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Capítulo 4

Camas de monos, dinosaurios y dormir la siesta con medio cerebro

¿Quién duerme? ¿Cómo y cuánto dormimos?

¿Quién duerme?

¿Cuándo comenzaron los seres vivos a dormir? ¿Apareció tal vez el sueño por vez primera en los grandes simios? ¿Quizás antes, en los reptiles o en sus antecesores acuáticos, los peces? Como no podemos viajar en el tiempo, la mejor manera de responder a esta pregunta es estudiar el sueño en diferentes especies del reino animal desde la prehistoria hasta la evolución reciente. Las investigaciones de este tipo facilitan la posibilidad de mirar hacia atrás en el registro histórico y estimar el momento en que el sueño honró por primera vez al planeta. Como el genetista Theodosius Dobzhansky dijo una vez: «Nada en biología tiene sentido si no es a la luz de la evolución». Para el sueño, la respuesta iluminadora resultó estar mucho más lejos de lo que habíamos esperado, y en una ramificación mucho más profunda.

No hay excepciones. Todas las especies estudiadas hasta el momento duermen o se entregan a algo extraordinariamente parecido. Esto incluye a insectos como las moscas, las abejas, las cucarachas y los escorpiones; los peces, desde las pequeñas percas hasta los tiburones más grandes; los anfibios, como las ranas; y los reptiles, como las tortugas, los dragones de Komodo y los camaleones. Todos duermen. Si ascendemos por la escalera evolutiva encontramos que todos los tipos de aves y mamíferos duermen: desde las musarañas hasta los loros, los canguros, los osos polares, los murciélagos y, por supuesto, los humanos. El sueño es universal.

También los invertebrados, como los antiguos moluscos y los equinodermos, o incluso los muy primitivos gusanos, disfrutan de períodos de sueño. En estas fases, denominadas cariñosamente torpor o letargo, dejan de responder a los estímulos externos, igual que los humanos. Y así como nosotros nos quedamos dormidos más rápido y más profundamente cuando previamente nos hemos visto privados del sueño, los gusanos también, lo cual puede apreciarse por su grado de insensibilidad a los estímulos de los experimentadores.

Si estos gusanos tan antiguos duermen, ¿qué «antigüedad» tiene el sueño? Los gusanos aparecieron durante la explosión cámbrica: hace al menos quinientos millones de años. Es decir, los gusanos —y por asociación el sueño— son anteriores a los vertebrados. Esto incluye a los dinosaurios, que, por inferencia, es probable que durmieran. ¡Imagínate a los diplodocus y los tricerátops instalándose cómodamente para pasar una noche de sueño completa!

Si retrocedemos todavía más en el tiempo evolutivo, descubriremos que las formas más simples de organismos unicelulares que sobreviven durante períodos superiores a 24 horas, como las bacterias, tienen fases activas y pasivas que corresponden con los ciclos de luz-oscuridad de nuestro planeta. Ahora creemos que ese patrón es el precursor de nuestro propio ritmo circadiano, y con él, de la vigilia y el sueño.

Muchos de los argumentos que intentan explicar por qué dormimos giran en torno a una idea común y tal vez errónea: el sueño es un estado por el que debemos pasar para poder arreglar lo que ha quedado afectado durante la vigilia. Pero ¿y si le damos la vuelta a esta idea? Si el sueño es tan útil —tan fisiológicamente beneficioso para todos los aspectos de nuestro ser—, tal vez la pregunta adecuada es: ¿por qué la vida se molestó en despertarnos? Teniendo en cuenta lo biológicamente perjudicial que puede resultar el estado de vigilia, ese es el verdadero enigma evolutivo, no el porqué del sueño. Si adoptas esta perspectiva, se puede plantear una teoría muy diferente: el sueño fue el primer estado de la vida en este planeta, y fue a partir del sueño de donde surgió la vigilia. Tal vez sea una hipótesis absurda que nadie se tome en serio o explore, pero personalmente no creo que sea del todo inaceptable.

Independientemente de cuál de estas dos teorías sea cierta, lo que sabemos con certeza es que el sueño tiene un origen muy remoto. Apareció con las formas más antiguas de la vida en el planeta. Al igual que otras características rudimentarias, como el ADN, el sueño se ha mantenido como un vínculo común para todas las criaturas del reino animal. Ciertamente, se trata de algo duradero que tenemos en común. Sin embargo, hay diferencias verdaderamente notables en el sueño entre unas especies y otras. En concreto, existen cuatro grandes diferencias.

Una de estas cosas no es como la otra

Los elefantes necesitan la mitad de tiempo de sueño que los humanos; tienen suficiente con cuatro horas de sueño al día. Los tigres y los leones devoran 15 horas de sueño diario. El murciélago marrón supera al resto de mamíferos: solo pasa despierto cinco horas al día y duerme 19. La cantidad total de tiempo es una de las diferencias más notables en la forma de dormir.

Probablemente pienses que el motivo de una diferencia tan clara en la necesidad de dormir es obvio. Pues no, no lo es. Ninguna de las posibles explicaciones (tamaño corporal, condición de presa/depredador, vida diurna/nocturna) explica la diferencia del sueño entre especies de forma útil. Cabría pensar que el tiempo de sueño es al menos similar dentro de cada categoría filogenética, ya que sus miembros comparten gran parte del código genético. Así ocurre con otras características básicas como las capacidades sensoriales, los métodos de reproducción e incluso el grado de inteligencia. Sin embargo, el sueño rompe este patrón predecible. La ardilla y el degú forman parte del mismo grupo familiar (roedores), pero no podrían ser más diferentes en sus hábitos de sueño. La primera duerme dos veces más (15.9 horas) que el último (7.7 horas). Por el contrario, puedes encontrar horas de sueño casi idénticas en grupos familiares diferentes. El humilde conejillo de Indias y el antiguo babuino, por ejemplo, que son de órdenes filogenéticos claramente diferentes, por no mencionar la diferencia de tamaño, duermen exactamente lo mismo: 9.4 horas.

Entonces, ¿qué explica la diferencia en el tiempo de sueño (y tal vez su necesidad) entre especies, o incluso dentro de un orden genéticamente similar? No estamos del todo seguros. La relación entre la complejidad del sistema nervioso y la masa corporal total parece predecir el sueño de alguna manera; una mayor complejidad del cerebro en relación con el tamaño del cuerpo da como resultado más horas de sueño. Si bien es débil y no del todo coherente, esta relación sugiere que si una función evolutiva necesita más sueño es porque debe atender a un sistema nervioso complejo. A medida que pasaron los milenios y la evolución coronó su logro (actual) con la génesis del cerebro, la demanda de sueño siguió aumentando para satisfacer las necesidades del más precioso de los sistemas fisiológicos.

