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Capítulo 9

INCLUSO LAS PERSONAS FELICES ENGAÑAN

Explorando los significados de los affaires

A veces puedo sentir mis huesos torcerse debajo del peso de todas las vidas que no estoy viviendo.

Jonathan Safran Foer, Tan fuerte, tan cerca

El sexo comercia con la emoción de descubrir, una y otra vez, que somos desconocidos para nosotros mismos […] Lo que conforma a la aventura no es solo la novedad del Otro, aunque ayuda, sino la Otredad de uno mismo.

Virginia Goldner, Género irónico/Sexo auténtico

¿Y si el romance no tuvo nada que ver contigo?

La pregunta frecuentemente le parece absurda a la pareja que ha sido dejada a un lado por un amante secreto y engañada por la persona a la que quiere. La traición íntima se siente intensamente personal: un ataque directo a nuestro lugar más vulnerable. Sin embargo, cuando miramos a través de los lentes del daño que causó a la persona agraviada, solo vemos un lado de la historia. Engañar es lo que le hicieron a su pareja, pero ¿qué estaban haciendo para sí mismas? ¿Y por qué?

Mantener una perspectiva dual —los significados y las consecuencias— es una parte central de mi trabajo. La fase 1 se centra principalmente en el «qué»: las crisis, las consecuencias, las heridas y la duplicidad. La fase 2 se enfoca en el «porqué»: el significado, los motivos, los demonios, la experiencia en sus propios términos. Escuchar estas revelaciones con una mente abierta es parte esencial del proceso de recuperación para todas las partes involucradas.

«¿Por qué la gente engaña?» es una pregunta que me han estado haciendo frecuentemente durante los últimos años. Mientras que en la literatura estamos invitados a fisgonear en los complejos anhelos de los casados malhechores, en mi campo, sus motivos tienden a ser reducidos a alguna de dos opciones: o hay un problema con el matrimonio, o hay un problema con el individuo. Por lo tanto, como Michele Scheinkman ha señalado: «Lo que para madame Bovary alguna vez fue la búsqueda de amor romántico está hoy […] encerrado en el marco de referencia de la “traición”, que trata menos de amor y deseo, y más sobre síntomas que necesitan una cura».

La teoría del «síntoma» va así: un romance simplemente nos alerta de una condición preexistente, sea una relación con problemas o una persona con problemas. Y en muchos casos, esto es verdad. Muchas relaciones culminan en un romance para compensar una falta, llenar un vacío o preparar su ruptura. Apegos inseguros, evasión de conflictos, prolongada falta de sexo, soledad o, simplemente, años de estar atascados repitiendo las mismas peleas (muchos adúlteros son motivados por la disfunción marital). Y mucho se ha escrito sobre cómo los problemas nos llevan a otros problemas. Sin embargo, los terapeutas se encaran día a día con situaciones que desafían todas estas razones tan bien documentadas. ¿Cómo habremos de interpretarlas?

La idea de que la infidelidad puede ocurrir incluso con la ausencia de problemas maritales serios es difícil de aceptar. Nuestra cultura no cree en aventuras sin causa, así que, cuando no podemos culpar a la relación, culpamos al individuo. La literatura clínica está llena de tipologías para infieles, como si el carácter siempre triunfara sobre la circunstancia.

La jerga psicológica ha reemplazado al canto religioso, y el pecado ha sido eclipsado por la patología. Ya no somos pecadores; ahora somos enfermos. Irónicamente, solía ser mucho más fácil purgarnos de nuestros pecados que lo que ahora cuesta librarse de un diagnóstico.

Extrañamente, las condiciones clínicas se han convertido en una moneda muy preciada en el mercado de la rehabilitación-por-adulterio. Algunas parejas llegan a mi oficina con un diagnóstico en la mano. Brent está ansioso por ponerse el manto de la patología, si eso significa encontrar una excusa para veinte años de ser infiel. Su esposa, Joan, está menos entusiasmada y me hace saber lo que piensa: «Su terapeuta le dijo que tiene un trastorno afectivo porque su padre lo abandonó y lo dejó solo para cuidar a su madre y a su hermano. Pero yo le digo: “¿No puedes simplemente dejar de ser un cerdo? ¿Necesitas un diagnóstico?”».

La esposa de Jeff, Sheryl, acaba de descubrir un montón de pruebas de que él ha estado navegando por sitios de BDSM. Después de muchas sesiones con un terapeuta, Jeff llegó a convencerse de que es un «adicto al sexo» que se automedica la depresión en el calabozo. Su esposa está de acuerdo y, de hecho, podría ser verdad. Pero patologizar su comportamiento no debería usarse como una desviación de la posibilidad de que, honestamente, estuviera explorando el tenso territorio de sus predilecciones sexuales. Es más fácil etiquetar que profundizar.

Si los diagnósticos psicológicos no son lo suficientemente convincentes, siempre queda el mundo emergente y popular de la neurociencia. Nicholas, cuya esposa, Zoe, había estado teniendo un affaire durante más de un año, se vio notablemente más esperanzado cuando llegó a nuestra última sesión blandiendo el New York Times. «¡Mira! —apuntó a los titulares—: “La infidelidad se encuentra oculta en tus genes”. Sabía que por el matrimonio abierto de sus padres, su sentido de moralidad es más débil. ¡Es hereditario!»

