Capítulo 15
Sueño y sociedad
Lo que la medicina y la educación están haciendo mal; lo que Google y la NASA están haciendo bien
Hace cien años, menos del 2 % de la población estadounidense dormía seis horas o menos por la noche. Al día de hoy, el porcentaje sube casi hasta el 30 por ciento.
Una encuesta de la Fundación Nacional del Sueño realizada en 2013 abordó detalladamente esta deficiencia de sueño. Más del 65 % de la población estadounidense adulta no logra obtener el sueño recomendado, que es de entre siete y nueve horas diarias durante la semana. Si observamos datos globales, las cosas no parecen muy distintas. En el Reino Unido y en Japón, por ejemplo, entre el 39 % y el 66 %, respectivamente, de todos los adultos dicen dormir menos de siete horas. La profunda tendencia a descuidar el sueño se extiende por todos los países desarrollados, razón por la cual la OMS ha calificado la falta de sueño como una epidemia de salud global. Uno de cada dos adultos en los países desarrollados (aproximadamente ochocientos millones de personas) no cubrirá las necesidades de sueño la próxima semana.
Es importante resaltar que muchos de estos individuos no dicen querer o necesitar menos sueño. Si observamos las horas de sueño en las naciones del primer mundo durante el fin de semana, los números son bien diferentes. Los adultos que duermen ocho horas o más pasan de un escaso 30 % a casi un 60 %. Cada fin de semana, una gran cantidad de gente trata desesperadamente de recuperar la deuda de sueño que acumularon durante la semana. Como hemos aprendido una y otra vez a lo largo del curso de este libro, el sueño no es como un sistema de crédito bancario. El cerebro nunca puede recuperar todo el sueño del que se ha visto privado. No podemos acumular deuda sin recibir una penalización, ni tampoco pretender pagarla posteriormente.
Más allá de la consideración individual, ¿debemos preocuparnos como sociedad? Si alteramos nuestra actitud frente al sueño incrementando su cantidad, ¿se producirá algún cambio en nuestras profesiones y empresas, en la productividad comercial, en los salarios, en la educación de nuestros hijos o incluso en nuestra naturaleza moral? Ya seas un as de los negocios, un empleado, el director de un hospital, un médico o un enfermero, un burócrata o un militar, un legislador o un trabajador social, alguien que espera recibir algún tipo de atención médica a lo largo de su vida o un padre, la respuesta es «sí, sin duda». Y por más razones de las que puedes imaginar.
Más abajo mostramos una serie de ejemplos claros acerca del impacto que causa el sueño insuficiente en el tejido social. Esto es: el sueño en el lugar de trabajo, la tortura (sí, tortura), el sueño en el sistema educativo y el sueño en el sistema de salud.
El sueño en el lugar de trabajo
La privación del sueño degrada muchas de las facultades esenciales para la mayoría de los empleos. Entonces, ¿por qué valoramos tanto a los empleados que duermen poco? Elogiamos al ejecutivo de alto nivel que envía correos hasta la una de la madrugada y que se queda en la oficina hasta las 5:45; festejamos al «guerrero» del aeropuerto que ha tomado siete aviones y ha viajado a través de cinco husos horarios diferentes en los últimos ocho días.
En muchos ambientes empresariales sigue existiendo una arrogancia artificial, aunque muy potente, respecto al sueño, pues se le considera como algo inútil. Es algo que resulta extraño si tenemos en cuenta lo sensible que se muestra el mundo profesional respecto de otras áreas de la salud, la seguridad y la conducta del empleado. Como ha señalado mi colega de Harvard, el doctor Czeisler, existen innumerables políticas laborales referidas al tabaco, el abuso de sustancias, el comportamiento ético y la prevención de lesiones y enfermedades. Pero el sueño insuficiente, otro factor dañino y potencialmente letal, se tolera comúnmente e incluso se fomenta. Esta mentalidad ha persistido en parte porque en ciertos negocios los directivos creen erróneamente que el tiempo invertido en una tarea es proporcional a la productividad de la misma. Esto no era cierto ni siquiera en la era industrial. Es una burda falacia, que además sale muy cara.
Un estudio realizado en cuatro importantes compañías estadounidenses demostró que el sueño insuficiente puede costar hasta 2000 dólares por empleado al año en pérdida de productividad. Esa cantidad se eleva hasta los 3500 dólares por empleado en aquellos casos de severa falta de sueño. Puede parecer poca cosa, pero supone una pérdida neta de capital para estas compañías de 54 millones anuales. Preguntemos a los directivos si les gustaría corregir un problema que les cuesta a sus empresas más de cincuenta millones de dólares al año en pérdidas y votarán unánime y rápidamente.
Un informe independiente de la RAND Corporation sobre el costo económico del sueño insuficiente ofrece una impresionante llamada de atención a los consejeros y directivos Los individuos que duermen en promedio menos de siete horas por noche causan un gasto fiscal importante al país, comparado con los empleados que duermen más de ocho horas por noche. En la figura 16 se muestran los costos del sueño inadecuado en los Estados Unidos y Japón, que son de 411 000 millones y 138 000 millones anuales respectivamente. El Reino Unido, Canadá y Alemania les siguen.

Evidentemente, estos datos están sesgados por el tamaño de cada país. Una manera estándar de apreciar el impacto es mirar el producto interno bruto (PIB), una medida general de la producción de beneficios o de la salud económica de un país. Visto de esta manera, las cosas parecen aún más sombrías, como se describe en la figura 16B. El sueño insuficiente priva a la mayoría de los países de más del 2 % de su PIB, lo que representa el costo total del Ejército de cada país. Es casi lo mismo que se invierte en educación. Si eliminásemos la deuda nacional de sueño, casi podríamos duplicar el porcentaje del PIB que se dedica a la educación de nuestros hijos. Un motivo más para considerar al sueño como un importante factor financiero e incentivarlo a escala nacional.
¿Por qué las personas causan tanto daño a sus empresas y a las economías nacionales cuando no duermen lo suficiente? Muchas de las compañías de Fortune 500 en las que doy charlas están interesadas en los ICR: indicadores clave de rendimiento o indicadores medibles, como los ingresos netos, la velocidad en el cumplimiento de objetivos o el éxito comercial. Las características de los empleados que determinan estas medidas son muchas, pero habitualmente incluyen: creatividad, inteligencia, motivación, esfuerzo, eficiencia, efectividad cuando se trabaja en grupos, así como estabilidad emocional, sociabilidad y honestidad. Todas estas características se ven sistemáticamente frustradas por un sueño insuficiente.
Los primeros estudios demostraron que una menor cantidad de sueño predice una tasa laboral más baja y una velocidad de realización de tareas más lenta. Es decir, los empleados soñolientos son empleados improductivos. Las personas privadas de sueño también generan menos soluciones para los problemas que encuentran en su trabajo, y las que generan son más imprecisas.
Desde entonces, hemos diseñado nuevas pruebas a fin de explorar los efectos de la falta de sueño en el esfuerzo, la productividad y la creatividad de los empleados. Después de todo, la creatividad es alabada como el motor de la innovación empresarial. Si brindamos a los participantes la posibilidad de elegir entre tareas de diferentes niveles de esfuerzo, desde tareas sencillas (por ejemplo, escuchar mensajes de voz) hasta tareas difíciles (por ejemplo, ayudar a diseñar un proyecto complejo que requiera una resolución de problemas reflexiva y una planificación creativa), veremos que los individuos que durmieron menos en los días anteriores habitualmente asumen menos riesgos. Optarán por la salida más fácil, generando menos soluciones creativas.