Sin embargo, la historia no acaba aquí. Numerosas especies se desvían enormemente de las predicciones que marca esta regla. Por ejemplo, una zarigüeya, que pesa casi lo mismo que una rata, duerme un 50 % más, alcanzando un promedio de 18 horas de sueño al día. La zarigüeya está solo a una hora del registro de cantidad de sueño del murciélago marrón, que como se mencionó antes duerme la «escasa suma» de 19 horas diarias.

Hubo un momento en la historia de la investigación en que los científicos se preguntaron si la medida de elección (minutos de sueño) era la correcta para determinar por qué el sueño varía tanto entre especies. Empezaron a sospechar que evaluar la calidad del sueño, en lugar de la cantidad (tiempo), arrojaría más luz sobre el misterio. Es decir, las especies con una calidad de sueño superior deberían ser capaces de conseguir todo lo que necesitan en un tiempo menor, y viceversa. Parecía una buena idea. Sin embargo, hemos descubierto la relación opuesta: los que duermen más tienen un sueño más profundo, de mayor calidad. Lo cierto es que la forma en que suele evaluarse la calidad en estas investigaciones —grado de falta de respuesta al mundo exterior y continuidad del sueño— es probablemente un mal índice de la medida biológica real de la calidad del sueño, pues no podemos obtener resultados respecto de todas las especies. Cuando podamos hacerlo, la relación entre la cantidad y la calidad del sueño en todo el reino animal probablemente explicará lo que actualmente parece ser un mapa incomprensible de las diferencias de tiempo de sueño.

Por ahora, nuestra explicación de por qué diferentes especies necesitan diferentes cantidades de sueño se basa en una multiplicidad de factores, como el tipo de dieta (omnívora, herbívora, carnívora), el equilibrio entre depredadores y presas en un determinado hábitat, la presencia de una red social y la naturaleza de la misma, la tasa metabólica y la complejidad del sistema nervioso. Para mí, todo ello apunta a que el sueño ha sido probablemente el resultado de numerosas fuerzas puestas en juego durante el camino evolutivo, e implica un delicado acto de equilibrio entre las demandas de supervivencia durante la vigilia (por ejemplo, cazar presas/obtener alimentos en un tiempo lo más corto posible, reduciendo al mínimo el gasto de energía y la amenaza de riesgo), las necesidades fisiológicas de restauración del organismo (por ejemplo, una mayor tasa metabólica requiere mayores esfuerzos de «limpieza» durante el sueño) y el cumplimiento de los requisitos generales que impone la comunidad del organismo.

Sin embargo, incluso nuestras ecuaciones predictivas más sofisticadas siguen sin poder explicar valores atípicos situados en los extremos del mapa del sueño: los de las especies que duermen mucho (por ejemplo, los murciélagos) y los de las que duermen poco (como las jirafas, que duermen solo de cuatro a cinco horas). Lejos de suponer una molestia, creo que estas especies anómalas pueden aportar algunas de las claves que nos permitan resolver el rompecabezas de la necesidad de dormir. Por el momento, siguen siendo una oportunidad deliciosamente frustrante para aquellos de nosotros que tratamos de descifrar el código del sueño en el reino animal y, quizá con ello, los beneficios aún desconocidos del sueño.

Soñar o no soñar

Otra diferencia notable en el sueño entre las especies es su composición. No todas las especies pasan por todas las etapas del sueño. Todas las especies en las que podemos medir los estados del sueño pasan por la fase no-REM (la fase de no soñar). Sin embargo, los insectos, los anfibios, los peces y la mayoría de los reptiles no muestran indicios claros de sueño REM, que es el asociado con los sueños en los humanos. Solo las aves y los mamíferos, que aparecieron más tarde en la cronología evolutiva del reino animal, tienen un sueño REM completo. Esto sugiere que el sueño REM (los sueños) es «el recién llegado» a la evolución. El sueño REM parece haber surgido para ayudar con determinadas funciones que el sueño no-REM no podía llevar a cabo o que él lograba satisfacer de forma más eficiente.

Sin embargo, como ocurre a menudo con el sueño, existe otra anomalía. Aunque he dicho que todos los mamíferos tienen una fase de sueño REM, existe discusión en torno a los cetáceos o mamíferos acuáticos. Algunas de estas especies oceánicas, como los delfines y las ballenas asesinas, rompen el patrón del sueño REM en los mamíferos. En ellos no se observa. Aunque hay un caso de 1969 que sugiere que una ballena piloto se mantuvo en la fase REM del sueño durante seis minutos, la mayoría de nuestras investigaciones hasta la fecha no han descubierto sueño REM (o al menos lo que muchos científicos del sueño considerarían un auténtico sueño REM) en los mamíferos acuáticos. Desde determinada perspectiva, esto tiene una explicación: cuando el organismo entra en la fase REM del sueño, el cerebro paraliza el cuerpo y lo deja flácido e inmóvil. Para los mamíferos acuáticos, la capacidad de nadar es vital, ya que deben emerger del agua para respirar. Si durante el sueño quedaran paralizados, no podrían nadar y acabarían ahogándose.

El misterio aumenta cuando consideramos a los pinnípedos (una de mis palabras favoritas, derivada del latín: pinna, «fin», y pedis, «pie»), como los osos o lobos marinos. Estos mamíferos parcialmente acuáticos reparten su tiempo entre la tierra y el mar. Cuando están en tierra, pasan por fases no-REM y REM, igual que las aves, los humanos y el resto de los mamíferos terrestres. Pero cuando están en el océano, la fase REM desaparece casi por completo de su sueño. En el mar, los leones marinos prueban un poco de cada cosa, acumulando solo del 5 % al 10 % del sueño REM que normalmente disfrutarían estando en tierra. En estos animales se han documentado períodos de vida en el océano sin sueño REM observable de hasta dos semanas, sobreviviendo durante ese tiempo a base de una dieta de sueño no-REM.

Estas anomalías no cuestionan necesariamente la utilidad del sueño REM. Sin duda, el sueño REM, e incluso soñar, parece ser un fenómeno muy útil y adaptativo para las especies que lo tienen, como veremos en la parte 3 de este libro. El sueño REM se reactiva cuando estos animales regresan a tierra, por lo que no se deshacen del todo de él. Sencillamente parece que el sueño REM no es posible cuando los mamíferos acuáticos están en el océano. Durante ese tiempo, suponemos que se las arreglan con un modesto sueño no-REM, como ocurre con los delfines y las ballenas.

