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Capítulo 10

Soñar como terapia nocturna

Durante mucho tiempo se pensó que los sueños eran simplemente epifenómenos de la etapa del sueño (REM) de la que surgen. Para ilustrar el concepto de epifenómeno, pensemos en un foco.

La razón por la que construimos los elementos físicos de un foco —la esfera de vidrio, el alambre enrollado que se encuentra dentro, el contacto eléctrico atornillado en la base— es para crear luz. Esa es la función del foco y la razón por la que lo diseñamos tal como es. Sin embargo, un foco también produce calor. El calor no es la función del foco ni la razón por la que originalmente lo diseñamos. El calor es simplemente lo que sucede cuando la luz se genera de esta manera. Es un subproducto no intencionado de la operación, no es su verdadera función. En este caso, el calor es un epifenómeno.

De forma similar, la evolución podría haber hecho grandes esfuerzos para construir los circuitos neuronales del cerebro que producen el sueño REM y las funciones que este sustenta. Sin embargo, cuando el cerebro (humano) produce sueño REM de esta manera específica, también puede producir lo que llamamos sueños (como construcción onírica). Los sueños, como el calor de un foco, podrían no tener ninguna función. Podrían ser simplemente epifenómenos sin uso o consecuencia, no ser más que un subproducto involuntario del sueño REM.

Suena bastante deprimente, ¿verdad? Estoy seguro de que muchos de nosotros sentimos que nuestros sueños tienen un significado y un propósito útil.

Para abordar esta cuestión y averiguar si soñar tiene un verdadero propósito, más allá de la etapa del sueño de la que surge, los científicos empezaron por definir las funciones del sueño REM. Una vez conocidas esas funciones, podremos examinar si los sueños que acompañan al sueño REM, y de manera específica el contenido de esos sueños, son determinantes cruciales de los beneficios adaptativos que aporta esa fase del sueño. Si lo que soñamos no ofreciera ningún poder predictivo para determinar los beneficios del sueño REM, los sueños deberían considerarse simplemente epifenómenos. Sin embargo, si constatáramos que se necesita tanto el sueño REM como soñar con cosas específicas para lograr tales funciones, los sueños no podrían considerarse como un mero subproducto epifenómico del sueño REM. Más bien, la ciencia debería reconocer el fenómeno onírico como una parte esencial del sueño y de las ventajas adaptativas a él asociadas.

Partiendo de este planteamiento, hemos encontrado dos beneficios principales del sueño REM. Ambos beneficios funcionales requieren no solo entrar en fase REM, sino también soñar y hacerlo con cosas específicas. El sueño REM es necesario, pero el sueño REM solo no es suficiente. Los sueños no son el calor del foco, no son un subproducto.

La primera función, de la que nos ocuparemos en este capítulo, implica cuidar nuestra salud emocional y mental. La segunda tiene que ver con la creatividad y la resolución de problemas, cosas ambas que algunos individuos tratan de aprovechar más plenamente a través del control de sus sueños, y hablaremos de ella en el próximo capítulo.

Soñar: bálsamo relajante

Se dice que el tiempo lo cura todo. Hace años decidí probar científicamente esta antigua máxima, ya que me preguntaba si no requería una revisión. Tal vez no era el tiempo el que curaba todas las heridas, sino más bien el tiempo que empleamos en soñar mientras dormimos. Había estado desarrollando una teoría basada en los patrones combinados de la actividad cerebral y la neuroquímica cerebral del sueño REM, y de esta teoría surgió una predicción específica: los sueños durante la fase REM brindan una forma de terapia nocturna. ¿De qué manera? Reduciendo la angustia dolorosa de los episodios emocionales difíciles o incluso traumáticos experimentados durante el día y ofreciendo una solución emocional cuando te despiertas a la mañana siguiente.

