Capítulo 5
LA TIENDA DE LOS HORRORES
¿Hay infidelidades que duelen más que otras?
Son una cosa rara, en efecto, esas palabras, «dos o tres veces», nada más que unas pocas palabras, palabras murmuradas al aire, a la distancia, que pueden lacerar tanto el corazón de un hombre, como si de verdad lo hubieran perforado, que pueden enfermar tanto a un hombre, como si fuera un veneno que hubiera tomado.
Marcel Proust, Por el camino de Swann
¿Hay affaires que son «peores» que otros? ¿Acaso algunos tipos de infidelidad duelen menos y es más fácil recuperarse de ellos? Por mucho que he intentado identificar patrones en la interacción entre acción y reacción, todavía no he encontrado una correspondencia clara entre la severidad de la ofensa y la intensidad de la respuesta.
Es tentador intentar organizar los distintos tipos de amoríos de acuerdo con una jerarquía de la transgresión, donde masturbarse viendo porno es una infracción menor y es significativamente menos grave que recibir un masaje con final feliz, que, a su vez, es preferible a tener sexo penetrativo con una prostituta rusa, lo que sigue siendo menos grave que descubrir a tu novia en la cama con un amigo tuyo o darse cuenta de que tu esposo tiene un hijo de cuatro años viviendo a cuatro manzanas de distancia. Ciertamente, no todas las agresiones se crean igual. Sin embargo, por muy atractivo que sea crear una jerarquía de traiciones, no es especialmente útil medir la legitimidad de la reacción por la magnitud de la ofensa.
Cuando recorremos el paisaje del sufrimiento romántico, se encuentran en juego un sinfín de consideraciones que giran el volante de la historia de un individuo o una pareja, de un lado al otro. El shock llega en varios grados. Incluso después de décadas en este trabajo, todavía no puedo predecir lo que las personas harán cuando descubran una infidelidad. De hecho, muchas me han contado que su respuesta es muy diferente a la que ellas mismas hubieran predicho.
El impacto de un affaire no es necesariamente proporcional a su duración o gravedad. Algunas relaciones colapsarán a partir del descubrimiento de un encuentro fugaz. En un momento de intimidad desprevenida, una mujer le habló a su esposo sobre un breve desliz extramarital que ocurrió décadas atrás. Quedó estupefacta cuando él terminó abruptamente su matrimonio de treinta años. Otras exhibirán una sorprendentemente robusta capacidad para levantarse después de una traición prolongada. Es impresionante cómo algunas personas apenas reaccionan ante revelaciones que podrían cambiar su vida, mientras que otras responden con gran alarma a unos meros ojos desviados. Incluso he visto a personas devastadas por saber que su pareja fantaseaba con alguien más o que se masturbaba viendo porno, mientras que otras aceptan con filosofía los incontables encuentros con los que acompañaron viajes de negocios a lugares lejanos.
En el enredado relato de la infidelidad, cada detalle importa. Como terapeuta, necesito especificidades emocionales. La investigadora Brené Brown explica que, en el despertar de un hecho traumático, «nuestras emociones se canalizan para que el dolor tenga sentido». Algunas cosas inflamarán el corazón roto («¿Hizo qué?») y otras serán marcadoras de alivio («Al menos no hizo eso»). Tomando prestados términos de la emprendedora en salud sexual Alexandra Drane, algunas son magnificadoras: elementos particulares que incrementan el sufrimiento. Otras serán amortiguadoras: escudos protectores contra el dolor.
La forma en que la infidelidad te afecte y cómo respondas a ella tiene mucho que ver con tus propias expectativas, sensibilidades e historia, como también está relacionada con lo ofensivo en el comportamiento de tu pareja. Género, cultura, clase, raza y orientación sexual enmarcan la experiencia de la infidelidad y le dan forma al dolor.
