Capítulo 3: La nariz
«Se te ve hecho una mierda», dice el doctor Nayak.
A primera hora de la tarde estoy de nuevo en el Centro de Cirugía de Cabeza y Cuello del Departamento de Otorrinolaringología de Stanford. Estoy repantigado en la silla de exploración mientras Nayak me mete un endoscopio por el agujero derecho de la nariz. Las suaves dunas del desierto por las que viajé hace diez días parecen golpeadas por un huracán. Me saltaré los detalles: digamos solamente que mi cavidad nasal está hecha un desastre.
«Ahora viene tu parte favorita», dice Nayak riéndose entre dientes. Antes de que estornude o de que me plantee salir corriendo, agarra el cepillo metálico y lo introduce unos centímetros dentro de mi cabeza. «Está bastante espeso por aquí dentro», dice con un tono algo satisfecho. Repite la acción con el orificio izquierdo, coloca los cepillos con ARN cubiertos de mugre en una probeta y me echa.
Durante la última semana y media había estado esperando este momento. Había anticipado el acto de quitarme los tapones, la cinta y el algodón como una escena de celebración con «¡Choca esos cinco!» y suspiros nasales de alivio. ¡Podía respirar de nuevo como un ser humano sano!
En realidad, son minutos de malestar seguidos de más obstrucción. Mi nariz es un desastre tal que Nayak tiene que agarrar unas pinzas e insertar varios centímetros de hisopos de algodón en cada orificio para impedir que caiga al suelo lo que sea que hay por ahí arriba. Luego vuelvo a pasar los test de funcionamiento pulmonar, una radiografía, el flebotomista, el rinólogo, y repito todas las pruebas que Olsson y yo hicimos antes de la fase de obstrucción. Los resultados estarán listos dentro de unas semanas.
Hasta que llego a casa por la noche y me enjuago los senos nasales varias veces no puedo tomar la primera bocanada plena por la nariz. Cojo un abrigo y voy descalzo al patio trasero. Hay ralos penachos de cirros cruzando el cielo nocturno, grandes como naves espaciales. Más arriba, unas cuantas estrellas tenaces agujerean la niebla y se arraciman alrededor de una luna creciente.
Exhalo aire viciado de mi pecho y tomo una bocanada de aire. Huelo el hedor agrio de barro, que recuerda a calcetín viejo. La etiqueta negra marca ChapStick de la alfombrilla húmeda de la puerta. El olorcillo marca Lysol del limonero y el matiz anisado de hojas muertas.
Cada uno de estos aromas, este material del mundo, explota en mi cabeza en un estallido Technicolor. Las fragancias son tan resplandecientes e inquietantes que casi puedo verlas: un millón de puntitos coloridos de una pintura de Seurat. A la siguiente respiración, imagino todas estas moléculas bajando por mi garganta y entrándome en los pulmones, metiéndose en mi torrente sanguíneo, donde suministran combustible para los pensamientos y para las sensaciones que los fabricaron.
El olfato es el sentido más antiguo de la vida.Estando aquí solo, con la nariz abierta, se me ocurre que respirar es mucho más que hacer entrar aire en nuestros cuerpos. Es la conexión más íntima con nuestro alrededor.
Todo lo que vosotros o yo o cualquier ente que respire se haya metido en la boca, en la nariz o haya absorbido por la piel es polvo espacial de segunda mano que ha estado por ahí durante 13.800 millones de años. Esta materia descarriada ha sido dividida por la luz del sol, se ha esparcido por el universo y ha vuelto a juntarse. Respirar es absorbernos a nosotros mismos en lo que nos rodea, aspirar pedacitos de vida, comprenderlos y devolver piezas de nosotros mismos. La respiración es, en esencia, reciprocidad.
La respiración, eso espero, también puede servir para restituir la salud. A partir de hoy, intentaré curar el daño que se ha hecho en mi cuerpo durante los últimos diez días respirando por la boca y trataré de asegurarme un futuro con salud duradera. Pondré en práctica miles de años de enseñanzas de varias decenas de pulmonautas, desglosando sus métodos y midiendo los efectos. En colaboración con Olsson, exploraré técnicas para expandir los pulmones, desarrollar el diafragma, inundar el cuerpo de oxígeno, penetrar en el sistema nervioso autónomo, estimular la respuesta inmunitaria y reajustar los receptores químicos del cerebro.
