural entero moldea la forma en que le damos sentido a nuestras rupturas del corazón. En mis conversaciones con un grupo de mujeres senegalesas, muchas de las cuales habían sido engañadas por sus esposos, ninguna habló de haber perdido su identidad entera. Describieron noches sin dormir, celos, llanto sin control, desplantes de ira. Pero, desde su perspectiva, los esposos engañan porque «eso es lo que hacen los hombres», no porque las esposas fueran misteriosamente inadecuadas. Irónicamente, su creencia sobre los hombres remarca su opresión actual, pero protege su sentido de identidad. Gillian podrá estar socialmente más emancipada, pero su identidad y su autoestima han sido hipotecadas por el amor romántico. Cuando el amor cobra sus deudas, puede ser un prestamista despiadado.

Mis amigas senegalesas toman mucho de su identidad y sentimiento de pertenencia de su comunidad. Históricamente, la mayoría de las personas ha anclado la sensación de su valor en el sometimiento a los valores y expectativas de la religión y la jerarquía familiar. Pero, dada la ausencia de las viejas instituciones, estamos ahora encargados de hacer y mantener nuestra propia identidad, y las cargas de ser uno mismo nunca habían sido tan pesadas. Por lo tanto, estamos constantemente negociando nuestra sensación de valía. La socióloga Eva Illouz señala astutamente que «el único lugar donde puedes esperar que termine la evaluación es el amor. En el amor, te conviertes en el ganador del concurso, el primero y único». No es de sorprender que la infidelidad nos arroje hacia un pozo de desconfianza en uno mismo y de confusión existencial.

Tanto hombres como mujeres afirman este relato. Por supuesto, hay diferencias en lo que subrayan; la conversación sobre la infidelidad trae implícitos los sesgos de género. Quizá las lágrimas de los hombres han sido suprimidas porque siempre se les ha otorgado más permiso para buscar y presumir de sus conquistas. Es más probable que los hombres que fueron engañados por sus esposas expresen más enojo o vergüenza que tristeza. Se les ha permitido lamentarse por la pérdida de prestigio, no por la de sí mismos. Sabemos mucho más de mujeres heridas y hombres infieles que de hombres heridos y mujeres infieles. Pero mientras las mujeres están nivelando el campo de juego de la infidelidad y se está volviendo culturalmente más aceptable que los hombres expresen sus emociones, escucho a más y más hombres que han sido cegados por la traición y le están dando voz a la pérdida de su identidad.

«El mundo como lo conocía se terminó», me escribió Vijay. Siendo el gerente de una charcutería, indio-inglés de cuarenta y siete años, con dos hijos, acaba de descubrir un correo que su esposa, Patti, le había enviado a su mejor amiga con una serie de mensajes entre ella y su amante. «Sentí como si estuviera cayendo por el espacio oscuro, sin gravedad. Desesperadamente, intenté aferrarme a algo. Pero ella cambió casi de inmediato. Yo también. Ella parecía fría, derrotada. Lloró, pero no parecía que lo hiciera por nosotros.»

La voz de Milan se rompe mientras me cuenta: «Me enamoré mucho. Realmente creí en un futuro con Stefano y se lo di todo. Y entonces, él me abandonó por completo, sexualmente. Se hizo adicto a la metanfetamina y se enamoró de algún niño. Llegué a casa y estaban teniendo sexo en nuestra cama. Y él solo me ignoró, fingiendo que yo era su compañero de piso. Esto siguió durante meses. Me sentía muy humillado, pero no podía irme. Como hombre gay, se supone que no tendría que sentirme celoso: solo era sexo, después de todo. Lo necesitaba. Sentía mucho desprecio hacia mí mismo por permitirle tratarme de esta forma. Apenas si me puedo reconocer».

¡No soy ese hombre!

La crisis de identidad no está solo reservada para la persona a quien le fueron infiel. Cuando el velo de un secreto es levantado, el shock no es solo para quien descubre el romance, sino para quien estuvo involucrado. Mirando su comportamiento con los ojos del agraviado, el protagonista del affaire afronta una imagen de sí mismo en la que apenas si se reconoce.

Costa está teniendo su propia crisis. Confrontado por el insoportable dolor de Gillian, él se ha dado cuenta de la realidad de lo que hizo y lo que le hizo a ella. La división entre su vida pública y su vida secreta se ha derrumbado.