No hay duda de que muchos esposos y esposas infieles llegan a demostrar signos de depresión, compulsión, narcisismo, trastornos afectivos o pura sociopatía. Por lo tanto, a veces, un diagnóstico correcto finalmente otorga claridad a un comportamiento inexplicable y angustiante, tanto para la persona que actúa con él como para la persona que sufre sus consecuencias. En estas situaciones, es una útil herramienta que ayuda a designar un camino para el descubrimiento y la recuperación. Pero, muchas veces, cuando saltamos a un diagnóstico demasiado rápido, hacemos cortocircuito durante el proceso de crear significado.

Mi experiencia me ha obligado a mirar más allá de la visión común de que la infidelidad siempre es un síntoma de una relación o persona fallida. La causa más probable no siempre es la correcta. Esto lo aprendí cuando escribí Inteligencia erótica. Siempre se me había dicho que los problemas sexuales eran la consecuencia de problemas relacionales y que, si arreglabas la relación, el sexo se arreglaría también. Mientras que ese fue, de hecho, el caso para varias parejas, también veía a incontables otras que me seguían diciendo: «Nos queremos mucho. Tenemos una gran relación. Excepto por el hecho de que no tenemos sexo». Claramente, su impasse sexual no era solo un síntoma de que su romance se había terminado. Teníamos que mirar en los lugares menos obvios para buscar las raíces de la desaparición erótica, lo que significó hablar directamente de sexo, algo que los terapeutas de pareja con frecuencia prefieren evitar.

De forma similar, la sabiduría convencional sostiene que la buena intimidad garantiza la fidelidad. Nuestro modelo de amor romántico asume que, si una unión es saludable, no hay necesidad para buscar en otros lados. Si el hogar es el sitio en el que te sientes seguro, visto, apreciado, respetado y deseado, ¿por qué habrías de ir a otro lugar? Bajo este punto de vista, un affaire es, de facto, un producto de la falta. Consecuentemente, una terapia exitosa se orienta a identificar y sanar los problemas que ha causado el romance en primer lugar, para que la pareja se pueda marchar con un certificado de vacunación en la mano. Pero ¿este enfoque puede orientarse a resolver problemas, así como a atender a los límites y complejidades del amor?

No lo creo; primero, porque sugiere que existe una cosa como un matrimonio perfecto que nos inmunizará contra la pasión por el engaño, y segundo, porque, sesión tras sesión, conozco personas que me aseguran: «Quiero a mi esposa/esposo. Somos grandes amigos y estamos felices juntos. Pero estoy teniendo una aventura».

Muchos de estos individuos han sido fieles durante años, en ocasiones, décadas. Parecen ser maduros, ecuánimes; son hombres y mujeres atentos que están profundamente inmersos en sus relaciones. Y aun así, un día cruzan una línea que nunca se imaginaron cruzar, arriesgando todo lo que habían construido. ¿Por un pedazo de qué?

Cuanto más escucho estos relatos de transgresión improbable, desde líos de una sola noche hasta amoríos apasionados, más me encuentro orientada a buscar las explicaciones menos obvias. ¿Por qué las personas felices engañan?

Para esto, animo a que los infieles me cuenten sus historias. Quiero entender lo que los romances significan para ellos. ¿Por qué lo hiciste? ¿Por qué él? ¿Por qué ella? ¿Por qué ahora? ¿Fue la primera vez? ¿Tuvisteis sexo? ¿Te resististe? ¿Cómo te sentiste? ¿Estabas buscando algo? ¿Qué encontraste? Todas estas preguntas me ayudan a explorar los significados y motivos de las infidelidades.

Las personas engañan por una multitud de razones, y cada vez que pienso que las he escuchado todas, una nueva variación emerge. Pero hay un tema que es constante: los affaires son una forma de autodescubrimiento, una búsqueda de una nueva (o extraviada) identidad. Para estas personas, la infidelidad es menos el síntoma de un problema y más una experiencia de desarrollo que involucra crecimiento, exploración y transformación.

«¡¿Desarrollo?!», puedo escuchar gritando a algunas personas. «¡“Autodescubrimiento”, nada de eso! Seguro, eso suena mejor que ir de malhechor en un motel en carretera. ¡Engañar es engañar, sin importar qué elegante etiqueta new age le pongas! Es cruel, es egoísta, es deshonesto y es abusivo.» En efecto, para la persona que ha sido traicionada, puede ser cualquiera de estas cosas. Pero ¿qué significó para la otra?

Una vez que la crisis existencial se calma, es importante hacer espacio para explorar la experiencia subjetiva del romance, así como del dolor que puede infligir. Lo que para la pareja A pudo haber sido una traición dolorosa, para la pareja B fue transformativo. Entender por qué ocurrió la infidelidad y lo que significó es crítico, tanto para las parejas que deciden terminar su relación como para aquellas que quieren mantener, reconstruir y revitalizar la suya.

En búsqueda de un nuevo Yo

A veces, cuando buscamos la mirada de otro, no es de nuestras parejas de quienes huimos, sino de la persona en que nos hemos convertido. No estamos buscando a otro amante tanto como buscamos otra versión de nosotros mismos. El ensayista mexicano Octavio Paz describe el erotismo como la sed de otredad. Con frecuencia, el otro más embriagante que las personas descubrimos en el affaire no es una nueva pareja; es un nuevo yo.