El primer paso es la fase de recuperación que acabo de hacer. Respirar por la nariz, todo el día y toda la noche.
La nariz es crucial porque limpia el aire, lo calienta y lo humedece para que sea más fácil de absorber. La mayoría de nosotros lo sabemos. Pero lo que mucha gente nunca toma en consideración es el papel inesperado de la nariz en problemas como la disfunción eréctil. O cómo puede desencadenar una cascada de hormonas y sustancias químicas que reducen la presión arterial y facilitan la digestión. Cómo responde a las fases del ciclo menstrual de las mujeres. Cómo regula la frecuencia cardíaca, abre los vasos sanguíneos de nuestros dedos de los pies y almacena recuerdos.Cómo la densidad de los pelillos que tenemos en la nariz determina si sufriremos asma.
Pocos de nosotros llegamos a plantearnos cómo los orificios nasales de cada persona vibran a su propio ritmo, abriéndose y cerrándose como una flor en respuesta a nuestros ánimos, nuestros estados mentales y quizá incluso al sol y a la luna.
Hace mil trescientos años, un antiguo texto tántrico, el Shiva Swarodaya, describía cómo durante el día un orificio nasal se abre para dejar entrar el aire mientras el otro se cierra suavemente. Algunos días, el orificio derecho se despierta bostezando para saludar al sol; otros días, el izquierdo despierta con la luna llena. Según el texto, estos ritmos son los mismos a lo largo de cada mes y son compartidos por toda la humanidad. Es un método que nuestros cuerpos emplean para mantenerse equilibrados y anclados a los ritmos del cosmos y también unos con otros.
En 2004 un cirujano indio, el doctor Ananda Balayogi Bhavanani, intentó poner a prueba científicamente los patrones del Shiva Swarodaya en un grupo internacional de sujetos.A lo largo de un mes, descubrió que cuando la influencia del sol y la luna sobre la Tierra estaban en su apogeo —en momentos de luna llena o nueva— los estudiantes compartían sistemáticamente el patrón del Shiva Swarodaya.
Bhavanani admitió que los datos eran anecdóticos y que era necesario investigar mucho más para demostrar que todos los humanos compartían ese mismo patrón. No obstante, hace más de un siglo que los científicos saben que los orificios nasales sí laten a su propio ritmo, que sí se abren y se cierran como flores durante el día y la noche.
El fenómeno, llamado ciclos nasales, fue descrito por primera vez en 1895 por un médico alemán llamado Richard Kayser.Este médico se dio cuenta de que el tejido que recubría uno de los agujeros de sus pacientes parecía congestionarse rápidamente y cerrarse mientras el otro, misteriosamente, se abría. Luego, después de entre treinta minutos y cuatro horas, los orificios se alternaban o «cambiaban de ciclo».La alternancia parecía estar influenciada no tanto por la atracción de la luna como por impulsos sexuales.
Resultó que el interior de la nariz está revestido de un tejido eréctil, la misma carne que cubre el pene, el clítoris y los pezones. Las narices tienen erecciones. En cuestión de segundos, también pueden llenarse de sangre y agrandarse y ponerse duras. Eso ocurre porque la nariz está más íntimamente conectada con los genitales que cualquier otro órgano; cuando uno se excita, el otro responde. En algunas personas, simplemente pensar en sexo provoca episodios tan graves de erecciones nasales que tienen problemas para respirar y comienzan a estornudar sin control, una afección inconveniente llamada rinitis de la luna de miel. A medida que la estimulación sexual decrece y que el tejido eréctil se vuelve flácido, la nariz también vuelve a la normalidad.
Tras el descubrimiento de Kayser, pasaron décadas y nadie ofrecía una buena explicación de por qué la nariz humana estaba recubierta de tejido eréctil o por qué los orificios se alternaban en ciclos.Había muchas teorías: algunos creían que esta alternancia provocaba que el cuerpo se diera la vuelta al dormir para impedir úlceras de decúbito.(Respirar es más fácil por el orificio opuesto a la almohada.) Otros creían que los ciclos ayudaban a proteger la nariz de infecciones respiratorias y alergias, mientras que otros sostenían que el flujo de aire alterno nos permitía oler más eficientemente.
