Skip to content

Capítulo 10

UN ANTÍDOTO A LA MUERTE

El encanto de lo prohibido

Hoy soy una mujer dividida entre el terror a que

todo cambie y el terror a que todo siga igual

el resto de mi vida.

Paulo Coelho, Adulterio

En su mejor momento, la monogamia podría ser el deseo de encontrar a alguien con quien morir acompañado; en el peor, sería una cura para los terrores de estar vivo.

Los dos son fácilmente confundidos.

Adam Phillips, Monogamia

«“Cojamos las escaleras”, dijo él mientras esperábamos al ascensor fuera de la oficina. Entonces su mano rozó la mía. Fue un toque muy ligero y fue electrificante. Me sentí viva.» Los ojos de Danica se iluminan con el recuerdo. «Y, sabes, me impresionó porque ni siquiera sabía que me quería sentir así. Hasta ese momento no me había dado cuenta de que era algo que me había faltado durante mucho tiempo».

El relato de Danica no me impresiona en absoluto, como tampoco lo hace el hecho de que esta responsable mujer y esposa siguió a Luiz, su joven compañero de trabajo brasileño, no solo por las escaleras, sino hasta un completo romance. La principal constante que encuentro en todas las historias de las personas que han mordido la manzana prohibida es esta: las hace sentir vivas.

Incontables personas infieles narran sus excursiones en términos similares: volver a nacer, rejuvenecer, sentir emociones intensas, revitalizarse, renovarse, vibrar, liberarse. Y muchas, como Danica, explican que ni siquiera reconocían la ausencia de esas emociones hasta que fueron atrapadas por ellas en un momento de descuido. La emoción por sentirse vivas rara vez es el motivo explícito de un romance —casi siempre no saben por qué lo comenzaron—, pero, con frecuencia, es ahí donde se encuentra el significado inesperado. En la década que he estado estudiando el amor rebelde, he escuchado este sentimiento expresarse por todo el mundo. Los affaires son las tramas eróticas más básicas en el antiguo sentido del eros como energía vital.

«Todo con Cindy era intenso —me dice Karim, reflexionando sobre su aventura de tres años—. Planear vernos era intenso. El sexo. Las peleas eran intensas, y también las reconciliaciones. Supongo que ella era lo que yo deseaba y temía al mismo tiempo. En contraste, mi matrimonio solo es normal. No es malo, solo aburrido.»

«Nunca había pensado en enamorarme de alguien más —me cuenta Keith—. Joey yo hemos estado juntos desde la Escuela de Bellas Artes. Entonces, conocí a Noah en una colonia de artistas y fue como despertar de una larga hibernación. Ni siquiera sabía lo dormido que estaba. Él me empujó adelante y me inspiró. Me sentí completamente motivado; estaba realizando mi mejor trabajo con él.»

«Mi esposo no había podido lubricarme en más de una década —exclama Alison—. Tenía treinta y cinco años y estaba convencida de que había algo médicamente mal en mí. En todos los demás sentidos, compartimos mucho. Es mi mejor amigo, mi copiloto, y, desde fuera, parecemos perfectos. Y entonces, apareció Dino, y, con solo unas pocas palabras y sugerencias, hizo todo lo que los lubricantes y juguetes nunca lograron. Fue una sensación asombrosa, como si me hubiera activado.»

Cuando les pregunto a las personas qué significa «sentirse vivas», responden con multifacéticas experiencias. Poder, validación, confianza y libertad son los sabores más comunes. Agregad el elixir del amor y tendréis un cóctel embriagante. Hay un despertar o redespertar sexual, desde luego, pero no se detiene ahí. Quienes han despertado describen un sentido de movimiento después de haber estado limitados, un abrirse a posibilidades de una vida que se había estrechado hasta convertirse en un único y predecible camino, el surgimiento de una intensidad emocional cuando todo parecía insípido. He llegado a pensar en estos encuentros como romances existenciales, porque llegan hasta la esencia de la vida misma.

Sin importar cómo juzguemos las consecuencias, estas relaciones no son frívolas. Su poder es, con frecuencia, tan místico para la persona involucrada en el secreto como para la pareja que lo descubre. Pero habiendo escuchado la misma historia tantas veces, sé que existe un método para la locura, un acertijo oculto de la naturaleza humana que lleva a las personas a cometer infracciones inesperadas. Con frecuencia, me siento parte terapeuta, parte filósofa, explicándoles a las parejas las paradojas existenciales que hacen de lo inconcebible algo lógico.