El núcleo de la teoría se basaba en el asombroso cambio en el coctel de sustancias químicas del cerebro que tiene lugar durante la fase REM. Las concentraciones de una sustancia química clave relacionada con el estrés, llamada noradrenalina, se desactivan por completo dentro del cerebro cuando se ingresa en este estado de sueño. De hecho, el sueño REM es el único momento en el que el cerebro queda completamente libre de esta molécula desencadenante de la ansiedad. La noradrenalina, también conocida como norepinefrina, es el equivalente cerebral a una sustancia química corporal cuyos efectos seguro que conoces bien: la adrenalina (epinefrina).

Estudios previos realizados con IRM han demostrado que las estructuras cerebrales relacionadas con la emoción y la memoria —la amígdala, las regiones de la corteza cerebral que tienen que ver con la emoción y el centro clave mnemotécnico, el hipocampo— se reactivan mientras soñamos durante la fase REM. Esto no solo sugiere que es posible, e incluso probable, el procesamiento de la memoria específica de la emoción durante el estado de sueño, sino también que esta reactivación de la memoria emocional ocurre en un cerebro libre de un químico clave del estrés. Por lo tanto, me preguntaba si durante el sueño REM el cerebro reprocesaba la memoria de experiencias perturbadoras en este entorno cerebral de sueño «seguro» y neuroquímicamente tranquilo (bajo en noradrenalina). ¿Es el sueño durante la fase REM un bálsamo nocturno perfectamente diseñado que elimina las aristas de nuestra vida emocional cotidiana? Así parecían confirmarlo la neurobiología y la neurofisiología. En tal caso, en lo referente a los episodios angustiantes del día anterior, deberíamos despertarnos sintiéndonos mejor.

Esta es la teoría de la terapia nocturna. Postula que el proceso del sueño durante la fase REM cumple dos objetivos fundamentales: 1) dormir para recordar los detalles de las experiencias valiosas y destacadas, integrándolas con el conocimiento existente y colocándolas en una perspectiva autobiográfica, y 2) dormir para olvidar o disolver la carga emocional visceral y dolorosa que previamente ha envuelto esos recuerdos. Si esto es cierto, el estado de sueño conlleva una especie de revisión de la vida introspectiva con fines terapéuticos.

Pensemos en nuestra infancia y tratemos de recordar algunos de nuestros recuerdos más vívidos. Lo que comprobaremos es que casi todos son recuerdos de naturaleza emocional: tal vez la experiencia espantosa de la separación de nuestros padres, o la vez en que un coche estuvo a punto de atropellarnos. Pero hay que tener en cuenta que nuestro recuerdo de estas experiencias detalladas no lleva aparejado el mismo grado de emoción que estaba presente en el momento de la experiencia. No hemos olvidado el hecho, pero sí hemos desechado la carga emocional, o al menos una cantidad significativa de ella. Podemos revivir con precisión el recuerdo, pero no revivimos la misma reacción visceral que estaba presente e impresa en el momento en que ocurrió. La teoría defiende que tenemos que agradecer al sueño REM esta disolución paliativa de la emoción asociada a la experiencia. A través de su trabajo terapéutico durante la noche, el sueño REM realiza el elegante truco de separar la amarga corteza emocional de la fruta rica en información. Por lo tanto, podemos aprender y recordar acontecimientos vitales importantes sin quedar paralizados por el bagaje emocional que esas experiencias dolorosas conllevaron originalmente.

De hecho, argumenté que si el sueño REM no realizara esta operación, todos presentaríamos un estado de ansiedad crónica en nuestras redes de memoria autobiográfica; cada vez que recordáramos algo sobresaliente, no solo recordaríamos los detalles de la memoria, sino que reviviríamos la misma carga emocional estresante una vez más. Gracias a su actividad cerebral única y a su composición neuroquímica, la etapa REM del sueño nos ayuda a evitar esta circunstancia.

Esa era la teoría, esas eran las predicciones; luego vino la prueba experimental, cuyos resultados darían un primer paso hacia la comprobación o la refutación de ambas.