En nuestras conversaciones privadas, él lucha para estar en paz con sus propias piezas dispares. Nunca ha ido a terapia, desconfía de los «presuntos expertos» y no espera que le tengan mucha simpatía. Le hago saber que no soy la policía moral. «Aunque tuviste un largo romance, no voy a pretender que sé quién eres. Estoy aquí para ayudar, no para juzgar.»

Costa tiene que reconocer la discrepancia entre su autoimagen y sus acciones. Desde que era niño, se prometió a sí mismo que nunca actuaría como su padre mujeriego y dominante, que había tratado a su madre con desprecio. Costa siempre se ha visto a sí mismo como un hombre con principios, de moral íntegra y en profunda sintonía con el dolor de la mujer cuyo amor ha sido profanado.

«No soy ese hombre» fue el pilar alrededor del que organizó su identidad entera (y con el que se ganó el corazón de Gillian). Pero también es la frase que usó para disuadir a Gillian de sus sospechas durante años. Determinado a estar a la altura de esta identidad «soymejor-que-mi-padre», Costa se volvió un hombre rígido y rápido para juzgar. Inconscientemente, él creyó que su absolutismo le ayudaría a mantener su herencia paterna a raya, pero, en un giro del destino, lo encaminó a actuar exactamente de la misma forma que siempre esperó evitar. «Sentí cómo mi vida fue aplastada. Me estaba convirtiendo en un autómata. Estaba comprometido, atado, rígido y formal, como si tuviera un palo en el culo.» Él describe cómo comenzó a sentirse irrelevante, luchando por su negocio y con la brecha salarial entre él y su pareja creciendo constantemente. Gillian estaba ocupada con el resto del mundo. «¡Y entonces, cuando comenzó a hablar de planes de jubilación y cuidados a largo plazo, sentí como si me estuviera enterrando vivo!» Aquí entra Amanda, quien le ofreció una forma de «soltarse y reconectarse con la pasión».

Costa me asegura que nunca ha dejado de amar a su esposa y que no tiene intención de dejarla. Quiso terminar con Amanda muchas veces, pero se sentía responsable de ella, sobre todo cuando parecía que ella afrontaba una crisis tras otra. El niño sensible que había presenciado las humillaciones de su madre se convirtió en el hombre que no pudo dejar a una damisela en apuros, una debilidad que su amante detectó pronto y supo aprovechar con maestría. Además, él está convencido de que, como ha cambiado tanto —está menos deprimido y dejó de lamentarse en casa—, su matrimonio también lo ha hecho para mejor (sé que Gillian está de acuerdo con esta declaración, pero rechaza sus justificaciones). Él parece pensar que, como no salió públicamente a la calle con su amante, como lo hizo su padre, sus principios se mantienen intactos. Sus políticas personales han creado un punto ciego. Solo ahora, bajo la dura luz de la voluminosa evidencia, puede ver cuánto estiró sus racionalizaciones. «¿Son realmente el dolor y la humillación de Gillian tan diferentes de los de tu madre?», le pregunto.

Consciente de su necesidad de recalibrar su personalidad con sus nuevos descubrimientos, le ayudo a analizar lo que el amorío significó para él y lo que representa en el contexto total de su vida. Mientras se desarrolla el proceso, nuestro Romeo arrepentido siente urgencia por compartir sus nuevas ideas con su esposa. Le advierto que esa conversación todavía es prematura. El enfado de ella toma preferencia sobre el análisis. Seguimos en la fase de crisis, y, en esta fase, la compasión va hacia ella. Solo cuando la persona traicionada se sienta emocionalmente lista, él o ella podrá escuchar las explicaciones sin escucharlas como justificaciones. Es muy pronto para esperar que Gillian vea el punto de vista de Costa y mucho más aún como para considerar el papel que ella haya tenido.

Por ahora, él necesita escuchar. Esto va a costarle trabajo, porque está tan concentrado en preservar una imagen de sí mismo como algo diferente a un «depravado» (como él dice) que se siente obligado a justificarse a sí mismo y sus acciones. Puede ver lo mal que ella se siente, pero eso lo hace sentir mal consigo mismo (vergüenza), lo que le impide sentirse mal por ella (culpa).