Un «magnificador» puede ser una circunstancia. Embarazo, dependencia económica, desempleo, problemas de salud, estatus migratorio y un sinfín de otras condiciones de vida que pueden ser agregadas al peso de la traición. Nuestra historia familiar es uno de los principales amplificadores: las aventuras y otras rupturas de confianza con las que crecimos o con las que sufrimos en relaciones pasadas nos pueden dejar más susceptibles. La infidelidad siempre toma un lugar dentro de una red de conexiones, y su historia suele comenzar mucho antes de la grave herida. Para algunos, confirma un miedo profundo: «No es que él ya no me quiera; es que ya no me siento digna de amor». Para otros, quiebra la imagen que tenían de su pareja: «Te elegí porque estaba seguro de que no eras ese tipo de persona».
Los amortiguadores incluyen una fuerte red de amigos y familia que puedan proveer paciencia y un espacio seguro para la complejidad de la situación. Un desarrollado sentido de uno mismo o de una fe espiritual o religiosa también puede mitigar el impacto. La calidad que la relación tenía antes de la crisis siempre desempeña un papel importante. Y si uno siente que tiene opciones —propiedades, ahorros, oportunidades de trabajo, posibles citas—, no solo se atenúa la vulnerabilidad, sino que se le da a uno espacio para maniobrar por dentro y por fuera. Analizar los puntos dolorosos de la traición ayuda a identificar las oportunidades para hacernos más fuertes que nos ofrecen los amortiguadores.
En mis primeras reuniones con las víctimas de la infidelidad, escaneo las heridas hasta que identifico su característica emocional específica, localizando los magnificadores y creando estrategias para los amortiguadores. ¿Dónde duele más? ¿Qué retorció el cuchillo? ¿El desprecio, la deslealtad, el abandono, la ruptura de la confianza, las mentiras, la humillación? ¿Sientes pérdida o rechazo? ¿Desilusión o culpa? ¿Alivio, resignación o indignación? ¿Cuál es la emoción particular o constelación de emociones alrededor de las que giras?
De todas las personas, ¿por qué él?
Algunas personas son capaces de expresar sus emociones de inmediato. Su vocabulario emocional les permite reconocer, nombrar y apropiarse de las especificidades de su sufrimiento. Pero también me encuentro a muchas que han entrado en crisis sin haber identificado nunca sus dolorosos puntos emocionales. Han vivido acechados por sentimientos sin nombre, que no son menos poderosos por ser anónimos. «Eres la segunda persona a la que alguna vez le he contado mi historia —me escribe un joven llamado Kevin, después de contactar conmigo en Facebook—. Han pasado diez años. Quizá escribir todo esto sea mi propia forma de terapia.»
Para Kevin, un programador de veintiséis años que vive en Seattle, lo que dolió más no fue que su primer amor lo engañó: fue con quién lo hizo. Años de cargar la vergüenza de «no tener idea» han dejado a Kevin con severos problemas de confianza. Él conoció a Taylor cuando tenía dieciséis: ella era una hermosa estudiante a quien regaló su virginidad y a la que le otorgó la mayor parte de su atención durante la secundaria. Kevin presentó a Taylor a su hermano mayor, Hunter, y los tres se volvieron inseparables.
Al principio, cuando Taylor terminó la relación, cogió a Kevin por sorpresa. Estaba «dañado, pero sin el corazón roto». Extrañamente, Taylor y Hunter seguían saliendo juntos. «Incluso mi madre preguntó si me parecía bien. Pero confiaba en él tan incondicionalmente que, cuando me dijo que estaban estudiando, le creí. No podía imaginar que él, de entre todas las personas, pudiera traicionarme.»