Personalmente, no creo que los mamíferos acuáticos, incluidos los cetáceos como los delfines y las ballenas, tengan una ausencia total de sueño REM (aunque muchos de mis colegas científicos te dirán que me equivoco). Lo que creo es que la forma de sueño REM de la que estos mamíferos disfrutan cuando están en el océano es algo diferente y más difícil de detectar: es de naturaleza más breve, ocurre en momentos en los que no podemos observarlo, o se expresa de modos o se oculta en partes del cerebro que aún no hemos sido capaces de medir.

En defensa de mi punto de vista, hago notar que antes se creía que los mamíferos que ponen huevos (monotremas), como el oso hormiguero espinoso y el ornitorrinco, no tenían sueño REM. Resultó que sí lo tenían, o al menos una versión del mismo. La superficie externa de su cerebro, la corteza, a partir de la cual la mayoría de los científicos miden ondas cerebrales durmientes, no mostraba las características caóticas y agitadas de la actividad de sueño REM. Pero cuando se investigó con un poco más de profundidad, se encontraron ráfagas indicativas de sueño REM en la actividad de las ondas cerebrales. Es más, los ornitorrincos generan este tipo de actividad eléctrica en mayor grado que cualquier otro mamífero. Así que, después de todo, tenían sueño REM, o al menos una versión beta del mismo que se desarrolló por primera vez en estos mamíferos evolutivamente más antiguos. Al parecer, en mamíferos más desarrollados que evolucionaron con posterioridad, se introdujo una versión del sueño REM que era completamente operativa en todo el cerebro. Creo que llegaremos a observar algo similar a ese sueño REM atípico en delfines, ballenas y leones marinos cuando están en el océano. Después de todo, la ausencia de evidencia no es evidencia de ausencia.

Más intrigante que la ausencia de sueño REM en este rincón acuático del reino de los mamíferos es el hecho de que las aves y los mamíferos evolucionaran por separado. El sueño REM puede haber nacido dos veces en el curso de la evolución: una vez para las aves y otra para los mamíferos. Una presión evolutiva común puede haber creado el sueño REM en ambos, de la misma manera que los ojos han evolucionado muchas veces de forma independiente en diferentes filos con el propósito común de la percepción visual. Cuando un tema se repite en la evolución de forma independiente a través de linajes no relacionados, a menudo apunta a una necesidad fundamental.

Sin embargo, un informe muy reciente sugiere que existe una protoforma de sueño REM en un lagarto australiano que es evolutivamente anterior a la aparición de aves y mamíferos. Si este hallazgo se confirma, sugeriría que la semilla original del sueño REM apareció al menos cien millones de años antes de lo que consideraban nuestras estimaciones originales. Esta semilla común en algunos reptiles podría haber germinado en los mamíferos, incluidos los humanos.

Independientemente de cuándo apareciera el sueño REM en la evolución, estamos empezando a descubrir con rapidez por qué apareció, qué funciones vitales satisface en las aves y los mamíferos de sangre caliente (por ejemplo, funciones de salud cardiovascular, restauración emocional, asociación de la memoria, creatividad, regulación de la temperatura corporal) y si otras especies sueñan (como veremos más adelante, parece que sí).

Dejando a un lado la cuestión de si todos los mamíferos pasan por la fase REM del sueño cuando duermen, hay un hecho indiscutible: el sueño no-REM fue el primero en aparecer en la evolución.

Es la forma original que el sueño adquirió cuando salió de detrás de la cortina creativa de la evolución, un auténtico pionero. Esta antigüedad nos lleva a otra incógnita intrigante, una pregunta que me formulan en casi cada conferencia que doy: ¿Qué tipo de sueño (REM o no-REM) es más importante? ¿Cuál de ellos necesitamos en realidad?

Hay muchas formas de definir «importancia» o «necesidad», y, por tanto, múltiples formas de responder a esa pregunta. Pero quizás el modo más sencillo es elegir un organismo que tenga ambos tipos de sueño, un ave o un mamífero, y mantenerlo despierto toda la noche y el día siguiente. Las fases del sueño no-REM y REM se suprimen de forma parecida, creando unas condiciones de necesidad equivalentes para cada tipo de sueño. La pregunta es: ¿qué tipo de sueño escogerá el cerebro para darse un festín durante la noche de recuperación? ¿El no-REM y el REM en proporciones iguales? ¿O más de uno que de otro, lo que sugeriría que el que domina es más importante?

Este experimento se ha realizado muchas veces con numerosas especies de aves y mamíferos, humanos incluidos. Hay dos resultados claros. El primero, y nada sorprendente, es que la duración del sueño es mucho mayor la noche de recuperación (10 o incluso 12 horas en humanos). En respuesta a la deuda, intentamos «dormirla», lo que en palabras técnicas llamamos un rebote del sueño.

La segunda conclusión es que el rebote del sueño no-REM es más intenso. El cerebro consumirá una proporción mucho mayor de este sueño después de la privación total, expresando un hambre desigual. A pesar de que los dos tipos de sueño están disponibles en el bufet de recuperación del sueño, el cerebro opta por servirse mucho más sueño no-REM profundo en su plato. Según esto, el sueño no-REM ganaría la batalla de la importancia. ¿Lo hace de verdad?

No del todo. Si siguieras registrando el sueño durante una segunda, una tercera e incluso una cuarta noche de recuperación, observarías un cambio. En cierto punto, el sueño REM se convierte en el plato principal preferido por el cerebro en su visita al bufet de recuperación, mientras que el sueño no-REM queda limitado a una ración de acompañamiento. Ambas fases del sueño son, por lo tanto, esenciales. Intentamos recuperar uno (el no-REM) un poco antes que el otro (el REM), pero en definitiva el cerebro intentará recuperar ambos. Es importante tener en cuenta, sin embargo, que independientemente de la duración de las oportunidades de recuperación, el cerebro nunca llega a recuperar todo el sueño perdido. Esto ocurre tanto con el tiempo de sueño total, como con el del sueño no-REM y REM. Que los humanos (y todas las demás especies) nunca pueden «recuperar el sueño» que hemos perdido es uno de los aprendizajes más importantes de este libro, cuyas tristes consecuencias describiré en los capítulos 7 y 8.