Desde luego, cabe la posibilidad de que las personas que deciden dormir menos sean las mismas que prefieren no afrontar desafíos y que una cosa no tenga nada que ver directamente con la otra. La asociación no es prueba de causalidad. Sin embargo, si repetimos el mismo experimento con estas personas dos veces, una cuando han dormido toda la noche y otra cuando no han dormido, podremos determinar los efectos de la pereza causada exclusivamente por la falta de sueño. No dormir, entonces, es un factor causal.
Así pues, los empleados que duermen poco no impulsarán el negocio con innovación productiva. Si observamos a un grupo de personas que montan en bicicletas estáticas, todos parecen pedalear, pero el paisaje nunca cambia. La ironía que los empleados no advierten es que cuando no duermen lo suficiente son menos productivos y, en consecuencia, necesitan trabajar más tiempo para lograr un objetivo. Esto implica que tendrán que trabajar más tiempo y quedarse hasta más tarde en la oficina, que llegarán a casa más tarde, que se irán a la cama más tarde y que, al día siguiente, tendrán que despertarse más temprano, creando así un círculo vicioso. ¿Por qué tratar de hervir una olla de agua a fuego lento cuando podrías hacerlo en la mitad de tiempo a fuego alto? La gente a menudo me dice que no disponen de suficiente tiempo para dormir porque tienen mucho trabajo. Sin querer ser de ninguna manera agresivo, les respondo diciendo que tal vez la razón por la que todavía tienen mucho que hacer al final del día es precisamente porque no duermen lo suficiente por la noche.
Curiosamente, los participantes en los estudios anteriores no perciben menor esfuerzo ni tampoco menor efectividad en el desafío laboral cuando no han dormido lo suficiente, a pesar de que ambas cosas son ciertas. Parecen no ser conscientes de su bajo rendimiento laboral; un tema este, el de la errónea percepción de nuestra propia capacidad cuando nos vemos privados de sueño, del que hemos hablado anteriormente en este libro. Incluso las rutinas diarias más sencillas que requieren solo un pequeño esfuerzo, como el vestirse cuidadosamente o con estilo para ir al trabajo, disminuyen luego de una noche de pérdida de sueño. A la gente también le gusta menos su trabajo cuando ha dormido poco, lo cual tal vez no sea sorprendente teniendo en cuenta cómo la falta de sueño afecta negativamente a nuestro estado de ánimo.
Los empleados que duermen poco no solo son menos productivos, menos creativos, menos felices y más perezosos, también son menos éticos. En los negocios, la reputación puede ser un factor decisivo. Un negocio con empleados que duermen mal es más vulnerable al riesgo del descrédito. Ya hemos descrito los experimentos de escaneo cerebral que muestran que el lóbulo frontal, fundamental para el control de los impulsos emocionales, se desconecta debido a la falta de sueño. Como resultado, los participantes se muestran más volátiles emocionalmente y más precipitados en la toma de decisiones. Este mismo resultado se puede predecir también para los ámbitos laborales de más alto nivel.
Los estudios han mostrado que los empleados que duermen seis horas o menos son significativamente más corruptos y más propensos a mentir al día siguiente que aquellos que duermen seis horas o más. El fundamental trabajo del doctor Christopher Barns, investigador de la Foster School of Business de la Universidad de Washington, ha descubierto que cuanto menos duerme un individuo, más probabilidades hay de que falsifique facturas o reclamos de reembolso y que mienta para obtener entradas gratuitas. Barns también descubrió que los empleados que duermen poco son más propensos a culpar a otros compañeros de trabajo por sus propios errores, o incluso a atribuirse el mérito de éxitos ajenos.
El déficit ético vinculado a la falta de sueño también se abre paso en el ámbito laboral bajo otro aspecto, la llamada holgazanería social. El término se refiere a quienes deciden esforzarse menos cuando trabajan en grupo que cuando trabajan solos. Son personas que ven en el esfuerzo colectivo una oportunidad para esconderse tras el arduo trabajo de los demás y relajarse. Participan menos en la tarea y lo que hacen suele ser incorrecto o de menor calidad que cuando trabajan solos. Los empleados soñolientos, por lo tanto, eligen el camino más fácil y egoísta cuando trabajan en equipo, dando cuenta de su holgazanería social. Esto no solo conduce a una menor productividad grupal, sino que, como es lógico, a menudo despierta resentimientos y conflictos entre los miembros del equipo.
Los empresarios deberían saber que muchos de estos estudios informan de efectos negativos en los resultados comerciales sobre la base de reducciones muy modestas en la cantidad de sueño de un individuo, tal vez diferencias de veinte a sesenta minutos entre un empleado que es honesto, creativo, innovador, cooperador y productivo, y uno que no lo es.
Si examinamos los efectos de la deficiencia del sueño en los directores ejecutivos y los encargados, la historia es igualmente impactante. Un líder ineficaz puede provocar múltiples consecuencias, cuyo impacto reciben aquellos que están bajo sus órdenes. A menudo pensamos que un líder es bueno o malo día tras día, de manera estable. No es así. Las diferencias en el desempeño del liderazgo individual fluctúan drásticamente de un día para otro. Entonces, ¿qué explica los altibajos en la capacidad de un líder para llevar a cabo su tarea de dirección diaria? Las horas de descanso son un factor determinante.
Un estudio engañosamente simple pero inteligente hizo un seguimiento del sueño de distintos directores ejecutivos a lo largo de varias semanas y contrastó los resultados con el desempeño de su liderazgo en el trabajo según lo juzgado por los empleados que dependían de ellos. (Debo señalar que los propios empleados no sabían cómo había dormido su jefe cada noche, con lo que se anuló cualquier sesgo de conocimiento). Cuanto menor era la calidad del sueño registrada, más informaban los empleados de forma precisa de un deficiente autocontrol y de un comportamiento agresivo hacia ellos.
Hubo otro resultado igualmente curioso: cuando el jefe dormía mal, al día siguiente los empleados, aunque hubiesen descansado bien, se involucraban menos en sus trabajos. Era un efecto de reacción en cadena, en el que la falta de sueño del superior se transmitía como un virus a la estructura empresarial, infectando incluso a empleados bien descansados, que mostraban entonces una reducción en su productividad.
Reforzando esta reciprocidad, desde entonces hemos descubierto que los gerentes y directivos que no duermen bien resultan menos carismáticos y tienen más dificultades para motivar a sus subordinados. Por desgracia para los patrones, un empleado que no ha dormido bien percibirá erróneamente a un líder bien descansado como si fuera menos motivador y carismático de lo que en realidad es. Ya podemos imaginar la multiplicación de las consecuencias negativas para un negocio si tanto el líder como los empleados están sobrecargados de trabajo y duermen mal.
Si conseguimos que los empleados, los encargados y los directivos lleguen al trabajo bien descansados, convertiremos a trabajadores poco efectivos en personas productivas, honestas y útiles que se motivan, se apoyan y se ayudan mutuamente. Unos miligramos de buen sueño se traducen en kilos de buenos negocios.
Aumentar la cantidad de sueño también reporta beneficios económicos para los trabajadores. En general, quienes duermen más ganan más dinero, como descubrieron los economistas Matthew Gibson y Jeffrey Shrader al analizar el salario de los trabajadores en los Estados Unidos. Examinaron municipios con una posición socioeducativa y profesional similar dentro de una misma zona horaria, pero situados en extremos opuestos del territorio, lo que hacía que hubiera diferencias significativas entre las horas de luz diurna que recibían. Los trabajadores de las localidades situadas más al oeste obtenían luz solar hasta más tarde y, en consecuencia, se acostaron, en promedio, una hora más tarde que aquellos que vivían en el este. Sin embargo, todos los trabajadores de ambas regiones tenían que despertarse a la misma hora cada mañana, ya que todos estaban en el mismo huso horario. Por lo tanto, los trabajadores del oeste tenían menos oportunidades de dormir que los trabajadores que vivían en el este.
