4. BUENA FORMA SOCIAL
Mantener en forma las relaciones
La tristeza del alma puede matarte más rápido, mucho más, que una bacteria.
JOHN STEINBECK, Viajes con Charley
Entrevista a Vera Eddings, de la segunda generación de participantes en el Estudio Harvard; cincuenta y cinco años, 2016:
La psicología estudia a menudo los efectos de las heridas emocionales. Pero queremos hablar de un estudio en concreto que empezó creando heridas. Heridas físicas.
No es tan malo como suena: a los participantes se les quitó un trozo de piel del brazo, por encima del codo, del tamaño de la goma de borrar del extremo de un lápiz, en un procedimiento conocido como biopsia por punción. Es un procedimiento médico habitual que se usa para extraer y examinar un trocito de piel, pero lo que interesaba para este estudio no era lo que se extraía sino lo que quedaba: la herida.
La investigadora principal, Janice Kiecolt-Glaser, estaba investigando el estrés psicológico. Ella ya sabía, por investigaciones anteriores, que el estrés afectaba al sistema inmunitario. Lo que quería averiguar era si ese estrés afectaba también a otros procesos corporales, por ejemplo, a cómo sanan las heridas.
Tomó muestras de dos grupos de mujeres. El primero eran cuidadoras principales de seres queridos con demencia. El segundo era un grupo de más o menos la misma edad (sesenta y pocos años) que no eran cuidadoras.
El estudio en sí era muy sencillo. Se llevaba a cabo una biopsia por punción en todas las participantes y después se observaba cómo sanaba la herida.
Los resultados fueron llamativos. Las heridas de las no cuidadoras tardaron aproximadamente cuarenta días en sanar del todo, mientras que las de las cuidadoras tardaron nueve días más. El estrés psicológico de cuidar de un ser querido, que se manifestaba en el lento borrado de relaciones importantes en sus vidas, estaba haciendo que sus cuerpos sanaran más despacio.
Muchos años después, Kiecolt-Glaser se vio en la misma situación, cuando su esposo y estrecho colaborador en sus investigaciones, Ronald Glaser, desarrolló un alzhéimer de evolución rápida. Cuando su médico le preguntó cómo estaba durante un chequeo rutinario, Kiecolt-Glaser le dijo que estresada, refiriéndose a la situación con su esposo. El médico le dijo que se cuidara y le habló de un estudio sobre estrés y salud de cuidadores. El mismo estudio que ella había dirigido. La ciencia había logrado calar en la práctica médica y había vuelto a la fuente.
LA MENTE ES EL CUERPO QUE ES LA MENTE
Ya no hay dudas sobre que cuerpo y mente están interconectados. Cuando nos hallamos frente a un nuevo estímulo emocional o físico, todo el sistema cuerpo-mente se ve afectado, a veces de formas minúsculas, a veces, muy llamativas, y los cambios pueden tener efectos cíclicos, en los que la mente afecta al cuerpo y este a su vez afecta a la mente, etcétera, etcétera.
La sociedad moderna, que se considera médicamente más avanzada que nunca, incentiva hábitos y rutinas que no son sanos ni para el cuerpo ni para la mente. Veamos una: la falta de ejercicio.
Hace cincuenta mil años, una Homo sapiens que viviera a la orilla de un río con su tribu hacía todo el ejercicio físico que necesitaba solo mediante el esfuerzo de seguir viva. Ahora hay grandes cantidades de personas capaces de proveerse de comida, refugio y seguridad con poco o ningún ejercicio físico. Los humanos no habían pasado tanto tiempo sentados nunca en la historia y la mayoría del trabajo físico que hacemos es repetitivo y potencialmente dañino. En este entorno, nuestros cuerpos no están sanos, por lo que precisan mantenimiento. Si quienes tenemos trabajos sedentarios o repetitivos queremos mantener nuestra buena forma física, tenemos que hacer el esfuerzo consciente de movernos. Tenemos que reservar tiempo para caminar, trabajar en el jardín, hacer yoga, salir a correr o ir al gimnasio. Tenemos que ir en contra de la corriente de la vida moderna.
Y lo mismo sucede con la buena forma social.
Hoy en día, no es fácil cuidar nuestras relaciones y, de hecho, tendemos a pensar que una vez hemos establecido amistades y relaciones íntimas, estas se cuidan solas. Pero, como sucede con los músculos, si no les prestamos atención, las relaciones se atrofian. Nuestra vida social es un sistema vivo. Y necesita ejercicio.
No es necesario examinar los hallazgos científicos para reconocer que las relaciones nos afectan físicamente. Lo único que hay que hacer es fijarse en el vigor que se siente cuando crees que alguien te ha entendido de verdad durante una buena conversación o en la tensión y la angustia tras una discusión o en la falta de sueño durante un periodo de crisis amorosa.
Sin embargo, saber cómo mejorar la buena forma social no es fácil. Para conocerla no basta con subirnos a la báscula, echarnos una ojeada en el espejo o conocer nuestra tensión arterial y nivel de colesterol, sino que debemos llevar a cabo una autorreflexión constante. Mirarnos a fondo en el espejo. Debemos tomar perspectiva para alejarnos del ritmo endiablado de la vida moderna, hacer un recuento de nuestras relaciones y ser sinceros con nosotros mismos sobre la cantidad de tiempo que les dedicamos y sobre si estamos estableciendo conexiones que nos enriquecen. Encontrar tiempo para reflexionar sobre esto puede ser complicado y, a veces, incómodo. Pero puede proporcionarnos también grandes beneficios. Muchos de los participantes en el Estudio Harvard nos han dicho que rellenar cuestionarios cada dos años y ser entrevistados regularmente les ha dado una perspectiva que agradecen sobre sus vidas y relaciones. Les pedimos que reflexionen de verdad sobre sí mismos y las personas a las que quieren y hay individuos a quienes este proceso les resulta útil. Pero, como ya hemos dicho, se trata de un beneficio incidental, un efecto secundario. Son voluntarios de una investigación y nuestro principal objetivo es saber de sus vidas. A medida que avancemos por este capítulo, te ayudaremos a llevar a cabo tu propio miniestudio Harvard. Hemos convertido muchas de las preguntas más útiles que hacemos a los participantes en el estudio en herramientas que pueden usarse para formarse una idea sobre la buena forma social. A diferencia de lo que sucede en el Estudio Harvard, esto no ha sido diseñado para recopilar información para la investigación. En este caso, el objetivo es proporcionarte los beneficios de la autorreflexión que los miembros de nuestro estudio han obtenido a lo largo de sus vidas. Iniciamos este proceso en el capítulo tres y ahora tenemos la oportunidad de ir más allá.
Mirarnos en el espejo y pensar con sinceridad sobre en qué punto se encuentra nuestra existencia es un primer paso a la hora de vivir una buena vida. Detectar dónde estás puede ayudarte a ver dónde te gustaría estar. Es comprensible que tengas tus reservas sobre esta autorreflexión. A los participantes en el estudio no siempre les gusta rellenar los cuestionarios ni les apetece ver la imagen completa de sus vidas (recuerda las reticencias de Henry a la hora de responder a la pregunta sobre su mayor temor). Algunos se saltan las preguntas difíciles y dejan páginas enteras en blanco y otros sencillamente no devuelven algunas encuestas. Los hay incluso que llegan a escribir comentarios en los márgenes de los cuestionarios dándonos su opinión sobre nuestras demandas. «¡¿Pero qué preguntas son estas?!» es una respuesta que hemos recibido más de una vez, a menudo de participantes que preferían no pensar en las dificultades de sus vidas. Pero las experiencias de las personas que se saltan preguntas o cuestionarios enteros son igual de importantes e igual de cruciales para entender el desarrollo en adultos que las de quienes están más que dispuestos a compartirlas. Hay muchos datos importantes y gemas de experiencia enterradas en los rincones oscuros de sus vidas. Lo que pasa es que tuvimos que esforzarnos más para desenterrarlas.