El giro de la vergüenza a la culpa es crucial. La vergüenza es un estado de autoabsorción, mientras que la culpa es una respuesta empática y relacional, inspirada en el daño que pudiste haberle causado a alguien más. Sabemos, por el trauma, que la sanación comienza cuando los perpetradores reconocen lo que hicieron mal. Con frecuencia, cuando un miembro de la pareja insiste en que no se siente reconocido, incluso si quien hizo el daño insiste en que se siente fatal, es porque la respuesta sigue siendo más de vergüenza que de culpa y, por lo tanto, está centrada en uno mismo. En el periodo posterior a la traición, la culpa auténtica que da lugar al arrepentimiento es una herramienta de reparación esencial. Una disculpa sincera evidencia preocupación y compromiso hacia la relación, el compartir la carga del sufrimiento y la restauración del equilibrio del poder.

Sé que no será fácil para Costa. Si has engañado a alguien, es duro ver el sufrimiento que has causado y darle a tu pareja el tiempo y el espacio para que realmente viva su duelo, sabiendo que tú eres la causa. Pero eso es exactamente lo que ella necesita. «Si quieres ayudar a Gillian a sentirse mejor —le digo a Costa—, primero necesitas hacerle saber que te sientes mal.» Darle espacio a su dolor es importante, como también lo es consolarla físicamente. Costa está haciendo mucho ambas cosas. Obviamente, es más fácil para él responder empáticamente cuando su esposa está triste que cuando ella se lanza al ataque. Dicho esto, arremeter es inevitable, al menos durante un tiempo. El tiempo ya le irá dando calma. Mientras tanto, la actitud de empatía constante será la que la ayudará a que su enojo disminuya gradualmente.

Costa hace un gran esfuerzo por estar disponible para su angustia. Le dice una y otra vez que la ama. Gillian se tranquiliza un rato: una hora, a veces dos o más, de vez en cuando un día entero. Ella le cree, por supuesto; es su esposo. Pero, entonces, ¡bum!, recuerda: «Antes le creía y mira adónde me llevó eso».

Sus sospechas aumentan otra vez. Esta vez, ella no va a cerrar los ojos y fingir que nada sucede, así que comienza a buscar más información. Él ha renunciado a su derecho a la privacidad. ¿Quién es esa mujer a la que le dio «Me gusta» en Instagram? ¿Qué estuvo haciendo su dentista durante tres horas? ¿Habría tenido una cita? La llamará y lo descubrirá por sí misma. Miedo e ira se combinan y ella explota. Sin perdonar nada, va tras su familia, su cultura, sus genes y, por supuesto, Amanda. Es temporada de caza.

«¡Mentiroso! ¡Infiel!» Gillian ha llevado a Costa a su límite. Él está dispuesto a tomar responsabilidad, pero de ninguna forma dejará que ese sea el veredicto final de su identidad. «He sido infiel una vez y he mentido muchas veces sobre *una cosa —*insiste—, pero no soy un mujeriego o un mentiroso.» Su dolor le refleja una imagen de sí mismo que no puede tolerar, así que se enfurece. Mientras ella continúe sintiéndose mal, se confirma que él es malo. La tensión crece. «¡No soy ese hombre! No le permitiré que ni ella, ni la aventura, ni nada más me defina.»

Decido enfrentarme a él. «Escucho tu conflicto y veo tu consciencia. Pero, si consideras la duplicidad con la que viviste año tras año, estás más cerca de ser “ese hombre” de lo que quieres admitir.»

Actos de reparación

Las primeras etapas de la terapia postinfidelidad son altamente volátiles, por decir algo. Un solo comentario puede derrumbar semanas de cuidadosa reconstrucción. La pareja se encuentra al límite, observándose, temerosa del siguiente golpe emocional. Como escribe Maria Popova, «la danza del enfado y el perdón, ejecutada bajo el incontrolable ritmo de la confianza es, quizá, la más difícil de toda la vida humana, así como una de las más antiguas».

Durante la fase de crisis, la responsabilidad de reparación la tiene principalmente aquel que fue infiel. Además de expresar arrepentimiento y ser receptivo al dolor de su pareja, él o ella pueden hacer otras cosas importantes.

Janis Abrahms Spring identifica uno de estos pasos como la «transferencia de vigilancia». Esencialmente, significa que aquel que ha actuado fuera de la relación toma el papel de recordar y sostener la consciencia del affaire. Típicamente, la pareja que ha sido traicionada se siente obligada a hacer preguntas, a obsesionarse, a asegurarse de que este hecho terrible no sea barrido bajo la alfombra. La persona infiel, generalmente, experimenta mucha urgencia por dejar el desagradable episodio atrás.