Desglosando muchos otros factores e influencias potenciales (por ejemplo, la riqueza de la región, los precios de la vivienda, el costo de la vida, etc.), encontraron que una hora de sueño adicional arrojaba salarios significativamente más altos: los del este eran entre un 4 % y un 5 % más elevados que los del oeste. Este rendimiento de la inversión de sesenta minutos en sueño no es trivial. El aumento salarial promedio en los Estados Unidos es de alrededor del 2.6 %. La mayoría de las personas tienen una gran motivación para obtener ese aumento y se frustran cuando no lo logran. Ahora imagina casi duplicar ese aumento salarial, no trabajando más horas, ¡sino durmiendo más!
Lo cierto es que la mayoría de las personas estarían dispuestas a sacrificar su sueño por un salario más alto. Un estudio reciente de la Universidad de Cornell encuestó a cientos de trabajadores estadounidenses. Les dieron a elegir entre ganar 80 000 dólares al año en un trabajo con un horario que les permitiría dormir aproximadamente ocho horas o ganar 140 000 dólares al año en un trabajo en el que tendrían que hacer horas extras, no disponiendo de más de seis horas de sueño por noche. Por desgracia, la mayoría de las personas optaron por la segunda opción: un salario más alto y menos sueño. Resulta irónico, teniendo en cuenta que, como hemos visto anteriormente, se pueden tener ambas cosas.
Evidentemente, la orgullosa y arrogante actitud empresarial que ve en la falta de sueño un modelo de éxito se ha revelado errónea en todos los niveles de análisis que hemos explorado. El sueño sano es sin duda un buen negocio. A pesar de ello, muchas empresas siguen mostrándose deliberadamente contrarias al sueño a la hora de estructurar su actividad. Esta actitud provoca que sus negocios se queden estancados debido a la falta de innovación y productividad, y fomenta la infelicidad, la insatisfacción y la mala salud de sus empleados.
Sin embargo, cada vez más empresas con visión de futuro cambian sus costumbres laborales para adaptarlas a estos hallazgos de la investigación, e incluso dan la bienvenida a científicos como yo para que expliquemos a sus directivos y trabajadores las virtudes de dormir más. Por ejemplo, empresas como Procter & Gamble Co. y Goldman Sachs Group Inc. ofrecen a sus empleados cursos gratuitos de «higiene del sueño». En algunos edificios han instalado una costosa iluminación de alta calidad para ayudar a los trabajadores a regular sus ritmos circadianos, mejorando así la liberación programada de melatonina.
Nike y Google han establecido unos horarios laborales más relajados, lo que permite a sus empleados adaptar las horas de trabajo diarias a sus ritmos circadianos individuales y a la naturaleza de su cronotipo, ya sea noctámbulo o madrugador. El cambio en la mentalidad es tan radical que estas mismas corporaciones punteras permiten a sus trabajadores dormir durante la jornada laboral. En sus instalaciones existen salas de relajación con «tumbonas para la siesta». Los empleados pueden dormir en las llamadas zonas «chist», lo que redunda en la productividad y en la creatividad, a la vez que mejora el bienestar y reduce el absentismo.
Dichos cambios reflejan una profunda ruptura con los días draconianos en que cualquier empleado que fuera sorprendido pestañeando era castigado o directamente despedido. Lamentablemente, la mayoría de los directores generales y gerentes todavía son reacios a aceptar la importancia de un empleado bien dormido, pues consideran que se trata de un «enfoque blandengue». Pero no deberían equivocarse: empresas como Nike y Google son tan astutas como rentables. Favorecen el sueño porque saben que se traduce en ganancia económica.
Hay una organización que conoce mejor que ninguna otra los beneficios ocupacionales del buen dormir. A mediados de la década de 1990, la NASA afinó la ciencia del descanso en el trabajo en beneficio de sus astronautas. Descubrieron que siestas de tan solo 26 minutos de duración ofrecían una mejora del 34 % en el rendimiento de la tarea y un aumento de más del 50 % en el estado de alerta general. Estos resultados hicieron que la NASA inculcara la cultura de la siesta en los trabajadores terrestres de la organización.
Cualquiera que sea la escala que usemos para medir el éxito comercial —márgenes de ganancias, liderazgo de mercado, eficiencia, creatividad de los empleados o satisfacción y bienestar del trabajador—, crear las condiciones necesarias para que los empleados duerman lo suficiente por la noche o en el lugar de trabajo durante el día debe considerarse como una nueva forma de inversión inyectada fisiológicamente.
El uso inhumano de la pérdida de sueño en la sociedad
Los negocios no son el único lugar donde la privación del sueño y la falta de ética se unen. Los gobiernos y los ejércitos presentan una mancha aún más vergonzosa.
Horrorizado por el daño físico y mental causado por la privación prolongada del sueño, en la década de 1980 Guinness dejó de reconocer cualquier intento de superar el récord mundial de privación del sueño. Incluso empezó a eliminar los registros de privación del sueño de sus anales por temor a que alentaran futuros actos de abstinencia deliberada del sueño. Por razones similares, los científicos tienen una evidencia limitada de los efectos a largo plazo de la privación total del sueño (más allá de una o dos noches). Creemos que es moralmente inaceptable imponer esa condición a los humanos, y también a cualquier otra especie.
Algunos gobiernos no comparten estos mismos valores morales y privan de sueño a las personas contra su voluntad como una forma de tortura. Puede parecer extraño incluir en este libro este pasaje ética y políticamente peligroso. Pero lo abordo porque muestra de forma extraordinaria cómo la humanidad debe reevaluar sus puntos de vista sobre el sueño, empezando por el nivel más alto de la estructura social (el Gobierno), y porque proporciona un claro ejemplo de cómo podemos esculpir una civilización cada vez más admirable si en vez de maltratar el sueño lo respetamos.
Un informe de 2007 titulado «Leave No Marks: Enhanced Interrogation Techniques and the Risk of Criminality» (Sin dejar huellas: técnicas de interrogatorio mejoradas y riesgo de la delincuencia) ofrece una inquietante descripción de tales prácticas en la actualidad. El documento fue compilado por Physicians for Human Rights (Médicos por los Derechos Humanos), un grupo que tiene como objetivo acabar con la tortura humana. Tal como indica el título del informe, muchos de los modernos métodos de tortura están diseñados para no dejar evidencia de agresión física. La privación del sueño es el paradigma de este objetivo, y, mientras escribo este libro, todavía se utiliza para los interrogatorios en países como Birmania, Irán, Irak, Estados Unidos, Israel, Egipto, Libia, Pakistán, Arabia Saudita, Túnez y Turquía.
Como experto en el funcionamiento del sueño, abogo por la abolición de esta práctica basándome en dos hechos claros. El primero, y menos importante, responde simplemente a una cuestión de pragmatismo. En el contexto de un interrogatorio, la privación del sueño es una medida inapropiada para el propósito de acceder a una inteligencia clara y, por lo tanto, fiscalizable. Como hemos visto, la falta de sueño, incluso en cantidades moderadas, degrada la facultad mental necesaria para obtener información válida. Esto incluye la pérdida del recuerdo preciso de la memoria, la inestabilidad emocional que impide el pensamiento lógico e incluso la comprensión verbal básica. Peor aún, la privación del sueño fomenta una conducta desviada, generando tasas más altas de mentira y deshonestidad. La privación del sueño coloca al individuo en un estado que tiene similitudes con el estado de coma, generando una disposición cerebral muy poco útil para el propósito de obtener datos creíbles: se trata de una mente desordenada, de la que emergerán falsas confesiones, lo que desde luego podría ser la intención real de algunos captores. La prueba proviene de un estudio científico reciente que demuestra que una noche de privación de sueño duplicará o incluso cuadruplicará la probabilidad de que una persona confiese ser culpable de algo que no ha hecho. Por lo tanto, simplemente privando del sueño a una persona se pueden cambiar actitudes, comportamientos y hasta creencias fuertemente arraigadas.