Lo que los científicos finalmente lograron confirmar fue que el tejido nasal eréctil reflejaba estados de salud. Se inflamaba al estar la persona enferma o en otros estados de desequilibrio.Si la nariz se infectaba, el ciclo nasal se volvía más pronunciado y alternaba con rapidez.Las cavidades nasales izquierda y derecha también funcionaban como un sistema de climatización, controlando la temperatura y la presión arterial y suministrando al cerebro sustancias químicas para alterar sus emociones y sus estados de ánimo y de sueño.
El agujero derecho es el pedal del acelerador. Al inhalar mayoritariamente por este canal, la circulación se acelera, el cuerpo se calienta y los niveles de cortisol, la presión arterial y la frecuencia cardíaca aumentan. Eso ocurre porque respirar por el lado derecho de la nariz activa el sistema nervioso simpático, el mecanismo de «lucha o huida» que pone el cuerpo en un estado más elevado de alerta. Respirar por el orificio derecho también suministra más sangre al hemisferio opuesto del cerebro, concretamente a la corteza prefrontal, la cual se asocia con las decisiones lógicas, el lenguaje y la computación.
Inhalar por el agujero izquierdo tiene el efecto contrario: funciona como una suerte de sistema de frenado respecto al acelerador del derecho. El orificio izquierdo está conectado más profundamente con el sistema nervioso parasimpático, el lado de descansar y relajarse, que disminuye la presión arterial, enfría el cuerpo y reduce la ansiedad.Respirar por el agujero izquierdo cambia el flujo sanguíneo hacia el lado opuesto de la corteza prefrontal, el área que influye en el pensamiento creativo y desempeña un papel en la formación de abstracciones mentales y en la producción de emociones negativas.
En 2015 unos investigadores de la Universidad de California en San Diego documentaron los patrones respiratorios de una mujer con esquizofrenia durante tres años consecutivos y descubrieron que tenía un predominio «significativo» del orificio izquierdo.Este hábito respiratorio, según su hipótesis, probablemente estimulaba en exceso la «parte creativa» derecha del cerebro y, en consecuencia, empujaba su imaginación a desbocarse. A lo largo de varias sesiones, los investigadores le enseñaron a respirar por el orificio opuesto, el «lógico», y la mujer experimentó muchas menos alucinaciones.
Nuestros cuerpos operan a su mayor eficiencia en un estado de equilibrio, pivotando entre acción y relajación, soñando despiertos y pensando razonadamente. Este equilibrio está influenciado por el ciclo nasal e incluso puede ser controlado por este. Es un equilibrio que también puede ser manipulado.
Hay un ejercicio de yoga destinado a manipular las funciones corporales forzando la respiración por los orificios de la nariz. Se llama nadi shodhana —en sánscrito, nadi significa «canal» y shodhana significa «purificación»— o, más vulgarmente, respirar alternando los orificios.
He estado realizando un estudio informal de respiración alternando los orificios durante los últimos minutos.
Es el segundo día de la fase de «Recuperación» mediante la respiración nasal y estoy sentado en mi salón, con los codos apoyados en la abarrotada mesa de comer, aspirando aire suavemente por el agujero derecho, aguantándolo cinco segundos y luego expulsándolo.
Hay decenas de técnicas de respiración alternando los orificios. Yo he empezado por la más básica. Consiste en colocar un dedo índice encima del agujero izquierdo y luego inspirar y espirar solo por el derecho. Hoy hice esto dos docenas de veces después de cada comida, para calentar el cuerpo y facilitar la digestión.Antes de las comidas, y en cualquier otro momento en que quiera relajarme, cambio de lado y repito el mismo ejercicio con el agujero izquierdo abierto. Para mejorar la concentración y equilibrar el cuerpo y la mente, seguí una técnica llamada surya bheda pranayama, que consiste en tomar aire una vez por el orificio derecho y luego expulsarlo por el izquierdo durante varias series.
Estos ejercicios me han hecho sentir genial. Aquí estoy, después de hacer varias series, y siento una claridad y una relajación inmediata y potente, incluso una sensación de estar flotando. Según lo anunciado, no he tenido ningún tipo de reflujo gastroesofágico. No he registrado ni el más mínimo dolor de estómago. La respiración alternando los orificios parece haber reportado estos beneficios, pero he descubierto que estas técnicas normalmente son breves, solamente duran unos treinta minutos, más o menos.
