Capítulo 7
CULPA O VENGANZA
La navaja corta por ambos lados
Mi boca expresará la ira de mi pecho,
pues, si me callo, explotará.
Shakespeare, La fierecilla domada
La navaja de la traición romántica tiene filo por ambos lados. Podemos usarla para cortarnos a nosotros mismos, para señalar nuestros defectos, para recalcar nuestro autodesprecio. O podemos usarla para devolver el daño, para que quien nos hirió tenga la misma experiencia insoportable de dolor que nos infligió. Algunas personas se apuntarán a sí mismas con la navaja; otras la dirigirán hacia los culpables, en la vida real o en la fantasía. Pasamos de la depresión a la indignación, de sentirnos sin vida a estar llenos de furia, de colapsar a contraatacar.
«Un día pienso que puedo superar esto y al día siguiente estoy tan llena de odio por ella que no creo que pueda volver a mirarla —me cuenta Gaia—. Me enfado conmigo misma por ser tan poco severa con esto, por ser tan comprensiva, y entonces me enfurezco pensando que soy una perdedora y quiero coger mis llaves de vuelta y decirle a nuestra hija lo que ella hizo. Odio la montaña rusa que se encuentra dentro de mi cabeza. La detesto por sacudir mi mundo, todo porque necesitaba “sentirse mejor consigo misma”. Su egoísmo me quema.»
Para Buddy, el autodesprecio y el resentimiento hacia su esposa infiel culmina en un momento de desesperación: «Me encontré a mí mismo tirado en la cama, llorando horriblemente, con una escopeta en mi boca, moviendo el gatillo con mi dedo. Fue mi punto más bajo», me cuenta. Pero su siguiente frase revela el otro lado de la navaja. «Cuando mi esposa me escribió preguntándome si estaba bien, respondí: “Claro, si crees que tener una escopeta en mi boca es estar bien”.» Al borde del suicidio, en donde nunca creyó estar, Buddy mezcla la autodestrucción con el deseo por culpar. «¿Estás viendo lo que me obligas a hacer?»
Muchas veces, nuestras reacciones son impredecibles, incluso para nosotros mismos. Ming es una apacible mujer, una cuidadora consumada que nunca sube la voz. Ha perfeccionado el arte del remordimiento. No puede recordar un momento en su vida en que no haya pensado que si algo estaba mal, era por su culpa. «Mi infancia puede ser resumida en tres palabras —recuerda—. Es mi culpa.» Pero el clamor que surgió de ella cuando descubrió las aventuras virtuales de su esposo la sorprendió mucho más a ella que a él. No había explotado así en años. «Cada vez que él trataba de defenderse, solo le decía: “A la mierda, cállate”. Fue como si un álter ego surgiera para defenderme. Le he estado permitiendo actuar como un cretino durante largo tiempo, dejándolo culparme por todo, y mi respuesta ante esto siempre había sido intentar hacer las cosas mejor. Intentó culparme por su aventura. Me dijo que todos sus amigos sienten lástima por él porque solo tenemos sexo dos veces por semana. Cuando me dijo esto, lo despedacé.»
La cruel lógica de culparse a uno mismo
«La ducha estaba abierta, así que entré para hacerle saber que había llegado a casa, y la encontré desnuda con mi mejor amigo.» Dylan se estremece ante el recuerdo. «Lo que todavía me impresiona es que, cuando me dijo que no había sido nada, que solo habían salido a correr y estaban bañándose, la creí. ¿Cómo pude ser tan estúpido?»
Dylan y Naomi se recuperaron de este incidente y parecía que las cosas habían regresado a la normalidad. Entonces, un día, mientras estaba paseando a su perro, «tuve este golpe de intuición de que ella estaba teniendo un romance con él». Encontró sus diarios y todo se reveló. «Ella siguió mintiendo y yo la seguí atacando. Tuvimos mala terapia, malos consejos de amigos. La peor parte fue que siempre sentí que ella no me quería tanto como yo la quería, pero ella insistía en que yo solo era inseguro. Ahora sé que no era inseguro, sino que estaba en lo correcto. O, al menos, tenía razones para sentirme inseguro.»
Al descubrir una traición, a menudo nos sentimos sin valor, y nuestros miedos a ser inadecuados finalmente se confirman. Esa vieja voz familiar puede levantarse del embrollo para recordarnos que, de hecho, es probablemente nuestra culpa. Una parte de nosotros sospecha que obtuvimos lo que merecimos.