Al invertir estas posiciones, cambiamos la dinámica. La vigilancia rara vez da a luz a la confianza. Si Costa recuerda el romance, entonces alivia a Gillian de ser la que tenga que asegurarse de que no sea olvidado. Si es él quien lo trae a la conversación, entonces comunica que no está intentando esconderlo o minimizarlo. Si él otorga la información de forma voluntaria, entonces la libera de reanudar constantemente la conversación. Una vez, Amanda lo llamó. Se lo dijo a Gillian de inmediato, desactivando cualquier fuente potencial de desconfianza. Otra vez, mientras estaban en un restaurante, él percibió que Gillian se estaba preguntando si alguna vez había estado ahí con Amanda. No se esperó a que preguntara; él se lo contó y se aseguró de que ella se sintiera cómoda estando ahí. Todo esto, demostrado abundantemente, ayuda a recuperar la confianza y le hace sentir a ella que se encuentran en el mismo lado.

Por su parte, Gillian necesita comenzar a frenar sus ataques de ira, no porque sean injustificados, sino porque no le darán lo que realmente está buscando. El enfado puede hacerla sentir más poderosa temporalmente. Sin embargo, el psicólogo Steven Stosny observa que «si la pérdida de poder fuera el problema tras la traición, el enfado sería la solución. Pero el dolor en la traición poco tiene que ver con la pérdida de poder. Percibir que perdiste valor es lo que causa tu dolor: sentirte menos amado».

Al revelarse una traición, tenemos que encontrar maneras de restaurar nuestro propio sentido de valía, separar nuestras emociones respecto a nosotros mismos de la forma en que la otra persona nos ha hecho sentir. Cuando parece que todo tu ser ha sido secuestrado y tu autodefinición descansa en las manos de la persona que le hizo eso, es importante recordar que existen otras partes que conforman quien eres.

No eres una persona rechazada, aunque parte de ti lo haya sido. No eres una víctima, aunque parte de ti haya sido abusada. También eres amada, valorada, honrada y querida por otros e, incluso, por tu pareja infiel, aunque no te sientas así en este momento. Al darse cuenta de que se había desconectado completamente de sus amigos cuando fundió su vida entera con la del novio que la había abandonado, una mujer hizo una lista de cinco personas que necesitaba traer de vuelta a su vida. Emprendió un viaje por carretera durante dos semanas, reavivando las amistades y reclamando las partes de sí misma que cada uno de ellos había valorado; haciendo esto, separó la herida de su propia esencia.

Viktor Frankl, superviviente del Holocausto, destila una profunda verdad: «Todo le puede ser arrebatado al hombre, excepto una cosa, la última de las libertades humanas: elegir la actitud que se tendrá frente a cualquier grupo de circunstancias, elegir el propio camino».

Arréglate, incluso si no tienes ganas. Deja que tus amigos te cocinen una suculenta cena. Apúntate a esa clase de pintura que has querido tomar desde hace tanto tiempo. Haz cosas para cuidarte a ti mismo, que te hagan sentir bien, que contrarresten la humillación y tu urgencia por esconderte. Muchas personas sienten demasiada vergüenza para hacer estas cosas cuando han sido abandonadas, pero es exactamente lo que les animo a que hagan.

Gillian necesita encontrar su propia forma de reclamar su valor. La contricción de Costa no es suficiente para mitigar ese dolor. Expresar culpa y empatía es crucial para la herida, pero es insuficiente para curar el daño al sentido de la propia valía. Costa puede ayudar resistiendo el enfocarse demasiado en sí mismo y, en vez de eso, reafirmando la importancia y centralidad que ella tiene en su vida. Conforme él pone a un lado sus preocupaciones sobre sí mismo, se pone en marcha para volverse a ganar a la chica que se montó detrás en su motocicleta hace tantos años y por la que hizo un trato con el dios del amor. Cuando le dice de forma concreta: «Eres tú con quien quiero estar. Siempre has sido tú», él comienza el proceso de reasignarle su valor, su presencia adorada. Por primera vez, ella comienza a creer que no solo se está quedando por una cuestión de principios. La está eligiendo.

Dos minutos después, el teléfono de Costa suena. Veo un destello de sospecha en los ojos de Gillian y ella retrocede. Otro detonante, otra pregunta. Aquí estamos, en las trincheras de la sanación romántica. Y aquí estaremos por algún tiempo.