La primera carta de Priya estaba llena de angustia y confusión. «Muchas descripciones de matrimonios con problemas no coinciden con mi situación —comenzó—. Colin y yo tenemos una relación maravillosa. Tres increíbles hijos, ningún estrés económico, profesiones que nos encantan, grandes amigos. Él es genial en su trabajo, guapo, atento amante, sano y generoso con todos, incluyendo a mis padres. Mi vida es buena

Y de todas formas, Priya está teniendo una aventura con el jardinero que retiró el árbol que atravesó el garaje del vecino después del huracán Sandy. «No es alguien con quien tendría una cita; nunca, nunca, nunca. Conduce una camioneta y tiene tatuajes. Es tan cliché que me duele decirlo en voz alta, como un jefe de mediana edad con su secretaria joven y atractiva. Y es peligroso. Podría arruinar todo lo que he construido, algo que no quiero hacer. Mi terapeuta es la única persona que lo sabe, y me ha dicho que bloquee su número y nunca vuelva a hablar con él. Sé que tiene razón y lo he intentado, pero sigo cayendo en ello.»

Me cuenta su experiencia, mitad fascinada y mitad horrorizada. «No tenemos adónde ir, así que siempre nos estamos escondiendo en su camioneta o en mi coche, en cines o en los bancos de los parques (con sus manos dentro de mis pantalones). Me siento como una adolescente con su novio.» No puede enfatizar lo suficiente lo mucho que la hace sentir de vuelta en la escuela. Han tenido sexo apenas una media docena de veces durante toda la relación; se trata más de sentirse sexy que de tener sexo. Y ella está atrapada en el dilema común del adulterio: «Esto no puede seguir, pero no lo puedo detener».

Priya no puede entender por qué está en este lío. Ella también ha comprado la idea de que este tipo de cosas suceden solo cuando hay algo que falta en el matrimonio. Sin embargo, mientras ella se jacta sobre los méritos de su vida conyugal, yo comienzo a sospechar que su romance no tiene que ver con su esposo o con su relación.

Buscar causas maritales con tanta tenacidad en casos como este es un ejemplo de lo que se conoce como el «efecto farola», en el que un hombre borracho está buscando sus llaves no donde las dejó, sino donde da la luz. Los seres humanos tienen la tendencia de buscar cosas en los lugares donde es más fácil buscarlas en vez de en los lugares donde es más probable encontrarlas. Quizá esto explica por qué muchos terapeutas de pareja coinciden abrumadoramente en la teoría del síntoma. De esta forma, ellos pueden centrarse en el conocido territorio de la relación en vez de sumergirse en el atolladero de la transgresión. Es más fácil culpar a un matrimonio fallido que lidiar con las dificultades existenciales de nuestras ambiciones, nuestros anhelos y nuestros aburrimientos. El problema es que, a diferencia de la inútil búsqueda del hombre borracho, los terapeutas siempre pueden encontrar problemas en un matrimonio. Puede que esta no sea la forma correcta de encontrarle significado a un amorío.

Una examinación forense del matrimonio de Priya seguramente nos habría retribuido con algo: su carencia de poder como la persona que tiene menores ingresos; su tendencia a reprimir el enojo y evitar el conflicto; la claustrofobia que a veces siente; la combinación gradual de dos individuos en un «nosotros», resumida de forma tan precisa en la frase «¿Nos gustó ese restaurante?». Si ella y yo hubiéramos tomado esa ruta, hubiéramos tenido una interesante charla, pero no la que necesitábamos. El hecho de que una pareja tenga «problemas» no significa que esos problemas hayan llevado al affaire.

«Creo que esto se trata de ti, no de tu matrimonio —le sugiero a Priya—. Háblame de ti.»

«Siempre he sido buena: buena hija, buena esposa, buena madre; solícita, aplicada en la escuela.» Priya proviene de una familia de inmigrantes de la India con recursos modestos. Para ella, la pregunta: «¿Qué quiero?» nunca ha sido separada de: «¿Qué quiere la gente de mí?». Nunca ha salido de fiesta, ni se ha embriagado, ni se ha quedado hasta tarde fuera de su casa, y probó su primer cigarro a los veintidós. Después de estudiar medicina, se casó con el hombre indicado e incluso acogió a sus padres para vivir con ella antes de comprarles un hogar para su jubilación. A los cuarenta y siete, ella se pregunta: «Si no soy perfecta, ¿me seguirán queriendo?». En el fondo de su mente hay una voz que se pregunta cómo es la vida para aquellas que no son tan «buenas». ¿Son más solitarias? ¿Más libres? ¿Se divierten más?

La aventura de Priya no es ni un síntoma ni una patología; es una crisis de identidad, una reorganización interna de su personalidad. En nuestras sesiones, hablamos de deber y deseo, de envejecimiento y juventud. Sus hijas se están convirtiendo en adolescentes y disfrutando de una libertad que ella nunca conoció. Priya las apoya al mismo tiempo que las envidia. Está teniendo su propia y tardía rebelión adolescente mientras se acerca a la marca del medio siglo.