Una de estas personas fue Sterling Ainsley.
NUESTRO HOMBRE EN MONTANA
Sterling Ainsley era un hombre con esperanza. Científico de materiales, se jubiló a los sesenta y tres años y pensaba que le esperaba un futuro brillante. En cuanto dejó el trabajo, empezó a dedicarse a sus intereses, hizo cursos sobre propiedad inmobiliaria y estudió italiano a distancia. También tenía ideas de negocio y empezó a leer revistas de emprendimiento para encontrar propuestas que se ajustaran a sus intereses. Cuando le pidieron que describiera su filosofía para superar los momentos difíciles, respondió: «Intentas que la vida no te domine. Recuerdas tus victorias y adoptas una actitud positiva». Era el año 1986. Nuestro predecesor, George Vaillant, había emprendido un largo viaje de entrevistas, conduciendo por las Montañas Rocosas, visitando a participantes en el estudio que vivían en Colorado, Utah, Idaho y Montana. Sterling no había devuelto la última encuesta y había que ponerse un poco al día. George se reunió con él en un hotel en Butte, Montana, para ir juntos a la cafetería donde Sterling quería llevar a cabo la entrevista programada (prefería no hacerla en su casa). Cuando George se abrochó el cinturón de seguridad en el asiento del copiloto del coche de Sterling, este le dejó una marca de polvo en el pecho. «Me pregunté —escribió— cuándo había sido la última vez que alguien se lo había puesto.»
Sterling se había graduado en Harvard en 1944. Después de la universidad sirvió en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial y después se casó, se mudó a Montana y tuvo tres hijos. Durante los cuarenta años siguientes trabajó de forma intermitente en la manufactura de metales para distintas empresas del oeste de Estados Unidos. Ahora tenía sesenta y cuatro años y vivía en una caravana aparcada, pero que podía enganchar al coche, en una parcela con césped de 1,5 x 3 metros cerca de Butte. Le gustaba el césped porque decía que cortarlo era su principal forma de hacer ejercicio. También tenía un jardín con una buena mata de fresas y lo que él llamaba «los guisantes más grandes que has visto en tu vida». Decía que vivía en una caravana porque los suministros le costaban solo treinta y cinco dólares y sentía que podía dejar aquel lugar cuando quisiera.
Técnicamente, Sterling seguía casado, pero su esposa vivía a ciento cincuenta kilómetros, en Bozeman, y hacía quince años que no compartían habitación. Solo hablaban unas pocas veces al año.
Cuando le preguntaron por qué no se había divorciado, él respondió:
—No quiero hacerles eso a los niños.
Aunque su hijo y sus dos hijas ya eran adultos y tenían sus propios hijos. Sterling estaba orgulloso de su descendencia y se iluminaba al hablar de ellos: su hija mayor tenía una tienda de marcos, su hijo era carpintero y la pequeña era violonchelista en una orquesta de Nápoles, en Italia. Decía que sus hijos eran lo más importante de su vida, pero al parecer prefería que su relación con ellos prosperara básicamente en su imaginación. No los veía casi nunca. George notó que Sterling parecía estar usando el optimismo para apartar de la mente algunos de sus miedos y esquivar algunas dificultades vitales. Darle un enfoque positivo a todo y después apartarlo de su mente le permitía creer que todo estaba bien, que él estaba bien, que era feliz y que sus hijos no lo necesitaban.
El año anterior, su hija pequeña lo había invitado a visitarla en Italia. Él decidió no ir.
—No quiero ser una molestia —dijo, aunque había estado estudiando italiano precisamente para ese fin.
Su hijo vivía a pocas horas de distancia, pero hacía más de un año que no se veían.
—Yo es que no voy allí —explicó—. Le llamo por teléfono.
Cuando le preguntaron por sus nietos, respondió:
—No me he implicado mucho en sus vidas.
Les iba perfectamente sin él.
¿Cuál era su amigo más antiguo?
—Bueno, han muerto muchos —respondió—. Muchos mueren. Odio apegarme demasiado. Porque luego duele muchísimo.
Dijo que tenía un viejo amigo allí, en el oeste, pero que hacía años que no hablaba con él.
¿Y amigos del trabajo?
—Mis amigos del trabajo se jubilaron. Nos llevábamos bien, pero se mudaron a otras ciudades.
Nos habló de su relación con los Veteranos de Guerras en el Extranjero y de que había sido comandante del distrito, pero que lo había dejado en 1968.
—Te come mucho tiempo.
¿Cuándo era la última vez que había hablado con su hermana mayor y qué tal le iba?
Sterling pareció sorprendido ante esta pregunta.
—¿Mi hermana? —exclamó—. ¿Te refieres a Rosalie?
Sí, la hermana de la que había hablado mucho en el estudio cuando era más joven. Sterling pensó largo rato en ello y entonces le dijo a George que debía de hacer veinte años desde la última vez que habían hablado. Su expresión era de gran temor.
—¿Seguirá viva? —dijo.
Sterling intentaba no pensar en sus relaciones y aún le apetecía menos hablar de ellas. Esta experiencia es habitual. No siempre sabemos por qué hacemos o no las cosas y quizá no entendamos qué es lo que nos mantiene alejados de las personas de nuestras vidas. Dedicar tiempo a mirarnos en el espejo puede ayudarnos. A veces hay necesidades en nuestro interior que buscan una voz, una forma de salir. Pueden ser cosas que no hemos visto nunca, que no nos hemos articulado ni a nosotros mismos.
Al parecer, este era el caso de Sterling. Cuando le preguntaron cómo pasaba las tardes, dijo que viendo la televisión con una mujer de ochenta y siete años que vivía en una caravana cercana. Cada noche se acercaba allí, veían la televisión y charlaban. Al final, ella se dormía, él la ayudaba a acostarse, le fregaba los platos y le cerraba las cortinas antes de regresar a su casa. Ella era lo más parecido que tenía a una confidente.
—No sé qué voy a hacer si muere —dijo.
LA SOLEDAD DUELE
Estar solo duele. Y no lo decimos de forma metafórica. Tiene un efecto físico en el cuerpo. La soledad se asocia con una mayor sensibilidad al dolor, una supresión del sistema inmunitario, una disminución de la función cerebral y una merma del sueño eficaz, lo que hace que las personas que la sufren estén también más cansadas e irritables. Las investigaciones recientes muestran que para las personas mayores la soledad es dos veces más insana que la obesidad y que la soledad crónica incrementa la probabilidad de muerte de una persona un 26 % en cualquier momento. Un estudio en Reino Unido, el Environmental Risk (E-Risk) Longitudinal Twin Study, informó recientemente de la conexión entre soledad y peor salud y autocuidado en adultos jóvenes. Este estudio, aún en curso, incluye a más de 2200 personas nacidas en Inglaterra y Gales en 1994 y 1995. Cuando tenían dieciocho años, los investigadores les preguntaron por su grado de soledad. Quienes indicaron estar más solos tenían más probabilidades de experimentar problemas de salud mental, llevar a cabo conductas de riesgo físico y usar más estrategias negativas para afrontar el estrés. Si sumamos a esto el hecho de que una oleada de soledad está inundando las sociedades modernas, tenemos un problema grave. Las estadísticas actuales deberían hacernos reaccionar.