Un antídoto a la muerte

En un sorprendente número de estos casos, se puede trazar una línea directa de la aventura extramarital hacia nuestro más básico y humano miedo: la confrontación con la muerte. Frecuentemente, presencio romances que ocurren pegados a la pérdida o la tragedia. Cuando la Parca toca la puerta —un padre muere, un amigo se va muy pronto, un bebé se pierde—, la sacudida del amor y del sexo provee una intensa afirmación por la vida.

También hay otras pérdidas más simbólicas. Malas noticias del doctor pueden destruir nuestro sentido de juventud y fuerza, en un instante. He visto a varios hombres y mujeres con un diagnóstico de cáncer escapar de la ansiedad por la muerte en los brazos de un nuevo amor. La infertilidad nos pone cara a cara con la incapacidad de crear vida. Perder un empleo nos arrebata nuestra confianza y nos hace sentir inútiles. La depresión nos roba nuestra esperanza y alegría. Las circunstancias peligrosas como las guerras o las zonas de desastre nos incitan a tomar riesgos emocionales inusuales. Ante el rostro de la impotencia y la vulnerabilidad, sentimos que la infidelidad puede ser un acto de rebeldía. Freud describió el eros como un instinto de vida en constante lucha con el tánatos, el instinto de muerte.

Puede que esas mismas personas hayan sido tentadas previamente, pero me pregunto si es la brusca confrontación con la brevedad y fragilidad de la vida lo que las anima a cometer el acto. De un momento a otro, ya no están dispuestas a acomodarse en una vida a medias. «¿Esto es todo lo que hay?» Tienen hambre de más. Los compromisos que parecían razonables ayer se convierten en insoportables hoy. «La vida es corta, ten una aventura». El infame eslogan de <AshleyMadison.com> puede parecer crudo, pero se dirige muy bien a su público objetivo. Las historias como esta son tan comunes que, ahora, les pregunto a mis pacientes, como parte de la rutina: «¿Has sufrido alguna pérdida, muerte o tragedia en años recientes?».

Quizá es la muerte con M mayúscula, o quizá es el aburrimiento que nace del hábito; de cualquier forma, ahora veo estos amoríos como un poderoso antídoto. «El Amor y el Eros despiertan a la persona más cansada», escribe el sociólogo italiano Francesco Alberoni. La sed por la vida que se activa en semejante encuentro nos hace perder el equilibrio con su irresistible fuerza. Con frecuencia no se planea ni se busca. El inesperado aumento del deseo erótico nos impulsa más allá de lo mundano, rompiendo abruptamente el ritmo y la rutina de lo cotidiano. El tiempo se hace más lento. El imparable avance de la edad parece frenarse. Los lugares conocidos se llenan de una nueva belleza. Los lugares nuevos atraen nuestra curiosidad recién despierta. Las personas explican que cada uno de sus sentidos se amplifica: la comida sabe mejor, la música suena más dulce, los colores se tornan más vívidos.

«Puede que no todo sea malo»

Cuando el esposo de Danica, Stefan, siguió el rastro de mensajes y descubrió su aventura de dieciocho meses con el hombre que la había hecho sentir viva, sintió que le golpeaban en el estómago. «¿Quizá podríamos acostarnos a la hora del almuerzo otra vez? Me he vestido especialmente para ti.» Pero también reconoció en esas misivas a la vital y juguetona mujer de la que se había enamorado, una mujer que no había visto en años.

Después de recuperarse del impacto inicial, Stefan se sentía «extrañamente positivo», como él mismo dice, esperanzado de que algo bueno podría salir de esto. Danica le expresó un profundo arrepentimiento e insistió en que el affaire había terminado. Stefan vino a verme y me confió que deseaba que esta crisis reavivara la pasión en su matrimonio. Quizá él también podría obtener una prueba de aquella mujer que le escribió esos mensajes apasionados a su compañero de oficina.