Una persona elige tener un amorío, pero, en la mayoría de los casos, son las dos personas las responsables por el contexto relacional en el que ocurre. Cuando el momento es correcto, en el transcurso de la terapia las parejas necesitan involucrarse en una examinación de ambas partes. Pero en este proceso siempre se debe hacer una distinción: tomar responsabilidad por crear las condiciones que podrían haber contribuido al affaire es muy diferente a culparse a uno mismo por este. En un estado de shock, es muy fácil confundir las dos. Culparse a uno mismo de forma desproporcionada rápidamente puede despertar la sensación de que todo lo que no te gusta de ti son las razones por las cuales tu pareja te traicionó.
Dylan es susceptible a esta forma de grandiosidad negativa. La lástima que siente por sí mismo rápidamente se convierte en autocensura. «Supongo que la lancé a sus brazos. Ella se quejaba de que le succionaba la vida. Me dijo que quería a un hombre con un instinto asesino, no a uno de esos chicos new age, sensibles y con necesidad de atención.»
Mezclándose con su falta de confianza, toma conciencia de que la mayoría de sus amigos a su alrededor sabían que esto llevaba ocurriendo durante casi un año. Descubrir que se es el «último en saber» trae consigo un golpe de humillación que hace sentir a uno realmente despreciable, como si dijera «Nadie te valora ni respeta lo suficiente como para contártelo». No solo ha sido traicionado por su novia y su mejor amigo; también ha perdido estatus social ante los ojos de sus amigos. Se los imagina cuchicheando a su espalda, sintiendo lástima por él en el mejor de los casos, riéndose de él en el peor.
«¡Me hiciste sufrir, ahora pagarás!»
Dylan se culpó a sí mismo. Sigo esperando que emerja su enfado hacia Naomi. Él sabía que hay razón en la justa indignación, pero le tomó un largo año acceder a ella. Sin embargo, en muchas de las personas que veo ocurre lo contrario: primero viene el enfado y el dolor; la autoexaminación llega después. Y el enfado surge de la urgencia mortal de venganza, el antiguo ritual de los heridos.
El corazón vengativo es perversamente imaginativo. «Busqué los antecedentes penales de él y los envié a los padres de ella. Pensé que debían saber con quién se estaba acostando su hija.» «Un día herví su ropa favorita, junto con las sábanas. Uy.» «Conté lo que me hizo a las mujeres en su grupo de educación parental. Yo no querría que mis hijos fueran a la casa de una madre así.» «Tuve una venta de garaje y vendí todas sus cosas mientras él estaba pasando el fin de semana con esa furcia.» «Subí un vídeo de nosotros teniendo sexo a PornHub.» El amor abandonado busca venganza. «No vas a salir de esta impune. Te haré pagar por esto.»
La venganza implica un intento de «estar a la par», con frecuencia coloreado por rencor y satisfacción anticipada. Los héroes vengadores están por todos lados en los mitos griegos, el Viejo Testamento y un sinfín de grandes historias de amor, y, aunque la cultura contemporánea se precie de ser menos salvaje, tenemos nuestras propias celebraciones de la venganza, especialmente cuando la ofensa es la infidelidad. Nos complace ver que la gente obtenga su merecido. Subimos el volumen y cantamos junto a Carrie Underwood mientras ella describe cómo cogió un bate Louisville Slugger para romper las luces del coche de su novio mientras él bailaba con una «rubia oxigenada» dentro del bar. Incluso en su forma más mortal, los llamados crímenes pasionales son regularmente tratados con mayor indulgencia que el asesinato a sangre fría, especialmente en culturas latinas.
Ajustando cuentas
Con la revelación de un romance, el marcador de una relación se enciende súbitamente: dar y tomar; concesiones y peticiones; la distribución de dinero, sexo, tiempo, parientes, hijos, labores del hogar. Todas las cosas que realmente nunca quisimos hacer, pero que hicimos en el nombre del amor, son arrancadas del contexto que les dio significado. «Por supuesto que me mudaré a Singapur contigo para que puedas coger el trabajo de tus sueños. Estoy seguro de que podré hacer nuevos amigos.» «Dejaré que circunciden a mi hijo porque tu religión lo pide.» «Estoy dispuesta a poner mi carrera en pausa para apoyarte y criar a nuestra familia.» «Dejaré que tu madre se venga a vivir con nosotros, incluso si eso significa que seré su cuidadora.» «Si significa tanto para ti, tengamos otro hijo.» Cuando la infidelidad nos roba el futuro por el que estábamos trabajando, también invalida nuestros sacrificios pasados.