Reclutamos a un grupo de jóvenes sanos y los asignamos aleatoriamente a dos grupos. Cada grupo vio una serie de imágenes emocionales mientras estaba dentro de un escáner de IRM y medíamos su reactividad emocional cerebral. Luego, 12 horas después, los participantes volvieron a colocarse en el escáner de IRM y volvimos a presentar esas mismas imágenes emocionales, midiendo nuevamente la reactividad emocional del cerebro. Durante estas dos sesiones de exposición separadas por 12 horas los participantes también calificaron el nivel emocional experimentado ante cada imagen.

Sin embargo, es importante destacar que la mitad de los participantes vio las imágenes por la mañana y de nuevo por la noche, pasando todo el día despiertos. La otra mitad de los participantes, en cambio, vio las imágenes por la tarde y nuevamente a la mañana siguiente, después de toda una noche de sueño. De esta forma, pudimos medir objetivamente lo que sus cerebros nos decían mediante escáneres de IRM, además de saber lo que los participantes sentían subjetivamente sobre las experiencias revividas, después de haber tenido una noche de sueño o no haber dormido.

Aquellos que durmieron entre las dos sesiones afirmaron sentirse sensiblemente menos impactados emocionalmente al ver de nuevo las mismas imágenes. Además, los resultados de las IRM mostraron una reducción grande y significativa en la reactividad de la amígdala, el centro emocional del cerebro que crea sentimientos dolorosos. Por otra parte, hubo un reajuste en la corteza prefrontal racional del cerebro después del sueño, lo que ayudó a mantener el freno que amortigua las reacciones emocionales. Por el contrario, aquellos que permanecieron despiertos durante todo el día, sin la posibilidad de dormir y digerir esas experiencias, no mostraron tal disolución de la reactividad emocional con el paso de las horas. Sus profundas reacciones emocionales fueron igual de fuertes y negativas en las dos sesiones, o incluso más durante la segunda sesión, y afirmaron haber sentido un dolor parecido.

Dado que habíamos registrado el sueño de cada participante durante la noche intermedia entre las dos sesiones de prueba, pudimos responder a una pregunta de seguimiento: ¿hay algo en el tipo o la calidad del sueño que experimenta un individuo que pueda predecir cuán exitoso será el sueño a la hora de conseguir la resolución emocional al día siguiente?

Como la teoría había predicho, fue el sueño en la fase REM, con patrones específicos de actividad eléctrica que reflejaban la caída en la química cerebral relacionada con el estrés, lo que determinó el éxito de la terapia nocturna. No fue, por tanto, el tiempo en sí lo que curó las heridas emocionales, sino el tiempo empleado en el sueño. Dormir, tal vez curarse.

El sueño, y específicamente el sueño REM, es claramente necesario para poder sanar las heridas emocionales. Pero ¿es en concreto el acto de soñar durante la fase REM, o incluso soñar con esos mismos acontecimientos emocionales, lo que se necesita para mantener nuestras mentes a salvo de las garras de la ansiedad y la depresión reactiva? Esta hipótesis fue elegantemente corroborada por la doctora Rosalind Cartwright, de la Universidad de Rush en Chicago, en una serie de estudios con sus pacientes clínicos.

Cartwright, a quien considero tan pionera en la investigación de los sueños como Sigmund Freud, decidió estudiar el contenido de los sueños en personas que mostraban signos de depresión como consecuencia de experiencias emocionales especialmente difíciles, como rupturas devastadoras y amargos divorcios. Justo en torno al momento del trauma emocional empezó a recolectar informes de sus sueños nocturnos y los analizó buscando signos claros de coincidencia entre los temas que emergían en sus sueños y sus experiencias durante la vigilia. Cartwright realizó evaluaciones de seguimiento hasta un año después para determinar si la depresión y la ansiedad causadas por el trauma emocional se habían resuelto o persistían.

En una serie de publicaciones que todavía hoy en día reviso con admiración, Cartwright demostró que solo aquellos pacientes que soñaron expresamente con sus experiencias dolorosas lograron una resolución clínica de su situación, de tal manera que un año después se habían recuperado mentalmente, no mostrando signos clínicos de depresión. Los que soñaron, pero no con la experiencia dolorosa en sí misma no pudieron superar el problema y se vieron arrastrados por una fuerte corriente subterránea de depresión.