La transformación real de mi cuerpo durante las últimas veinticuatro horas se ha debido a otra práctica: dejar que mis tejidos nasales eréctiles se flexionaran a su antojo, ajustando de forma natural el flujo de aire para satisfacer las necesidades de mi cuerpo y mi cerebro. Esto ha ocurrido simplemente respirando por la nariz.
Mientras estoy reflexionando tranquilamente sobre todo esto, Olsson irrumpe en mi casa. «¡Buenas tardes!», dice gritando. Lleva su pantalón corto y su sudadera Abercrombie y se deja caer frente a mí mientras se coloca una pulsera para medir la presión arterial en el brazo derecho. Esta es la misma posición que ha adoptado durante los últimos once días seguidos, con más o menos la misma ropa. Hoy, sin embargo, no lleva ningún vendaje ni ninguna pinza en la nariz, ni tapones de silicona metidos en ella. También respira libremente por los orificios nasales, tomando y expulsando el aire fácil y silenciosamente. Tiene la cara enrojecida, está sentado erguido y está tan lleno de energía que no puede estarse quieto.
A mí me daba la sensación de que nuestra nueva perspectiva optimista sobre la vida era psicosomática, pero vi que me equivocaba unos minutos después, cuando comprobamos nuestras mediciones. Mi presión arterial sistólica había descendido de ciento cuarenta y dos, diez días antes —un profundo estado de hipertensión en fase dos— a ciento veinticuatro, todavía un poco alta, pero a tan solo unos pocos puntos del rango saludable. Mi variabilidad en la frecuencia cardíaca se incrementó más de un 150 % y mis niveles de dióxido de carbono subieron cerca de un 30 %, lo cual me condujo de un estado de hipocapnia —que puede provocar mareo, entumecimiento en los dedos y confusión mental— a situarme de lleno en la zona médicamente normal. Olsson presentaba una mejora parecida.
Y hay potencial para mucho más. Porque los ciclos nasales son solamente una pequeña parte de las funciones vitales de la nariz.
Imaginad por un momento que estáis sosteniendo una bola de billar a la altura de los ojos a pocos centímetros de la cara. Luego imaginad que empujáis lentamente la bola entera hacia el interior de la cara. El volumen que la bola ocuparía —unos noventa y ocho centímetros cúbicos— equivale al espacio total de las cavidades y pasajes que constituyen el interior de una nariz adulta.
En una sola respiración, pasan más moléculas de aire a través de la nariz que el total de granos de arena que hay en todas las playas del mundo: billones y billones.Estos pedacitos diminutos de aire vienen de unos pocos metros a nuestro alrededor. A medida que se acercan a nosotros, giran y se voltean como las estrellas de un cielo de Van Gogh, y siguen girando y volteándose y desplazándose mientras se adentran en nuestro interior, viajando a una velocidad de unos ocho kilómetros por hora.
Lo que dirige este camino intrincado son los cornetes, seis huesos laberínticos (tres en cada lado), que empiezan en la entrada de los orificios nasales y terminan justo por debajo de los ojos. Los cornetes están enroscados de tal forma que, si los separáramos, parecerían una concha, por lo cual también se llaman conchas nasales. Los crustáceos usan sus caparazones con sofisticados diseños para filtrar impurezas y mantener alejados a los invasores.Pues nosotros hacemos lo mismo.
Los cornetes inferiores, en la entrada de los orificios nasales, están recubiertos de aquel tejido eréctil palpitante, cubierto a su vez por una membrana mucosa, una pátina encrespada de células que humedece y calienta el aire para que alcance nuestra temperatura corporal a la vez que filtra partículas y contaminantes. Todos estos invasores podrían causar infecciones e irritación si entraran en los pulmones; el moco es «la primera línea de defensa» del cuerpo.Está constantemente en movimiento, barriendo a un ritmo de aproximadamente 1,3 centímetros por minuto, más de dieciocho metros al día. Al igual que una cinta transportadora gigante, recoge desechos inhalados en la nariz, luego hace bajar toda la porquería por la garganta y la lleva hasta el estómago, donde es esterilizada con ácido estomacal, es trasladada a los intestinos y es expulsada del cuerpo.