Una afirmación elocuente pero angustiante de este hecho es la vertida por el exprimer ministro de Israel, Menajem Beguin, en su autobiografía White Nights: The Story of a Prisoner in Russia (Noches blancas: historia de un prisionero en Rusia). En la década de 1940, muchos años antes de que asumiera el cargo, en 1977, Beguin fue capturado por los soviéticos. En la prisión fue torturado por la KGB, lo que incluyó una prolongada privación del sueño. Sobre esta experiencia, que la mayoría de los gobiernos describen generosamente como la práctica del «control del sueño de los prisioneros», escribe:
En la cabeza del prisionero interrogado comienza a formarse una neblina. Está mortalmente cansado, sus piernas se tambalean y tiene un único deseo: dormir, dormir un poco, no levantarse, acostarse, descansar, olvidar […]. Cualquiera que haya experimentado este deseo sabe que ni siquiera el hambre o la sed son comparables con él […]. Me encontré con prisioneros que firmaron lo que se les ordenó que firmaran solo para obtener lo que el interrogador les prometía. No les prometía su libertad. Si firmaban les prometía un sueño ininterrumpido.
El segundo y más firme argumento para la abolición de la privación de sueño forzada es el daño físico y mental permanente que inflige. Por desgracia, aunque en consonancia con lo que quieren los interrogadores, el daño causado no es obvio desde el exterior. Mentalmente, la privación de sueño a largo plazo durante muchos días eleva los pensamientos suicidas y los intentos de suicidio, que se producen en porcentajes muchos más altos en los prisioneros en comparación con la población general. Además, el sueño intensifica el carácter incapacitante de la depresión y la ansiedad. Físicamente, la privación prolongada del sueño aumenta la probabilidad de sufrir problemas cardiovasculares, como el ataque cardíaco o el derrame cerebral; debilita el sistema inmunológico, lo que aumenta el riesgo de cáncer y de infección; y provoca infertilidad.
Diversos tribunales federales de los Estados Unidos han condenado estas prácticas, dictaminando que la privación del sueño viola tanto la Octava como la Decimocuarta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos, que ofrecen protección contra el castigo cruel e inhumano. Su razonamiento es sólido e incuestionable: «dormir» debe considerarse una «necesidad vital básica».
Sin embargo, el Departamento de Defensa de los Estados Unidos revocó estas decisiones, autorizando interrogatorios de veinte horas a detenidos en la Bahía de Guantánamo entre 2003 y 2004. Este tratamiento sigue siendo válido hasta el día de hoy, como lo indica el US Army Field Manual (Manual de campo revisado del Ejército de los Estados Unidos), que en el apéndice M señala que el sueño de los detenidos puede limitarse a solo cuatro horas de sueño cada 24 horas, durante un máximo de cuatro semanas. Debo decir que no siempre fue así. Una edición anterior de 1992 de la misma publicación sostenía que la privación prolongada del sueño era un ejemplo claro e inhumano de «tortura mental».
Privar a un ser humano del sueño sin su consentimiento y sin la debida atención médica es una herramienta de barbarie psicológica y biológica. El índice de mortalidad a largo plazo es el mismo que el del hambre. Ya es hora de acabar con la tortura, incluida la consistente en privar del sueño, una práctica inaceptable e inhumana que recordaremos con la más profunda de las vergüenzas en los años venideros.
Sueño y educación
Más del 80 % de las escuelas públicas de secundaria en los Estados Unidos inician sus clases antes de las ocho y cuarto de la mañana. Casi el 50 % comienza antes de las siete y veinte. En el caso de este último horario, los autobuses escolares habitualmente empiezan a recoger a los niños a las cinco y cuarto de la mañana. En consecuencia, algunos niños y adolescentes deben despertarse entre las cinco y cuarto y las cinco y media, o incluso antes, cinco días a la semana durante años. Es una locura.
¿Quién puede concentrarse para aprender algo despertándose tan temprano? Hay que tener en cuenta que para un adolescente las cinco y cuarto no es lo mismo que para un adulto. Como dijimos anteriormente, existe un desajuste entre el ritmo circadiano en los adolescentes y el de los adultos que puede oscilar entre una y tres horas. Así que la pregunta que realmente deberías hacerte si eres un adulto sería esta: ¿podría concentrarme y aprender algo tras haberme despertado a la fuerza a las tres y cuarto de la madrugada un día tras otro? ¿Estaría de buen humor? ¿Sería fácil llevarme bien con mis compañeros de trabajo y comportarme con gracia, tolerancia, respeto y una actitud agradable? Evidentemente, no. ¿Por qué entonces se lo exigimos a los millones de niños y adolescentes de las naciones industrializadas? Sin duda, este no es un modelo óptimo de educación. Y tampoco favorece una buena salud física o mental en nuestros jóvenes.
Impuesto por el horario escolar, este estado de privación crónica del sueño es especialmente preocupante si tenemos en cuenta que la adolescencia es la edad más vulnerable al desarrollo de trastornos mentales crónicos tales como depresión, ansiedad, esquizofrenia y tendencias suicidas. Interrumpir innecesariamente el sueño de un adolescente puede determinar un punto de inflexión entre el bienestar psicológico y la enfermedad psiquiátrica de por vida. Es esta una afirmación grave, pero no la escribo con ligereza o sin tener evidencias que la respalden. En la década de 1960, cuando buena parte de las funciones del sueño aún se desconocían, unos investigadores privaron de sueño REM (y, por tanto, de la experiencia onírica) a un grupo de jóvenes, permitiéndoles solo el sueño no-REM.
Los desafortunados participantes del estudio pasaron todo el tiempo en el laboratorio con electrodos colocados en sus cabezas. Por la noche, cada vez que entraban en el estado de sueño REM, un asistente entraba en el dormitorio y los despertaba. Los adormilados participantes se pasaban entonces entre cinco y diez minutos intentando resolver problemas matemáticos. Después volvían a dormir, pero, en cuanto ingresaban en la fase REM, el procedimiento se repetía. Hora tras hora, noche tras noche, durante una semana entera. El sueño no-REM se mantuvo en gran parte intacto, pero la cantidad de sueño REM se redujo a una fracción de su cantidad habitual.
No fueron necesarias las siete noches de privación de sueño antes de que los efectos sobre la salud mental empezaran a manifestarse. Al tercer día, los participantes mostraban signos de psicosis. Se tornaron ansiosos y malhumorados, y empezaron a alucinar. Escuchaban y veían cosas que no eran reales. También se volvieron paranoicos. Algunos creían que los investigadores habían urdido una trama para envenenarlos. Otros se convencieron de que los científicos eran agentes secretos y que el experimento era una conspiración maquinada por el Gobierno.