Cartwright demostró que cuando se trata de resolver nuestro pasado emocional, no basta con entrar en sueño REM, ni tampoco con tener sueños genéricos. Sus pacientes necesitaban soñar en fase REM, pero además sus sueños debían versar específicamente sobre los asuntos emocionales y los sentimientos que despertaba el trauma. Solo esa forma de sueño con un contenido concreto lograba la remisión clínica y un cierre emocional en estos pacientes, lo que les permitía avanzar hacia un nuevo futuro emocional y no quedarse esclavizados por un pasado traumático.

Los datos de Cartwright ofrecieron un importante respaldo psicológico a nuestra teoría de la terapia biológica nocturna, pero fue gracias a un encuentro casual durante una conferencia, un inclemente sábado en Seattle, que mi propia investigación y mi teoría se tradujeron en una ayuda para la resolución de una acuciante afección psiquiátrica: el trastorno de estrés postraumático (TEPT).

Los pacientes con TEPT, entre los que a menudo se cuentan veteranos de guerra, presentan dificultades para recuperarse de terribles experiencias traumáticas. Con frecuencia se ven afectados por flashbacks diurnos de estos recuerdos intrusivos y sufren pesadillas recurrentes. Me preguntaba si el mecanismo de terapia de sueño REM nocturno que habíamos descubierto en individuos sanos se podría haber desactivado en personas que sufrían de TEPT.

Cuando un soldado veterano sufre un flashback, desencadenado, por ejemplo, por el repentino estruendo del tubo de escape de un coche, puede volver a vivir toda la experiencia traumática visceral. Esto indica que la emoción no ha sido apropiadamente eliminada del recuerdo traumático durante el sueño. Si entrevistas a pacientes con TEPT, con frecuencia te cuentan que simplemente no pueden «superar» la experiencia. En parte, están describiendo un cerebro que no ha eliminado la emoción del recuerdo traumático, de modo que cada vez que revive el recuerdo (el flashback), también revive la emoción que no se ha eliminado efectivamente.

Ya sabíamos que los pacientes que sufren TEPT tienen problemas de sueño, especialmente del sueño REM. También hay evidencias que sugieren que el sistema nervioso de los pacientes con TEPT liberan niveles de noradrenalina más altos de lo normal. Con base en nuestra teoría de la terapia nocturna de los sueños durante la fase REM, y a partir de los datos que la avalan, elaboré una teoría subsiguiente para aplicar su modelo al TEPT. La teoría propone que lo que contribuye a sostener el trastorno son los excesivos niveles de noradrenalina dentro del cerebro, que inhiben la capacidad de estos pacientes para entrar y mantenerse en la fase REM. Como consecuencia de esto, sus cerebros no pueden deshacerse por la noche de la emoción ligada al recuerdo traumático, dado que los elementos químicos vinculados al estrés son demasiado elevados.

Sin embargo, lo más apremiante para mí eran las pesadillas repetitivas recogidas en pacientes con TEPT, un síntoma tan contrastado que forma parte de la lista de características necesarias para el diagnóstico del síndrome. Si el cerebro no puede separar la emoción del recuerdo durante la primera noche después de una experiencia traumática, la teoría sugiere que el intento de extracción de memoria emocional se repetirá la segunda noche, ya que la fuerza de la «etiqueta emocional» asociada con el recuerdo sigue siendo demasiado elevada. Si el proceso falla por segunda vez, se seguirá repitiendo noche tras noche como un disco rayado.

Esto era precisamente lo que parecía estar sucediendo con las pesadillas recurrentes vinculadas a la experiencia traumática en pacientes con TEPT.

Surgió una predicción comprobable: si pudiéramos reducir los niveles de noradrenalina en el cerebro de los pacientes con TEPT durante el sueño, restableciendo así las condiciones químicas correctas para que el sueño hiciera su trabajo de terapia del trauma, entonces seríamos capaces de restaurar la calidad curativa del sueño REM. Con la calidad restaurada del sueño REM debería haber una mejora en los síntomas clínicos del TEPT y, además, una disminución en la frecuencia de estas dolorosas pesadillas recurrentes. Era una teoría científica en busca de evidencia clínica. Y entonces llegó la maravillosa intervención de la casualidad.