Esta cinta transportadora no se mueve por sí sola. Es empujada por millones de unas diminutas estructuras que parecen pelos llamadas cilios. Como un campo de trigo mecido por el viento, los cilios se balancean con cada inhalación y exhalación, pero lo hacen a un ritmo rápido, de hasta dieciséis latidos por segundo.Los cilios cercanos a los orificios giran a un ritmo diferente de los que están más adentro,sus movimientos crean una ola coordinada que hace que el moco avance a una mayor profundidad. La adherencia de los cilios es tan fuerte que puede incluso empujar contra la fuerza de la gravedad. No importa en qué posición esté la nariz (y la cabeza), tanto si está boca abajo o del lado contrario, los cilios siguen empujando hacia dentro y hacia abajo.
Trabajando coordinadamente, las distintas áreas de los cornetes calientan, limpian, ralentizan y presurizan el aire para que los pulmones puedan extraer más oxígeno con cada respiración.Por eso respirar por la nariz es mucho más saludable y eficiente que por la boca. Como me explicó Nayak cuando nos vimos por primera vez, la nariz es el guerrero silencioso: el guardián de nuestros cuerpos, el farmacéutico de nuestras mentes y la veleta de nuestras emociones.
La magia de la nariz y sus poderes curativos no se perdieron con los antiguos.
Allá por el 1500 antes de Cristo,el Papiro Ebers, uno de los textos médicos más antiguos jamás descubiertos, ofrecía una descripción de cómo los orificios nasales supuestamente suministraban aire al corazón y a los pulmones, no la boca. Mil años después, en el Génesis 2:7 se describía cómo «Dios el Señor formó al hombre, de la tierra misma, sopló en su nariz y le dio vida. Así el hombre comenzó a vivir». Un texto taoísta chino del siglo VIII después de Cristo señalaba que la nariz era la «puerta celestial» y que había que tomar el aire a través de ella. «Nunca lo hagáis de otra forma —alertaba el texto—, pues el respirar estaría en peligro y entraría la enfermedad.»
Pero no fue hasta el siglo XIX que la población occidental llegó a considerar las glorias de la respiración nasal. Esto ocurrió gracias a un artista e investigador intrépido llamado George Catlin.
Antes de 1830 Catlin ya había dejado lo que llamaba un trabajo «soso y aburrido» como abogado para convertirse en retratista para la alta sociedad de Filadelfia.Se hizo famoso por sus retratos de gobernadores y aristócratas, pero todo el boato y las pretensiones de la alta sociedad no lo impresionaron. Pese a que su salud flaqueaba, Catlin anhelaba estar alejado en medio de la naturaleza, capturar imágenes más crudas y reales de la humanidad. Tomó un fusil, varias telas, unos cuantos pinceles y partió hacia el oeste. Catlin pasaría los siguientes seis años viajando miles de kilómetros por las Grandes Llanuras, periodo durante el cual cubrió una distancia mayor que Lewis y Clark para documentar la vida de cincuenta tribus nativas americanas.
Subió por el Misuri para vivir con los siux lakota. Entró en contacto con los pawnee, los omaha, los cheyenes y los pies negros. A orillas de la parte alta del Misuri, encontró casualmente la civilización de los mandan, una misteriosa tribu cuyos miembros medían más de metro ochenta y vivían en casas en forma de burbuja. Muchos tenían unos ojos azules luminosos y el pelo blanco como la nieve.
Catlin se percató de que nadie conocía realmente a los mandan ni a ninguna de las demás tribus de las Llanuras, pues nadie de ascendencia europea se había tomado la molestia de pasar tiempo hablando con ellos, investigándolos, viviendo con ellos y aprendiendo acerca de sus creencias y tradiciones.
«Estoy viajando por este país, como he dicho antes, no para presentar ni demostrar teorías, sino para ver cuanto sea capaz de ver y contarlo de la forma más simple e inteligible que pueda al mundo, para que la gente saque sus propias conclusiones», escribió Catlin.Pintó unos seiscientos retratos y tomó cientos de páginas de anotaciones, con lo cual creó lo que el famoso autor Peter Matthiesen denominaría «el primero, el último y el único registro completo hecho jamás de los indios de las Llanuras en el momento cumbre de su espléndida cultura».