Cuando las cosas están bien en una relación, hay un espíritu de abundancia y amor que da a luz a la generosidad. «Lo hice por nosotros» tiene sentido siempre y cuando exista confianza en esa unidad básica llamada «nosotros». Pero la traición convierte estos generosos acuerdos en una farsa. Los compromisos que funcionaron tan bien ayer se convierten en los sacrificios que no soportaremos hoy. Límites sanos se convierten en muros infranqueables. La armoniosa compartición del poder de ayer es el tira y afloja de hoy. Miramos atrás y contamos todas las veces que le hicimos un favor a nuestra pareja. Cúmulos de arrepentimientos y resentimientos contenidos se desploman, demandando compensación.
Cuando Shaun descubrió que Jenny se había estado acostando con uno de sus compañeros del doctorado, sintió que le habían pagado años de apoyo incondicional con una bofetada en la cara. «Apenas si logré contenerme de golpear al tipo.» En vez de eso, llamó a los padres de Jenny (menos peligroso, más dañino) porque sintió que tenían que saber quién era realmente su hija. «Trabajé tanto para darle lo que quería, para que pudiera dejar su trabajo y obtener ese caro e inútil doctorado en historia medieval, ¿y esto es lo que recibo? ¿Ese idiota la entiende? ¿La inspira? ¿Una educación de cien mil dólares no era suficientemente inspiradora?» Shaun siente que le ha robado. Y ahora quiere saquear su vida como ella saqueó la suya. Han cortado, pero su odio lo sigue manteniendo pegado a ella, incluso más que cuando estaban juntos.
La venganza suele verse como mezquina, pero he llegado a respetar la profundidad del dolor que encubre. Incapaces de reclamar las emociones que hemos desperdigado, mejor nos llevamos el anillo de compromiso. Y si eso no basta, siempre podemos cambiar los testamentos. Todos son esfuerzos desesperados por recuperar el poder, por compensar, por destruir a aquel que nos destruyó, como un mecanismo de defensa. Cada céntimo, cada regalo, cada libro preciado que extraemos de las ruinas tiene el propósito de arreglarnos por dentro. Pero, al final, es un juego de suma cero. La urgencia por quedar en paz es equivalente a la intensidad de la vergüenza que nos carcome. Y la más profunda vergüenza es que fuimos lo suficientemente estúpidos como para confiar todo este tiempo.
Intentar razonar con Shaun es inútil. Intelectualmente, él comprende la futilidad de su venganza, pero, emocionalmente, está furioso. En este punto, mi atención está en dos partes. Primero, en la contención. Le pido que me envíe la lista de «las peores cosas que quisieras hacerle» para guardarlas en un lugar seguro. Segundo, desafiar la manera en que revisa su pasado. La historia que cuenta sobre la relación ha sido manipulada para dejar atrás mucho del contexto en el que se dieron las decisiones que adoptaron tanto él como Jenny. Pasa de largo el hecho de que alguna vez ella lo mantuvo mientras estudiaba, por ejemplo, entre un sinfín de otras responsabilidades compartidas. Conforme vamos deconstruyendo esta visión parcial, revelamos el dolor detrás de la ira.
Engañando al infiel
El corazón vengativo no siempre está listo para escuchar a la razón. A veces le basta con nada menos que infligir la misma cantidad de dolor. En una antigua tradición de castigos y espejos, la infidelidad como represalia se encuentra en lo alto de las estrategias comunes para el castigo. Dos mujeres me enseñaron mucho sobre este oscuro arte.
Jess se enamoró de Bart, veinte años mayor, y se sintió extasiada cuando dejó a su esposa por ella. Pero los hijos adultos de Bart no compartían tal emoción. Furiosos de que esta «cazarrecompensas» hubiera usurpado el lugar de su madre, le filtraron información a Jess sobre la joven mujer que acompañaba a Bart en sus supuestos viajes de trabajo. «¿Cómo pudo hacerme eso?», se pregunta. Jess no era una santa en lo respectivo a la fidelidad de sus relaciones pasadas; de hecho, ella siempre se había apoyado en el triángulo para protegerse de la vulnerabilidad propia de estar en una pareja. Pero con Bart, esto fue diferente. Ella lo «había apostado todo».
Ahora está llena de rechazo: «¡No solo me mintió, sino que lo hizo durante la fase de luna de miel! Puedo entender que las personas se aburren después de años, pero ¿justo al principio, cuando estábamos teniendo sexo como conejos?».