Poco después de la publicación de mi trabajo teórico, conocí al doctor Murray Raskind, un notable médico que trabajaba en un hospital del Departamento de Asuntos para Veteranos de los Estados Unidos en el área de Seattle. Ambos presentamos nuestros propios hallazgos de investigación en una conferencia en Seattle, sin que en ese momento ninguno de los dos conociera los nuevos datos que habían arrojado las investigaciones del otro. Raskind, un hombre alto de ojos amables, cuya actitud relajada y jocosa oculta una perspicacia clínica que no debe subestimarse, es una prominente figura de la investigación en los campos del TEPT y la enfermedad de Alzheimer. En su conferencia, Raskind presentó hallazgos recientes que lo habían dejado perplejo. En su clínica de TEPT, Raskind había estado tratando a sus pacientes veteranos de guerra con un medicamento genérico llamado prazosina para controlar su hipertensión. Si bien el medicamento resultaba efectivo para reducir la presión sanguínea, Raskind descubrió que tenía un beneficio mucho mayor, y totalmente inesperado, para el cerebro: aliviaba las pesadillas recurrentes en sus pacientes con TEPT. Después de unas pocas semanas de tratamiento, sus pacientes regresaban a la clínica y, con perplejidad y asombro, decían cosas como «Doctor, lo más extraño es que ya no tengo esas terribles pesadillas en forma de flashbacks. Me siento mejor, me asusta menos irme a dormir por las noches».

Resulta que la prazosina, que Raskind recetaba simplemente para la presión sanguínea, también tenía el efecto secundario fortuito de suprimir la noradrenalina en el cerebro. Raskind había llevado a cabo, exquisita e inadvertidamente, el experimento que yo mismo intentaba realizar. Había creado en el cerebro precisamente la condición neuroquímica —una disminución en las concentraciones anormalmente altas de noradrenalina, relacionada con el estrés— que se da durante el sueño REM, ausente durante tanto tiempo en estos pacientes con TEPT. La prazosina fue disminuyendo de forma gradual la altamente perjudicial marea de noradrenalina en el cerebro, brindando a estos pacientes una calidad de sueño REM más saludable. Con el sueño REM saludable se produjo una reducción de los síntomas clínicos de los pacientes y, lo más importante, una disminución en la frecuencia de sus pesadillas repetitivas.

Raskind y yo continuamos nuestras discusiones científicas a lo largo de esa jornada. En los meses siguientes visitó mi laboratorio en la Universidad de Berkeley y hablamos sin parar día y noche sobre el modelo neurobiológico de la terapia emocional nocturna, y sobre cómo este parecía explicar perfectamente sus hallazgos clínicos con la prazosina. Eran conversaciones que ponían los pelos de punta, tal vez las más emocionantes que haya sostenido a lo largo de mi carrera. La teoría científica básica ya no buscaba confirmación clínica. Ambas se habían encontrado un lluvioso día en Seattle.

Tras informar sobre nuestros respectivos trabajos, y gracias a la solidez de los estudios de Raskind, respaldados posteriormente por varios ensayos clínicos independientes a gran escala, la prazosina se ha convertido en un fármaco aprobado oficialmente por el Departamento de Asuntos para los Veteranos para el tratamiento de pesadillas repetitivas asociadas al trauma, y ha recibido la aprobación de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) para ese propósito.

Aún quedan muchas cuestiones por abordar, incluida una replicación más independiente de los hallazgos para otros tipos de trauma, como el abuso sexual o la violencia. Además, no es un medicamento perfecto, pues produce importantes efectos secundarios a dosis muy altas, y no todas las personas responden al tratamiento con el mismo éxito. Pero es un comienzo. Ahora contamos con una explicación científica de una función del sueño REM y del proceso de soñar inherente a ella, y a partir de ese conocimiento hemos dado los primeros pasos para tratar una afección clínica tan angustiante e incapacitante como el TEPT. También puede abrir nuevas vías de tratamiento para trastornos relacionados con el sueño y otras enfermedades mentales, incluida la depresión.