Si los humanos también pudiéramos

Una tercera diferencia llamativa del sueño entre las especies del reino animal es la forma en que dormimos. Aquí, la diversidad es notable; en algunos casos, casi imposible de creer. Fijémonos en algunos cetáceos, como los delfines y las ballenas, por ejemplo. Su sueño, que consiste solo en la fase no-REM, puede ser unihemisférico, lo que significa que pueden dormir solo con medio cerebro. Una de las dos mitades del cerebro permanece despierta para mantener el movimiento necesario para la vida en el medio acuático, pero la otra mitad del cerebro caerá, en ocasiones, en el sueño no-REM más hermoso. Ondas cerebrales profundas, potentes, rítmicas y lentas inundarán la totalidad de uno de los hemisferios cerebrales, mientras que la otra mitad del cerebro, completamente despierta, mantendrá la actividad cerebral frenética y rápida de las ondas cerebrales. Y esto ocurre a pesar del hecho de que ambos hemisferios están a menudo intensamente conectados entre sí por gruesas fibras entrecruzadas y a escasos milímetros de distancia, como en el caso de los cerebros humanos.

Por supuesto, las dos mitades del cerebro del delfín pueden estar —y con frecuencia es así— despiertas al mismo tiempo, operando al unísono. Pero cuando es hora de dormir, los dos lados del cerebro se pueden desacoplar y operar de forma independiente: un lado permanece despierto mientras que el otro se queda dormido. Después de que una mitad del cerebro ha consumido su parte de sueño, intercambian su estado, permitiendo que la mitad hasta entonces vigilante disfrute de un bien merecido período de sueño no-REM profundo. Incluso con la mitad del cerebro dormido, los delfines pueden alcanzar un impresionante nivel de movimiento e incluso emitir algunas comunicaciones vocalizadas.

La ingeniería neuronal y la complicada arquitectura requeridas para lograr este asombroso truco de «luces encendidas, luces apagadas» en la actividad cerebral son poco frecuentes. Sin duda, la madre naturaleza podría haber encontrado una forma de evitar el sueño por completo, garantizando así el movimiento acuático constante. ¿No habría sido esta una opción más sencilla que organizar un intrincado sistema de turnos para dormir repartidos entre las dos mitades del cerebro? Aparentemente no. El sueño es una necesidad tan vital que debe mantenerse sean cuales sean las demandas evolutivas del organismo, incluso frente a la necesidad inquebrantable de nadar de forma constante, desde el nacimiento hasta la muerte. Duerme con ambos lados del cerebro o duerme con un solo lado y luego cambia. Las dos opciones son posibles, pero debes dormir. El sueño no es negociable.

El don del sueño no-REM profundo dividido en el cerebro no es exclusivo de los mamíferos acuáticos. Las aves también pueden hacerlo. Sin embargo, la razón es un tanto diferente, aunque está igualmente relacionada con la preservación de la vida: les permite mantener un ojo vigilante, literalmente. Cuando las aves están solas, una de las mitades del cerebro y su ojo correspondiente (el lado opuesto) deben permanecer despiertos para mantener la vigilancia sobre las amenazas ambientales. Cuando esto ocurre, el otro ojo se cierra, permitiendo que su mitad correspondiente del cerebro duerma.

Las cosas se vuelven aún más interesantes cuando las aves se agrupan. En el caso de algunas especies, muchas de las aves de una bandada dormirán con las dos mitades del cerebro a la vez. ¿Cómo se mantienen a salvo de la amenaza? La respuesta es realmente ingeniosa. La bandada se alinea primero en una fila. Con la excepción de los pájaros que están en cada extremo de la fila, el resto del grupo permite que ambas mitades del cerebro se entreguen al sueño. Los que están al final de la fila no tienen tanta suerte. Ellos entrarán en el sueño profundo solo con una mitad del cerebro (opuestas en cada caso), dejando el correspondiente ojo izquierdo y derecho bien abierto. De este modo, tienen una perspectiva panorámica de las posibles amenazas para el grupo, maximizando el número total de mitades de cerebro que puede dormir dentro de la bandada. En algún momento, los dos guardianes del final de la fila se pondrán de pie, girarán 180 grados y se acomodarán de nuevo, permitiendo que la otra mitad de su cerebro dé una cabezada profunda.

Nosotros, simples humanos, y un grupo seleccionado de otros mamíferos terrestres somos al parecer mucho menos hábiles que las aves y los mamíferos acuáticos, ya que no podemos darle la medicina del sueño no-REM solo a una mitad del cerebro. ¿O sí podemos hacerlo?

Dos trabajos publicados hace poco sugieren que los humanos contamos con una versión del sueño unihemisférico, que se pone en práctica por razones similares. Si comparas la profundidad eléctrica de las ondas cerebrales del sueño no-REM profundo de la mitad del cerebro de alguien con la de la otra mitad cuando está durmiendo en casa, verás que son más o menos iguales. Pero si llevas a esa persona a un laboratorio del sueño o a un hotel, que son ambientes de sueño desconocidos, una mitad del cerebro dormirá de forma más ligera que la otra, como si se quedara un poco de guardia para vigilar debido al posible contexto menos seguro que el cerebro consciente ha registrado mientras estaba despierto. Cuantas más noches duerme un individuo en la nueva ubicación, más similar es el sueño en cada mitad del cerebro. Esa es la razón por la que muchos de nosotros dormimos tan mal la primera noche en la habitación de un hotel.

Este fenómeno, sin embargo, no se acerca a la división completa entre la vigilia total y el sueño no-REM verdaderamente profundo logrado por cada lado del cerebro en los pájaros y los delfines. Los humanos siempre tenemos que dormir con las dos mitades de nuestro cerebro en algún estado de sueño no-REM. Imagínate, sin embargo, las posibilidades de las que dispondríamos si pudiéramos dormir con solo medio cerebro.

Debo señalar que el sueño REM, independientemente de quién seas, es extrañamente inmune a su división en el cerebro. Todas las aves, sin importar la situación ambiental en la que se encuentren, duermen siempre con las dos mitades del cerebro durante el sueño REM. Lo mismo ocurre con todas las especies que sueñan, incluidos los humanos. Cualesquiera que sean las funciones del sueño REM (y parece que tiene muchas), requieren la participación de ambos lados del cerebro a la vez y en igual medida.

Bajo presión

La cuarta y última diferencia en el sueño entre las especies del reino animal es la forma en que los patrones del sueño pueden reducirse en circunstancias infrecuentes y muy especiales, algo que el Gobierno de los Estados Unidos ve como una cuestión de seguridad nacional y en lo que ha gastado considerables cantidades de dinero del contribuyente.