Jess busca reclamar su poder. Queriendo que Bart sintiera exactamente lo que ella, decidió darle de su propia medicina. Su antiguo novio, Rob, está más que contento de verla aparecer en la puerta de su casa. «¿Cómo ayuda eso?», le pregunto. «Necesitaba un amigo», me dice, defendiéndose. Sin embargo, me resulta claro que Jess no solo está buscando simpatía, también está buscando sacar ventaja. «Me cuentas que la honestidad es importante para ti —le digo—. ¿Podemos reconocer que Rob es una póliza de seguros?»
Le daré crédito, pues no tarda en reconocerlo. «No creo que lo que estoy haciendo esté bien; sé que no es bueno para mí. Pero esta es la única manera que tengo para hacerle daño, y se lo merece después de lo que me hizo.» El hecho de que Bart la engañara primero hace a Jess sentirse completamente justificada respecto a su propia infidelidad correctiva.
Con frecuencia escuchamos que la venganza es dulce, pero las investigaciones y la vida prueban lo contrario. Los científicos del comportamiento han observado que, en vez de aplacar la hostilidad, brindar justicia o traer descanso, la venganza puede, de hecho, mantener viva la molestia de una ofensa. Regocijarse por la propia superioridad es un placer superficial que nos atrapa en una obsesión con el pasado. De hecho, cuando no tenemos la oportunidad de cobrar la falta, solemos salir adelante más rápido.
Jess y yo discutimos el significado de su calculado regreso con su exnovio. Le sugiero que ella valora demasiado la relación que tuvo con él como para hacerlo instrumento de su venganza. Su deseo es estar con Bart, mientras que Rob todavía espera volver con ella. Hay mejores maneras de curar su corazón que rompiendo el de él.
Lailani es una década más joven que Jess, pero sus estrategias provienen de un antiquísimo manual. Ella se describe a sí misma como una rata callejera de un barrio conflictivo en Oakland, California, donde siempre ha usado su cuerpo para obtener lo que quiere, comenzando con un «novio con automóvil que hacía mis deberes cuando tenía trece años».
Lailani aprendió muy pronto a superar a los hombres en su propio juego. «Presentía que me abandonarían, así que, para ganarles, los abandonaba primero.»
Pero a la edad de veintinueve, ella decidió que era el momento de buscar algo más. Conoció a Cameron en OkCupid e instantáneamente sintió que él era diferente de todos los otros hombres que había conocido. «Era honesto, responsable y guapo.»
Durante dos años, pareció perfecto. Como Jess, ella dejó sus antiguos comportamientos y se permitió confiar. «Por primera vez, no estaba buscando una salida. Entonces un día, en medio de mi dicha, recibí un mensaje en Facebook de una mujer a quien nunca había conocido: “No te conozco, pero deberías saber que tu novio y yo nos hemos estado viendo. Nunca te ha mencionado, pero he encontrado tus fotos en internet. Quería hacerte saber que, a partir de ahora, no volveré a tener nada con él. Lo siento”.»
Para cuando Lailani lo buscó, Cameron ya se había deshecho de toda la evidencia digital. Ella lo confrontó y él lo negó todo. Sin embargo, no logró disuadirla. «Un mentiroso reconoce a otro —dice ella—. Decidí esperar hasta que tuviera las circunstancias a mi favor. Le di la oportunidad de confesar y repetidamente me mintió en la cara. Eso es lo que me sigue volviendo loca.» Ella le escribió a la otra mujer en Facebook y le pidió que le mandara pruebas. La amante, quien se sentía igualmente engañada, las entregó con gusto. Lailani no se sorprendió. «Regla número uno: si vas a tener una amante, ¡ella necesita saber que es una amante! Estaba furiosa.» Con la evidencia digital en su mano —mensajes, conversaciones sexuales y conversaciones enteras—, finalmente lo arrinconó.
En cuanto Cameron fue forzado a admitir la verdad, «pasé de la sorpresa a sentirme rota —dice Lailani—. Toda mi vida había sido la perra, usando a los hombres para obtener lo que podía y después dejarlos. Esta era la primera relación que tomaba en serio y le di una verdadera oportunidad. Pensé que de verdad había conocido a un buen hombre y resultó que era la prueba de que todos son iguales. Me tocó ser la engañada. Qué mal karma».