Las tribus variaban según la región, con costumbres, tradiciones y dietas distintas. Algunas, como los mandan, comían solo carne de búfalo y maíz, mientras que otras vivían de comer carne de venado y agua, e incluso algunas recolectaban plantas y flores. Las tribus también eran distintas entre ellas, con diferencias en el color del pelo, los rasgos faciales y los tonos de piel.
Y aun así, Catlin quedó asombrado por el hecho de que todas, las cincuenta tribus, parecían compartir las mismas características físicas sobrehumanas.En algunos grupos, como los crow y los osage, Catlin escribió que había pocos hombres «que, en su momento de crecimiento máximo, midieran menos de seis pies (1,87 metros) de estatura, y muchos de ellos medían seis y medio (1,96 metros), y otros siete pies (2,13 metros)». Todos parecían compartir una constitución de espaldas anchas y pecho musculoso. Las mujeres eran casi tan altas e igual de espectaculares.
Sin haber visto nunca ni a un médico ni a un dentista, los miembros de aquellas tribus tenían los dientes perfectamente rectos: «Tan regulares como las teclas de un piano», anotó Catlin.Nadie parecía enfermar, y las deformidades u otros problemas de salud crónicos eran raros o inexistentes. Las tribus atribuían su vigorosa salud a una medicina, lo que Catlin llamó el gran secreto de la vida. El secreto era la respiración.
Los nativos americanos le contaron a Catlin que el aire inhalado por la boca le quitaba fuerza al cuerpo, deformaba la cara y provocaba tensión y enfermedades. Por otro lado, el aire absorbido por la nariz mantenía el cuerpo fuerte, embellecía la cara y prevenía enfermedades. «El aire que entra en los pulmones es tan distinto del que entra en la nariz como el agua destilada es distinta del agua de una vulgar cisterna o de un charco con ranas», escribió Catlin.
La saludable respiración por la nariz empezaba a nacer. Las madres de todas esas tribus seguían las mismas prácticas, cerrando cuidadosamente los labios a los bebés con los dedos después de cada bocado. Por la noche, permanecían junto a los bebés y les cerraban la boca con un suave pellizco si la abrían. Algunas tribus de las Llanuras ataban a los bebés a una tabla recta y les colocaban una almohada debajo de la cabeza, lo cual les hacía adoptar una postura que les dificultaba mucho más el respirar por la boca. Durante el invierno, envolvían a los bebés con ropa ligera y los mantenían a cierta distancia en los días cálidos para que tuvieran menos tendencia a sentir demasiado calor y a empezar a jadear.
Todos estos métodos ejercitaban a los críos para que respiraran por la nariz, todo el día, cada día. Era un hábito que llevarían consigo durante el resto de sus vidas. Catlin describió cómo los adultos de las tribus se resistían incluso a sonreír con la boca abierta, pues temían que les entrara aire pernicioso. Esta práctica era tan «antigua e invariable como sus cerros», escribió, y había sido compartida de manera universal por todas las tribus durante milenios.
Veinte años después de que Catlin explorara el Oeste, partió de nuevo, a los cincuenta y seis años, para vivir con culturas indígenas en los Andes, en Argentina y en Brasil. Quería saber si las prácticas de respiración «medicinales» se extendían más allá de las Llanuras. Así era. Cada tribu que visitó Catlin durante los siguientes años —visitó decenas— compartía los mismos hábitos respiratorios. No era ninguna coincidencia, reseñó el aventurero, que también compartieran la misma salud vigorosa, unos dientes perfectos y una estructura facial echada hacia adelante. Escribió acerca de sus experiencias en The Breath of Life [‘El aliento de la vida’], publicado en 1862.El libro estaba dedicado exclusivamente a documentar las maravillas de la respiración nasal y los riesgos de respirar por la boca.
Catlin no solo documentó técnicas de respiración; también las puso en práctica. La respiración nasal le salvó la vida.
De niño, Catlin roncaba y no dejaba de sufrir un problema respiratorio tras otro. Para cuando llegó a la treintena y partió por primera vez hacia el Oeste, aquellos problemas se habían agravado tanto que a veces escupía sangre. Sus amigos estaban convencidos de que tenía una enfermedad pulmonar. Todas las noches Catlin pensaba que iba a morir.