Estas introspecciones pueden parecer superficiales —insignificantes problemas del Primer Mundo—. Priya lo ha dicho por sí misma. Las dos estamos de acuerdo en que su vida es envidiable. Y aun así, lo está arriesgando todo. Eso es suficiente para convencerme de que no hay que tomarlo a la ligera. Mi papel es ayudarle a darle sentido a sus acciones. Está claro que esta no es una historia de amor destinada a convertirse en una historia de vida (aunque algunos romances genuinamente lo son). Este es un affaire que empezó y terminará siendo solamente eso, mientras no destruya su matrimonio en el proceso.

Apartado de las responsabilidades del día a día, el universo paralelo de la infidelidad es, con frecuencia, idealizado, promovido por la promesa de la trascendencia. Para algunos, es un mundo de posibilidades: una realidad alternativa en la que podemos reimaginarnos y reinventarnos. Por lo tanto, se experimenta como un universo sin límites, precisamente porque está contenido en los límites de una estructura clandestina. Es un paréntesis radiante, un interludio poético en la prosa de la vida.

En consecuencia, las historias de amor prohibidas son utópicas por naturaleza, especialmente en contraste con las restricciones mundanas del matrimonio y la familia. Una característica básica de este universo liminal, y la llave para su irresistible poder, es que es inalcanzable. Los affaires son, por definición, precarios, elusivos y ambiguos. La indeterminación, la incertidumbre, el no saber cuándo te veré otra vez —sentimiento que nunca toleraríamos en nuestra relación principal— se convierten en la leña que prende el fuego de un romance oculto. Como no podemos tener al amante lo seguimos deseando, pues siempre queremos aquello que no podemos tener. Es justo su cualidad de estar fuera del alcance lo que lleva a que los romances tengan su mística erótica y mantengan ardiendo las llamas del deseo.

Reforzar esta separación de la aventura con la realidad es la razón por la cual muchas personas, como Priya, eligen amantes que no podrían convertirse en una pareja de vida. Al enamorarse de alguien de una clase, cultura o generación diferente, jugamos con posibilidades que quizá no nos gustarían si fueran cotidianas.

La infidelidad promete «vidas que puede que nunca sean las mías», como escribe la periodista Anna Pulley en su hermoso ensayo sobre su romance con una mujer casada. Ella escribe: «Yo estaba en un camino que ella nunca tomaría […] Lo nuestro fue un amor articulado en la posibilidad —lo que podíamos ofrecernos era infinitamente potencial—. La realidad nunca tuvo oportunidad contra ese tipo de promesa […] Ella representaba una singular perfección y tenía que hacerlo, porque ella no contenía ninguna de las trampas de una relación real […] Era perfecta, en parte, porque era una escapatoria y siempre parecía ofrecer más».

Curiosamente, muy pocos de estos romances sobreviven al ser descubiertos. Uno pensaría que una relación en la que se arriesgó tanto sobreviviría la transición a la luz. Bajo el hechizo de la pasión, los amantes hablan con nostalgia de todas las cosas que podrán hacer cuando por fin estén juntos. Y aun así, cuando la prohibición se levanta, cuando el divorcio llega, cuando lo sublime se mezcla con lo ordinario y el affaire entra en el mundo real, ¿entonces qué? Algunos se acomodan en una feliz legitimidad, pero muchos otros no. En mi experiencia, la mayoría de las aventuras termina, incluso si el matrimonio también lo hace. Sin importar los sentimientos auténticos de amor, el romance solo tenía como propósito ser una hermosa ficción.

El romance vive en la sombra del matrimonio, pero el matrimonio vive en el centro del romance. Sin su deliciosa ilegitimidad, ¿puede mantenerse atractiva la relación con el amante? Si Priya y su amante tatuado tuvieran su propia habitación, ¿serían tan vertiginosos como en la parte trasera de la camioneta de él?

He conocido a incontables mujeres (y hombres) como Priya. Reconozco el poder de su experiencia. No la menosprecio ni la considero insignificante, egoísta o inmadura. Pero al mismo tiempo, reto a la arrogancia de los amantes que sienten que la epifanía de su conexión ha suplantado todo lo demás en sus aburridas vidas. Enamorarse, como escribe Franceso Alberoni, «reordena todas nuestras prioridades, arroja lo superfluo por la borda, proyecta una deslumbrante luz hacia lo que es superficial y de inmediato lo descarta». Le advierto a Priya que, cuando el vuelo poético se estrelle, es probable que ella se dé cuenta de que su prosaica vida le importa mucho.

El poder seductor de la transgresión

Ninguna conversación sobre relaciones puede evitar el espinoso tema de las reglas y nuestro humano deseo de romperlas. Romper las reglas es una afirmación de nuestra libertad por encima de la convención, de la posibilidad por encima de los límites, de los deseos propios sobre los de la sociedad. Priya puede sentirse perpleja y mortificada por cómo está poniendo su matrimonio en juego. Pero es justo ahí donde reside el poder de la transgresión: en arriesgar las cosas que más valoramos. Perfectamente conscientes de la ley de la gravedad, soñamos con volar. Las consecuencias pueden ser transformadoras o destructivas, y, a veces, no puedes separar las dos.

Con frecuencia, Priya se siente algo así como una contradicción andante: a veces consternada por su comportamiento arriesgado, encantada por su actitud temeraria, atormentada por su miedo a ser descubierta e incapaz (o sin deseos) de detenerlo. Los neurocientíficos no dudarán en explicar que, en su vida diaria, está siguiendo los mandatos racionales de su corteza frontal, mientras que, en su romance, su sistema límbico está al cargo.