En un momento de reflexión, Lailani se preguntó: «¿Me estarán castigando por todo lo que les hice a otros hombres?». Entonces habló con sus amigas y algunos de sus amigos, que solo echaron más leña al fuego. «Todos me dijeron lo mismo: enséñale una lección; si no, él seguirá comportándose así.»
Lailani estuvo de acuerdo e hizo un plan: «Él merece un mal karma, también. Siempre he querido hacer un trío y ahora siento que tengo licencia para obtenerlo. Y si se entera, me dará igual. Me sentiré bien haciéndole daño. Lo merece».
Tanto con Lailani como con Jess, uno pensaría que sus propios comportamientos transgresores las harían más empáticas respecto a las infidelidades de sus parejas. Pero las personas constantemente tienen sus propias balanzas para medir la justicia y se convencen de que lo que les han hecho fue peor de lo que ellas hicieron: una interesante doble moral.
Escucho a Lailani y a Jess y me siento triste por ellas. Sus respuestas son comprensibles; pero sus planes de batalla, inefectivos. Están bloqueadas en un bache de superioridad moral. Como muchas mujeres luchando por paridad en lo que hoy sigue siendo un mundo para hombres, ellas luchan por reconciliar lo «suave» y lo «poderoso». Las dos se encuentran en medio del «Quiero que vuelvas» y el «No te permitiré regresar; es demasiado peligroso».
Cada una se dio la oportunidad y creyó en la cualidad redentora de una relación que parecía ser diferente a las demás. A las dos les explotó en la cara. Ahora se encuentran en peligro de dejar que una sola traición las mande de vuelta a cubrirse detrás de los muros de la autoprotección. Ninguna mujer debería darle a un solo hombre el poder de destrozar sus ideales románticos. Hay una gran diferencia entre «Esa persona me decepcionó y estoy herida» y «Nunca volveré a amar». Pero estas dos mujeres no están listas para hacer esa distinción. Para ellas, el mundo les ofrece dos opciones: hacer daño o ser dañadas. Como dice Lailani: «Debí haber seguido siendo la perra. Nadie hiere a la perra».
Luchando con el revanchismo
Incluso para los más iluminados de entre nosotros, el deseo de venganza puede llegar súbitamente. Mi amigo Alexander, con quien he compartido muchas conversaciones profundas sobre estos temas, se percibía a sí mismo como un hombre evolucionado y no monógamo. Él y su novia, Erin, son bailarines profesionales que se han ido de gira y han actuado tanto juntos como por separado en todos los continentes. Han sido pareja los últimos cinco años, navegando los desafíos de un amor a larga distancia a través de varias zonas horarias. Rápidamente se dieron cuenta de que con su estilo de vida era probable que sucumbieran a la tentación, así que optaron por abrir su relación desde un inicio. Su compromiso está con el otro; sus cuerpos pueden irse a donde sea. Alexander resume su acuerdo estilo «No preguntes, no cuentes» de la siguiente forma: «Sé que ella se acuesta con otros hombres, pero realmente no quiero saber acerca de nada».
Por otra parte, ninguno de los dos disfruta el pensamiento de compartir, sin saber, el escenario, vestuario o cuarto de hotel con alguno de los amantes de su pareja, debido a que la comunidad de bailarines es muy cerrada. «Le dije: “Nunca quiero visitarte mientras estés de gira para estar en una fiesta donde todos sepan que estás acostándote con alguien más, incluso alguien que podría estar ahí, y que yo quede como un idiota. A cambio, cuando me visites, nunca tendrás que preocuparte de que estuve acostándome con alguna de las chicas en mi compañía y que todos sepan, sientan lástima por ti y crean que te estuve engañando.» Han establecido límites claros: no amantes dentro del pequeño e incestuoso mundo de la danza y no enamorarse. «Si eso comenzara a pasar, lo hablaríamos.»
«Micah siempre fue el hombre que usé como ejemplo de alguien que estaba fuera de los límites», me dice Alexander. Un viejo compañero de baile y rival, a Micah constantemente le otorgaban roles que Alexander sentía que deberían haber sido para él. Mientras tenía que tragarse estas derrotas sobre el escenario, no había manera de que pudiera tolerar que Micah asumiera el papel de amante de Erin en la vida real.