Después de un par de sesiones canceladas, finalmente me reúno con Danica. Una mujer elegante y reservada en sus cuarenta que trabaja como consultora en la Organización Mundial de la Salud. Sé por Stefan que está escéptica y bastante molesta por el hecho de que él le haya insistido durante semanas para que viera mis charlas en YouTube. Su comportamiento me asegura que hay cosas mucho más importantes que podría estar haciendo en lugar de verme. Digamos que no me siento bien recibida. Ella no muestra disposición ni siquiera a hablar de lo que nombra como su «error». «¿Por qué importa? Ya terminó. Solo quiero seguir adelante.»

Siento que espera que yo la juzgue como ella se juzga a sí misma. Pero, con lo mal que se siente, no hay nada que yo pueda añadir. Su vergüenza e incomodidad son palpables, y ha reducido toda la experiencia como algo «equivocado».

En momentos como este, estoy acostumbrada a ayudar a adúlteros arrepentidos a expresar un arrepentimiento más auténtico. Con esta mujer, sin embargo, me encuentro en la situación opuesta. Su aplastante culpa la bloquea a la hora de entender y cambiar, tanto por ella como por su matrimonio. Tenemos que separar «error» de «herida», para que ella pueda reconocer los aspectos positivos de su experiencia, todo mientras toma responsabilidad del dolor que causó. De otra forma, será muy difícil que ella pueda llevar su renovada energía al hogar. Stefan reconoce a esa mujer y la quiere de vuelta; Danica, sin embargo, está tan impresionada por sus propias acciones que insiste en que la mujer que nació en los brazos de Luiz «no era yo».

«Lo que sucede dentro de un affaire generalmente incluye algunos elementos placenteros —le digo a Danica—. Te enamoraste mucho de este chico, así que no todo puede haber sido malo. Sí, te sientes culpable, pero también dices que él te hizo sentir más viva. Dime más.»

Comienza a hablar con dudas. «No estaba buscando una aventura. He tenido muchas oportunidades, pero nunca las consideré. Luiz fue diferente. Él no solo estaba coqueteando conmigo. Decía: “Tienes una hermosa energía, pero está bloqueada. Hay una mujer verdadera en algún lugar dentro de ti, esperando ser liberada”. Me hacía cumplidos de una forma que se sentía mucho más profundamente que el cumplido en sí. Y era persistente.» En privado, pienso que sus palabras suenan exactamente como coqueteo normal. Pero conozco el efecto que el más sencillo comentario puede provocar cuando cae directo en un anhelo profundo y desconocido. Un cumplido se puede convertir en un tónico embriagador.

Ella continúa: «Hay muchas cosas ocurriendo en casa. Si no son los niños, son mis padres. A veces siento que es demasiado. Ni siquiera tengo energía para quitarme el abrigo cuando cruzo la puerta. Voy de una cosa a la siguiente, y, cuando termino, me siento exhausta. Aquel otoño, las cosas cambiaron para mí. Iba a la oficina sintiéndome validada, segura, incluso un poco aturdida». Su encuentro con Luiz infundió a su vida un renovado sentido de alegría y anticipación, potentes ingredientes eróticos que habían desaparecido hace mucho tiempo en su hogar marital.

Qué mal, porque el hogar en cuestión fue, alguna vez, un sueño hecho realidad. Es un hermoso chalet con vistas al lago de Zúrich, con un tejado de losas rojas y amplios ventanales. Ella y Stefan, un exitoso abogado, han vivido ahí la última década y media, con Danica haciéndose cargo de cada detalle de la remodelación. Siendo una refugiada del conflicto de los Balcanes que huyó de Bosnia cuando era niña, había deseado ese estable refugio durante toda su vida. Rápidamente me asegura que no se quiere ir (no era el propósito del romance). Pero le está costando trabajo comprender cómo pudo terminar tan dividida. ¿Cómo es que este idílico lugar se volvió tan aburrido que buscó escapar? Y se encuentra todavía más desconcertada ante el hecho de que hirió a Stefan, «el primer hombre que me hizo sentir segura».