Desde una perspectiva psicológica, nuestra relación con lo prohibido arroja luz sobre los aspectos más oscuros y menos francos de nuestra humanidad. La transgresión se encuentra en el corazón de la naturaleza humana. Además de esto, como muchos de nosotros recordamos de nuestra infancia, existe emoción en esconderse, escabullirse, portarse mal, tener miedo a ser descubiertos y salirnos con la nuestra. Como adultos, descubrimos que esto es un poderoso afrodisíaco. El riesgo de ser capturados haciendo algo sucio o prohibido, romper tabús, forzar límites, todas son experiencias excitantes. Como observa el sexólogo Jack Morin, muchos de nosotros conservamos un deseo infantil de demostrar nuestra superioridad sobre las reglas. «Quizá —sugiere—, esta es la razón por la que los encuentros y las fantasías con sabor a transgresión dejan, tan a menudo, una sensación de autovalidación e, incluso, de orgullo a los transgresores.»

La famosa «ecuación erótica» de Morin establece que «atracción más obstáculos es igual a excitación». Altos estados de excitación, explica, emanan de la tensión entre problemas persistentes y soluciones triunfales. Nos sentimos más intensamente excitados cuando estamos un poco desequilibrados, inciertos, «suspendidos en el peligroso límite entre el éxtasis y el desastre».

Mirar adentro de nuestras propensiones humanas nos ayuda a aclarar por qué las personas en relaciones felices y estables son atraídas por la energía de la transgresión. Para Priya, la pregunta es embrujadora: ¿qué tal si solo por esta vez actúo como si las reglas no se aplicaran?

Mientras que, para algunos, romper las reglas es un sueño, para otros, hacerlo es una forma de vida. Ellos simplemente asumen que están por encima de las reglas. Su narcisismo les da licencia para romper todas las convenciones. Para ellos, la infidelidad es oportunismo: hacen trampa con la impunidad, simplemente porque pueden. Su grandiosidad es la narrativa maestra.

Todos los romance son historias donde se rompen las reglas, pero yo estoy particularmente interesada en el significado de esto para aquellos que han vivido vidas responsables y dedicadas. ¿Qué es lo que la rebelión representa para estos rectos ciudadanos? ¿Y qué decir de la naturaleza contradictoria de sus infracciones, cuando los límites que están cruzando son exactamente los mismos que ellos crearon?

Nuestras conversaciones ayudan a Priya a tener claridad. Está aliviada de no tener que terminar su relación con Colin. Pero tener que asumir toda la responsabilidad la deja con mucha culpa. «Lo último que quisiera es hacerle daño. Si él se entera, quedaría devastado. Y saber que no tuvo nada que ver con él no significaría una diferencia. Nunca lo creería.»

Priya está en una encrucijada. Le podría hablar a su esposo sobre el romance, algo que muchas personas le aconsejarían, y entonces lidiar con las consecuencias. Podría mantenerlo como un secreto y terminarlo, esperando que él nunca se entere. O podría continuar patinando en pistas paralelas para siempre. Mi preocupación con la primera opción es que, si bien no apruebo el engaño, también sé que, en el momento en que un affaire es revelado, la narrativa cambiará irrevocablemente. Ya no será una historia de autodescubrimiento, sino una de traición. Y no estoy segura de qué podría ganar ella con eso.

¿Y qué hay de la segunda opción, terminarlo discretamente? Ella lo ha intentado varias veces: ha borrado su número de móvil, ha elegido una ruta diferente al recoger a sus hijos de la escuela, se ha repetido a sí misma lo mala que es la situación. Pero colocarse un grillete a uno mismo tan solo se convierte en una nueva y electrizante regla para romper. Tres días después, el nombre falso está de nuevo en su teléfono.

Respecto a la tercera opción, el tormento de Priya está aumentando en proporción a los riesgos que está tomando. Está comenzando a sentir los efectos corrosivos del secreto y cometiendo más errores al ocultarlo cada día. El peligro la persigue por cada cine y aparcamiento solitario.

Tomando todo esto en cuenta, espero guiarla hacia una cuarta opción. Lo que me está diciendo es, en efecto: «Necesito terminar con esto, pero no quiero». Lo que puedo ver que ella todavía no comprende es que lo que realmente teme no es perder a su amante; es perder la parte de ella que ha despertado. «Tú crees que tienes una relación con el Hombre de la Camioneta —le digo—. Aunque en realidad tuviste un íntimo encuentro contigo misma, mediado por él.»

La distinción entre persona y experiencia es crucial al ayudar a las personas a salir de las crisis de sus aventuras. La excursión extramarital terminará, pero los souvenirs seguirán viajando con ellas. «No espero que me creas en este momento, pero puedes terminar la relación y mantener lo que te dio —le digo—. Te has reconectado con una energía de juventud. Sé que sientes que, si lo dejas, estarás también cortando con esa parte tuya, pero quiero que sepas que, conforme pase el tiempo, encontrarás que algo de esto también vive dentro de ti.»