Hasta ahora, su «no monogamia ética» ha funcionado. Como muchas parejas o grupos que cada vez más escogen configuraciones abiertas, ellos no suscriben el punto de vista de los psicólogos evolutivos acerca de los celos, que los plantean como innatos e inevitables. Ellos creen que es una respuesta aprendida que puede ser desaprendida. Sin embargo, no son ingenuos respecto a los retos de este proceso. Ayala Malach Pines, quien ha estudiado los celos románticos entre aquellos con matrimonios abiertos, así como en grupos poliamorosos y swingers, ha concluido que «es difícil desaprender la respuesta de los celos, especialmente si vives en una sociedad que anima a ser posesivo y celoso». Alex y Erin entendieron la necesidad de negociar límites y establecer acuerdos para evitar estas emociones tan humanas.
Sin embargo, Erin rompió el acuerdo. En su última gira, compartió más que el escenario con Micah. «¿Cómo supe que había tenido sexo con él? Como dije, trabajamos en un mundo pequeño. Las personas hablan», dice Alex con una sonrisa irónica. Su indignada imaginación es gráfica. «No solo conozco al tipo, sino que he pasado horas viéndolo vestirse, desvestirse y bailar. He visto cómo se mueve, así que puedo imaginar exactamente cómo se ven juntos. Las imágenes vuelan alrededor de mi cabeza, como buitres acechando a su presa.»
Sintiéndose derrotado, Alexander quiere atacarla. Se burla de su pobre elección: «¿En serio es lo mejor que pudiste hacer? ¿O estabas intentando hacerme daño de forma deliberada?». Entonces planea su contraataque. Se imagina caminando hacia Micah y golpeándolo, escupiéndole de frente insultos ensayados. «Siempre estoy buscando ese perfecto equilibrio entre desprecio y venganza, mostrándole que en realidad no me hirió, pero de todas formas haciendo sangrar su nariz para que parezca una comadreja llorona y callejera. Me paseo por mi salón, atrapado por esa fantasía violenta, con mi corazón latiendo fuerte, respirando fuerte, apretando los puños.»
El enojo es un analgésico que, temporalmente, adormece al dolor, así como una anfetamina que provee el surgimiento de energía y confianza. De forma más biológica que psicológica, el enojo temporalmente hace más fácil la pérdida, la falta de confianza y la impotencia. Aunque a veces puede ser un motivador positivo, es más frecuente que, como alerta el psicólogo Steven Stosny, «brotes de ira y resentimiento te tiren más abajo del punto del que te levantaron».
Alexander me cuenta: «Literalmente vi rojo. Es una cosa física, reptil. Estoy tratando de responder de una forma más civilizada, pero ha sido difícil».
Los sentimientos y pensamientos que describe no hablan de locura; son humanos. Sin embargo, si actuamos basándonos en ellos en un ajuste de cuentas, a menudo nos dejarán sin ser más poderosos ni menos vulnerables. Con demasiada frecuencia, los actos de represalia romántica terminan derrotándote. Volverse contra la otra persona no es una forma de hacer que vuelva.
Alexander necesita encontrar una salida sana para toda la furia que lo consume, así como para el palpable dolor que reside debajo. Primero, necesita saber cómo estar en contacto con sus emociones cuando no tenga otra opción y cómo evadirlas cuando pueda.
En los momentos en que nos inundamos con emociones, es importante saber cómo autorregularnos. Ejercicios de respiración, baños calientes y tranquilizantes, nadar en lagos fríos, caminar por la naturaleza, cantar, bailar y practicar algún deporte pueden ser de ayuda. Tanto la calma como el movimiento pueden ser fuentes de alivio.
Pero el deseo de venganza corre en lo más profundo. Como los celos, es difícil hacerlo desaparecer por completo, así que prefiero que las personas aprendan a metabolizarlo de una forma sana. Como apunta el psicoanalista Stephen Mitchell, no existe amor sin odio, y debemos entablar una amistad con nuestra agresión, en vez de intentar erradicarla. Una forma de lograr esto es hacer espacio para la emoción, pero no para la acción. La fantasía de la retribución puede ser extremadamente catártica. Encerradas en el santuario de nuestras mentes o escritas en un diario privado, las fantasías pueden ser una forma de purgar los pensamientos denigrantes y la ira asesina que nos llena. Dejemos a nuestra imaginación correr libremente. Compra una pequeña libreta, colócale una etiqueta que diga «Mi venganza» y escribe lo peor. Pero date un tiempo límite. Siete minutos al día como máximo. Y cuando dejes de escribir en tu libreta, haz a un lado esos pensamientos.
Las creativas fantasías de venganza pueden ser sorprendentemente satisfactorias. Pregúntate: ¿qué necesitarías para sentirte mejor? ¿Cinco años de pequeñas dosis de tortura china? ¿O te gustaría que se te ocurriera un único pero perfecto castigo?