Esta situación infrecuente solo se da en respuesta a presiones o dificultades ambientales extremas. La inanición es un ejemplo. Si colocas a un organismo en condiciones de hambruna severa, buscar comida se convertirá en su prioridad, por encima de dormir. La necesidad de nutrición desplazará a la necesidad de dormir, aunque esa situación no podrá mantenerse por mucho tiempo. Priva de alimento a una mosca y permanecerá despierta durante más tiempo, mostrando un patrón de conducta de búsqueda de alimentos. Lo mismo ocurre con los seres humanos. Las personas que ayunan deliberadamente tienen menos horas de sueño, ya que se lleva al cerebro a creer que los alimentos se han vuelto repentinamente escasos.

Otro ejemplo inusual es la privación del sueño compartida por las orcas asesinas madres y sus crías recién nacidas. Las orcas asesinas dan a luz a una sola cría una vez cada tres a ocho años. Normalmente el parto tiene lugar lejos de los otros miembros de la manada. Esto hace que la orca recién nacida quede en una situación muy vulnerable durante las primeras semanas de vida, en especial cuando van de camino a reunirse con el grupo, ya que nada al lado de su madre. Hasta el 50 % de las nuevas orcas mueren durante este viaje a casa. De hecho, es tan peligroso que, al parecer, ni la madre ni la orca duermen durante el recorrido. Ninguna de las parejas de cría y madre que los científicos han observado ha mostrado indicios de un sueño profundo en esa situación. Esto es especialmente sorprendente en el caso de la cría, ya que la mayor demanda y necesidad de sueño en cualquier especie se da durante los primeros días y semanas de vida, como cualquier padre sabe. El peligro de estos largos viajes oceánicos es tal que estas ballenas bebés revierten esa tendencia universal relacionada con el sueño.

Sin embargo, la más increíble hazaña de privación intencionada del sueño corresponde a las aves durante la migración transoceánica. Durante esta carrera inducida por el clima a través de miles de kilómetros, bandadas enteras de aves vuelan durante muchas más horas de lo normal. En consecuencia, se ven privadas de las oportunidades de inmovilidad que les permitirían un sueño reparador. Pero incluso aquí el cerebro ha encontrado una forma ingeniosa de conseguir dormir. Durante el vuelo, las aves migratorias echan mano de períodos de sueño sorprendentemente breves que duran solo unos segundos. Estas pequeñas siestas sirven para evitar los déficits cerebrales y corporales que, de otro modo, aparecerían como consecuencia de la prolongada privación total del sueño. (Por si te lo estás preguntando, no, los humanos no podemos hacer nada parecido).

El gorrión corona blanca es quizás el ejemplo más sorprendente de privación de sueño observado en las aves durante vuelos de larga distancia. Este pequeño y corriente pájaro es capaz de realizar una hazaña tan espectacular que el Ejército estadounidense ha gastado millones de dólares en investigarlo. El gorrión muestra una resistencia absoluta y sin igual a la privación total del sueño (aunque solo durante un período limitado); una resistencia que los humanos nunca podríamos igualar. Si impides dormir a este gorrión en el laboratorio durante el período migratorio (cuando debería estar volando), prácticamente no tiene efectos nocivos para él. Sin embargo, si se hace lo mismo fuera de la época migratoria, le causa una verdadera vorágine de disfunciones cerebrales y corporales.

¿Cómo deberíamos dormir?

Los humanos no dormimos de la manera en que la naturaleza pretendía. El número de episodios de sueño, su duración y los momentos en que deberíamos dormir se han visto comprensiblemente distorsionados por la modernidad.

En los países desarrollados, la mayoría de los adultos duermen actualmente según un patrón monofásico, es decir, tratamos de completar un solo sueño prolongado durante la noche, cuyo promedio de duración es de menos de siete horas. Si visitas culturas a las que no haya llegado la electricidad, seguramente verás algo bastante diferente. Las tribus cazadoras-recolectoras, como los gabras, en el norte de Kenia, o los san, en el desierto de Kalahari, cuya forma de vida ha cambiado muy poco en los últimos milenios, duermen siguiendo un patrón bifásico. Ambos grupos duermen un período bastante largo durante la noche (pasan de siete a ocho horas en la cama, durmiendo unas siete horas), y después, por la tarde, hacen una siesta que dura entre treinta y sesenta minutos.

También hay indicios de una combinación de los dos patrones de sueño en función de la época del año. Algunas tribus preindustriales como los hadzas, del norte de Tanzania, o los san, de Namibia, siguen un patrón bifásico en los meses más calurosos del verano, con una siesta de entre treinta y cuarenta minutos al principio de la tarde. Luego, durante los meses más fríos del invierno, cambian a un patrón de sueño en gran parte monofásico.

Incluso cuando siguen un patrón de sueño monofásico, el tiempo de sueño observado en las culturas preindustriales no es como el nuestro. Por lo general, los miembros de la tribu se irán a dormir dos o tres horas después de la puesta de sol, sobre las nueve de la noche. Su episodio de sueño nocturno acabará alrededor del amanecer. ¿Te has preguntado alguna vez sobre el significado del término medianoche? Obviamente, significa la mitad de la noche o, más técnicamente, el punto medio del ciclo solar. Y así es para el ciclo de sueño de las culturas de cazadores-recolectores, y presumiblemente para todos los que vivieron antes. Ahora piensa en las normas de sueño de nuestra cultura. La medianoche ya no es «la mitad de la noche». Para muchos de nosotros, la medianoche suele ser el momento en que decidimos consultar nuestro correo electrónico por última vez, y ya sabemos lo que a menudo pasa después. Para agravar el problema, no dormimos más por la mañana para compensar estos inicios de sueño más tardíos. No podemos. Nuestra biología circadiana y las insaciables demandas de la vida postindustrial a primera hora de la mañana nos niegan el sueño que tanto necesitamos. Hubo un tiempo en que nos íbamos a la cama al anochecer y nos despertábamos con las gallinas. Ahora muchos de nosotros seguimos despertándonos a la hora de las gallinas, pero el anochecer es simplemente la hora en que terminamos el trabajo en la oficina, quedándonos todavía por delante muchas horas de vigilia. Además, muy pocos nos concedemos una siesta completa por la tarde, lo que contribuye todavía más a nuestro estado de falta de sueño.