Solo entonces los científicos se dieron cuenta de las conclusiones del experimento: el sueño REM es lo que se interpone entre la racionalidad y la locura. Describe estos síntomas a un psiquiatra sin informarle sobre el contexto de privación de sueño REM y el clínico dará diagnósticos claros de depresión, trastornos de ansiedad y esquizofrenia. Pero todos estos jóvenes gozaban de buena salud solo días antes. No estaban deprimidos, no sufrían trastornos de ansiedad o esquizofrenia ni tenían antecedentes de tales afecciones, ya fueran personales o familiares. Los estudios sobre los intentos de superar el récord mundial de privación del sueño a lo largo de la historia muestran esta misma huella de inestabilidad emocional, así como de algún tipo de psicosis. Es la falta de sueño REM —la fase fundamental que tiene lugar en las últimas horas de sueño, y que es precisamente la que arrebatamos a nuestros niños y adolescentes a través de los tempranos horarios escolares— la que marca la diferencia entre un estado mental estable y uno inestable.
Los horarios escolares no siempre han sido tan irracionales biológicamente. Hace un siglo, las escuelas de los Estados Unidos empezaban a las nueve de la mañana, lo que hacía que el 95 % de todos los niños se despertara sin despertador. Ahora ocurre precisamente lo contrario. La situación actual entra en conflicto directo con la necesidad evolutivamente preprogramada de los niños de dormir durante estas preciosas horas matinales ricas en sueño REM.
Un psicólogo de Stanford, el doctor Lewis Terman, famoso por ayudar a confeccionar el test del cociente intelectual (CI), dedicó su carrera de investigación al mejoramiento de la educación de los niños. A partir de la década de 1920, Terman documentó estadísticamente todo tipo de factores que promovían el éxito intelectual en los niños. Uno de los factores que descubrió fue dormir lo suficiente. Tal como dejó escrito en sus artículos y en su libro Genetic Studies of Genius (Estudios genéticos del genio), Terman descubrió que, independientemente de su edad, cuanto más duerme un niño, más capacidad intelectual tiene. Además, constató que el tiempo de sueño suficiente estaba estrechamente relacionado con un horario escolar razonable: un horario en armonía con los ritmos biológicos innatos de los cerebros jóvenes, aún en fase de maduración.
Si bien los datos obtenidos no permitían a Terman determinar la causa y el efecto, sí le convencieron de que dormir era una cuestión fundamental para la educación y el desarrollo saludable del niño. Como presidente de la Asociación Estadounidense de Psicología, recomendó encarecidamente que los Estados Unidos no siguieran la tendencia que estaba emergiendo en algunos países europeos, donde las clases se iniciaban cada vez más temprano, a las ocho de la mañana, o incluso a las siete, en lugar de a las nueve.
Terman creía que este cambio hacia un modelo de educación que obligaba a madrugar dañaría profundamente el crecimiento intelectual de nuestra juventud. A pesar de sus advertencias, casi cien años después los sistemas educativos de los Estados Unidos han adelantado los horarios de inicio de la escuela, mientras que muchos países europeos han hecho todo lo contrario.
Ahora contamos con evidencias científicas que respaldan las conclusiones de Terman. Un estudio realizado con más de 5000 escolares japoneses descubrió que los participantes que dormían más tiempo obtenían mejores calificaciones en todos los ámbitos. Los estudios realizados con población infantil en laboratorios del sueño demuestran que los niños que descansan mejor desarrollan un CI superior: los que obtuvieron resultados más brillantes dormían habitualmente de cuarenta a cincuenta minutos más que los que desarrollaron un CI más bajo.
Los exámenes de gemelos idénticos muestran cómo la extraordinaria influencia del sueño puede alterar el determinismo genético. En un estudio que empezó el doctor Ronald Wilson en la Escuela de Medicina de Louisville en la década de 1980 y que continúa hasta nuestros días, se evaluaron cientos de pares de gemelos a una edad muy temprana. Los investigadores se centraron específicamente en aquellos en los que uno dormía habitualmente menos horas que el otro y rastrearon su desarrollo durante las siguientes décadas. A los diez años, el gemelo con el patrón de sueño más largo era superior en sus capacidades intelectuales y educativas: obtenía calificaciones más altas en las pruebas estandarizadas de lectura y comprensión, y poseía un vocabulario más amplio que el que tenía menos horas de sueño.
Tal evidencia asociativa no prueba por sí sola que el sueño sea el responsable de estos beneficios educativos tan significativos. Sin embargo, al combinarla con la evidencia causal —abordada en el capítulo 6— que relaciona el sueño con la memoria, podemos hacer una predicción: si el sueño es realmente tan útil para el aprendizaje, aumentar el tiempo de sueño retrasando los horarios escolares debería ser revolucionario. Tiene que ser así.
En los Estados Unidos, un número cada vez mayor de escuelas ha empezado a rebelarse contra el modelo de horarios de inicio temprano, empezando la jornada escolar en horas biológicamente más razonables. Uno de los primeros casos se dio en el municipio de Edina (Minnesota). Aquí, el horario de inicio de clases para los adolescentes se cambió de las 7:25 a las 8:30. Más llamativo que los 43 minutos de sueño adicional que estos adolescentes informaron que recibieron, fue el cambio en el rendimiento académico, que se cuantificó usando una medida estandarizada llamada Prueba de Evaluación Escolar o SAT.
En el año anterior a este cambio de horario, la nota promedio en el SAT de los estudiantes con mejores resultados fue un muy respetable 605. El siguiente año, después de cambiar el horario de inicio a las ocho y media, esa calificación promedio se elevó a un 761 para el mismo grupo de estudiantes de primer nivel. Las notas SAT de matemáticas también mejoraron, pasando de 683, en el año anterior al cambio de horario, a 739 en el año posterior. Si lo sumamos todo, tendremos como resultado que retrasar los horarios de inicio de las clases, permitiendo a los estudiantes dormir más y estar mejor alineados con sus ritmos biológicos inalterables, arrojó un beneficio neto de 212 puntos en el SAT. Eso implica que los alumnos podrán acceder a mejores universidades, lo que alterará positivamente sus trayectorias vitales posteriores.
Si bien algunos han cuestionado la precisión o el nivel de repercusión de este caso, otros estudios sistemáticos bien controlados y mucho más amplios han demostrado que lo que pasó en Edina no es una casualidad. Numerosos condados en varios estados de los Estados Unidos han cambiado el inicio de las clases a una hora posterior, lo que ha provocado que sus estudiantes hayan conseguido calificaciones significativamente más altas. Como era de esperar, se produjeron mejoras en el rendimiento durante todo el día; sin embargo, los progresos más espectaculares se observaron en las clases de la mañana.
Está claro que un cerebro cansado y dormido es poco más que un filtro de memoria agujereado no apto para recibir, absorber o retener eficientemente la materia que se le pretende enseñar. Persistir en este esquema es perjudicar a nuestros niños con una amnesia parcial. Al obligar a los cerebros jóvenes a madrugar, no les dejamos atrapar el gusano, si el gusano en cuestión es el conocimiento o las buenas calificaciones. Por lo tanto, estamos creando una generación de niños desfavorecidos y frustrados por la privación del sueño. Está claro que la elección más inteligente es retrasar el inicio del horario escolar.
En este ámbito de la relación entre el sueño y el desarrollo cerebral, resulta especialmente preocupante una tendencia que se observa en las familias de bajos ingresos y que tiene una gran incidencia en la educación. Los niños de bajo nivel socioeconómico tienen menos probabilidades de ser llevados a la escuela en automóvil, en parte porque sus padres a menudo trabajan en el sector servicios, donde la jornada laboral suele empezar a las seis de la mañana o antes. Por lo tanto, estos niños dependen de los autobuses escolares y deben despertarse más temprano que aquellos a los que sus padres pueden llevar en coche. Al disponer de menos horas de sueño, se agudiza su desventaja respecto a los niños de familias más acomodadas. Un círculo vicioso que se perpetúa de generación en generación y del que resulta muy difícil escapar. Necesitamos desesperadamente métodos eficaces de intervención que nos permitan acabar con esta situación claramente injusta.