Si la fantasía no es suficiente, en ocasiones los actos de venganza son apropiados. He ayudado a muchas parejas a llegar a un acuerdo de venganza controlada que se sienta justo para que ambos lo lleven a cabo, estratagemas que harían sonrojarse a Maquiavelo. Y no olvidemos el humor. Una vez, el esposo, que trabajaba en política, tuvo que enviar un generoso cheque de su cuenta de ahorro a su más odiado rival en las elecciones locales. «Prefiero que ese dinero se dirija a él que a una prostituta», dijo su esposa alegremente. Quedó saciada. Existe un arte en crear la venganza justa.
Alexander encuentra gracia en sus fantasías, pero está en modo de espera hasta que Erin decida lo que quiere. «Me siento tan débil, esperando —dice con enfado—. Ella tiene todo el poder. Mientras ella hace balance de sus opciones, yo estoy sentado aquí, como un prisionero.»
Su dilema resuena en los legados de la masculinidad. ¿Qué tipo de hombre deja que la mujer decida? No es un accidente que los héroes cornudos en los grandes dramas y óperas tiendan a matar a sus amadas en vez de darles la opción de no elegirlos. La muerte —de él, de ella, o de los dos— es la única salida honorable. «El corazón que sangra quiere sangre para limpiar la vergüenza», canta Canio en el Pagliacci de Leoncavallo.
Le pido a Alexander que considere que esperar a que Erin tome una decisión no es una abdicación de orgullo o poder: es una expresión de amor. Lentamente, se mueve de querer herir a reconocerse herido. Deja de intentar vengarse de Erin, y, en vez de eso, le dice lo devastado que está. Se han vuelto a comprometer y están mucho más interesados que nunca en crear un acuerdo que les funcione a los dos. Me cuenta que recientemente vio a Micah bailar con Erin, «y ese oscuro lugar me llamó de nuevo. Pero decidí conscientemente dejarlo ir».
El arte de la justicia restaurativa
Puede que la venganza no siempre sea dulce, pero, ocasionalmente, alcanza un punto óptimo que empodera a la persona herida y permite a la pareja dejar el pasado atrás. Todos tenemos necesidad de justicia. Sin embargo, es importante distinguir entre justicia retributiva y justicia restaurativa. La primera solo busca el castigo; la segunda se compromete con la reparación.
He observado una conexión interesante entre las respuestas de mis pacientes ante la traición y el tipo de justicia que son más propensos a buscar. A algunos les duele la pérdida de conexión: «Estoy herido porque te perdí». A otros les duele la pérdida de orgullo: «No puedo creer que me tomaras por un idiota». Una es una herida relacional; la otra, una herida narcisista. Corazones heridos; orgullo herido. La persona que se centra en la relación es más capaz de experimentar compasión y curiosidad alrededor del romance de su pareja, lo que permite una respuesta reparativa, sin importar si deciden quedarse juntos o no. En cambio, la persona que se mantiene en la herida narcisista es mucho menos conciliatoria. Es difícil para ella reunir demasiado interés en qué motivó a su pareja a engañar, porque está envuelta en rencor.
La justicia restaurativa puede ser muy creativa. Cada vez que pienso en los placeres de conseguir justicia, el ingenio de Camille, una joven mujer francesa, me viene a la mente. Ella me escribió después de ir a una conferencia para compartir la historia de «la infidelidad de mi esposo, mi reacción y lo bueno que salió de eso».
Camille, de treinta y seis años, proviene de una antigua familia en Burdeos. Ha estado casada diez años con Amadou, de cuarenta y cinco, quien creció en Mali y se mudó a Francia cuando estaba en sus veinte. Tienen tres hijos. Los problemas comenzaron cinco años atrás. Camille recuerda vívidamente el momento: «Me estaba sentando a desayunar con mis hijos cuando una amiga me llamó para decirme que mi esposo estaba enredado con una colega suya. Primero no la creí, así que ella puso a la mujer al teléfono».
A pesar de todo su dolor e ira, Camille realmente no quería perder a su hombre. Había luchado para casarse con él, ante la desaprobación de sus padres. Lo confrontó, con calma pero con firmeza, y entonces recurrió a sus amigas para obtener apoyo moral. «Caí en un agujero profundo, pasando por todas las emociones típicas. Pedí una semana de ausencia por enfermedad en el trabajo. Lloré en los hombros de mis amigas, di golpes al suelo y bebí un montón de café y anís. Y ellas me consolaron, me escucharon y compartieron mi desgracia.»