Sin embargo, el sueño bifásico no tiene un origen cultural. Es profundamente biológico. Todos los humanos, independientemente de su cultura o de su ubicación geográfica, sufren a media tarde un declive genéticamente codificado de su estado de alerta. Fíjate en cualquier reunión después de la hora de comer alrededor de una mesa de juntas y esto se te hará evidente. Como marionetas cuyos hilos se sueltan y luego vuelven a tensarse rápidamente, las cabezas comenzarán a caer y a levantarse de golpe. Estoy seguro de que has experimentado alguna vez uno de esos ataques de somnolencia que parecen apoderarse de ti, como si tu cerebro se fuera a dormir a una hora inusualmente temprana.

Tanto tú como el resto de asistentes a la reunión están siendo víctimas de una caída de la alerta evolutivamente impresa que favorece una siesta vespertina, llamada somnolencia posprandial (del latín prandium, «comida»). Este breve descenso de la vigilia, desde un estado de alerta de alto grado a otro de bajo nivel, refleja una necesidad innata de echarse una siesta por la tarde. Parece ser una parte normal del ritmo diario de la vida. Si alguna vez tienes que hacer una presentación en el trabajo, por tu propio bien (y por el del estado consciente de tu audiencia), si puedes, evita esas horas.

Lo que se hace muy evidente cuando reparas en estos detalles es que la sociedad moderna nos ha apartado de lo que debería ser una organización preestablecida del sueño bifásico, el que nuestro código genético trata de reavivar cada tarde. El abandono del sueño bifásico empezó cuando pasamos de una existencia agrícola a otra industrial, o tal vez incluso antes.

Los estudios antropológicos de los cazadores-recolectores de la época preindustrial también han disipado un mito popular acerca de cómo los seres humanos deberíamos dormir. Alrededor del final de la era moderna temprana (a finales del siglo XVII y principios del XVIII), los textos históricos sugieren que los europeos occidentales dormían dos largos períodos por la noche, separados por varias horas de vigilia. Entre estos dos períodos de sueño gemelos, a veces llamados primer sueño y segundo sueño, leían, escribían, rezaban, hacían el amor e incluso vida social.

Sin embargo, el hecho de que las culturas preindustriales estudiadas hasta la fecha no hayan mostrado una forma de sueño similar, en dos tandas nocturnas, sugiere que esta no es la forma de sueño natural programada evolutivamente. Más bien parece tratarse de un fenómeno cultural que se popularizó con la migración a Europa occidental. Por otra parte, no existe ningún ritmo biológico —cerebral, neuroquímico o metabólico— que apunte a una necesidad humana de estar despierto varias horas en mitad de la noche. El verdadero patrón de sueño bifásico —para el cual existe evidencia antropológica, biológica y genética, y sigue siendo medible en todos los seres humanos hasta la fecha— es el que consiste en un episodio más largo de sueño continuado por la noche, seguido de una siesta corta a media tarde.

Aceptando que este es nuestro patrón natural de sueño, ¿llegaremos a saber con certeza alguna vez qué tipo de consecuencias tiene para nuestra salud haber abandonado el sueño bifásico? Esta forma de dormir que incorpora la siesta se practica en distintas culturas de todo el mundo, incluidas las regiones de América del Sur y la Europa mediterránea. Cuando yo era pequeño, en la década de 1980, fui de vacaciones a Grecia con mi familia. Mientras caminábamos por las calles de las principales ciudades griegas que visitamos, veía carteles colgados en los escaparates que eran muy diferentes de los que estaba acostumbrado a ver en Inglaterra. Decían: «Abierto de nueve de la mañana a una de la tarde, cerrado de una a cinco, abierto de cinco a nueve».

En la actualidad, quedan pocos de esos carteles en las tiendas de Grecia. Antes del cambio de milenio, se vivió una presión cada vez mayor para abandonar la práctica de la siesta en Grecia. Un equipo de investigadores de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard decidió cuantificar las consecuencias para la salud de este cambio radical estudiando a más de 23 000 adultos griegos, hombres y mujeres de veinte a ochenta años de edad. Los investigadores se centraron en los efectos cardiovasculares, haciendo un seguimiento del grupo durante un período de seis años, a lo largo de los cuales muchos de ellos dejaron de dormir la siesta.

Como en innumerables tragedias griegas, el resultado final fue desgarrador, pero aquí de la manera más seria y literal. Ninguno de los pacientes tenía antecedentes de enfermedad coronaria o accidente cerebrovascular al comienzo del estudio. Sin embargo, en ese período de seis años, aquellos que abandonaron la siesta habitual vieron incrementado el riesgo de muerte por enfermedad cardiovascular en un 37 % en comparación con aquellos que mantuvieron las siestas regulares durante el día. El efecto fue especialmente intenso en los trabajadores, donde el riesgo de mortalidad resultante de prescindir de la siesta aumentó en más del 60 por ciento.

El anterior es un excepcional estudio que deja patente un hecho: cuando abandonamos la práctica innata del sueño bifásico, nuestra vida se acorta. Tal vez por eso no es sorprendente que en los pequeños enclaves de Grecia donde la costumbre de la siesta permanece intacta, como en la isla de Icaria, los hombres tengan casi cuatro veces más probabilidades de llegar a los noventa años que los hombres estadounidenses. Las sociedades que han incorporado la siesta a sus hábitos se han descrito como «los lugares donde las personas se olvidan de morir». La práctica del sueño bifásico natural y una dieta saludable parecen ser las claves para una larga vida.

Somos especiales

Hemos visto que dormir es una característica común del reino animal, y que entre las especies y dentro de cada una de ellas puede apreciarse una notable diversidad en la cantidad (por ejemplo, en el tiempo), en la forma (por ejemplo, la utilización de medio cerebro o de todo el cerebro) y en el patrón (monofásico, bifásico, polifásico). Pero ¿es el perfil del sueño humano especial, al menos en su forma pura, sin las alteraciones introducidas por la modernidad? Se ha escrito mucho sobre la singularidad del Homo sapiens en otras áreas: la cognición, la creatividad, la cultura y el tamaño y la forma de nuestros cerebros. ¿Existe alguna excepcionalidad equiparable en nuestro sueño nocturno? Si es así, ¿podría ser esta la causa desconocida de los logros que tanto valoramos como distintivos de los humanos, así como la justificación de nuestro nombre homínido (Homo sapiens significa «persona sabia» en latín)?

