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Prefacio

De vez en cuando surge una idea que lo cambia todo, o al menos, todo lo que tiene que ver con nuestra forma de ver el mundo. Para mí, es la idea central de este libro, una idea que está a punto de contagiarte.

Una de las cosas más extrañas de ser humano es nuestra supuesta relación con la naturaleza. La rareza está implícita en esa misma frase: tener “una relación con la naturaleza” implica que de alguna manera nos situamos fuera de ella y que, desde esa posición mítica, nos “relacionamos” con ella. Sin embargo, los humanos somos animales que evolucionamos igual que cualquier otra especie. Somos parte integral de la naturaleza, aunque rara vez nos sintamos así.

Tal vez sea nuestra arrogancia, la creencia de que somos especiales y, por lo tanto, superiores a todo. Nos sentimos poderosos en la naturaleza, para bien o para mal. Manipulamos a otras especies de todo tipo de maneras y hemos alterado el paisaje y el ecosistema de la Tierra de manera tan drástica que hemos provocado una nueva era geológica llamada el Antropoceno.

Supongo que es agradable sentirse especial y poderoso, pero eso conduce a todo tipo de problemas, incluida la crisis ambiental en la que nos encontramos actualmente. No creo que podamos empezar a resolver esta crisis hasta que repensemos por completo nuestro lugar en la naturaleza. Eso significa aprender a vernos como una criatura entre muchas y considerar a las demás criaturas no como objetos insensibles que podemos explotar, sino como seres con nuestros propios intereses, inteligencia y perspectivas que merecen nuestro respeto.

Esta es la idea central de este libro, que considero que ofrece una visión del mundo desde los ojos de las plantas. Una de nuestras mayores bendiciones como humanos es nuestra imaginación, que nos permite ponernos en los zapatos (o raíces) de otras criaturas, para poder ver mejor el mundo desde su perspectiva. Eso es lo que aprenderás a hacer mientras lees este libro: ver cómo, lejos de ser los objetos pasivos de nuestra atención, las plantas están ocupadas con sus propias agendas. Y para muchas de ellas, especialmente las que llamamos arrogantemente “domesticadas”, eso significa conseguir que animales como nosotros hagamos por ellas cosas que no pueden hacer por sí mismas: esparcir sus genes por el mundo, limpiar la tierra y crear un nuevo hábitat para ellas, y luego cuidarlas. La pregunta de quién está realmente al mando aquí es muy viva, y la respuesta te sorprenderá.

Cuando empezamos a ver el mundo y a nosotros mismos desde el punto de vista de las plantas, todo cambia. Adquirimos un nuevo respeto por el ingenio de las plantas y empezamos a desarrollar un sentido más realista (y más humilde) de nuestro propio papel y poderes en la naturaleza. Llegaremos a ver que estas otras criaturas han desarrollado la capacidad de utilizarnos de la misma manera que nosotros las utilizamos a ellas, y que lo mismo se aplica a los animales domésticos e incluso a los billones de bacterias con las que compartimos nuestro cuerpo. Todos participamos en esta gran, enorme y hermosa danza de simbiosis, somos socios en la coevolución, cambiamos y somos cambiados, somos mutuamente dependientes. Cuanto antes reconozcamos que estamos todos juntos en esto, antes podremos empezar a reparar el daño que han creado nuestras ideas equivocadas de especialización y poder. No hay tiempo que perder.