Mirando atrás, se pregunta: «¿Cómo pude no verlo?». Pero la naturaleza humana se aferra a nuestro sentido de la realidad, para resistir su ruptura incluso ante el rostro de la evidencia irrefutable. Le aseguro que su «despiste» no es nada de que avergonzarse. Este tipo de evasión no es un acto de idiotez, sino uno de autopreservación. De hecho, es un sofisticado mecanismo de autoprotección conocido como negación del trauma: una forma de autoengaño que empleamos cuando hay mucho en juego o tenemos mucho que perder. La mente necesita coherencia, así que desecha las inconsistencias que amenazan la estructura de nuestra vida. Esto se vuelve más pronunciado cuando somos traicionados por aquellos a quienes nos sentimos más cercanos y de quienes dependemos: un testamento de las distancias que somos capaces de recorrer para preservar nuestras relaciones, sin importar cuán tensas puedan ser.
Finalmente, un día un compañero de la escuela le dijo a Kevin, abruptamente: «¿Te das cuenta de que tu hermano se está acostando con Taylor?». «No tenía sentido», recuerda Kevin, a pesar de que unos minutos después se fue a un lugar tranquilo y llamó a su hermano para preguntarle si era verdad. «Él sabía que se había equivocado y se disculpó profusamente. Recuerdo llorar durante horas, con mi cabeza enterrada en una almohada azul. Las cosas entre mi hermano y yo habían cambiado para siempre.»
En su texto, pude escuchar la voz de su «yo» de dieciséis años. Su historia está congelada en el tiempo, con vívidos detalles: la hora del día, el nombre del chico que le contó la humillante verdad, los minutos que esperó antes de que su hermano respondiera el teléfono, el color de la almohada en la que lloró. Los psicólogos se refieren a esto como recuerdos pantalla, cuando nos obsesionamos con detalles específicos para ocultar los aspectos más emocionalmente perturbadores de la experiencia, haciendo del trauma algo más tolerable.
En el siguiente correo de Kevin, puedo escuchar el alivio mientras comienza a entender por qué puede ver la almohada sobre la que lloró con más claridad que el rostro de Taylor. La profundidad de la traición va de la mano con la profundidad de la relación. Para muchos, la traición de un amigo es mucho más honda que la de su pareja. La traición de Taylor dolió, pero la de Hunter llegó con más profundidad. Cuando se trata de alguien dentro del propio círculo social, un miembro de la propia familia (en todas sus combinaciones intergeneracionales) o una persona en quien hayamos depositado la confianza (niñera, maestra, sacerdote, vecino, doctora), la ruptura es exponencial. ¿A qué le damos la vuelta? He escuchado más de una historia donde el amante resultó ser el amigo y confidente. Cuantas más sinapsis de coherencia se partan, más enloquecidas se sentirán las personas y más tiempo tardarán en recuperarse.
Durante años, Kevin se quedó bloqueado en la humillación y la vergüenza de su «estupidez». Como resultado, no podía confiar en sus propias percepciones. «Cada vez que ligaba o salía con una chica, constantemente pensaba “Debe de haber alguien más en la ecuación”.» Entender que el problema no fue un error al captar las señales, sino la grave falta de su hermano para honrar su confianza, fue fundamental para Kevin. Él está trabajando en su relación con Hunter. Y ha descubierto una nueva compasión por la versión joven de sí mismo, lo que le permite no aislarse inmediatamente cuando las cosas se ponen más serias con una mujer que le gusta.
De la sospecha a la certeza
La certeza es abrasadora, pero la sospecha persistente es una agonía en sí misma. Cuando comenzamos a sospechar que nuestro ser amado es infiel, nos convertimos en carroñeros incansables, olfateando el deseo cuidadosamente esparcido en las ropas y las pistas. Sofisticados expertos de la vigilancia, rastreamos los mínimos cambios en su rostro, la indiferencia en su voz, el aroma desconocido de su falda, su inexpresivo beso. Tomamos en cuenta las más pequeñas incongruencias. «Me sigo preguntando por qué tenía tantas reuniones tan temprano en la oficina, cuando se supone que entraba a trabajar a las diez.» «Lo que compartía en Instagram no coincidía con el lugar donde ella decía que estaba. ¡Las fechas no mienten!» «Era desconcertante que tuviera que darse una ducha y ponerse desodorante antes de salir a correr.» «De repente, ella estaba ansiosa por invitar a Brad y a Judy a cenar, cuando durante mucho tiempo ni siquiera le agradaban.» «¿Realmente necesitaba su teléfono cuando iba al baño?»