Entonces fue cuando se sintió lista para el reto de explicarle a su esposo que, en su cultura, su comportamiento no era aceptable. «Él creció en un contexto en que la poligamia era normal —explica—. Así que escuchó y se sintió mal por lo triste que estaba, pero podía ver que no sentía culpa por lo que había hecho.» Camille también sabía algo más sobre el pasado de su esposo: había crecido en una cultura profundamente supersticiosa y animista. Con este conocimiento, ella entendió lo que se necesitaba. «Decidí entrar en su mundo y hablarle en su idioma. Rápidamente cambié de mera víctima a participante activa, lo que modificó totalmente la forma en que me sentía. Ver que podía actuar al respecto me ayudó a levantarme.»
El relato de venganza de Camille es rico en creatividad. «Primero contacté con uno de los amigos de mi esposo, un hombre mayor que es muy respetado en su comunidad africana. Él vino de visita y regañó a Amadou por su elección; no por el hecho de tener dos mujeres, sino por el hecho de que la otra fuera alguien de nuestro círculo.» Ella sabía que no podría persuadirlo contra la idea de múltiples esposas, pero también sabía que la condición para la poligamia en su cultura es que un hombre debe ser capaz de cuidar a las dos mujeres —material y sexualmente—, así que tuvo sus razones al quejarse de su inadecuado rendimiento sexual, una revelación humillante, cuando menos.
Al día siguiente, Camille fue al matadero halal. «Compré dos piernas de cordero, le entregué una a la esposa del amigo de mi esposo y traje la otra para cocinarla para Amadou. Sabía que para el momento en que llegara a casa, su amigo ya le habría hablado de mi regalo y, como supuse, preguntó por ello en el momento en que entró por la puerta. Le dije que había ido con el imán para que sacrificara un cordero para salvar nuestro matrimonio. Yo soy vegetariana, pero, adivina… Se lo creyó. Mejor aún, estaba impresionado.»
Luego quiso una póliza de seguros. «Cogí algo de manteca de karité [un producto natural que se usa en África con muchas funciones, incluyendo la de lubricante] y la mezclé con pimienta picante. La escondí en mi armario. Decidí que si volvía a descubrir que estaba con ella otra vez, le daría un feliz masaje con esta mezcla en el preciso lugar donde más disfruta el calor.»
Sus intervenciones no se detuvieron ahí. También fue a hablar con la otra mujer: «Le dije que si se atrevía a acercarse a él otra vez, iría a su lugar de trabajo y armaría un enorme escándalo. Disculpa la elección de palabras, pero marqué mi territorio como un perro».
Camille no había terminado: «Finalmente, escondí en el jardín una botella de sangre que había comprado en el matadero, en un lugar donde pensé que era posible que algún día la descubriera. De acuerdo con una tradición africana, esto puede ser tanto para una maldición como para la buena fortuna». La botella todavía no ha sido descubierta.
Estos rituales de justicia vienen de una cultura muy distinta a la suya, pero a Camille le trajeron paz y algo más, mucho más potente. En vez de simplemente castigarlo, la empoderaron, lo que mejoró significativamente su relación. «Tuve que aprender a vivir sin la certeza de que no lo volverá a hacer, pero al final gané otro tipo de certeza: confianza en mí misma.»
El deseo de sangre no se ha ido, solo estaba dormido. El año pasado, después de recoger a sus hijos de su clase de música, Camille se encontró con la otra mujer, cuyo hijo estaba asistiendo al mismo programa. Una explosión de ira la recorrió. «Todavía tenía mucha agresividad —quise practicar algunos de mis movimientos de kárate con ella—. Pero entonces, sin pensarlo, me di cuenta de que lo que quería enseñarle es que era feliz: conmigo misma, con Amadou y con mis hijos.» Camille intuyó una de las más importantes lecciones sobre la venganza: si en el proceso de arreglar el asunto terminas haciéndote daño más de lo que castigas a la otra persona, no ganas nada. El arte de la justicia restaurativa es elevarte, más que simplemente denigrar a aquellos que te hieren.
La siguiente semana, antes de ir a la escuela de música, Camille se vistió con un vibrante vestido africano, se pintó los labios y se perfumó. Caminó junto al coche de la mujer con la cabeza alta. «Ser feliz era mucho mejor venganza que lo que pude haber hecho con mis movimientos de kárate.»