El acertijo de la seguridad y la aventura

Hay una dolorosa ironía en los romances que hace que las personas se rebelen contra las cosas que valoran en lo más profundo. Esto es un dilema común que refleja el conflicto existencial dentro de nosotros. Buscamos estabilidad y pertenencia, cualidades que nos impulsan hacia relaciones comprometidas, pero también tenemos sed de novedad y diversidad. Como el psicoanalista Stephen Mitchell ha señalado tan acertadamente, deseamos seguridad y deseamos aventura, pero esas dos necesidades fundamentales nacen de diferentes motivos y nos ponen en diferentes direcciones a lo largo de nuestras vidas, ocurriendo en las tensiones entre la separación o la unidad, la individualidad y la intimidad, la libertad y el compromiso.

Cruzamos estas fuerzas opuestas desde el momento en que llegamos al mundo, alternando entre la seguridad del regazo de nuestra madre y los riesgos que tomamos en el patio de juegos. Cargamos esta dicotomía hasta la adultez. Una mano se agarra a lo conocido y lo familiar; la otra busca el misterio y la excitación. Buscamos conexión, predictibilidad y confianza para enraizarnos fuertemente en un lugar. Pero también tenemos necesidad de cambio, de lo desconocido, de trascendencia. Los griegos entendieron esto, por lo que ellos adoraban tanto a Apolo (representante del yo racional y disciplinado) como a Dionisio (representante de lo espontáneo, lo sensual y lo emocional).

El romance moderno nos hace una nueva y tentadora promesa: es posible satisfacer ambas necesidades en una sola relación. Nuestra persona especial puede ser, al mismo tiempo, una roca estable y confiable, así como la persona que nos puede llevar más allá de lo mundano.

En las primeras etapas de una relación, esta fusión de contradicciones parece perfectamente razonable. La seguridad y la aventura rara vez comienzan viéndose como una propuesta donde tienes que elegir entre una y la otra. La fase de luna de miel es especial, en tanto junta el alivio del amor recíproco con la emoción de un futuro que falta por crearse. De lo que no nos damos cuenta con frecuencia es que la exuberancia del comienzo está alimentada por la incertidumbre. Nos proponemos hacer del amor algo más seguro y confiable, pero, en el proceso, inevitablemente disminuimos su intensidad. En el camino al compromiso, felizmente intercambiamos un poco de pasión por algo de certeza, un poco de emoción por estabilidad. Lo que no anticipamos es que el precio oculto que podríamos pagar es la vitalidad erótica de nuestras relaciones.

La permanencia y la estabilidad que buscamos en nuestras conexiones íntimas pueden ahogar la chispa sexual, llevándonos a aquello que Mitchell llama «expresiones de desafío exuberante», también conocidas como aventuras. Los adúlteros se encuentran a sí mismos anhelando separarse de las limitaciones de la seguridad y la convencionalidad, la misma seguridad que tan arduamente han buscado establecer en su relación principal.

Esta no es una situación en la que Danica pensó encontrarse jamás. Un hombre como Stefan, hijos, un trabajo estable y la seguridad que viene de hacer planes para el siguiente año son exactamente lo que ella siempre había querido. Pero con los hijos vino una nueva carga, una que, en su caso, fue particularmente grande. Su hijo pequeño había sido sometido a cirugía del corazón antes de su primer cumpleaños y requirió cuidados especiales; su hijo mayor decidió que era el momento para recibir atención, y, como un niño de doce años, era particularmente imaginativo a la hora de provocar pánico a sus padres.

A pesar de todo el estrés, Danica y Stefan disfrutaban de una vida cómoda. Stefan echaba de menos el fuego en los ojos de su esposa, pero seguía pensando que no podía pedir más, dado el estrés que ella tenía. Se daba prisa por llegar a casa desde el trabajo cada día para estar con la familia, pero ella estaba tan absorbida por sus responsabilidades que no se dio cuenta del adormecimiento que crecía por dentro. «No tenemos un mal matrimonio —insiste—. Él nunca falta a nuestras citas semanales. Pero ¿cómo esperas que yo me sienta romántica cuando estoy preocupada por la salud de un hijo, por las bajas calificaciones del otro y por tener que despertarme a las seis de la mañana? Para ser honesta, preferiría solamente revisar mi correo electrónico antes de dormir, para que sea una cosa menos que tenga que hacer por la mañana.»