Al principio podríamos quedarnos nuestras preguntas para nosotros mismos, temerosos de acusar falsamente si estamos equivocados, e incluso con más temor de enfrentar los hechos si estamos en lo correcto. Pero, eventualmente, el deseo por saber triunfa sobre el miedo y comenzamos a indagar y a interrogar. Exploramos, haciendo preguntas para las que el GPS ya nos ha dado respuestas irrefutables. Colocamos trampas. «Cada secreto oscuro lo descubriré mejor fingiendo», canta un intrigante Fígaro en la ópera clásica de Mozart. Actuamos como si tuviéramos certezas, cuando, en realidad, las tememos. Anton le dice a Josie que tiene pruebas de que ha estado acostándose con otro por ahí, no hay motivo para seguir mintiendo. «Puedes contármelo —le dice—, ya lo sé todo.» Pero es un bluff. Sintiéndose atrapada, Josie le cuenta mucho más de lo que él esperaba. Ahora él no puede quitarse las imágenes de su cabeza. En un giro común, Josie me cuenta después que, al principio, las sospechas de Anton habían sido injustificadas. Sin embargo, mientras sus indagaciones aumentaban, también lo hacían su frustración y evasión. Eventualmente, resintiendo su vida bajo vigilancia, ella dice: «Él estaba tan convencido de que lo estuve engañando durante todo ese tiempo que decidí hacerlo de verdad».
Algunas veces, el corrosivo tormento de dudar de la fidelidad de una pareja se agrava por la cruel práctica del gaslighting.1 Durante meses, Ruby le estuvo preguntando a JP si estaba ocurriendo algo, y él continuaba diciéndole que estaba loca, celosa, paranoide. Ella le habría creído, de no haber sido por el día en que él dejó su teléfono en casa. En retrospección, su ruidosa negación debió haber sido prueba suficiente. Ahora ella se siente doblemente traicionada: él la hizo dudar no solo de él, sino de su propia cordura.
Cuando la sospecha se convierte en certeza, por un instante puede haber alivio, pero entonces una nueva flecha aterriza. El momento de la revelación, constantemente, deja una cicatriz indeleble. ¿Cómo descubriste el romance? ¿Encontraste la dirección de correo electrónico de tu esposo en la papelera virtual de Ashley Madison?2 ¿Alguien más se aseguró de informarte? ¿O lo viste de frente? Simón encontró a su esposa y al contratista en su propia cama. No ha vuelto a dormir en ella desde entonces.
Jamiere estaba preparada para el descubrimiento, pero no para la forma en que ocurrió. Reconoció las señales, pues Terrence ya lo había hecho antes: el interés súbito en arreglarse, las nuevas zapatillas y las uñas limpias, la gran cantidad de reuniones urgentes en el trabajo. «Pensarías que la segunda vez se habría vuelto mejor en ello, pero cometió los mismos errores.» Y aun así lo negó rápidamente. Al final, ella consiguió su prueba: un correo del esposo de la otra mujer. «Él me envió el historial de sus mensajes, que incluían algunos comentarios realmente desagradables sobre mí. El asco que Terrence sintió cuando engordé tanto con los gemelos. Mis dientes torcidos. Mi acento marcado. Había tanto desprecio y burla que me hizo vomitar.»
Jamiere se angustió con el tono de los mensajes de Terrence, pero también se molestó con el hecho de que los había recibido íntegros y sin solicitarlos. Determinada a no dejar que ningún hombre la engañara, confrontó a Terrence. Después le escribió una carta al hombre que había decidido unilateralmente echarle encima los mensajes ofensivos, fingiendo que era por su beneficio cuando, en realidad, estaba gritando «venganza». Nuestro trabajo ahora se centra en reconstruir su autoestima.