Los estudios realizados también han revelado que el aumento del tiempo de sueño gracias al retraso del horario escolar incrementa extraordinariamente la asistencia a clase, reduce los problemas conductuales y psicológicos, y disminuye el consumo de drogas y alcohol. Además, los horarios más tardíos suponen que la escuela termine más tarde. Esto protege a muchos adolescentes de los peligros de ese período de tiempo, situado entre las tres y las seis de la tarde, en que ellos han acabado las clases, pero sus padres no han regresado todavía del trabajo. Se ha demostrado que durante esas horas sin supervisión hay muchas más probabilidades de que los jóvenes puedan cometer delitos y abusar del alcohol u otras sustancias. El retraso del horario escolar acorta este período, reduciendo sus consecuencias adversas y, por lo tanto, disminuyendo su costo económico (un ahorro que podría reinvertirse para compensar cualquier gasto adicional producido por el retraso del horario).
Se ha constatado que empezar las clases más tarde comporta una consecuencia todavía más profunda que los investigadores no habían previsto: la expectativa de vida de los estudiantes se incrementa. La principal causa de muerte entre los adolescentes son los accidentes de tráfico, y, como hemos visto, en este tema la más mínima falta de sueño puede resultar decisiva. Cuando el distrito escolar de Mahtomedi, en Minnesota, cambió su horario de inicio de clases de las siete y media a las ocho, hubo una reducción del 60 % en los accidentes de tráfico con conductores de entre 16 y 18 años de edad. El condado de Teton, en Wyoming, promulgó un cambio aún más drástico en la hora de inicio de clases, pasando de las 7:35 a las 8:55, que era una hora mucho más razonable biológicamente. El resultado fue sorprendente: una reducción del 70 % en los accidentes de tráfico protagonizados por conductores de entre 16 y 18 años.
Para ponerlo en contexto, la llegada de la tecnología de antibloqueo de frenos (ABS), que evita que las ruedas de un automóvil se bloqueen y patinen tras una frenada brusca, permitiendo que el conductor siga manteniendo el control sobre el vehículo, redujo las tasas de accidentes un 25 %. Fue considerada una revolución. Aquí hay un simple factor biológico: descansar suficientemente reduce las tasas de accidentes entre los adolescentes en más del doble de esa cantidad.
Estos hallazgos están disponibles para todo el mundo y deberían llevarnos a realizar una profunda revisión del horario escolar. En lugar de ello, se ha hecho todo lo posible para ocultarlos. A pesar de los ruegos públicos de la Academia Americana de Pediatría y los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades, el cambio está siendo lento y lleno de dificultades. Necesitamos hacer mucho más.
Los horarios de los autobuses escolares representan un obstáculo importante para el cambio de los horarios escolares, al igual que la rutina de deshacerse de los niños temprano por la mañana para que los padres puedan empezar a trabajar a primera hora. Por mucho que simpaticemos con estos motivos, no creo que constituyan excusas de suficiente envergadura como para mantener un modelo anticuado que, según los datos, resulta claramente dañino e inapropiado. Si el objetivo de la educación es educar a los más jóvenes sin poner en peligro sus vidas, con el modelo actual de horarios escolares les estamos fallando a nuestros hijos de una manera imperdonable.
Si no cambiamos, perpetuaremos el círculo vicioso de un sistema educativo que, lejos de maximizar el potencial intelectual de los estudiantes, les impone, generación tras generación, un estado semicomatoso, privándoles del sueño durante años y atrofiando su crecimiento físico y mental. Esta dañina espiral solo está empeorando. Los datos obtenidos durante el último siglo de más de 750 000 escolares de entre 5 y 18 años revelan que en la actualidad los más jóvenes duermen dos horas menos por noche que lo que dormían hace cien años los estudiantes de su misma edad.
Una razón más para convertir el sueño en una prioridad a la hora de pensar en la educación y en la vida de nuestros hijos es la relación existente entre la deficiencia del sueño y la epidemia de TDAH (trastorno por déficit de atención con hiperactividad). Los niños con este diagnóstico presentan irritabilidad, mal humor, distracción y falta de atención en el aprendizaje diurno, y tienen una inclinación significativamente mayor a la depresión y a las ideas suicidas. Si combinas estos síntomas —incapacidad de mantener la atención, aprendizaje deficiente, conducta difícil e inestabilidad emocional— y les retiras la etiqueta del TDAH, obtendrás la sintomatología típica de la falta de sueño. Dicho de otro modo: si llevas al médico a un niño que duerme mal y le describes estos síntomas sin mencionarle la falta de sueño, el doctor no te dirá que tu hijo duerme demasiado poco, sino que tiene un TDAH.
La situación es más grave de lo que podría parecer. La mayoría de las personas conocen el nombre de los medicamentos que se utilizan habitualmente para el TDAH: Adderall y Ritalin. Sin embargo, pocos saben que el Adderall es anfetamina mezclada con ciertas sales y que el Ritalin está compuesto por un estimulante similar, llamado metilfenidato. La anfetamina y el metilfenidato son dos de los medicamentos más eficaces que conocemos para evitar el sueño y mantener el cerebro de un adulto (o de un niño, en este caso) completamente despierto. Y eso es lo último que necesita un niño así. Como ha señalado mi colega el doctor Charles Czeisler, hay personas en prisión cumpliendo largas condenas por haber sido sorprendidas vendiendo anfetaminas a menores en la calle; sin embargo, parece que no tenemos ningún problema en permitir que las compañías farmacéuticas hagan publicidad en horas de máxima audiencia de drogas basadas en anfetaminas como el Adderall o el Ritalin. Si nos ponemos cínicos, es como dejar que los traficantes de droga realicen libremente su actividad en pleno centro de la ciudad.
De ninguna manera estoy cuestionando el TDAH, y, ciertamente, no todos los niños que lo sufren duermen poco. Pero sabemos que hay niños, muchos niños tal vez, que no duermen lo suficiente o que sufren un trastorno del sueño inadvertido a los que se diagnostica erróneamente un TDAH. Eso hará que se les administren medicamentos basados en anfetaminas durante unos años que son cruciales para su desarrollo.
Un ejemplo típico de trastorno del sueño no diagnosticado es el trastorno del sueño en el niño por obstrucción respiratoria, o apnea del sueño infantil, que se asocia al ronquido intenso. Las adenoides y las amígdalas excesivamente grandes pueden bloquear el paso de las vías respiratorias de un niño a medida que sus músculos respiratorios se relajan durante el sueño. El ronquido es el sonido del aire que se afana por ser aspirado hacia los pulmones a través de una vía respiratoria semicolapsada. La falta de oxígeno resultante fuerza por reflejo al cerebro a despertar al niño brevemente durante toda la noche para que pueda obtener varias respiraciones completas, restaurando la saturación total de oxígeno en sangre. Sin embargo, esto impide que el niño disfrute de largos períodos de sueño no-REM profundo. Su trastorno respiratorio le impone una privación del sueño crónica, noche tras noche, durante meses o incluso años.