La historiadora y ensayista Pamela Haag ha escrito todo un libro sobre matrimonios como el de Danica y Stefan, a los que simplemente llama «matrimonios melancólicos». Analizando la difícil situación de estas «parejas semifelices», explica:

Un matrimonio le agrega cosas a tu vida, pero también se lleva otras. La constancia mata la alegría; la alegría mata la seguridad; la seguridad mata el deseo; el deseo mata la estabilidad; la estabilidad mata la lujuria. Recibes algo; una parte de ti desaparece. Es algo con lo que puedes vivir o con lo que no. Y quizá es difícil saber, antes del matrimonio, qué parte de ti es desechable […] y cuál es parte de tu espíritu.

Para Danica, como para muchas otras, no fue sino hasta que alguien fuera de su matrimonio le recordó esa parte de su espíritu como se dio cuenta de que no era tan desechable, después de todo. Los coqueteos cuidadosamente verbalizados de Luiz impactaron justo en su melancolía silenciosa y despertaron una parte de ella que sin duda se siente más auténtica que la madre autocrítica, frustrada y llena de ocupaciones que es hoy.

Los romances como solución del estilo «ambos a la vez»

Si necesitamos evidencias de cuán retador es consolidar nuestros deseos contradictorios, la infidelidad sería la prueba A. Y, quizá, como sugiere Laura Kipnis, no es solo un residuo de la característica tan humana que es desear dos cosas a la vez, sino, más bien, es una resolución. «El deseo adúltero se aloja en esta fundamental división de la psique», escribe, y los affaires ofrecen «la elegante solución de externalizar el conflicto a través de agentes en competencia de su triángulo personal».

Se da por hecho que muchas personas irán fuera para encontrar las cosas que no tienen en casa. ¿Pero qué hay de quienes buscan las cosas que realmente no quieren en casa? Para algunos, el hogar no es apropiado para el tipo de complicadas emociones que están asociadas con la pasión romántica o el sexo desenfrenado. Como sugiere Mitchell, es mucho más arriesgado desatar esas fuerzas en la persona de la que dependemos tanto. En esos casos, las aventuras extramaritales de la gente no están motivadas por un desprecio a lo que tienen en casa; todo lo contrario, valoran tanto lo que existe ahí que no quieren meterse con ello. Las personas son reacias a perturbar la estabilidad de sus vidas domésticas con la intemperante energía del eros. Quizá quieran escapar de sus cómodos nidos de forma temporal, pero no quieren perderlos. La infidelidad se presenta como una adecuada solución segmentada: el riesgo y la emoción en la morada del amante; la comodidad y la cercanía en la residencia marital.

Al menos en teoría, una aventura resuelve el dilema de reconciliar la seguridad y la aventura al prometer ambos. Al buscar la necesidad de pasión y riesgo en una tercera persona, el infiel logra trascender el tedio de la domesticidad sin abandonarla enteramente. Después de todo, la cama adúltera no es necesariamente el lugar donde queremos vivir: solo queremos la libertad de visitarla cuando lo elijamos. Mientras logremos mantener el secreto, hay una sensación de que podemos tenerlo todo. Como escriben los sociólogos Lise VanderVoort y Steve Duck: «El atractivo transformador de un affaire es aumentado por su contradicción: todo cambia y, al mismo tiempo, nada necesita cambiar. Un affaire ofrece la seductora promesa de que ambas soluciones son posibles a la vez; la forma en que la monogamia nos hace elegir entre una y otra puede ser desafiada».

El deseo de una mujer, perdido y reclamado

Danica no es la primera mujer que se apaga en casa y se reenciende fuera. El suyo es el relato arquetípico de la mutación del eros. Veo a mujeres como ella todo el tiempo, generalmente arrastradas a terapia por sus esposos frustrados que están hartos de ser rechazados, noche tras noche. Su queja habitual es que ella está absorta en los hijos y tiene cero interés en el sexo. «No importa cuántos trastos lave, no tengo suerte.» Pero he descubierto que esas mismas mujeres son las que «regresan a la vida» en un romance completamente inesperado.

Muchos hombres luchan por comprender cómo es que una mujer que no puede ser molestada en la cama marital de repente está teniendo un tórrido romance en el que siempre quiere más. Durante años, han pensado que no está interesada en el sexo y punto; ahora, con nuevas pruebas en la mano, ellos reconsideran: «Ella no debe de estar interesada en el sexo conmigo». En algunos casos, los deseos infieles de una mujer pueden ser, de hecho, una reacción a un esposo poco imaginativo, pero no siempre. De hecho, Stefan es un romántico que quiere dedicarse al placer de su esposa, pero la reacción típica de ella es: «No hay que hacer de esto algo tan grande, ¿no te parece?». Con Luiz, sin embargo, ha hecho el amor apasionadamente, y lo ha hecho durar más con los mensajes subsecuentes.