Pues sí, también somos especiales en lo que respecta al sueño. En comparación con los monos del Viejo y del Nuevo Mundo, como los chimpancés, los orangutanes y los gorilas, el sueño humano es algo insólito. La cantidad total de tiempo que dormimos (ocho horas) es notablemente menor que la de todos los demás primates (de 10 a 15 horas), y además tenemos una cantidad desproporcionada de sueño REM, la fase del sueño durante la cual soñamos. Entre el 20 % y el 25 % de nuestro tiempo de sueño es sueño REM, en comparación con un promedio de solo el 9 % en los demás primates. En lo referente al tiempo de sueño y al tiempo en que soñamos, representamos el punto máximo anómalo. Entender cómo y por qué dormimos de forma distinta es entender la evolución del simio al hombre y del árbol al suelo.

Los humanos somos durmientes terrestres exclusivos: dormimos en el suelo (o a veces un poco elevados, en camas). Otros primates duermen en los árboles, en ramas o en nidos, y solo ocasionalmente bajan de ellos para dormir en el suelo. Los grandes simios, por ejemplo, construyen un nido para dormir completamente nuevo todas las noches. ¡Imagínate tener que pasar varias horas cada noche después de la cena montando una nueva cama de IKEA!

Dormir en los árboles es una idea evolutivamente sabia, hasta cierto punto. Proporciona un refugio seguro de los grandes depredadores que cazan en tierra, como las hienas, y de los pequeños artrópodos chupadores de sangre, como los piojos, las pulgas y las garrapatas. Pero cuando duermes a unos seis o siete metros del suelo, debes ser precavido. Si te relajas demasiado mientras duermes en una rama o en un nido, una extremidad colgante puede ser toda la invitación que la gravedad necesita para arrastrarte a tierra en una caída que pondrá fin a tu vida y te eliminará del acervo genético, en especial durante el sueño REM, cuando el cerebro paraliza completamente todos los músculos voluntarios del cuerpo. Estoy seguro de que nunca has intentado hacer que una bolsa llena de alimentos se mantenga sobre la rama de un árbol, pero puedo asegurarte que resulta muy difícil. Incluso si consigues que se aguante durante unos instantes, no tardará mucho en caer. Este acto de equilibrio corporal suponía un gran desafío y un considerable peligro para nuestros antepasados primates que dormían en los árboles, y limitaba considerablemente su sueño.

El Homo erectus, antecesor del Homo sapiens, fue el primer bípedo forzado a caminar en posición vertical sobre sus dos piernas. Se cree que fue también el primero en dormir de forma habitual en el suelo. Sus brazos cortos y su posición erguida hacían muy difícil que pudiera dormir en los árboles. ¿Cómo el Homo erectus —y por inferencia el Homo sapiens— consiguió sobrevivir en el suelo, donde abundaban depredadores como los leopardos, las hienas y los tigres dientes de sable —todos ellos hábiles en la caza nocturna—, además de sanguijuelas terrestres? En gran medida, gracias al fuego. Si bien persiste cierto debate al respecto, muchos creen que el Homo erectus fue el primero en utilizar el fuego, y el fuego fue uno de los catalizadores más importantes, si no el que más, para que pudiéramos abandonar los árboles y bajar a tierra firme. El fuego también explica que fuéramos capaces de dormir en el suelo y mantenernos a salvo: las llamas disuadían a los grandes carnívoros, mientras que el humo proporcionaba una ingeniosa forma de fumigación nocturna, manteniendo alejados a los pequeños insectos, siempre dispuestos a morder nuestra epidermis.

Pero el fuego no era la solución perfecta, por lo que dormir en el suelo seguía comportando importantes peligros. Esto provocó una presión evolutiva para que nuestra forma de dormir se hiciera más eficiente. Un Homo erectus capaz de lograr una mayor eficiencia para su sueño tendría sin duda más posibilidades en la supervivencia y en la selección. Así pues, la evolución se encargó de adaptar nuestra forma de dormir, reduciendo el tiempo de sueño, pero aumentando su intensidad, especialmente con el incremento de la cantidad de sueño REM que acumulamos durante la noche.

De hecho, como suele ocurrir cuando interviene la madre naturaleza, el problema se convirtió en parte de la solución. En otras palabras, el hecho de dormir en tierra firme, y no sobre la frágil rama de un árbol, propició un aumento en la cantidad y la calidad de sueño REM, y, al mismo tiempo, una reducción moderada de la cantidad de tiempo que pasamos durmiendo. Al dormir en el suelo, ya no había riesgo de caerse. Por primera vez en su evolución, los homínidos podían permanecer quietos y consumir todo el sueño REM que deseaban sin tener que preocuparse por la amenaza de la gravedad a la que estaban acostumbrados en lo alto de los árboles. De este modo, nuestro sueño se «concentró»: se hizo más corto y consolidado, con abundante sueño de alta calidad. Y no cualquier sueño, sino sueño REM, que enseguida aceleró la complejidad y la conectividad del cerebro. Algunas especies disfrutan de más tiempo total de sueño REM que los homínidos, pero ninguna de ellas activa y produce proporciones tan vastas de sueño REM en un cerebro tan complejo y profusamente interconectado como el del Homo sapiens.

A partir de estos datos, propongo una teoría: pasar de dormir en los árboles a hacerlo en el suelo fue el factor que catapultó al Homo sapiens a la cima de la pirámide de la evolución. Al menos dos características diferencian a los humanos del resto de los primates, y creo que ambas fueron moldeadas de forma causal y beneficiosa por la mano del sueño, en concreto, por nuestro alto nivel de sueño REM en comparación con los demás mamíferos: 1) nuestro grado de complejidad sociocultural y 2) nuestra inteligencia cognitiva. El sueño REM, con el acto de soñar, nutre estos dos rasgos humanos.

Respecto al primer punto, hemos descubierto que el sueño REM recalibra y afina de manera precisa los circuitos emocionales del cerebro humano, los cuales serán analizados detalladamente en la parte 3 de este libro. Gracias a esta capacidad, el sueño REM podría muy bien haber acelerado el control racional de nuestras emociones primitivas iniciales. Según mi propuesta, este cambio contribuyó de manera esencial a la rápida conquista por parte del Homo sapiens del dominio sobre todas las demás especies.

Sabemos, por ejemplo, que el sueño REM aumenta nuestra capacidad de reconocimiento y de gestión del amplio abanico de señales socioemocionales de la cultura humana, como las expresiones faciales explícitas e implícitas, la gestualidad corporal e incluso los comportamientos grupales. Solo hay que considerar trastornos como el autismo para darnos cuenta de lo precaria y diferente que puede ser la existencia social cuando esas capacidades de gestión emocional no existen o están alteradas.