Sueños para decodificar experiencias

Justo cuando pensaba que el sueño REM había revelado todo lo que podía ofrecer a nuestra salud mental, salió a la luz una segunda ventaja emocional para el cerebro que es especialmente relevante para nuestra supervivencia.

Leer con precisión las expresiones y las emociones de los rostros es un requisito indispensable para el funcionamiento humano. De hecho, es una función propia de la mayor parte de los primates superiores. Las expresiones faciales representan una de las señales más importantes en nuestro entorno. Comunican el estado emocional y la intención de un individuo, y si las interpretamos correctamente, influyen en nuestro comportamiento. Hay regiones de tu cerebro cuyo trabajo es leer y decodificar el valor y el significado de las señales emocionales, especialmente las de los rostros. Y es ese mismo conjunto esencial de regiones cerebrales el que el sueño REM recalibra cada noche.

Para entender esta faceta del sueño REM podemos pensar en un afinador de piano que reajusta por la noche la instrumentación emocional del cerebro para darle una precisión perfecta, de modo que cuando te despiertes por la mañana puedas identificar con exactitud las más sutiles y veladas expresiones. Al privar a un individuo de sus sueños durante la fase REM, la curva de ajuste emocional del cerebro pierde su nítida precisión. Al igual que cuando miras un objeto a través de un vidrio esmerilado o ves una imagen desenfocada, un cerebro carente de sueño no puede decodificar de forma precisa las expresiones faciales, las cuales se distorsionan. Empiezas a confundir amigos con enemigos.

A continuación explico cómo hicimos este descubrimiento. Los participantes llegaron a mi laboratorio y tuvieron toda una noche de sueño. A la mañana siguiente, les mostramos muchas imágenes del rostro de un individuo determinado. Sin embargo, no había dos imágenes iguales. La expresión facial del individuo variaba a través de las imágenes en un sutil gradiente, pasando de amistosa (con una sonrisa leve, una mirada serena y accesible) a cada vez más severa y amenazante (labios y ceño fruncidos y mirada desafiante). Cada imagen de este individuo era sutilmente diferente de las que estaban a cada lado en el gradiente emocional, y a través de decenas de imágenes se expresaba un abanico completo de intenciones, desde una intención muy prosocial (amigable) a una fuertemente antisocial (hostil).

Los participantes vieron las caras de forma aleatoria mientras escaneábamos sus cerebros con una máquina de IRM, y calificaron cuán accesibles o amenazantes resultaban las imágenes. Las resultados de las IRM nos permitieron medir cómo sus cerebros interpretaban y analizaban con precisión las expresiones faciales (de amenazantes a amigables) tras haber dormido toda la noche. Todos los participantes repitieron el mismo experimento, pero esta vez los privamos de sueño, incluyendo la fundamental etapa del sueño REM. La mitad de los participantes pasó primero por la sesión de privación de sueño, seguida de la sesión de sueño, y viceversa. En cada sesión, se presentó una persona diferente en las imágenes, por lo que se suprimieron los efectos de memoria y de repetición.

Después de haber tenido toda una noche de sueño que contenía sueño REM, los participantes demostraron una curva de afinación maravillosamente precisa de reconocimiento facial emocional, con forma de V estirada. Cuando navegaron por el abanico de expresiones faciales que les mostramos dentro del escáner de IRM, sus cerebros no tuvieron problemas para distinguir con destreza una emoción de otra a medida que la expresión cambiaba sutilmente, y en sus propias calificaciones ofrecieron el mismo grado de precisión. Con facilidad lograban distinguir las señales amistosas de las amenazantes, incluso a través de las mínimas modificaciones que se producían en el gradiente emocional.

Confirmando la importancia del estado del sueño, cuanto mejor era la calidad del sueño REM del individuo a lo largo de la noche, más precisa era la sintonización de las redes de decodificación emocional de su cerebro al día siguiente. Es decir, una mejor calidad de sueño REM nocturno proporciona una comprensión superior del mundo social al día siguiente.