Secretos, chismes y malos consejos
Las personas no solo descubren los secretos de sus parejas; a veces, sin querer, también se convierten en parte del engaño. Temerosas de decírselo a sus amigos, padres, hijos, colegas, vecinos y, en algunos casos, los medios, las personas traicionadas se convierten en cómplices del secreto. Ahora ellas también deben mentir para proteger a la misma persona que les mintió.
«Estaba parada ahí sosteniendo dos pares idénticos de aretes —recuerda Lynn—. Comencé a preguntarle por qué me compró el mismo regalo dos veces, cuando su respuesta se cristalizó como una aparición. Seis años con su secretaria. Esos son muchos aretes.»
Por el bien de sus hijas, Lynn y Mitch han decidido seguir juntos. Y, por el bien de sus hijas, lo han mantenido en secreto. «No quiero que nadie lo sepa —me dice—. Así que ahora yo soy la que miente, a mis padres y a mis propias hijas. Le hago el desayuno por la mañana y le doy un beso de despedida como si fuera cualquier otro día. ¡Qué farsa! Quiero protegerlas, pero al final siento que lo estoy protegiendo a él. ¿Cuán retorcido es eso?» El secreto que le fue oculto alguna vez ahora es el secreto que debe ocultarles a los demás. Mitch parece liberado por la revelación; Lynn ahora se siente encarcelada. Algunas veces se tiene que recordar a sí misma que ella no es la culpable.
Lo que ayudará tanto a Lynn como a Mitch es seleccionar cuidadosamente uno o dos confidentes para que la herida no supure. Puede que no se lo quieran notificar al pueblo entero, pero levantar el silencio importa mucho. Invitar a una o dos personas a su dolor permite que entre aire en una situación que, frecuentemente, está sellada herméticamente.
Cuando el secreto ha salido, la angustia está constantemente reforzada por el castigo de la desaprobación social y la lástima. Ditta odia a todas esas madres en la escuela que la miran con falsa compasión mientras secretamente se sienten felices de que no les haya ocurrido a ellas. «¿Cómo es que no lo sabía?», susurran. «¿Qué esperaba, trabajando en cuatro continentes y dejándolo solo con los hijos?». La voz colectiva de la condena va desde la crítica suave hasta culpar completamente a la víctima, por «permitir» que sucediera, por no haber hecho suficiente para evitarlo, por no verlo cuando estaba ocurriendo, por permitir que ocurriera durante tanto tiempo y, por supuesto, por quedarse después de todo lo que ocurrió. Los chismes cuchichean en cada esquina.
Una aventura no solo puede destruir un matrimonio; tiene el poder de desentrañar todo un tejido social. Su trayectoria emocional tiende a intersectarse con muchas otras relaciones: amigos, familia y colegas. Después de nueve años, Mo ya no irá a su viaje anual en kayak con sus mejores amigos. Acaba de enterarse de que uno de ellos fue el amigo con derechos de su esposa; otro fue el proveedor del Airbnb; el tercero, un testigo silencioso. Traicionado por todos lados, se pregunta: «¿Con quién se supone que hablaré ahora?».
Para estas personas, las heridas específicas son la humillación y el aislamiento. La revelación de un affaire puede dejar a la pareja desprevenida en un difícil aprieto: durante el momento en que más necesitan de los demás para consolarse y afirmarse, menos son capaces de tenderles la mano. Incapaces de recibir apoyo de sus amigos, se sienten doblemente solas.
El aislamiento social y el silencio son difíciles, pero también lo son los consejos de otros. Frecuentemente, los amigos son rápidos para ofrecer juicios apresurados, soluciones simplistas y quejas no solicitadas sobre cómo «él/ella nunca me cayó bien de todas formas». En casos extremos, amigos y familia se encuentran tan enojados y reactivos que le usurpan el papel de la víctima, dejando a la pareja engañada en una extraña posición de defender a la misma persona que le hizo daño. «Todo lo que mi madre podía decir era “Te lo dije”, seguido de una larga lista de los fallos de Sara, que por supuesto ella había visto desde un principio.» Arthur se ríe amargamente. «Me encontré a mí mismo diciéndole que se calmara, recordándole lo buena madre que era Sara y cuán duro había trabajado. Entonces dije: “Espera un minuto. ¡Yo soy al que le hicieron daño!”.»