La esposa solamente espera a que el sexo se termine. La amante desea que nunca lo haga. Es fácil pensar que los hombres son quienes marcan la diferencia. Pero el contexto importa más. Y por contexto me refiero a la historia que ella se cuenta a sí misma y con la que su personaje interactúa. Hogar, matrimonio y maternidad han sido desde siempre la búsqueda de muchas mujeres, pero son también el lugar donde las mujeres dejan de sentirse como tales.

Los escritos de la prominente investigadora Marta Meana son particularmente esclarecedores respecto al enigma del deseo femenino. Ella desafía la suposición común de que la sexualidad de la mujer es principalmente dependiente de la conexión relacional: amor, compromiso y seguridad. Después de todo, si estas suposiciones fueran verdad, el sexo debería ser próspero en matrimonios como el de Danica. Meana sugiere que las mujeres no son solo «cursis», sino también «picantes»: de hecho, «las mujeres pueden excitarse tanto como los hombres por lo ilícito, lo bruto, lo anónimo, pero el valor de esta emoción puede no ser tan importante para ellas como para cambiarlo por las cosas que valoran más (por ejemplo, la conexión emocional)».

Como he dicho frecuentemente, nuestras necesidades emocionales y nuestras necesidades eróticas no siempre se alinean. Para algunas, la seguridad que encuentran en la relación les da la confianza necesaria para jugar, tomar riesgos y desear a salvo. Pero para muchas otras, las cualidades hogareñas que nutren el amor son las mismas que lentamente ahogan el deseo. Cuando se ven obligadas a elegir, ¿qué es lo que hacen las mujeres? Meana plantea que «las mujeres eligen buenas relaciones por encima del placer sexual».

En otras palabras, desde tiempos inmemoriales, las mujeres han puesto sus necesidades emocionales por encima de sus necesidades eróticas. Ella sabe lo que la excita, pero también sabe qué es más importante que excitarse. Ella sabe lo que le gusta y sabe lo que necesita. La decisión ya está tomada.

Stefan, como es de suponer, no ha descifrado el rompecabezas de los sentidos femeninos. Como muchos hombres, cuando su esposa dejó de tener sexo, él concluyó que a ella no le gustaba. Esto nos lleva a otro malentendido común que el trabajo de Meana ha resaltado: interpretamos la falta de deseo sexual como prueba de que su deseo es inherentemente menos fuerte. Quizá sería más acertado pensar que es un deseo que necesita ser avivado más intensa e imaginativamente, antes que nada por ella, no solo por su pareja.

En la transición al matrimonio, muchas mujeres experimentan, en su sexualidad, un cambio de deseo a deber. Cuando se convierte en algo que ella debería hacer, ya no es algo que quiera hacer. En contraste, cuando una mujer tiene una aventura, lleva la autodeterminación a su placer. Lo que es activado por la aventura es su voluntad, la búsqueda de su propia satisfacción.

Stefan se sentía mal por no darse cuenta de la profundidad en la falta de deseo de Danica, y llegó al punto de buscar a su amante en un intento de entender qué pasó. Le preguntó: «¿Cómo supiste que estaba muerta por dentro? ¿Qué viste?». Luiz le dijo: «Me recordó a un árbol en el invierno. Aunque no tiene hojas, puedes imaginar su estado verdadero de gloria natural durante el verano». Después de escuchar esta declaración poética sobre la situación de su esposa, Stefan se sintió triste y celoso. ¿Por qué Luiz era capaz de hacerla florecer de nuevo, mientras que él mismo no podía?

Le expliqué: «Con Luiz, ella no tiene que pensar en los hijos, las cuentas, la cena, todas las cosas que la hacen sentir eróticamente indispuesta. Pon a Luiz en tu lugar y verás que en poco tiempo tendrá el mismo destino que tú».