En un estudio llevado a cabo en línea con una muestra de 55 000 participantes de cualquier edad de todo el mundo, una de cada tres personas decía sentirse sola a menudo. Entre ellas, el grupo que se sentía más solo era el de 16-24 años, el 40 % de los cuales decía sentirse solo «a menudo o muy a menudo» (hablaremos más a fondo enseguida sobre este fenómeno). En Reino Unido, el coste económico de esta soledad, porque la gente que se siente sola es menos productiva y más propensa a ser sustituida en el trabajo, se estima en unos 2500 millones de libras (unos 3000 millones de euros) anuales y ha conducido a la creación en Reino Unido de un Ministerio de la Soledad.
En Japón, el 32 % de los adultos encuestados antes de 2020 preveían sentirse solos la mayor parte del tiempo durante el año siguiente.
En Estados Unidos, un estudio de 2018 sugería que tres de cada cuatro adultos sentían niveles de soledad de moderados a altos. Al escribir estas líneas, aún se siguen estudiando los efectos a largo plazo de la pandemia de covid-19, que nos separó a todos a gran escala e hizo que muchos se sintieran más aislados que nunca. En 2020 se estimó que 162 000 muertes podían atribuirse a causas derivadas del aislamiento social.
Aliviar esta epidemia de soledad es difícil, porque lo que hace que una persona se sienta sola puede no tener ningún efecto en otra. No podemos fiarnos por completo de indicadores fácilmente observables como el hecho de que alguien viva solo, porque la soledad es una experiencia subjetiva. Alguien puede tener una relación amorosa y demasiados amigos como para contarlos y aun así sentirse solo, mientras que otro puede vivir solo, tener unos pocos contactos cercanos y, aun así, sentirse muy conectado. Los hechos objetivos de la vida de alguien no bastan para explicar por qué se siente solo. Independientemente de tu raza, clase social o género, la sensación reside en la diferencia entre el contacto social que quieres y el que tienes en realidad. Pero, entonces, ¿cómo puede la soledad ser tan dañina físicamente si es una experiencia subjetiva?
Responder a esta pregunta resulta un poco más sencillo si entendemos las raíces biológicas del problema. Como ya hemos comentado en el capítulo dos, los seres humanos han evolucionado para ser sociales. Los procesos biológicos que fomentan el comportamiento social están ahí para protegernos, no para dañarnos. Cuando nos sentimos aislados, nuestros cuerpos y nuestros cerebros reaccionan de formas diseñadas para ayudarnos a sobrevivir a ese aislamiento. Hace cincuenta mil años, estar solo era peligroso. Si la Homo sapiens que mencionamos anteriormente hubiera sido abandonada por su tribu en el asentamiento del río, su cuerpo y su cerebro se habrían puesto temporalmente en modo supervivencia. La necesidad de reconocer amenazas habría recaído solo en ella y sus hormonas del estrés se habrían incrementado para que estuviera más alerta. Si su familia o su tribu pasaran la noche fuera, ella tendría que dormir sola y su sueño habría sido más ligero; si se aproximara un depredador, ella querría saberlo, así que tendría que poder despertarse con facilidad y lo habría hecho más veces durante la noche.
Si, por algún motivo, se quedara sola —digamos— un mes, en lugar de una noche, estos procesos físicos se habrían mantenido y convertido en una sensación constante y machacona de incomodidad que empezaría a pasarle factura a su salud física y mental. Estaría, como decimos ahora, estresada. Se sentiría sola.
Hoy en día, la soledad tiene estos mismos efectos. La sensación de soledad es una especie de alarma que suena en nuestro interior. Al principio, puede ayudarnos. Necesitamos que nos avise de que existe un problema. Pero imagina vivir en una casa con la alarma de incendios sonando día y noche todos los días y empezarás a hacerte una idea de lo que le está haciendo la soledad, entre bambalinas, a nuestros cuerpos y mentes.
La soledad es solo una pieza de la ecuación cuerpo-mente de las relaciones. Es la punta visible del iceberg social, pero hay mucho más sumergido. En la actualidad existe un enorme corpus de investigación que revela las relaciones entre salud y conexiones sociales, las cuales pueden trazarse hasta el origen de las especies, cuando las cosas eran mucho más simples. Nuestras necesidades relacionales básicas no son complicadas. Necesitamos sentir amor, conexión y pertenencia. Pero hoy en día vivimos en entornos sociales complicados, de modo que cubrir estas necesidades se convierte en todo un reto.
HAZ CUENTAS
Piensa un momento en la relación que tienes con alguien a quien aprecias mucho pero que sientes que no ves lo suficiente. No tiene por qué ser tu relación más significativa, solo alguien que te llene de energía cuando estáis juntos y a quien te gustaría ver más a menudo. Piensa en los posibles candidatos (quizá solo hay uno). Ahora piensa en la última vez que os visteis e intenta recrear en tu imaginación cómo te sentiste. ¿Optimista, casi invencible? ¿Comprendido? Quizá te reías con facilidad y las desgracias de tu vida y del mundo parecían menos abrumadoras.
Ahora piensa con qué frecuencia ves a esa persona. ¿Todos los días? ¿Una vez al mes? ¿Una vez al año? Haz cuentas y proyecta cuántas horas al año crees que pasas con esa persona. Escribe el número y tenlo a mano.
Nosotros, Bob y Marc, aunque nos reunimos todas las semanas por teléfono o videollamada, solo nos vemos en persona un total de unos dos días (cuarenta y ocho horas) al año.
¿Cuánto suma esto si pensamos en los años venideros? Cuando se publique este libro, Bob tendrá setenta y un años. Marc, sesenta. Seamos (muy) generosos y pensemos que ambos vamos a celebrar el centenario de Bob. A dos días por año durante veintinueve años, nos quedan cincuenta y ocho días para pasar juntos el resto de nuestras vidas.
Cincuenta y ocho días de 10 585.
Esto, claro está, si tenemos suerte, porque el número real será casi seguro más bajo.
Haz estos números con esa relación a la que aprecias o piensa en estos cálculos redondeados: si tienes cuarenta años y ves a esa persona una hora a la semana para tomaros un café, eso son unos ochenta y siete días antes de cumplir los ochenta. Si os veis una vez al mes, eso son unos veinte días. Una vez al año, unos dos días.
Puede que estos números parezcan muy altos. Pero vamos a compararlos con el hecho de que, en 2018, el estadounidense medio pasaba unas sorprendentes once horas cada día interactuando con medios de comunicación, desde la televisión o la radio a los smartphones. Entre los cuarenta y los ochenta años, eso suma dieciocho años del tiempo que pasamos despiertos. Para alguien de dieciocho años, son veintiocho años de vida antes de cumplir los ochenta.