Todos parecen saber exactamente qué hacer. Los amigos ofrecen sus sillones, ayuda para empaquetar las cosas, cambiar las cerraduras, cuidar a los hijos durante el fin de semana. Envían números de contacto para terapeutas, mediadores, detectives, abogados. A veces es exactamente lo que se necesita. Pero, otras veces, a pesar de que estas acciones pueden ser bien intencionadas, fallan a la hora de hacer espacio para todas las implicaciones del dilema.
«¿Por qué ahora?»
Los amoríos ya duelen lo suficiente, pero a veces es el momento en que ocurren lo que da el golpe de gracia. «¡Nuestro bebé tenía apenas dos meses de vida!» es una frase muy común, como también lo es «Acababa de tener un aborto». Lizzy estaba en su tercer trimestre de embarazo cuando se enteró del romance de Dan. Pero ella sintió que no podía decir nada porque dañaría al bebé en su vientre y la desconectaría de la vida que estaba creciendo dentro de ella. Solamente quería que el bebé no fuera contaminado por la energía negativa.
«Mi madre se estaba muriendo y mi esposa se estaba acostando con un completo perdedor», me cuenta Tom. Drake sabe que el momento es la menor de sus preocupaciones, pero eso no lo hace menos doloroso: «El hecho de que me haya enterado en nuestro décimo aniversario es irrelevante, pero también es un elemento irónicamente torturador que se agrega a mi desesperación».
Cuando el momento en que ocurre se toma personal, el énfasis se pone en «¿Cómo es que él o ella me pudo hacer esto en aquel entonces?». El entonces casi sobrepasa el qué.
«¿No pensaste en mí?»
En algunos casos, es la duplicidad intencional la que quema, el grado de planeación que se necesitó para lograr una serie calculada de engaños. La deliberación implica que la pareja infiel puso en la balanza sus deseos contra las consecuencias y decidió proceder de todas formas. Además, la inversión significativa de tiempo, energía, dinero e ingenuidad apuntan a una motivación consciente de perseguir motivos egoístas, a expensas de la pareja o la familia.
«Explícame esto —le pidió Charlotte a Steve después de descubrir sus elaboradas aventuras en el mundo de las prostitutas de lujo—. ¿Cómo llegaste a ella? ¿De repente tuviste cinco mil dólares para gastar? ¿Ya sabías lo que costaría? ¿Con qué regularidad la contratas?» Cada paso de la premeditación alrededor de la prostituta significaba un activo menosprecio a su esposa. Hay muchas cosas por las que Charlotte está enfadada respecto a las escapadas de Steve a la industria sexual, pero lo que realmente le rompe el corazón es la forma en que él fue capaz de eliminarla completamente de su consciencia.
¿Acaso él no pensaba en ella cuando fue al banco? ¿Cuando comió tapas? ¿Cuando cambió las sábanas? ¿Cuando sacó la basura? «El descubrimiento fue doloroso por sí mismo —me dice—, pero cuando se hizo patente cuánta energía y planificación tomó, eso realmente me hirió. Con razón él tenía tan poco tiempo y energía para nosotros.»
Charlotte entiende el deseo, y ella misma ha tenido sus oportunidades para ser infiel. Pero nunca lo ha hecho. «Sé lo que hiciste porque fue lo que yo no hice —le dice a Steve—. Cuando estuve a punto de hacerlo, no pude porque no podía dejar de pensar en ti. Y sabía lo mucho que te dolería. ¿Cómo pudiste no saberlo? ¿O simplemente no te importó?»