A medida que la privación crónica del sueño se acumule en el tiempo, el niño presentará cada vez más un comportamiento típico del TDAH, a nivel cognitivo, emocional y académico. Los niños que tienen la fortuna de recibir un diagnóstico certero, y aquellos a quienes se les extirpan las amígdalas, demuestran en la mayor parte de los casos que no tienen TDAH. En las semanas posteriores a la operación, el sueño de un niño se recupera, y con él, el funcionamiento psicológico y mental normal. Su «TDAH» está curado. Gracias a investigaciones recientes, estimamos que más del 50 % de todos los niños con diagnóstico de TDAH sufre en realidad un trastorno del sueño, aunque solo una pequeña fracción llegará a saberlo. Los gobiernos deberían llevar a cabo una importante campaña de salud pública (sin influencias de los grupos de presión de la industria farmacéutica) para que se tome conciencia sobre este asunto.
Más allá de la problemática específica del TDAH, el panorama resulta cada vez más claro. Ante la falta de directrices gubernamentales y la deficiente comunicación por parte de nosotros los investigadores de los datos científicos existentes, muchos padres permanecen ajenos al estado de privación de sueño que afecta a sus hijos, por lo que a menudo subestiman esta necesidad biológica. Una encuesta reciente de la Fundación Nacional del Sueño confirma este punto: más del 70 % de los padres cree que sus hijos duermen lo suficiente, cuando, en realidad, menos del 25 % de los niños de entre 11 y 18 años obtiene la cantidad necesaria de sueño.
Como padres, tenemos una visión un tanto negativa sobre la necesidad e importancia del descanso de nuestros hijos. A veces, incluso castigamos o estigmatizamos su deseo de dormir, y eso incluye sus desesperados intentos por compensar, durante el fin de semana, la falta de sueño que el sistema escolar les impone. Espero que podamos romper con esta tendencia, que se transmite de padres a hijos, de descuidar el sueño de los más pequeños, un sueño que sus cerebros agotados y cansados anhelan desesperadamente. Cuando el sueño es abundante, las mentes florecen; cuando es deficiente, se marchitan.
El sueño y el cuidado de la salud
Si estuviésemos a punto de recibir tratamiento médico en un hospital, sería bueno poder preguntarle al médico: «¿Cuánto durmió en las últimas 24 horas?». La respuesta del médico determinaría, con un alto grado de fiabilidad, si acabaremos siendo víctimas de un grave error médico que incluso puede llevarnos a la muerte.
Todos sabemos que los enfermeros y médicos trabajan muchas horas seguidas. De hecho, nadie trabaja más que los médicos durante sus años de formación como residentes. Sin embargo, pocas personas conocen el motivo de que esto sea así. ¿Por qué forzamos a los médicos a aprender su profesión de esta forma tan agotadora y sin dormir? La respuesta tiene su origen en el valorado médico William Stewart Halsted, quien también era un consumado adicto a las drogas.
Halsted fundó el programa de formación quirúrgica del Hospital Johns Hopkins de Baltimore (Maryland) en mayo de 1889. Como jefe del departamento de Cirugía, su influencia fue considerable. Sin embargo, sus ideas sobre cómo los médicos jóvenes debían formarse eran peculiares. Tenían que hacer una residencia de seis años, literalmente. El término «residencia» proviene de la creencia de Halsted de que los médicos deben vivir en el hospital durante gran parte de su formación, lo que les permite familiarizarse plenamente con las técnicas quirúrgicas y el conocimiento médico en general. Los residentes novatos tenían que soportar los largos turnos consecutivos, tanto de día como de noche. Para Halsted, el sueño era un lujo prescindible que reducía la capacidad de trabajar y aprender. Era difícil rebatir la postura de Halsted, ya que él mismo ponía en práctica lo que predicaba, siendo famoso por su aparente capacidad sobrehumana de permanecer despierto durante varios días, al parecer sin fatiga.
Pero Halsted escondía un oscuro secreto que no salió a la luz sino hasta años después de su muerte y que ayudó a explicar tanto la estructura maníaca de su programa de residencia como su capacidad para olvidarse del sueño. Halsted era adicto a la cocaína. Adquirió ese lamentable hábito años antes de su llegada al Johns Hopkins.
Al inicio de su carrera, Halsted había realizado investigaciones sobre la capacidad de las drogas de bloquear los nervios y su uso como anestésico para aliviar el dolor en los procedimientos quirúrgicos. Una de esas drogas era la cocaína, que evita que el impulso de las ondas eléctricas llegue a los nervios del cuerpo, incluidos aquellos que trasmiten el dolor. Esto es bien conocido por los adictos a esta droga, ya que su nariz y, a menudo, toda su cara se adormecen tras esnifar varias rayas de la sustancia, casi como si un dentista entusiasta les hubiese inyectado demasiada anestesia.
No pasó mucho tiempo antes de que Halsted empezara a experimentar él mismo con la cocaína, después de lo cual se apoderó de él una incesante adicción. Si uno lee el informe académico de Halsted sobre los resultados de su investigación en el New York Medical Journal del 12 de septiembre de 1885, le resultará difícil comprenderlo. Varios historiadores médicos han sugerido que la escritura es tan desconcertante y frenética que indudablemente escribió la obra cuando estaba bajo el efecto de una fuerte dosis de cocaína.
En los años previos y posteriores a su llegada al Johns Hopkins, sus colegas notaron que el comportamiento de Halsted resultaba extraño e inquietante. Se excusaba del quirófano durante la supervisión de las intervenciones quirúrgicas, dejando que los jóvenes médicos completaran la operación por su cuenta. En otras ocasiones, Halsted no era capaz de operar por sí mismo porque las manos le temblaban demasiado, cosa que trataba de hacer pasar como una consecuencia de su adicción al tabaco.
Halsted necesitaba ayuda desesperadamente. Avergonzado y nervioso porque sus colegas pudieran descubrir la verdad, ingresó en una clínica de rehabilitación usando su segundo apellido. Fue el primero de muchos intentos infructuosos por dejar su adicción. Durante una estancia en el Hospital Psiquiátrico Butler, en Providence (Rhode Island), Halsted se sometió a un programa de rehabilitación que incluía ejercicio, una dieta saludable, aire fresco y morfina para ayudar con el dolor y con la abstinencia de la cocaína. Cuando acabó el programa de «rehabilitación», además de a la cocaína, era adicto a la morfina. Se cuenta incluso que Halsted enviaba sus camisas a la lavandería en París y que, cuando se las devolvían, el paquete contenía algo más que camisas blancas.
Halsted aplicó su tendencia a permanecer despierto a causa del consumo de cocaína al programa de cirugía del Hospital Johns Hopkins, imponiendo exagerados períodos de insomnio a sus residentes durante su entrenamiento. El agotador programa de residencia, que persiste de una u otra forma en todas las facultades de medicina de los Estados Unidos hasta la fecha, ha dejado un reguero de pacientes maltrechos o muertos, y probablemente también de residentes. Esto tal vez pueda sonar injusto, teniendo en cuenta el maravilloso trabajo que realizan nuestros jóvenes doctores y residentes, pero es algo que se puede demostrar.
Muchas facultades de medicina suelen exigir a los residentes trabajar treinta horas. Si se tratara de horas semanales, podría parecer poco, pero estamos hablando de trabajar treinta horas seguidas. Peor aún, muchas veces estos turnos de treinta horas se combinan con otros turnos de 12 horas intercalados.