«El silencio erótico» es el término que la psicoterapeuta y autora Dalma Heyn usa para describir este estado, una «inesperada e inefable muerte del placer y la vitalidad». Eso les ocurre a algunas mujeres cuando se casan. «La sexualidad de una mujer depende de su autenticidad y la capacidad que tenga para cuidarse a sí misma», escribe. Y tanto el matrimonio como la maternidad demandan un nivel de abnegación que está en juego con el inherente egoísmo del deseo. Ser responsable de otros les hace más difícil a las mujeres el centrarse en sus propias necesidades, sentirse espontáneas, sexualmente expresivas y despreocupadas. Para muchas, es un reto encontrar en casa este tipo de proactividad esencial para el placer erótico. Las cargas de los cuidados son, en efecto, un poderoso antiafrodisíaco.

Cuando una mujer lucha por mantenerse conectada consigo misma, el affaire es, con frecuencia, una vía para reclamarse a sí misma. Como los héroes de la mitología antigua, deja su hogar para encontrarse. Su relación secreta se convierte en esa única cosa en su vida que es solo para ella: un símbolo de autonomía. Cuando tienes una aventura, sabes que no lo estás haciendo para cuidar de nadie más. Las pacientes de Heyn confirman la autorrealización que es inherente en este tipo de romance. «Mientras que, antes de los affaires, estas mujeres experimentaban sus cuerpos como si estuvieran fragmentados; sus voces, silenciadas, algún órgano o aspecto vital de su personalidad, perdido; durante el affaire y después de él, se sienten cambiadas. Dejaron ir esos sentimientos contenidos y entraron en una realidad más clara, una llena de color y vibración, en la que se sienten vivas, despiertas, fuertes y concentradas.»

En mi experiencia, este asunto de la autonomía es más pronunciado en la identidad femenina, pero de ninguna forma es exclusivo para mujeres o limitado a parejas heterosexuales. Las mujeres dicen con más frecuencia: «Me perdí a mí misma»; los hombres se quejan: «Perdí a mi mujer». Ellos también son infieles no solo por buscar sexo más emocionante, sino por buscar conexión, intensidad, vida. Irónicamente, durante la infidelidad, ellos probablemente terminen conociendo a una mujer que en su casa se siente exactamente como su esposa y que está buscando su propio despertar en otro lado.

La investigación que Meana realizó con su colega psicóloga Karen E. Sims confirma el destino erótico de muchas mujeres, por lo demás felizmente casadas. Sus descubrimientos identifican tres temas claves que «representan las fuerzas de arrastre del deseo sexual»: primero, la institucionalización de las relaciones —un pasaje de la libertad y la independencia al compromiso y la responsabilidad—; segundo, la sobrefamiliaridad que se desarrolla cuando la intimidad y la cercanía reemplazan la individualidad y el misterio, y, finalmente, la naturaleza no sexual de ciertos roles —madre, esposa, administradora del hogar, todos promotores de la deserotización de la persona.

Estos descubrimientos apoyan mi observación clínica de que el reto de sostener el deseo reside en navegar en estas polaridades fundamentales que existen entre nosotros. Y, de nuevo, retan el pensamiento convencional respecto al deseo femenino, en particular la suposición de que las mujeres se apoyan exclusivamente en la seguridad para sentirse sexualmente dispuestas. «En vez de quedarse atascado en el “lado seguro” del continuo —concluyen—, el deseo sexual femenino requiere un equilibrio entre los impulsos contradictorios […] de la comodidad y la libertad, de la seguridad y el riesgo, de la intimidad y la individualidad.»

Para aquellos que luchan para mantener este delicado equilibrio entre opuestos, es fácil ver por qué la infidelidad ofrece una tentadora proposición. La estructura de la aventura es todo menos institucional, así como también es un camino seguro a la libertad y la independencia. Es, como Sims y Meana indican, una zona de «liminalidad»: la abdicación de las reglas y responsabilidades, una activa búsqueda por el placer, la trascendencia de los límites de la realidad. Ciertamente no existe el riesgo de la sobrefamiliaridad que viene después de compartir un baño durante décadas. El misterio, la novedad y lo desconocido son las piezas que lo conforman. Y el rol de un amante es básicamente sexual, mientras que los de la madre, la esposa y la administradora del hogar están guardados con llave dentro de casa.

¿Quién eres cuando no estás conmigo?