«Quedé totalmente convencido del peligro del hábito [respirar por la boca] y tomé la decisión de superarlo», escribió. Con «determinación y perseverancia», Catlin se forzó a tener la boca cerrada mientras dormía y siempre respiraba por la nariz mientras estaba despierto. Pronto se terminaron los dolores y el sangrado. Hacia los treinta y cinco años, Catlin relató que se sentía más sano y fuerte que en cualquier otro momento de su vida. «Concienzudamente, conquisté por completo a un enemigo malicioso que me atacaba con nocturnidad estando yo desprotegido y que me estaba llevando a la tumba manifiestamente deprisa», escribió.
George Catlin llegaría a los setenta y seis años, más o menos el doble de la esperanza de vida media en esa época.Él atribuía su longevidad al «gran secreto de la vida»: respirar siempre por la nariz.
Es la tercera noche de la fase de respiración nasal del experimento y estoy sentado en la cama leyendo, tomando aire lenta y fácilmente por la nariz. No estoy respirando de esa forma por alguna «constante convicción de mi edad adulta», como escribió Catlin. Lo estoy haciendo porque tengo los labios tapados con cinta.
Catlin sugirió atar una venda alrededor de la mandíbula por la noche, pero eso me parecía algo peligroso y difícil, así que opté por otra técnica, que había descubierto meses antes gracias a un dentista que regenta una consulta privada en Silicon Valley.
El doctor Mark Burhenne llevaba décadas estudiando la relación entre la respiración bucal y el sueño y había escrito un libro sobre la materia.Me contó que respirar por la boca contribuía a la periodontitis y al mal aliento, y que era la causa número uno de caries, más nocivo aún que el consumo de azúcar, una mala dieta o una higiene deficiente.(Esta creencia había sido repetida por otros dentistas durante cien años y Catlin también la respaldaba.)Burhenne descubrió también que respirar por la boca era tanto una causa como un factor que contribuía a roncar y a sufrir apnea del sueño.Recomendaba a sus pacientes que se encintaran la boca para dormir.
«Los beneficios para la salud de la respiración nasal son innegables», me dijo. Uno de los muchos beneficios es que los senos liberan una buena cantidad de monóxido de nitrógeno, una molécula que desempeña un papel esencial en el aumento de la circulación y en el suministro de oxígeno a las células.El funcionamiento inmunitario, el peso, la circulación, el estado de ánimo y el funcionamiento sexual pueden influenciarse notablemente con la cantidad de monóxido de nitrógeno que tenemos en nuestro cuerpo. (El popular medicamento para la disfunción eréctil sildenafil, conocido por el nombre comercial de Viagra, funciona liberando monóxido de nitrógeno en el torrente sanguíneo, lo cual dilata los capilares en los genitales y en el resto del cuerpo.)
Solamente respirando por la nariz se puede incrementar el monóxido de nitrógeno por seis, lo cual es uno de los motivos por los cuales podemos absorber cerca de un 18 % más de oxígeno que respirando solamente por la boca.Tapar la boca con cinta, dijo Burhenne, ayudó a un paciente de cinco años a superar su TDAH, un trastorno directamente atribuible a dificultades respiratorias durante el sueño. Ayudó a Burhenne y a su mujer a curar sus propios problemas respiratorios y el roncar. Otros cientos de pacientes declararon experimentar unos beneficios similares.
Todo aquello parecía un poco impreciso hasta que Ann Kearney, médico especialista en patologías del lenguaje del Centro para la Deglución y la Voz de Stanford, me dijo lo mismo. Kearney ayudó a recuperarse a pacientes que tenían trastornos respiratorios y de la deglución. Juró haberlo logrado tapándoles la boca con cinta.
La propia Kearney se había pasado años respirando por la boca debido a una congestión crónica. Visitó a un otorrinolaringólogo y descubrió que sus cavidades nasales estaban taponadas con tejido. El especialista la advirtió de que la única forma de abrirle la nariz era mediante cirugía o medicamentos. Ella, en cambio, lo intentó encintándose la boca.
«La primera noche duré cinco minutos hasta que me la arranqué», me contó Kearney. La segunda noche, pudo tolerar la cinta diez minutos. Al cabo de unos días, dormía toda la noche. En seis semanas, su nariz se destapó.