Discutimos acerca de cómo decir adiós. Hasta ahora, sus despedidas no habían funcionado porque enfatizaban solo los aspectos negativos y no reconocían la profundidad de la experiencia. Priya y su amante también han tratado de separarse lenta y gentilmente, pasando horas discutiendo sobre cómo deberían hacerlo. Sé cómo son esas conversaciones: las parejas pasan noches enteras planeando sus despedidas, pero terminan sintiéndose más cerca y más conectadas al enfrentarse a su inminente separación.

Le presento un distinto tipo de conversación: una despedida adecuada que no niegue los aspectos positivos de su relación, pero que se centre en la contradicción: «No quiero terminar esto; sin embargo, es lo que he venido a hacer». Ella debería expresar gratitud por lo que la relación le ha dado y decirle que siempre atesorará en su memoria sus momentos juntos.

Me pregunta: «Debo hacerlo hoy, ¿verdad?».

«Deberás hacerlo muchos días —le digo—. Tienes que aprender a separarte de él. Y no será fácil. A veces lo sentirás como una endodoncia. Se ha convertido en una presencia tan importante en tu vida que, cuando no lo veas, primero te sentirás atolondrada y vacía. Esto es de esperar, y podría pasar un tiempo antes de que desaparezca.»

En algunas situaciones, este proceso puede ser asunto de una sola y esclarecedora conversación; en otras, pueden pasar semanas o meses antes de que el significado sea metabolizado y el romance pueda tener una muerte natural, tras haber servido a su propósito. Para Priya, sospecho que será el segundo caso. «Tendrás que forzarte a ti misma a no escribirle, llamarle, seguirle o conducir a su casa. Puede que tengas un desliz, pero algún día terminará. Sentirás pérdida, tendrás un duelo y, con el tiempo, llegarás a aceptarlo. Experimentarás el alivio de no estar fragmentada. Y en ocasiones, cuando pienses en él, te sentirás joven otra vez.»

Quizá lo que estoy diciendo es verdad y Priya recordará al Hombre de la Camioneta con cariño. Pero sé que es igualmente posible que, dentro de un año, ella recuerde este episodio y se pregunte: «¿Qué demonios estaba pensando? ¿Estaba loca?». Puede que él se mantenga como una hermosa flor en su jardín secreto, o puede que ella lo perciba como una mala hierba. Por ahora, basta decir que darle el permiso para internalizarlo la ayudará a dejarlo marchar.

Con frecuencia, las personas me preguntan: «¿Puede una pareja experimentar una conexión auténtica y segura mientras una de las dos partes mantenga un secreto tan grande? ¿No convierte toda la relación en una mentira?». No tengo una respuesta definitiva a estas preguntas. En muchos casos, he trabajado hacia la revelación, esperando que abra nuevos canales de comunicación para la pareja. Pero también he visto las cicatrices que deja un secreto que fue compartido con descuido. Cuando estoy trabajando con Priya, mi atención está en llevarla hacia su propia experiencia para que ella se haga cargo de la manera más cuidadosa posible. Estos días, mis mensajes han reemplazado los de su amante en su bandeja de WhatsApp. Actúo como su patrocinadora mientras ella se purga de la atención que a diario recibía de él para acercarse gradualmente a su meta, que es reintegrar su vida.

El atractivo de las vidas no vividas

La búsqueda de la propia identidad desconocida es un tema poderoso en la narrativa adúltera. El universo paralelo de Priya la transportó a la adolescente que nunca fue. Otros se encuentran arrastrados por el recuerdo de la persona que alguna vez fueron. Y están, también, aquellos cuyos affaires los devuelven hacia las oportunidades perdidas, las que se fueron para no volver y que les muestran las personas que pudieron haber sido. Como escribe el eminente sociólogo Zygmunt Bauman, en la vida moderna, «siempre hay una sospecha […] de que uno está viviendo una mentira o un error; de que algo crucialmente importante se ha pasado por alto, ignorado, negado, dejado sin probar y sin explorar; de que el compromiso de vida hacia la auténtica identidad no ha sido realizado o de que algunas oportunidades de felicidad desconocida, completamente distintas a cualquier felicidad experimentada antes, no han sido tomadas a tiempo y están destinadas a perderse para siempre si continúan siendo ignoradas». Él le habla directamente a nuestra nostalgia por las vidas no vividas, por las identidades no exploradas y los caminos no recorridos.

Cuando somos niños, tenemos la oportunidad de jugar otros roles; como adultos, nos encontramos con frecuencia atrapados por aquellos que se nos han asignado o por los que hemos elegido. Cuando elegimos una pareja, nos comprometemos con una historia. Sin embargo, nuestra curiosidad se mantiene: ¿de qué otras historias pudimos haber formado parte? Las aventuras nos ofrecen una ventana hacia estas otras vidas, un vistazo a lo desconocido. El adulterio es, constantemente, la venganza de estas posibilidades desechadas.

Dwayne siempre ha atesorado los recuerdos de Keisha, su novia de la universidad. Con ella tuvo el mejor sexo que ha tenido en su vida y es protagonista frecuente de sus fantasías. Los dos sabían que eran muy jóvenes para comprometerse y se separaron a regañadientes. Con los años, él se ha preguntado constantemente qué podría haber pasado si se hubieran conocido en otro momento.