Por el contrario, cuando esos mismos participantes fueron privados del sueño, incluida la influencia esencial del sueño REM, ya no pudieron distinguir una emoción de otra con precisión. Al ser arrancada groseramente de su base, la afinación del cerebro cambió, pasando de su forma de V a una posición horizontal aplanada, como si el cerebro hubiera entrado en un estado de hipersensibilidad generalizada y no tuviera capacidad para asignar gradaciones a las señales emocionales del mundo exterior. Se perdió la habilidad para leer con precisión las pistas ofrecidas por los rostros. El sistema de navegación emocional del cerebro había perdido su verdadero norte magnético de direccionalidad y sensibilidad: una brújula que, de otra manera, nos guía hacia numerosas ventajas evolutivas.

Ante esta ausencia de agudeza emocional, normalmente aportada por las habilidades ligadas al sueño REM nocturno, los participantes privados de sueño cayeron en un sesgo de temor por defecto, creyendo que incluso las caras de aspecto amable o amigable eran amenazantes. Cuando el cerebro carecía de sueño REM, el mundo exterior se convertía en un lugar más amenazante y desagradable. La realidad y la realidad percibida ya no eran lo mismo a los «ojos» del cerebro insomne. Al eliminar el sueño REM, habíamos suprimido, literalmente, la capacidad de los participantes para leer de forma equilibrada el mundo social que los rodeaba.

Pensemos ahora en trabajos que conllevan privación de sueño para las personas que los llevan a cabo, como policías, militares, doctores, enfermeros y aquellos que realizan servicios de emergencia, por no mencionar el trabajo de cuidado más importante: el de los padres de recién nacidos. Cada una de estas funciones exige la capacidad precisa de leer las emociones de los demás para tomar decisiones críticas, incluso de vida, como detectar una amenaza real que requiera el uso de armas, evaluar la incomodidad emocional o la angustia de la que se derivará un diagnóstico u otro, la prescripción de medicación paliativa para el dolor o decidir cuándo expresar compasión o dar una lección de crianza asertiva. Sin sueño REM, y sin su capacidad para restablecer la brújula emocional del cerebro, esos mismos individuos serán inexactos en su comprensión social y emocional del mundo que los rodea, lo que los llevará a decisiones y acciones inapropiadas que pueden tener graves consecuencias.

Haciendo un recorrido vital, hemos descubierto que el servicio de recalibración llevado a cabo por el sueño REM se inicia justo antes de la transición a la adolescencia. Con anterioridad, cuando los niños todavía están bajo la atenta mirada de sus padres y muchas de las decisiones son tomadas por mamá o papá, el sueño REM proporciona menos beneficios para el cerebro del niño. Pero en los primeros años de la adolescencia, concretamente en el punto de inflexión de la independencia de los padres, a partir del cual un adolescente debe navegar por sí mismo a través del mundo socioemocional, vemos ya cómo el joven cerebro se beneficia de la recalibración emocional del sueño REM. Eso no quiere decir que el sueño REM sea innecesario para los niños o los bebés; lo es, y mucho, ya que apoya otras funciones de las que hemos hablado (desarrollo del cerebro) y seguiremos hablando (creatividad). Lo que ocurre es que esta función particular del sueño REM, que se afianza en un hito preciso del desarrollo, permite que el floreciente cerebro preadulto se dirija a sí mismo con autonomía a través de las aguas turbulentas de un mundo emocional complejo.

Volveremos sobre este tema en el penúltimo capítulo, cuando abordemos el daño que las horas tempranas de inicio de las clases están causando en nuestros adolescentes. Lo más significativo es el problema de los horarios de salida del autobús escolar, que privan a nuestros jóvenes del sueño de las primeras horas de la mañana, que es precisamente el momento del ciclo en el que sus cerebros en desarrollo están a punto de recibir el tan necesario sueño REM. Estamos arruinando sus sueños de muchas maneras diferentes.