La finalidad de este ejercicio mental no es asustarte. Es poner de manifiesto algo que a menudo se pasa por alto: cuánto tiempo pasamos de verdad con las personas que nos gustan y que amamos. No necesitamos pasar todo el tiempo con buenos amigos. De hecho, algunas personas que nos cargan de energía y mejoran nuestras vidas puede que lo hagan precisamente porque no las vemos muy a menudo y, como todo en la vida, existe un equilibrio que no debería romperse. A veces solo somos compatibles con una persona hasta cierto punto y con eso basta.
Pero la mayoría tenemos amigos y familiares que nos llenan de energía y a quienes no vemos lo suficiente. ¿Cuánto tiempo pasas con las personas que más quieres? ¿Hay alguna relación en tu vida en la que ambos miembros os beneficiaríais de pasar más tiempo juntos? A menudo, estos recursos inexplorados ya existen en tu vida y están ahí, esperando. Con unos pocos ajustes en nuestras relaciones más preciadas, podemos experimentar efectos reales en cómo nos sentimos y en cómo vemos nuestras propias vidas. Puede que estemos sentados sobre una mina de vitalidad a la que no estamos prestando atención porque está siendo eclipsada por el brillo del smartphone y la televisión o dejada de lado por las demandas laborales.
DOS PREDICTORES CRUCIALES DE LA FELICIDAD
En 2008 llamamos por teléfono cada noche durante ocho noches seguidas a las esposas y maridos de las parejas del Estudio Harvard que tenían más de ochenta años. Hablamos con cada uno de los miembros de la pareja por separado y les planteamos preguntas sobre el día que habían pasado. Hemos mencionado esta encuesta en el capítulo uno (¡nos proporcionó muchísimos datos útiles!). Queríamos saber cómo se sentían físicamente ese día, qué actividades habían llevado a cabo, si necesitaban o recibían apoyo emocional y cuánto tiempo habían pasado con su cónyuge y con otras personas. La simple medida del tiempo pasado con otros resultó ser bastante importante, porque en el día a día estaba claramente ligada a la felicidad. Los días en que estos hombres y mujeres pasaban más tiempo en compañía de otros estaban más felices. En concreto, cuanto más tiempo pasaban con sus parejas, más felices decían estar. Esto era cierto en todas las parejas, pero especialmente en las relaciones satisfactorias.
Como la mayoría de las personas mayores, estos hombres y mujeres experimentaban fluctuaciones diarias en sus niveles de dolor físico y problemas de salud. No es ninguna sorpresa que su estado de ánimo fuera peor los días que sentían más dolor físico. Pero hallamos que las personas que tenían relaciones más satisfactorias estaban de algún modo protegidas frente a estos altibajos: su felicidad no disminuía tanto los días que sentían más dolor. Cuando se sentían peor físicamente no mostraban un empeoramiento del estado de ánimo tan importante como el de quienes tenían relaciones menos satisfactorias. Sus matrimonios felices protegían su estado de ánimo incluso los días que sentían más dolor.
Todo esto puede sonar bastante intuitivo, pero estos hallazgos contienen un mensaje sencillo aunque muy potente: la frecuencia y la calidad de nuestros contactos con otras personas son dos de los principales predictores de la felicidad.
TU OBSERVATORIO SOCIAL
Sterling Ainsley, tan dispuesto a evitar pensar en cualquiera de sus relaciones, creía que estaba en bastante buena forma social. Estaba convencido de que su manera de relacionarse con sus hijos era sana, que su rechazo a divorciarse de su esposa, a quien apenas veía, era algo heroico e incluso se enorgullecía de su habilidad para hablar con la gente, que había desarrollado en su vida laboral. Pero cuando se le pidió que se mirara en serio en el espejo y valorara sus relaciones, quedó claro que, en el fondo, se sentía bastante solo y que no entendía muy bien lo aislado que estaba.
Entonces, ¿por dónde empezamos? ¿Cómo podemos acercarnos a ver la realidad de nuestro propio universo social?
Es bueno empezar por algo sencillo. Pregúntate: ¿qué personas hay en mi vida?
Es una cuestión que, sorprendentemente, muchos de nosotros no nos molestamos en hacernos. Incluso hacer una lista básica de las diez personas que pueblan el centro de nuestro universo social puede ser revelador. Prueba a hacerlo; a lo mejor te sorprende quiénes acuden a tu mente y quiénes no.
¿QUIÉNES SON MIS AMISTADES Y FAMILIARES MÁS CERCANOS?
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Seguramente hay unas cuantas relaciones esenciales —tu familia, tu pareja romántica, tus amigos más íntimos— que acuden rápidamente a tu cabeza, pero no pienses solo en tus conexiones más «importantes» o exitosas. Pon en la lista a quienes te afectan día a día o año a año, para bien y para mal. Tu jefe o un compañero de trabajo en concreto, por ejemplo. Incluso relaciones que pueden parecer insignificantes pueden entrar en la lista. Hablaremos mucho más sobre esto a lo largo de este capítulo, pero los conocidos y las relaciones informales que se construyen en torno a actividades como hacer punto, jugar al fútbol o reunirse en un club de lectura pueden ser más importantes de lo que crees. La lista también puede incluir a personas que te gustan mucho, pero a las que casi nunca ves: por ejemplo, un viejo amigo en quien piensas a menudo, pero con quien has perdido el contacto. Puede incluso incluir a personas con quien solo intercambias cumplidos, como el conductor del autobús que te lleva al trabajo, a quien te gusta ver porque te da una pequeña dosis de energía para tu día.
Una vez tengas un buen número de personas, llega el momento de preguntarte: ¿qué carácter tienen estas relaciones?
Les hemos planteado a los participantes del estudio una enorme variedad de preguntas a lo largo de los años para intentar dar respuesta a esta gran pregunta y crear «imágenes» (en realidad, conjuntos de datos) que reflejen el carácter de sus universos sociales. Pero intentar tener una mayor perspectiva de tu universo social no tiene por qué ser algo tan complejo como una investigación. Puedes, sencillamente, pensar en la calidad y la frecuencia del contacto que tienes con cada una de las personas que te rodean y emplear estas dos dimensiones amplias para capturar tu mundo social: 1) cómo te hace sentir una relación y 2) cada cuánto sucede.
A continuación encontrarás un gráfico que puedes usar para dar forma a tu universo social en este espectro de dos dimensiones. El punto en el que coloques en él a alguien dependerá de si la relación te aporta energía o te la quita y de la frecuencia con la que interactúes con esa persona. Se parecerá a esto:
EJEMPLO DE UN UNIVERSO SOCIAL

A primera vista, esto puede parecer simplista… y en parte lo es. Estás tomando algo intensamente personal y complicado y lo estás aplanando para otorgarle un lugar estático en este universo social; por el camino, hemos perdido cualquier complejidad. Y eso está bien. Se trata de un primer paso para capturar el carácter de las relaciones que convierten tu vida en lo que es.
¿Qué queremos decir cuando hablamos de aportar y quitar energía?
Estos términos son subjetivos y es a propósito: esto va de reconocer cómo te sientes cuando estás con dichos individuos. A veces, no sabemos de verdad cómo nos sentimos en una relación hasta que nos detenemos a pensar en ello.
En general, una relación que aporta energía nos aporta también vivacidad y vigor y nos transmite una sensación de conexión y pertenencia que permanece después de separarse de esa persona. Te hace sentir mejor de lo que te sentirías si te quedaras a solas.
Una relación que quita energía genera tensión, frustración o ansiedad y hace que sientas preocupación o, incluso, te come la moral. De alguna manera, hace que te sientas peor o más desconectado de lo que estarías si te quedaras a solas.