Llega Facebook. El universo digital ofrece oportunidades sin precedentes para reconectar con las personas que emocionaron nuestra vida tiempo atrás. Nunca antes habíamos tenido tanto acceso a nuestros ex y tanto alimento para nuestra curiosidad. «¿Qué le pasó a tal? Me pregunto si ella alguna vez se casó.» «Oí que estaba teniendo dificultades en su relación.» «¿Seguirá siendo tan guapa como la recuerdo?» Las respuestas están a un clic de distancia. Un día, Dwayne buscó el perfil de Keisha. Resultó que los dos estaban en Austin. Ella seguía siendo atractiva y estaba divorciada. Él, por otro lado, estaba felizmente casado, pero su curiosidad pudo más y el botón de «Agregar como amiga» rápidamente se convirtió en una novia secreta.

Me parece que, durante la década pasada, gracias a las redes sociales, los romances con los ex han proliferado. Estos encuentros retrospectivos ocupan un lugar en algún punto medio entre lo conocido y lo desconocido: traer de regreso la familiaridad de alguien a quien alguna vez conociste, con la frescura creada por el paso del tiempo. El encenderse con una vieja llama nos ofrece una combinación única de confianza, riesgo y vulnerabilidad. Además de esto, es un imán para nuestra persistente nostalgia. La persona que alguna vez fui, pero se ha perdido, es la persona que alguna vez conociste.

Todos tenemos distintas expresiones de nuestra identidad, pero, en nuestras relaciones íntimas, conforme pasa el tiempo, tendemos a reducir nuestra complejidad a una versión reducida de nosotros mismos. Uno de los componentes esenciales de la recuperación es encontrar maneras de reintroducir las muchas piezas que fueron abandonadas o exiliadas en el camino.

El regreso de las emociones exiliadas

Mientras que algunas personas se sorprenden al descubrir que hay muchas partes en su identidad, Ayo conoce bien las suyas. Él siempre se ha definido, redefinido y desarrollado a través de sus relaciones, con amigos, mentores y parejas íntimas. «Tengo círculos de amigos correspondientes a varias etapas de mi vida, en diferentes partes del mundo —me dice—. Cada uno de ellos despierta a la persona que era en los años formativos de aquellas relaciones. Encuentro estimulante la reexperimentación de mí mismo, a través de mis etapas de vida, al simplemente elegir pasar tiempo con uno u otro círculo de amigos.»

En los últimos dos años, sin embargo, la persona más influyente en el proyecto de desarrollo personal de Ayo ha sido Cynthia, una colega consultora de desarrollo internacional. Él describe su romance de dos años como «un acelerador del desarrollo de vida», que lo ha impulsado hacia una nueva experiencia de sí mismo.

La infidelidad de Ayo cuenta una historia menos conocida pero no poco frecuente acerca de los hombres. Existe cierto tipo de hombre que ha pasado su vida en el lado duro del espectro emocional, temerario y siempre en control. Para Ayo, que creció en Kenia y se ha mudado en varias ocasiones debido a una infancia turbulenta, esta estrategia tiene sentido. «Parece que quería muchos de los pedazos buenos del amor —la calidez, la protección, la preocupación, la amistad y el romance—, pero no las partes con agujeros —la vulnerabilidad, la debilidad, el miedo y la tristeza», reflexiona.

Su esposa, Julie, le ofreció justamente esto. Se conocieron en Londres hace veintisiete años, cuando los dos estaban comenzando sus carreras en el mismo campo. «Ella era hermosa, excepcionalmente inteligente, atlética y no demasiado introspectiva ni frágil, algo que me hacía sentir cómodo.» Tuvieron cinco hijos; Julie decidió dejar su carrera y criar a su descendencia, mientras Ayo continuaba viajando por el mundo.

Su matrimonio fue feliz. Estaba, como Ayo lo describe, «basado en la libertad extramarital respetuosa»; una libertad que había aprovechado múltiples veces a través de los años, disfrutando de encuentros casuales en cada zona horaria. Julie hacía la vista gorda con sus «desvíos», como ella los llamaba («me quitaban presión»), e incluso tuvo un breve amorío, que le contó a su esposo.

Ayo conoció primero a Cynthia por sus escritos y los consideró «brillantes», con una voz «encantadora, divertida, genuina y sabia». Cuando se conocieron en persona, ella era todo eso, como también elegante y graciosa. «Nos enamoramos —dice—, conociéndonos a través de nuestro trabajo, escribiéndonos interminables cartas de amor, miles de páginas durante los últimos dos años.» Su relación ha tenido muchas facetas: profundo respeto profesional, colaboración creativa, camaradería intelectual, pasión erótica y humor.

Inicialmente, Ayo y Cynthia planearon decírselo a sus respectivos esposos, esperando que la flexibilidad de los límites que caracterizaba a ambos matrimonios se estirara lo suficiente como para incluir su conexión. Pero sabían que esta relación era más seria que cualquier encuentro pasado y que, probablemente, «probarían los límites de la tolerancia de nuestras parejas».

Antes de que pudieran seguir con su plan, la vida intervino en la forma de un diagnóstico de cáncer para Cynthia. La decisión de hablar se escapó por la ventana, como lo hicieron también todos los límites restantes. «Salté directo a su vida y pasé tanto tiempo con ella como pude —recuerda Ayo—. Me enamoré más y más. Por primera vez, me permití a mí mismo tener miedo, sentirme triste.»