«Es el clásico ejemplo de ahora o nunca», dijo Kearney. Para demostrar su afirmación, analizó la nariz de cincuenta pacientes que se habían sometido a una laringectomía, una intervención en la que se abre un agujero para respirar haciendo un corte en la garganta. Al cabo de entre dos meses y dos años, todos los pacientes sufrían obstrucción nasal completa.
Como otras partes del cuerpo, la cavidad nasal responde a los estímulos que recibe. Cuando a la nariz se le niega el uso regular, se atrofia. Esto es lo que les ocurrió a Kearney y a muchos de sus pacientes, y a gran parte de la población. Seguidamente, a menudo aparecen episodios de ronquidos y de apnea del sueño.
Sin embargo, tener la nariz en uso constante prepara los tejidos de dentro de la cavidad nasal y de la garganta para que se flexionen y se mantengan abiertos. Kearney, Burhenne y muchos de sus pacientes se curaron a sí mismos de esa manera: respirando por la nariz todo el día y toda la noche.
Cómo aplicar la cinta bucal, también llamada cinta para dormir, depende de las preferencias personales, y todas las personas con las que hablé tenían su propia técnica. A Burhenne le gustaba colocar un pequeño esparadrapo horizontalmente sobre los labios; Kearney prefería una tira ancha que le cubriera toda la boca. Internet estaba lleno de sugerencias. Un tío usaba ocho pedazos de cinta de unos dos centímetros y medio de ancho para crear una especie de perilla de cinta. Otro empleaba cinta americana. Una mujer sugería encintar toda la parte inferior de la cara.
A mí estos métodos me parecen ridículos y excesivos. Buscando una forma más sencilla, durante los últimos días he llevado a cabo mis propios experimentos con cinta de carrocero azul, que olía raro, y con celo, que se arrugaba.Las tiritas se pegaban demasiado.
Finalmente, me di cuenta de que lo único que yo o cualquiera necesitábamos era un trozo de cinta del tamaño de un sello colocado en el centro de los labios: como un bigote de Charlie Chaplin, pero unos centímetros más abajo. Y ya está. Este método daba menos sensación de claustrofobia y dejaba un poco de espacio en los lados de la boca si tenía que toser o hablar. Tras mucho ensayo y error, me quedé con la cinta de «tela resistente» 3M Nexcare Durapore, una cinta quirúrgica multiusos con un suave adhesivo. Era cómoda, no desprendía un aroma químico y no dejaba restos enganchados.
En las tres noches desde que empecé a usar esta cinta, pasé de roncar cuatro horas a solo diez minutos. Burhenne me había advertido de que la cinta para dormir no me ayudaría en absoluto a tratar la apnea del sueño. Mi experiencia demostró otra cosa. En cuanto desaparecieron los ronquidos, también se terminó la apnea.
En la fase de respiración bucal, había sufrido hasta veinticuatro episodios de apnea, pero anoche tuve cero. No padecí ninguna espeluznante alucinación durante el insomnio ni hice meditaciones a altas horas de la noche sobre el Homo habilis o Edward Gorey. No me levanté ni una sola vez para mear. No me hacía falta, porque mi glándula pituitaria probablemente estaba segregando vasopresina. Finalmente, tenía un sueño profundo.
A su vez, Olsson pasó de roncar durante la mitad de la noche a no roncar ni siquiera un minuto. Sus episodios de apnea disminuyeron de cincuenta y tres a cero. Aquel sueco de ojos radiantes y pelo de algodón al que yo había maltratado —de lo cual me sentía culpable— había renacido. Hoy estaba sonriendo, tan convencido del poder curativo de la cinta para dormir que se dejaba un pedacito pegado en los labios durante el resto de la mañana.
El sueño —y la vida— se habían vuelto algo que Olsson y yo apreciábamos de nuevo. Ahora, sentado en la cama, con un pequeño sello de cinta blanca pegado en los labios, abrí la última página de la obra de Catlin The Breath of Life, el párrafo final que había publicado en su larga vida de investigación.
«Y si tuviera que esforzarme por legar a la posteridad el lema más importante que pueda transmitir el lenguaje humano, deberían ser estas tres palabras: CERRAD-LA-BOCA. Allá donde lo pintaría y lo inscribiría, en cada guardería y en todas las patas de cualquier cama del universo, no podría confundirse su significado.
»Y en caso de ser obedecido —seguía Catlin—, la gente pronto se percataría de su importancia.»