Esto no significa que una relación que te aporta energía te haga sentir bien todo el tiempo o que una relación que te quita energía te haga sentir mal todo el tiempo. Incluso nuestras relaciones más vitales tienen sus complicaciones y muchas, claro está, son una mezcla de todo. Lo que quieres capturar es tu intuición general sobre cada persona de la lista: cuando pasas tiempo con ella, ¿cómo te sientes?
Echa un vistazo al gráfico y piensa en dónde caería cada una de las personas de tu lista. ¿Te aportan energía o te la quitan? ¿Las ves mucho o poco?
Esa persona a la que tienes mucho cariño pero que no ves lo suficiente puede ser tu punto de partida. Sitúala en el mapa haciendo un puntito, como si fuera una estrella en tu universo social.
MI UNIVERSO SOCIAL

A medida que vayas situando tus relaciones, piensa en cada una de ellas. ¿Por qué está esa persona en ese lugar en concreto? ¿Qué tiene esa relación que te ha empujado a ponerla ahí? ¿Está donde a ti te gustaría que estuviera? Si una relación es especialmente difícil y te hace sentir que te roba toda tu energía, ¿se te ocurre algún motivo que lo explique?
Revisar así cada una de las relaciones puede ayudarnos a apreciar y dar gracias por las personas que enriquecen nuestras vidas y ver en qué relaciones queremos trabajar para mejorarlas. Tus respuestas a estas preguntas reflejarán (y así debería ser) tus propias preferencias sobre la cantidad y el tipo de conexiones sociales que se ajustan a ti. Quizá te des cuenta de que te gustaría ver más a menudo a tal persona, pero que ella está situada en el lugar correcto. Quizá esta otra relación te quita energía, pero es importante para ti y necesita que le prestes una especial atención. Si tienes una idea de en qué dirección te gustaría que se moviera una relación, dibuja una flecha desde donde está hacia el punto en el que te gustaría que estuviera.

Queremos dejar claro que identificar que una relación te quita energía no significa que tengas que expulsar a ese alguien de tu vida (aunque después de reflexionar puede que decidas que necesitas ver menos a menudo a determinadas personas). En lugar de eso, puede ser una señal de que hay algo importante a lo que debes prestar atención. Y eso significa que esa relación contiene una oportunidad.
En realidad, casi todas las relaciones contienen oportunidades; solo tenemos que identificarlas. Como ejemplo tenemos relaciones importantes de nuestro pasado, relaciones positivas a las que no hemos estado prestando atención y relaciones difíciles que pueden contener la semilla de una mejor conexión. Pero estas oportunidades no son eternas: tenemos que aprovecharlas mientras podamos. Si esperamos demasiado, nos podríamos encontrar, como le sucedió a Sterling Ainsley, con que ya es tarde.
ROSALIE, HARRIET Y STERLING
Sterling Ainsley era uno de los universitarios de Harvard del estudio, pero no había nacido en una familia privilegiada. De hecho, cuando nació, fue su hermana la primera en cogerlo en brazos. Esto pasó cerca de Pittsburgh, Pensilvania, en 1923, y Rosalie, su hermana, tenía doce años. Estaba sola en casa con su madre, que estaba dándole una clase de francés en la mesa de la cocina cuando se puso repentinamente de parto. No tenían teléfono y no daba tiempo de ir a buscar a un vecino ni de avisar al médico. Entre oleadas de gritos de dolor, su madre logró darle instrucciones a Rosalie sobre qué hacer en cada momento y ella fue capaz de ayudar a Sterling a nacer. Incluso ató y cortó el cordón umbilical. «Yo estaba muy unida a Sterling —le dijo Rosalie al estudio—. En lo que a mí respectaba, él era mi responsabilidad. Lo trataba como si fuera hijo mío.»
El padre de Sterling era un trabajador del metal que apenas ganaba lo justo para mantener a los siete miembros de su familia, pero también era un jugador compulsivo. Cada semana arriesgaba su salario de modo que solo una parte llegaba a casa, así que sus hijos mayores se vieron obligados a trabajar. Tres semanas después del nacimiento de Sterling, su padre metió a su madre en un sanatorio. Durante cuatro meses, Rosalie cuidó de él y le dio el biberón. «Recuerdo tirarme al suelo con él, cantarle —dijo—. Cuando mi madre regresó a casa estaba cambiada. Mi padre era analfabeto, pero mi madre había sido una mujer brillante que nos hablaba en tres idiomas y nos había enseñado a leer y escribir en inglés y francés, pero después de aquello ya no volvió a ser la misma. No podía cuidar de Sterling. No sabía qué hacer, aunque ya había criado a cuatro hijos. Así que, durante varios años, lo hice yo.»
Cuando Sterling tenía nueve años, su padre volvió a ingresar a su madre en un sanatorio, esta vez de forma permanente, y después se mudó de forma repentina y abandonó a su suerte a sus hijos más pequeños. Para entonces, Rosalie, que tenía veintiún años, estaba casada y tenía ya un hijo, y ella y su marido acogieron a tres de sus hermanos en su casa. Ella quería quedarse también con Sterling, pero una amiga de la familia, Harriet Ainsley, acababa de perder a su hijo en un trágico accidente y se ofreció a quedarse con él y criarlo como si fuera suyo. Rosalie y su marido, que atravesaban problemas económicos, aceptaron. Los Ainsley vivían en una granja en la Pensilvania rural y su estilo de vida supuso un cambio muy brusco para Sterling, pero sus padres adoptivos eran amables, tranquilos y comprensivos. Su nuevo padre era severo pero justo y le enseñó todo lo necesario para llevar una granja. Cuando Sterling tenía diecinueve años, dijo de Harriet, su madre adoptiva: «Ella lo es todo en el mundo para mí. Ha sido una madre maravillosa. Creo que ella es la responsable de mis grandes aspiraciones. Es quien hizo que me interesara tanto por la literatura inglesa».
Gracias en parte al aliento de su madre adoptiva y de su hermana Rosalie, a Sterling le fue bien en el instituto, hizo campaña para convertirse en delegado de curso (y perdió) y fue aceptado en Harvard con una beca. Cuando entró en el estudio a los diecinueve años, le preguntaron a Rosalie qué pensaba de él y ella respondió: «Ahora mismo es difícil de describir. Creo que tiene una tendencia a sacar lo mejor de la gente con la que se cruza. Sus ideales son elevados. Cuando paso un día con Sterling me siento como si hubiera asistido a un centro de educación superior».
Estas dos mujeres valientes y resilientes, Rosalie y Harriet, tuvieron un papel decisivo en la vida de Sterling. Su madre biológica, que no formaba parte de su vida, tuvo igualmente un papel vital a la hora de cultivar la bondad, el cariño y la determinación de Rosalie, que le permitieron criarlo ella sola los primeros años. Aun así, su padre maltrató a Sterling, algo que Rosalie no podía controlar, y la ruptura final de la familia fue muy complicada para él. Si no hubiera sido por cada una de las mujeres que lo quisieron, es muy improbable que Sterling hubiera ido a la universidad y se hubiera construido una vida en el oeste. Como mujeres de clase trabajadora de principios del siglo XX, había muchas cosas que les impedían perseguir sus prioridades personales. Pero hicieron todo lo que pudieron para ayudar a Sterling. Él repitió muchas veces en sus entrevistas lo agradecido que estaba por su apoyo y su amor.