Esta mayor capacidad de reconocimiento y comprensión que nos proporciona el sueño REM nos permite decidir y actuar de forma más inteligente. En concreto, la posibilidad de regular con sensatez nuestras emociones, que es un rasgo esencial de lo que llamamos inteligencia emocional, depende de que tengamos suficiente sueño REM noche tras noche. (Si te han venido ahora a la mente colegas, amigos o personajes públicos que carecen de ese rasgo, podrías preguntarte si duermen lo suficiente, especialmente en las últimas horas de la madrugada, que son las más ricas en sueño REM).

Por otra parte, si multiplicamos esos beneficios individuales en el seno de cada grupo y tribu, así como a través de ellos, y consideramos que cada uno de estos grupos experimenta una creciente intensidad y riqueza de sueño REM desde hace milenios, podemos empezar a darnos cuenta de hasta qué punto esta recalibración nocturna a través del sueño REM ha evolucionado de forma rápida y exponencial. A partir de este progreso de la inteligencia emocional proporcionado por el sueño REM, surgió una nueva y mucho más sofisticada forma de socioecología homínida que permitió la creación de grandes comunidades humanas, emocionalmente astutas, estables y con una intensa cohesión social.

Me atrevo a ir un paso más allá y afirmar que esta no es solo la función del sueño REM más influyente en todos los mamíferos, también es la más influyente de todos los tipos de sueño e incluso la ventaja más importante jamás aportada por el sueño en toda la historia de la vida planetaria. Los beneficios adaptativos que confiere el complejo procesamiento emocional son tan descomunales que a menudo los pasamos por alto. Los humanos somos capaces de albergar una inmensa cantidad de emociones en nuestros cerebros encarnados, y después experimentar profundamente con ellas e incluso reajustarlas. Además, podemos reconocer y ayudar a moldear las emociones de los demás. A través de estos procesos intra- e interpersonales, podemos forjar las alianzas de cooperación necesarias para establecer amplios grupos sociales y, más allá de ello, sociedades enteras con múltiples estructuras e ideologías. Lo que a primera vista podría parecer una modesta aportación del sueño REM al individuo es en realidad, a mi juicio, uno de los elementos clave para la supervivencia y la hegemonía de nuestra especie.

La segunda contribución evolutiva alimentada por la fase REM del sueño es la creatividad. El sueño no-REM ayuda a consolidar la información aprendida transfiriéndola al depósito de almacenamiento a largo plazo del cerebro. Pero es el sueño REM el que toma estos recuerdos frescos y los hace colisionar con todo el catálogo de tu autobiografía vital anterior. Estas colisiones mnemotécnicas durante el sueño REM provocan nuevas ideas a medida que se crean nuevos vínculos entre fragmentos de información no relacionados entre sí. Con cada nuevo ciclo, el sueño REM ayuda a construir amplias redes de asociación de información en el cerebro. El sueño REM puede incluso volver la vista atrás, por así decirlo, y ofrecer una perspectiva general, aportando no ya una lista inerte de datos, sino algo parecido a un conocimiento general basado en una recopilación de la información en su conjunto. De este modo, podemos despertarnos al día siguiente y descubrir que hemos encontrado soluciones para problemas que antes nos parecían irresolubles o que el sueño nos ha insuflado ideas radicalmente nuevas y originales.

Así pues, aparejado al opulento y poderoso tejido socioemocional que el sueño REM ayuda a hilvanar a través de la especie, nos llegó este segundo beneficio del sueño onírico que es la creatividad. Deberíamos sentirnos agradecidos (con humildad) por la superioridad de nuestro ingenio homínido en relación con cualquiera de nuestros rivales más cercanos, ya sean primates u otros. Los chimpancés, nuestros parientes primates vivos más próximos, han vivido aproximadamente cinco millones de años más que nosotros, y algunos de los grandes simios nos precedieron en al menos diez millones de años. A pesar de ello, ninguna de esas especies ha ido a la Luna, creado computadoras o desarrollado vacunas. Humildemente, los humanos sí que lo hemos hecho. El sueño, especialmente el sueño REM y el acto de soñar, es un factor determinante, aunque poco apreciado, de muchos de los elementos que conforman nuestro ingenio y propician nuestros logros, tanto como el uso del lenguaje o de las herramientas (de hecho, hay evidencias de que el sueño tiene también vínculos causales con estos dos últimos rasgos).

Sin embargo, los beneficios que el sueño REM aporta a nuestro cerebro emocional deben ser considerados como más decisivos para nuestro éxito homínido que los beneficios relacionados con la creatividad inspiradora. Ciertamente, la creatividad es una herramienta evolutivamente poderosa, pero se limita en gran medida al individuo. A menos que las soluciones creativas e ingeniosas se compartan con los demás a través de los vínculos sociales y de cooperación emocionalmente ricos que fomenta el sueño REM, lo más probable es que esa creatividad quede fijada en un solo individuo, sin extenderse al resto.

Ahora ya podemos apreciar lo que para mí es la autorrealización de un típico ciclo positivo de evolución. Nuestro paso de dormir en los árboles a hacerlo en el suelo propició que aumentara abundantemente nuestra cantidad de sueño REM en comparación con otros primates, y esta recompensa derivó en un fuerte incremento de la creatividad cognitiva, la inteligencia emocional y, por tanto, la complejidad social. Esto, junto con el hecho de que nuestro cerebro fuera cada vez más denso y estuviera cada vez más interconectado, llevó a una mejora en las estrategias de supervivencia diaria (y nocturna). A su vez, cuanto más intensamente empleábamos estos circuitos emocionales y creativos del cerebro durante el día, mayor era nuestra necesidad de reparar y recalibrar, con más sueño REM nocturno, estos sistemas neuronales cada vez más exigentes.

A medida que este circuito de retroalimentación positiva crecía de forma exponencial, empezamos a formar, organizar, mantener y moldear deliberadamente grupos sociales cada vez más amplios. Las capacidades creativas, que crecían deprisa, podían así extenderse de forma más eficiente y rápida, e incluso mejorarse, con esa cantidad cada vez mayor de sueño REM homínido, responsable del aumento de la sofisticación social y emocional. Por tanto, el sueño REM representó un nuevo factor sostenible que, junto con otros factores, contribuyó a nuestro asombrosamente rápido ascenso evolutivo a la cima del poder, dando lugar, para bien y para mal, a una nueva superclase social (alimentada por el sueño) dominante en todo el mundo.