Ayo descubre el hecho de entrar en contacto con emociones que siempre habían estado suprimidas, encontrando una nueva curiosidad, empatía y tolerancia para la incertidumbre. Siempre reflexivo, lo resume así: «He adquirido un nivel que me faltaba en cuanto a mi vocabulario emocional». Este hombre más suave también apareció a la hora de hacer el amor, «más juguetonamente, más tranquilo y menos motivado por los resultados».

Cuando Julie supo de Cynthia, Ayo mantuvo la esperanza de que a ella «se le podría pasar», dado que ella había tenido aventuras pasadas y las había aceptado como parte de su nuevo acuerdo poliamoroso. Para su sorpresa y decepción, ocurrió lo opuesto. «Se hundió en la agonía.» Cuando escribió preguntando por terapia de pareja, estaba intentando encontrar una forma para salir de ese impasse.

«El hecho es que quiero a Julie —escribió—, su energía física sin límites, su incuestionable compromiso con nuestro matrimonio y familia, su invulnerabilidad, sus atenciones, la estabilidad de sus certezas y la solidez de los cimientos de sus valores. Tenemos tanto en común que nos mantendrá unidos hasta que envejezcamos. Y el hecho es que estoy enamorado de Cynthia: su gracia, su exquisita inteligencia emocional, su brillantez, su vulnerabilidad, sus incertezas ontológicas y su complejidad de mente. Me encanta la forma en que me muestro ante ella como la versión más grande de mí mismo, así que diferentes partes de mí me tiran en direcciones opuestas. Con las dos en mi vida, me he sentido como el hombre más afortunado del mundo.»

Para el momento en que nos conocemos, Ayo ha terminado de mala gana el lado sexual de su relación con Cynthia, pero insiste en continuar con su colaboración creativa: algo que hace muy infeliz a Julie. Él me dice honestamente que está considerando varias opciones. Una parte de él espera que yo pueda convencer a Julie de que le permita tener tanto su matrimonio como su aventura. Otra parte de él espera que yo le «enderezaré y le sacudiré sus ilusiones» para que pueda centrarse únicamente en su matrimonio. Y otra parte se pregunta si esta encrucijada tiene como propósito llevarlo a una nueva vida y espera que yo pueda ayudarlo a afrontar las implicaciones. No sabe por dónde deberíamos empezar a trabajar.

Julie, mientras tanto, quiere entender la irresistible atracción que Ayo siente por Cynthia y la intensidad de su propia respuesta. «¿Por qué esto te afectó de modo distinto a otros encuentros?», le pregunto. Estamos familiarizados con la historia del hombre de mediana edad que sale con una belleza joven, mientras la esposa experimenta sentimientos de insuficiencia por comparación. Para Julie, sin embargo, las bellezas jóvenes nunca han sido un problema. «Como no me siento amenazada por ellas, he decidido ignorarlas», dice. Pero Cynthia fue una patada en el estómago. Una mujer profesional, exitosa, de la misma edad que Julie, que la ha superado en un campo al que ella renunció décadas atrás para dedicarse enteramente a la maternidad.

Mientras la escucho, comienzan a cobrar sentido las razones sobre por qué esta revelación la golpeó con tanta desesperación. Su esposo no solo se enamoró de otra mujer; se enamoró de la mujer que Julie pudo haber sido. Cynthia no solo representa la nueva parte que Ayo está descubriendo. Representa también todo lo que su esposa abandonó. Pudo haber sido Julie la que trabajara a su lado, compartiendo sus pasiones y celebrando juntos sus logros. Ella escogió otra cosa y ya no hay vuelta atrás. Mientras tanto, él tiene la opción de disfrutar de ambas partes de la historia.

Por primera vez en nuestra sesión, contemplando su identidad perdida y con sus reservas rompiéndose, Julie comienza a llorar. Cuando nuestra sesión termina, tanto ella como Ayo están afrontando un nuevo e incómodo umbral de desarrollo, por usar un término que Ayo apreciaría. ¿Puede él llevar su empatía recién descubierta a su esposa, en vez de solo sentirse sorprendido de que está herida? ¿Y puede ella ir más allá de su actitud estoica y demostrar lo que siente? ¿Cómo puede ella crear un nuevo sentido de propósito en la vida?

Una de las opciones que Ayo no había incluido en su menú de posibles resultados fue la creación de un fresco vocabulario emocional entre él y Julie. Si el miedo, la tristeza y la vulnerabilidad pueden ser introducidos en su santuario, entonces podrían encontrar también nuevas expresiones de su identidad en lugares que nunca esperaron. Al final de nuestra sesión, los dejo considerando esta posibilidad.

Son los dramas de la vida real, como este, los que realzan, para mí, las limitaciones de la teoría del síntoma. La infidelidad necesita ser vista no solo como una patología o una disfunción. Debemos prestar un oído atento a la resonancia emocional de nuestras experiencias transgresoras, así como a sus consecuencias; de otra forma, perpetuamos la compartimentación que ha producido el romance en sí; dejamos a la pareja en riesgo de hundirse de nuevo en el statu quo. Desenredar los significados del affaire pone en marcha las decisiones que seguirán. Hay demasiado en juego como para desperdiciar un valioso tiempo buscando nuestras llaves en los lugares equivocados.