Y, aun así, perdió el contacto con ambas.
LAS PIEDRAS ANGULARES DE LAS RELACIONES
Hemos estado diciendo que los seres humanos son criaturas sociales; en esencia, esto solo significa que cada uno de nosotros como individuos no podemos proporcionarnos todo lo que necesitamos. No podemos hacernos confidencias ni mantener relaciones amorosas ni ejercer de mentores con nosotros mismos, como tampoco podemos ayudarnos a mover un sofá. Necesitamos a los demás para interactuar y para que nos amparen y prosperamos cuando proporcionamos la misma conexión y apoyo a otros. Este proceso de dar y recibir es la base de una vida con sentido. Cómo nos sentimos con nuestro universo social está directamente relacionado con el tipo de cosas que damos y recibimos de los demás. Cuando los participantes en el estudio expresan frustración o insatisfacción con sus vidas sociales, como Sterling al final de su vida, normalmente se puede rastrear el origen en la pérdida de un tipo de apoyo concreto.
Este es el tipo de preguntas sobre distintos tipos de apoyo que el estudio les ha formulado a los participantes a lo largo de los años:
Seguridad
Las relaciones que nos aportan seguridad son los bloques de construcción fundamentales de nuestras vidas relacionales. Si puedes hacer una lista de personas concretas para responder a las preguntas anteriores, tienes mucha suerte: es crucial que cultives dichas relaciones y que las aprecies. Nos ayudan a navegar por épocas de estrés y nos dan el valor de explorar nuevas experiencias. Lo esencial es la convicción de que esas personas estarán ahí para acompañarnos si la cosa va mal.
Aprender y crecer
Sentirse lo bastante seguro para aventurarse en territorio desconocido es una cosa, pero que alguien en quien confías te anime o te inspire a hacerlo es un regalo precioso.
Cercanía emocional y confidencias
Afirmación de la identidad y la experiencia compartida
Amigos de la infancia, hermanos, personas con quienes has compartido importantes experiencias vitales… A menudo subestimamos estas relaciones porque llevan con nosotros mucho tiempo, pero son especialmente valiosas porque no se pueden reemplazar. Como suele decirse, no se pueden hacer viejos amigos.
Intimidad romántica (amor y sexo)
La mayoría de nosotros esperamos tener relaciones románticas no solo por la satisfacción sexual, sino también por la intimidad que proporciona que otra persona nos toque, compartir las alegrías y las penas del día a día y el sentido que nos otorga ser testigos de las experiencias del otro. Para algunos, el amor romántico supone una parte esencial de sus vidas. Para otros, no tanto. El matrimonio, claro está, no es necesariamente el estándar de la intimidad romántica. La proporción de personas de entre veinticinco y cincuenta años que no se han casado nunca se ha incrementado espectacularmente en los últimos cincuenta años en muchos lugares de todo el mundo. En Estados Unidos, la proporción aumentó del 9 % en 1970 al 35 % en 2018. Estas cifras no nos dicen qué porcentaje de personas experimenta intimidad romántica, pero sí son un indicador de que en Estados Unidos hay más personas quizá que en toda la historia que no se casan en su vida adulta. Además, algunas parejas estables son «abiertas» e incluyen a personas de fuera de la pareja en su intimidad sexual y emocional.
Ayuda, tanto práctica como informativa
Diversión y relajación
A continuación hay unas tablas creadas en torno a estas piedras angulares. La primera columna es para indicar qué relaciones crees que tienen más impacto en ti. Pon un símbolo más (+) en las columnas apropiadas si crees que una relación añade ese tipo de apoyo en tu vida y un menos (−) si esta carece de él. Recuerda: no pasa nada si no todas las relaciones (o ni siquiera la mayoría) te ofrecen todos los tipos de apoyo.
FUENTES DE APOYO EN MI VIDA
Mi relación con | Seguridad | Aprendizaje y crecimiento | Intimidad emocional y confianza |
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Mi relación con | Afirmación de la identidad y experiencia compartida | Intimidad romántica | Ayuda (tanto práctica como informativa) | Diversión y relajación |
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Considera este ejercicio una radiografía, una herramienta que te ayuda a ver bajo la superficie de tu universo social. Quizá no consideres que todos los tipos de apoyo son importantes, pero piensa en cuáles sí y pregúntate si tienes suficiente apoyo en esas áreas. Si sientes determinadas insatisfacciones en tu vida, ¿hay alguno de los huecos de la tabla que se haga eco de ese sentimiento? Quizá te des cuenta de que tienes muchas personas con quienes divertirte, pero nadie a quien puedas hacerle confidencias. O viceversa.
A medida que rellenes y amplíes esta tabla puede que veas algunos huecos y te lleves algunas sorpresas. A lo mejor no te habías dado cuenta de que solo tienes una persona a quien pedir ayuda o que esa persona que das por hecho que siempre va a estar es quien de verdad te aporta seguridad o que esa otra refuerza tu identidad de forma importante. Sabemos por experiencia (y por muchas conversaciones que hemos tenido tomando una copa después de un congreso) que incluso a profesionales del ámbito de la psicología y la psiquiatría les cuesta observar así sus vidas si no se concentran en ello.
AVANZAR
A veces, estas reflexiones por sí solas apuntarán hacia la dirección que queremos tomar, pero incluso después de ver qué es lo que queremos cambiar puede costarnos dar los primeros pasos.
Existe todo un campo de investigación que estudia la motivación humana: por qué tomamos las decisiones que tomamos, por qué algunas personas se esfuerzan por cambiar mientras que otras nunca lo logran. Esta investigación es popular entre los publicistas, que la usan para animarnos a comprar cosas. Pero también la podemos usar para animarnos a hacer cosas que queremos, como empezar a caminar hacia el crecimiento de nuestras relaciones. De hecho, ya la hemos aplicado en parte en este capítulo: una de las cosas que muestra esta investigación es que la clave para motivarnos para el cambio es reconocer la diferencia entre dónde estamos y dónde nos gustaría estar. Definir estos dos estados crea una energía que nos ayuda a dar ese primer y complicado paso. Eso es lo que has empezado a hacer con estas herramientas relacionales. Has hecho un mapa de tu universo social y de la calidad de tus relaciones y has reflexionado sobre qué te gustaría cambiar. A partir de aquí, el proceso de hacerlo puede ser complicado, especialmente en el caso de las relaciones difíciles, pero la recompensa que obtendrás será preciosa. Entraremos a fondo en ese proceso en los capítulos que siguen, pero hay unas cuantas cosas que puedes hacer inmediatamente y principios que debes tener en cuenta.
TRABAJAR CON UN ABORDAJE DE ARRIBA ABAJO
Céntrate primero en lo que funciona. Es el lugar más sencillo por el que empezar. Echa una ojeada a las relaciones de tu universo social que te aportan energía y piensa en cómo puedes afianzar y potenciar lo bueno que tienen. Cuéntales (¡y muéstrales!) a esas personas lo mucho que las aprecias y por qué. Nunca está de más redoblar lo que ya aporta vitalidad y energía a tu vida. Estas relaciones funcionan, pero normalmente hay una o dos que se han ralentizado y que necesitan un empujoncito para volver a ponerse otra vez a tope. Incluso las buenas relaciones tienden a repetir una y otra vez las mismas rutinas. Puede que haya llegado el momento de probar cosas nuevas con ellas.