Los romances que son cuidadosamente premeditados hieren, pero el escenario opuesto puede doler de igual manera. En estos casos, el dolor viene por la irresponsabilidad de un engaño que sucedió por casualidad. «Ella me dijo que solo fue algo que sucedió en el momento, que no significó nada —Rick se ríe amargamente—. Y yo dije: “¿Se supone que eso me va a hacer sentir mejor? ¿Que me hicieras tanto daño por algo que no significó nada?”.»
«¿Acaso yo le estaba guardando el lugar a su
verdadero amor?»
Hoy en día, muchos de nosotros damos por seguro que no seremos el primer amante de nuestras parejas, pero esperamos ser el último. Podemos aceptar que nuestra persona amada haya tenido otras relaciones, incluso otros matrimonios, pero nos gusta pensar que fueron transitorios y pasados. Han terminado, porque no fueron lo mejor. Sabemos que no solo hemos sido especiales, sino que creemos que somos los más especiales. Debido a esto, que se vuelva a encender una vieja llama es un giro particularmente doloroso en la narrativa de la infidelidad.
Helen y Miles han estado juntos durante dieciocho años; catorce de ellos, casados. Durante los últimos dos años, Miles ha estado teniendo una aventura con su exesposa, Maura, quien casi lo destruyó cuando lo dejó por otro hombre. «¿Por qué ella? —continuaba preguntando Helen—. ¿Por qué su ex? Ella le hizo mucho daño. Pensarías que ya no querría tener nada que ver con ella.» Cuando se lo pregunté a Miles, él confesó que nunca había aceptado que Maura lo dejara de querer y que una parte de él todavía creía que la mano del destino estaba guiando su relación. «Después de todos estos años me la encontré mientras practicaba senderismo por el Sendero Macizo del Pacífico. ¿Cuáles eran las probabilidades?»
Helen siempre ha sabido que Maura fue el primer amor de Miles (se casaron en la etapa universitaria y estuvieron juntos doce años). Y ahora se pregunta: «¿En verdad me quiso alguna vez? A pesar de nuestros hijos y todo lo que construimos, ¿realmente fui yo la persona especial? Quizá yo solo le estaba guardado el lugar a su verdadero amor». Ser reemplazado siempre es difícil, pero cuando el ex regresa y lo viejo se convierte en nuevo, el giro de la trama es sentir que, tal vez, estamos compitiendo con el destino.
Bebés y análisis de sangre
Un extremo particular es cuando el affaire roza con la vida o la muerte, el nacimiento y la enfermedad. Durante mucho tiempo, hemos sabido que un momento de lujuria puede dejar un legado de generaciones. Durante la mayor parte de la historia, las consecuencias inevitables del adulterio fueron los hijos ilegítimos. A pesar de los anticonceptivos, todavía hay muchos casos donde existe una prueba viviente de un vínculo ilícito, trayendo un nivel adicional de vergüenza y un recuerdo para toda la vida. Hay hombres que crían a hijos que no concibieron. «La mayoría de los días, no pienso en ello. Solo soy su padre. Pero de vez en cuando me duele saber que esta niña pequeña a la que quiero más que a nada en el mundo carga con el ADN de un hombre a quien desprecio.» Hay mujeres que viven con el conocimiento de que sus parejas tienen hijos en otro lado. «Al principio, él no quería hijos. Cuando comenzamos a intentarlo, ya era muy tarde, incluso para la fecundación in vitro. Fue doloroso aceptar que jamás tendríamos niños, pero pensé que saldríamos adelante juntos. Entonces me entero de que no solo estaba obteniendo consuelo con una mujer más joven, sino que ella le dio aquello que yo no pude. Ella, por despecho, me envió imágenes del ultrasonido cuando él le dijo que no me iba a dejar. Puedo soportar el romance, pero no el bebé.»