Las consecuencias nocivas están bien documentadas. Los residentes que trabajan turnos de treinta horas consecutivas cometen un 36 % más de errores médicos graves, como prescribir dosis incorrectas de medicamentos u olvidar instrumental quirúrgico dentro del paciente, que los que trabajan 16 horas o menos. Además, después de un turno de treinta horas sin dormir, los residentes cometen un 460 % más de errores de diagnóstico en la unidad de cuidados intensivos que cuando descansan lo necesario. A lo largo de su residencia, uno de cada cinco residentes cometerá un error médico relacionado con el insomnio que causará un daño significativo en el paciente. Uno de cada veinte residentes matará a un paciente debido a la falta de sueño. Dado que actualmente hay más de 100 000 residentes en programas de formación en los Estados Unidos, muchos cientos de personas (hijos, hijas, esposos, esposas, abuelos, abuelas, hermanos, hermanas) pierden la vida innecesariamente cada año porque a los residentes no se les permite dormir lo necesario. Mientras escribo este capítulo, un nuevo estudio ha descubierto que los errores médicos son la tercera causa de muerte entre los estadounidenses, solo después de los ataques cardíacos y del cáncer. El insomnio, sin duda, tiene un papel fundamental en la pérdida de estas vidas.
Los propios médicos jóvenes pueden formar parte de las estadísticas de mortalidad. Después de un turno continuo de treinta horas, los residentes exhaustos tienen un 73 % más de probabilidades de pincharse con una aguja hipodérmica o de cortarse con un bisturí, arriesgándose a sufrir alguna enfermedad infecciosa.
Una de las estadísticas más paradójicas es la de la conducción de automóviles bajo los efectos del sueño. Cuando un residente privado de sueño termina un turno prolongado, como el de la rotación en la sala de urgencias tratando de salvar la vida de víctimas de accidentes automovilísticos, y luego se sube a su propio coche para regresar a casa, sus posibilidades de verse involucrado en un accidente automovilístico aumentan en un 168 % debido a la fatiga. En consecuencia, podría encontrarse de nuevo en la misma sala de urgencias del mismo hospital, pero ahora como víctima de un accidente automovilístico causado por un microsueño.
Los médicos titulados y sus asistentes sufren el mismo quebranto en sus habilidades médicas después de dormir de manera insuficiente. Por ejemplo, si eres un paciente sometido al bisturí de un médico que no ha tenido la oportunidad de dormir al menos seis horas la noche anterior, tendrás un 170 % más de probabilidades de que ese cirujano cometa un grave error quirúrgico, a resultas del cual podrías sufrir algún daño en un órgano o una hemorragia mayor.
Si vas a someterte a una operación, harías bien en preguntarle a tu médico cuánto ha dormido la noche anterior, y si la respuesta no te convence, cancelar la intervención. Todos los años de experiencia no pueden ayudar a un médico a «aprender» a superar la falta de sueño ni a desarrollar una capacidad de recuperación suficiente. La madre naturaleza ha pasado millones de años implementando esta necesidad fisiológica esencial. Pensar que la valentía, la fuerza de voluntad o unas pocas décadas de experiencia pueden eximir a un cirujano, o a cualquier otra persona, de una necesidad evolutivamente tan antigua conlleva una arrogancia que, como demuestra la evidencia, cuesta vidas.
La próxima vez que veas a un médico en un hospital, ten en cuenta el estudio al que hemos hecho referencia, según el cual después de 22 horas sin dormir el rendimiento humano se sitúa al mismo nivel que el de alguien que esté ebrio. ¿Acaso aceptarías ponerte en manos de un médico que, delante de ti, sacara una botellita de whisky y bebiera unos tragos antes de prestarte atención médica? Tampoco yo. Entonces, ¿por qué deberíamos jugar a una ruleta rusa médica igualmente irresponsable en el contexto de la privación del sueño?
¿Por qué estos hallazgos y muchos otros similares no han provocado que se lleve a cabo una revisión responsable de los horarios de trabajo de residentes y médicos en el sistema de salud estadounidense? ¿Por qué no somos capaces de ofrecer a nuestros médicos agotados y propensos a cometer errores el sueño que necesitan? Después de todo, ¿acaso no forma parte de nuestros objetivos como sociedad lograr la más alta calidad en la atención médica?
Por supuesto, las instituciones médicas alegan diversas razones para seguir justificando el desprecio por el sueño de la vieja escuela. El planteamiento más habitual utiliza un argumento similar al de William Halsted: si no se hicieran turnos agotadores, tardaríamos demasiado en formar a los residentes y no aprenderían con la misma eficacia. Entonces, ¿por qué en varios países de Europa occidental la jornada laboral de los médicos residentes no puede superar las 48 horas semanales y no se les imponen largos períodos de insomnio? ¿Acaso reciben una peor formación? Los datos demuestran que no es así, pues muchos de estos programas médicos europeos, como los del Reino Unido y Suecia, se encuentran entre los diez primeros puestos con mejores resultados de salud en la práctica médica, mientras que la mayoría de los institutos de los Estados Unidos se sitúan entre los puestos 18 y 30 del mundo. De hecho, varios estudios en los Estados Unidos han demostrado que cuando se limitan los turnos de los residentes a no más de 16 horas, con al menos una oportunidad de descanso de ocho horas antes del siguiente turno, la cantidad de errores médicos graves —aquellos que tienen potencial de causar daño en un paciente— cae en más de un 20 %. Además, los errores de diagnóstico cometidos por los residentes se reducen entre un 400 % y un 600 por ciento.
Sencillamente, no existe ningún argumento basado en evidencias para insistir en el modelo actual de formación médica, un modelo precario en horas de sueño que, además de resultar ineficaz para el aprendizaje, pone en peligro la salud y la seguridad de los jóvenes médicos y de los pacientes por igual. Que los máximos responsables de la política sanitaria lo sigan aplicando estoicamente solo puede entenderse como un caso más de «ya tomé mi decisión, no me confundas con los hechos».
En términos más generales, creo que como sociedad debemos trabajar para desmontar nuestra actitud negativa hacia el sueño, que puede resumirse con las palabras que una vez dijo un senador estadounidense: «Siempre he aborrecido la necesidad de dormir. Al igual que la muerte, doblega incluso a los hombres más poderosos». Esta actitud transmite a la perfección la concepción moderna del sueño como algo indeseable, molesto y debilitador. Aunque el senador en cuestión es un personaje de televisión llamado Frank Underwood, de la serie House of Cards, creo que los guionistas pusieron el dedo en la llaga del problema del descuido del sueño.
Desgraciadamente, se trata de una negligencia que ha causado algunas de las peores catástrofes globales registradas en la historia de la humanidad. Piensa en la desastrosa fusión del reactor en la central nuclear de Chernóbil el 26 de abril de 1986. La radiación que se desencadenó fue cien veces más poderosa que la de las bombas atómicas lanzadas en la Segunda Guerra Mundial. Sucedió a la una de la madrugada, y fue culpa de la falta de sueño de los operadores, que trabajaban de forma extenuante. En las décadas posteriores, miles de personas murieron a causa de los efectos a largo plazo de la radiación, y decenas de miles más sufrieron toda una vida de problemas de salud y desarrollo de enfermedades. También podemos mencionar el petrolero Exxon Valdez, que encalló en el arrecife Bligh, en Alaska, el 24 de marzo de 1989, rasgando su casco. Se estima que se derramaron entre diez y cuarenta millones de galones de petróleo crudo en un área de 2000 kilómetros de la costa circundante. Murieron más de 500 000 aves marinas, 5000 nutrias, 300 focas, más de 200 águilas calvas y 20 orcas. El ecosistema costero nunca se ha recuperado. Los primeros informes sugirieron que el capitán estaba en estado de ebriedad mientras conducía el barco. Sin embargo, más tarde se reveló que el capitán estaba sobrio y que había delegado el mando al tercer oficial de cubierta, que solo había dormido seis horas en las 48 horas precedentes, lo que provocó un catastrófico error de navegación.
Ambas tragedias se podrían haber evitado. Lo mismo puede decirse respecto de todas las estadísticas relacionadas con la falta de sueño presentadas en este capítulo.