Ahora, echa una ojeada a esas relaciones que están sacando la cabeza del eje de aportar energía o que rozan la zona de dejar de hacerlo. ¿Hay alguna manera de darles un meneo para que te aporten más energía? A veces, hacer cambios mínimos en estas relaciones puede liberar pequeñas cargas que se han ido sumando.
Seguramente tendrás que reflexionar y tener en cuenta más cosas en las relaciones que hayas identificado que te quitan energía. Quizá tengas que arriesgarte a llamar a alguien con quien normalmente no contactas, mandarle un mensaje, planear veros o invitarlo a un evento. Puede que tengas que abordar el elefante emocional que has estado ignorando, como una discusión reciente o un comentario mordaz (esto puede precisar algo de preparación adicional; hablaremos sobre cómo abordar los desacuerdos y este tipo de dificultades emocionales en los capítulos siguientes).
Estas acciones tienen su intríngulis. Lo cierto es que tendrás que hacer esa llamada, sacar el calendario, liberarte esa tarde y hacer un plan. ¡Y si puede ser un plan recurrente, mejor!
Pero incluso en tus relaciones más positivas pueden reaparecer viejos hábitos, formas de ser y de interactuar antiguas y automatizadas, que hacen que la relación te aporte menos energía. Lo que viene a continuación son unos cuantos principios generales que hemos visto que son eficaces tanto en investigación como en terapia para dar vida y aportar energía a las relaciones:
Sugerencia n.º 1: El poder de la generosidad
En el mundo occidental, que hace mucho hincapié en el individualismo, se repite constantemente el mito del hombre o la mujer «hechos a sí mismos». Muchos imaginamos que somos nosotros quienes hemos creado nuestra identidad, que somos quienes somos porque así lo hemos decidido. En realidad, somos quienes somos por el lugar que ocupamos en relación con el mundo y con los demás. Si un eje no está unido a una rueda, no es un eje, es solo una pieza de metal. Incluso un ermitaño que vive en una cueva se define mediante su relación con —y su distanciamiento de— los demás.
Las relaciones son sistemas necesariamente recíprocos. El apoyo es bidireccional. El apoyo que recibimos rara vez es un reflejo exacto del apoyo que proporcionamos, pero el refrán que dice «Quien siembra vientos, recoge tempestades» nos recuerda cómo funcionan las cosas.
La idea de dar lo que te gustaría recibir es una respuesta a la impotencia y la desesperación que sienten algunas personas cuando piensan en sus relaciones. No podemos controlar directamente cómo se relacionan los demás con nosotros, pero sí cómo lo hacemos nosotros con ellos. Puede que no estemos recibiendo determinado tipo de apoyo, pero eso no quiere decir que no podamos proporcionarlo.
El Dalai Lama nos recuerda que lo que hacemos es lo que recibimos. «Somos egocéntricos y egoístas, pero tenemos que serlo con sabiduría y no con estupidez —dijo una vez—. Si descuidamos a los demás, nosotros también perdemos. Podemos educar a las personas para que entiendan que la mejor manera de servir sus intereses es que se preocupen por el bienestar de los demás. Pero esto llevará su tiempo.» Las investigaciones muestran claramente que tiene razón: ayudar a los demás beneficia a quien ayuda. Existe una conexión tanto neuronal como práctica entre generosidad y felicidad. Ser generoso es una manera de generar sensaciones agradables en el cerebro y esas sensaciones harán, a su vez, que seamos más propensos a ayudar a los demás en el futuro. La generosidad es una espiral ascendente.
Vuelve a repasar las preguntas sobre el apoyo del principio del capítulo y, reflexionando sobre ti con sinceridad, respóndelas en la otra dirección: ¿proporcionas este tipo de apoyo a otros? Si es así, ¿a quiénes? ¿Hay personas en tu vida a quienes quieras apoyar más? Recuerda la investigación de Kiecolt-Glaser que hemos mencionado al inicio del capítulo, sobre el estrés del cuidador y la curación de heridas. Si hay personas en tu vida que están cuidando de otras o que están viviendo mucho estrés, ¿hay formas de que puedas acompañarlas y asegurarte de que están recibiendo apoyo? Si eres una persona cuidadora, ¿estás recibiendo el apoyo que necesitas? Cuando miras tu universo social, ¿cómo percibes el equilibrio entre dar y recibir?
PERSONAS A LAS QUE YO APOYO
Mi relación con | Seguridad | Aprendizaje y crecimiento | Intimidad emocional y confianza |
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Mi relación con | Afirmación de la identidad y experiencia compartida | Intimidad romántica | Ayuda (tanto práctica como informativa) | Diversión y relajación |
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Sugerencia n.º 2: aprender nuevos pasos de baile
Mejoramos con la práctica y, sin darnos cuenta, podemos volvernos muy hábiles a la hora de hacer cosas que no nos interesan. Sterling Ainsley, por ejemplo, había mejorado cada vez más en la evitación de la intimidad y la conexión. Tenía buenos motivos: aunque tuvo a su hermana Rosalie a su lado durante los primeros años de vida, ella no pudo evitar el maltrato de su padre ni que su familia de origen se rompiera cuando este metió a su madre en un sanatorio. Cuando Sterling se mudó a la granja, dejó de ver a Rosalie con regularidad y eso le causó dolor. Así que cargó con su miedo a las relaciones cercanas hasta bien entrada su vida adulta. Con la excepción de su madre adoptiva, nunca estableció esa crucial sensación de seguridad con otra persona, ni por supuesto con más de una. Sin necesariamente contárselo a sí mismo, vivió asumiendo que sería más feliz —o que, al menos, estaría más a salvo— sin contactos cercanos. Creía que tener relaciones cercanas con los demás era un riesgo.
Y, en cierto modo, tenía razón. Nuestros sentimientos más potentes emergen de nuestras conexiones con los demás y, aunque el mundo social está lleno de placeres y sentido, también contiene dosis de decepción y dolor. Las personas que nos aman nos hacen daño. Sentimos una punzada cuando nos decepcionan o nos abandonan y un vacío cuando mueren.
El impulso de evitar estas experiencias negativas en las relaciones tiene todo el sentido. Pero si queremos obtener los beneficios de relacionarnos con los demás, tenemos que tolerar una cierta cantidad de riesgo. También debemos estar dispuestos a ver más allá de nuestras preocupaciones y nuestros miedos.
Esto nos plantea una pregunta importante: cómo puede alguien con el historial traumático de Sterling evitar que el miedo domine su vida. Esperamos que tuviera buenas experiencias de cercanía con el paso de los años que cambiaran su paradigma del momento. Esto a veces sucede. Una relación positiva, de confianza, con un cónyuge puede darle seguridad a alguien que no la tenía. Pero muchas personas con la misma historia que Sterling pasan de una profecía autocumplida a otra y nunca tienen una experiencia distinta de la cercanía.
La pregunta es: ¿cómo evitamos pasarnos la vida combatiendo la última experiencia traumática que hemos experimentado y logramos abrirnos a una nueva experiencia?
Sugerencia n.º 3: Curiosidad radical
Cada hombre que conozco es mi maestro en algún momento y es entonces cuando aprendo de él.