Las aventuras pueden crear una nueva vida, pero también pueden amenazarla. En estos días, ya es una práctica estándar enviar a la pareja que ha sido infiel a hacerse un test de infecciones de transmisión sexual. Pero a veces es demasiado tarde. Primero, Tim estaba molesto por descubrir las múltiples infidelidades de Mike. Él le había dicho claramente a Mike que quería una relación monógama. Para colmo, Tim ahora está esperando ansiosamente los resultados de sus análisis de sangre. «Siempre hemos practicado sexo seguro. Lo más difícil de comprender para mí es su falta de preocupación por mi salud y el riesgo en el que nos colocó a los dos. Se me hace un nudo en el estómago cada vez que pienso en ello. Y todavía no sé si de verdad lo lamenta o si solo acusa haber sido descubierto.»
La etiqueta con el precio de la infidelidad
Las circunstancias económicas también desempeñan un papel importante en cómo experimentamos y reaccionamos a la traición. Para la pareja económicamente dependiente, puede ser, literalmente, un caso de «No puedo permitirme terminar esta relación». Para la parte que provee financieramente, la idea de «He estado trabajando todos estos años para apoyarte a ti y a esta familia, y ahora tengo que pagar pensión alimenticia mientras tú te vas a vivir con esa persona mediocre» puede ser insoportable. Para cualquiera de las dos, lo que está en juego no es solo la familia y la vida que han construido juntos, sino el estilo de vida al que se acostumbraron. Cuando Devon engañó a Annie por segunda vez, ella le dijo que tenía veinticuatro horas para «largarse de mi piso». Ella me contó después: «Yo pago las cuentas, incluyendo su automóvil, para que él pueda trabajar en su música. He sido generosa a más no poder, pero ya no puedo más». Su libertad económica es una ventaja, dándole un margen de opciones que están fuera del alcance de muchas otras personas.
Darlene ni siquiera puede asistir al grupo de apoyo porque no puede pagarle a una niñera que cuide a sus hijos. Ella no dice: «No puedo más, estoy atrapada». No está lista para irse, a pesar de las recomendaciones de varios terapeutas y miembros de su congregación. Entonces, trabajamos para encontrarle una nueva iglesia con un pastor más comprensivo, así como una comunidad en internet que la escuche y respete su decisión. Hasta que ella pueda desarrollar un espacio para pensar por sí misma, difícilmente podrá considerar sus opciones.
Edith, de cincuenta años, descubre que su esposo ha tenido el hábito de contratar prostitutas durante décadas. La espeluznante naturaleza de todo esto le molesta, pero lo que realmente la golpea en las tripas es el coste. «No quiero sonar mercenaria —me cuenta—, pero veinte años de sexo pagado: ¡ese es el precio de una hipoteca!» Mientras toma asiento en su casa, en su pequeño y alquilado cuarto para una sola persona, revisando las cuentas de la tarjeta de crédito, esas decenas de miles de dólares duelen mucho más que el sexo por el que realmente pagó.
Dinero. Bebés. Enfermedades de transmisión sexual. Premeditación. Negligencia. Culpa. Duda sobre uno mismo. Chismes y juicios. La persona, género, tiempo, lugar, contexto social particular. Si este breve compendio de horrorosas historias de amor nos enseña algo es que, mientras que todos los actos de traición comparten algunas características, cada experiencia de engaño es única. No somos de ninguna ayuda a nadie cuando reducimos los romances a sexo y mentiras, dejando fuera los muchos otros elementos constitutivos que crean los matices del tormento e informan sobre el camino a seguir para la curación.
Referencias
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Término para explicar una forma de violencia psicológica que consiste en negar la certeza de una persona hasta llevarla a un estado de confusión. ↩
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En 2015, el sitio de citas <AshleyMadison.com> sufrió un ataque por parte de un grupo de hackers que posteriormente reveló los datos privados de decenas de miles de usuarios, muchos de ellos personas envueltas en relaciones infieles. Se reportaron al menos cuatro suicidios vinculados con esta fuga de información. ↩