Cuando me reúno con Stefan y Danica juntos, él reitera que todo lo que quiere es que su esposa reclame su ser erótico con él. «No me gusta cómo se sacrifica constantemente por los niños, dejando nada para ella o para nosotros. Quiero apoyarla para cambiar eso.» Está lleno de ideas de cómo puede ayudarla a tener más tiempo y espacio para sí misma; para que pueda retomar todas las cosas que solían hacerla feliz: voleibol, yoga, tiempo para ella. «Pero hasta ahora, no ha pasado», me dice.

Noto que Danica está en silencio.

«Está bien —le digo—. Pero hay muy poco que puedas hacer.» Si él sigue intentando resolver el problema por ella, cada sugerencia se agregará a su sentimiento de sentirse presionada y, paradójicamente, reforzará esa postura. Ella necesita buscar lo que ella quiere para sí misma, no lo que él quiere para ella.

Con frecuencia les digo a mis pacientes que si pudieran llevar a sus relaciones incluso una pizca de la audacia, el juego y el entusiasmo que llevan a sus affaires, su vida en el hogar sería bastante diferente. Nuestra imaginación creativa parece ser más rica cuando se trata de nuestras transgresiones que de nuestros compromisos. Y mientras digo esto, también pienso en una conmovedora escena de la película La tentación. Pearl (Diane Lane) ha estado teniendo una aventura con un vendedor de ropa, de alma libre. Alison, su hija adolescente, pregunta: «¿Quieres más al vendedor que a todos nosotros?». «No —responde su madre—. Pero a veces es más fácil ser diferente con una persona diferente.»

Si quiere recuperar su matrimonio, tanto emocional como eróticamente, Danica necesita encontrar una forma de ser diferente con la persona con la que ha vivido durante tanto tiempo. Y, aunque no cabe duda de que es un reto, tampoco es imposible. He visto a varias mujeres, armadas con nueva legitimación erótica y confianza, llevar el redescubrimiento de sí mismas de vuelta a sus parejas, que puede que no sepan lo que disparó el cambio, pero ciertamente lo aprecian. Encuentros cercanos con un tercero pueden traer vida (o traer de regreso a la vida) a una sexualidad dormida, así que, mientras que la infidelidad frecuentemente trae consigo la devaluación de las acciones sexuales de una pareja, a veces puede ser también una economía de la adición.

Danica necesita asumir su contradicción interna y hacer las paces con la mujer que con tanto entusiasmo buscó su propio placer, incluso cuando significó traicionar su matrimonio. «Si la desapruebas, si haces de la aventura algo feo y vergonzoso, cortarás la esencia de aquello que te hizo sentir tan viva», le explico. Pero ella todavía se muestra reacia, y la frustración de Stefan es palpable.

Para él, la herida más profunda no es que se fuera a otro lado; es que le mostrara lo que era posible y que luego pareciera incapaz o renuente a compartirlo con él. Durante todo el tiempo que pensó que ella simplemente lo había perdido, él se había resignado. Pero ahora él se está sintiendo merecedor de más fogosidad, y la idea de volver a la tibieza es atemorizadora.

Tristemente, llevar la lujuria a casa es mucho más difícil de lo que él imaginó. Cuando me escribe, dieciocho meses después, todavía sigue esperando conocer al floreciente árbol de verano, pero sus esperanzas están desapareciendo.

Dados nuestros deseos dialécticos, ¿el conflicto interno que nos lleva a la infidelidad es inevitable? ¿Estamos predispuestos a atesorar el hábito y la seguridad del hogar para luego escapar de ahí y encontrar la aventura en otro lugar? ¿Es posible mantenerse vivos con una pareja de toda la vida? ¿Podemos experimentar la otredad que deseamos en medio de la familiaridad, y qué es lo que se necesita? La historia de Danica y Stefan no provee de mucho aliento, y es comprensible que, a estas alturas, nos sintamos con desánimos. Pero su historia sí es ilustrativa de las realidades humanas que no podemos evitar. El amor y el deseo no tienen que ser mutuamente excluyentes. Muchas parejas encuentran una manera de integrar sus contradicciones sin recurrir a la duplicidad. Pero todo empieza con entender que nunca podremos eliminar el dilema. Reconciliar lo erótico no es un problema que haya que resolver; es una paradoja que hay que manejar.