RALPH WALDO EMERSON
A menudo tenemos problemas en las relaciones por el mismo motivo que los tenemos en otras áreas de nuestra vida: nos volvemos demasiado egocéntricos. Nos preocupa si lo estamos haciendo bien, si somos buenos, si estamos consiguiendo lo que queremos. Como Sterling o John Marsden (el abogado infeliz), cuando nos centramos demasiado en nosotros mismos podemos llegar a olvidar las experiencias de los demás. Es una trampa habitual, pero no es inevitable. La misma curiosidad que nos hace querer experimentar algo nuevo con un libro o una película puede ayudarnos a saber cómo abordar nuestras relaciones incluso en los momentos más rutinarios de nuestra vida.
Dejarnos arrastrar por la experiencia de otra persona puede ser un gran placer. También puede resultar raro al principio, si no estás acostumbrado, y puede suponer un esfuerzo. La curiosidad, una curiosidad real y profunda sobre lo que están experimentando los demás, resulta muy útil en las relaciones importantes. Nos abre grandes vías de conversación y conocimiento que no sabíamos que existían. Ayuda a los demás a sentirse entendidos y apreciados. Es importante incluso en las relaciones menos significativas, donde puede sentar un precedente de cariño e incrementar la fortaleza de los lazos nuevos y frágiles.
Quizá conoces a alguien que siempre está hablando con los demás y desenterrando sus historias y opiniones. No es casualidad que estas personas sean a menudo muy alegres y vivaces. Como demuestra el experimento de «extraños en un tren» que mencionamos en el capítulo dos, interactuar con los demás mejora nuestro estado de ánimo y nos hace más felices de lo que esperábamos.
Bob piensa en su padre, que siempre hablaba con desconocidos en todas partes. Su curiosidad por todo el mundo era obsesiva (y radical). Los tíos de Bob solían contar que una vez se habían subido con él en un taxi en Washington D. C. y que el padre de Bob se había sentado delante, como siempre, para hablar con el taxista. Mientras le preguntaba por su vida entera al conductor, el padre de Bob empezó a juguetear con la pequeña ventanilla triangular que tenían antes algunos coches. Estaba tan absorto en la conversación que ni se dio cuenta de que el cristal se desprendió y se le quedó en las manos. El asiento trasero estalló en risas, pero el padre de Bob seguía tan metido en su conversación que ni las oyó. Dejó el cristal a un lado sobre el asiento y empezó a jugar con la maneta de la ventanilla, que también se desprendió. La dejó a su vez sobre el asiento y siguió haciendo preguntas. Por suerte para el coche, el trayecto era corto.
Este comportamiento era natural en él. No lo hacía necesariamente por ser amable con los demás: lo hacía porque le sentaba bien. Lo llenaba de energía. Algunos hemos perdido la práctica y hemos olvidado la sensación que proporciona esta curiosidad, así que tenemos que comportarnos con intención. Debemos adquirir un enfoque prácticamente radical para cultivar las a menudo sutiles semillas de nuestro interés natural por las personas y dar un decidido paso adelante más allá de nuestros hábitos de conversación habituales. Tenemos que asegurarnos de indagar en quién es de verdad esta persona y a qué se dedica. Después, es tan sencillo como hacer preguntas, escuchar las respuestas y ver a dónde nos llevan.
Lo importante aquí es que ser curiosos nos ayuda a conectar con los demás y esta conexión nos hace implicarnos más en la vida. La curiosidad genuina invita a las personas a compartir más de sí mismas con nosotros y esto, a su vez, nos ayuda a entenderlas. Este proceso aporta vivacidad a todos los implicados. El experimento de «extraños en un tren» apunta a estos beneficios en cascada, de los que hablaremos más a fondo en el capítulo diez. Incluso el menor interés por otra persona —un par de frases— puede crear nuevas emociones, nuevas vías de conexión y nuevos caminos para que fluya la vida.
Igual que la generosidad, la curiosidad es una espiral ascendente.
DE LA CURIOSIDAD A LA COMPRENSIÓN
Cuando la gente se entera de que nosotros, Bob y Marc, somos terapeutas, a menudo reaccionan diciendo cosas del estilo de: «¿Cómo podéis escuchar problemas ajenos todo el tiempo? Tiene que ser agotador y deprimente». Es verdad que escuchar no siempre es fácil, pero la experiencia que más prevalece en ambos, y la más potente, es la de gratitud hacia las personas con quienes trabajamos en terapia. Aprendemos de su experiencia y profundizamos la conexión con ellos. Una de nuestras mayores alegrías (que no se reduce al ámbito de la terapia) aparece en momentos en los que sentimos que hemos entendido la experiencia de otra persona y se lo hemos comunicado de una forma que ella siente como verdadera. Sentir que, de repente, hemos entrado en sintonía con la vivencia de otra persona es una experiencia vital afirmativa.
Es un paso crucial a la hora de conectar con los demás mediante la curiosidad: comunicar nuestra comprensión de vuelta. Ahí es donde tiene lugar gran parte de la magia, donde la conexión entre las personas se reafirma, se hace visible y cobra sentido. Escuchar de otra persona un relato que demuestra una comprensión precisa de nuestra experiencia, expresada con sus palabras, puede ser emocionante, en especial si nos sentimos alienados en un enclave social. De repente, alguien nos ve como somos y esa experiencia rompe momentáneamente la barrera que sentimos que existe entre nosotros y el mundo. Que nos vean es algo maravilloso.
Del mismo modo, ver de verdad a alguien también lo es, así como comunicar esa nueva visión. La emoción sucede tanto para la persona que está siendo vista como para quien ve. Una vez más, la conexión y la sensación de vitalidad son bidireccionales.
Esta idea no es nueva ni extraña. El clásico y muy influyente libro de Dale Carnegie Cómo ganar amigos e influir sobre las personas, escrito en 1936, hacía hincapié en esto. El libro se basa en seis principios y el primero de todos es «Interésate de verdad por los demás». Como siempre sucede, cuanto más practicas este tipo de curiosidad más sencillo resulta. Y el material para practicar está casi siempre a nuestro alcance. Hoy mismo puedes tomar una decisión, quizá en los próximos minutos, que dirija tu vida por el buen camino.
DE VUELTA A LA VIDA
Igual que mantener la buena forma social requiere practicar con regularidad, reflexionar sobre todas tus relaciones requiere que le dediques tiempo. No dudes en volver a hacerlo en el futuro. Si tu forma social no es la que te gustaría, puede que te convenga revisarla más a menudo. Nunca está de más, especialmente si estás bajo de ánimo, dedicar un minuto a reflexionar sobre qué tal andan tus relaciones y qué te gustaría que cambiara en ese ámbito. Si te gusta calendarizar, podrías convertirlo en un hábito; anualmente —el día de año nuevo o la mañana de tu cumpleaños, por ejemplo—, dedica un instante a dibujar tu universo social actual y piensa en lo que estás recibiendo, lo que estás dando y en dónde te gustaría estar dentro de un año. Podrías guardar una gráfica o evaluación de tus relaciones en algún lugar privado o incluso dentro de este libro, para que sepas dónde buscarla la próxima vez que quieras echarle una ojeada y ver cómo han cambiado las circunstancias. En un año pueden pasar muchas cosas.
Como mínimo, hacer esto te recordará lo que es importante y eso siempre es bueno. Una y otra vez, cuando los participantes en el Estudio Harvard cumplían setenta u ochenta años, insistían en afirmar que lo que más valoraban eran sus relaciones con sus amigos y su familia. Sterling Ainsley también. Él quería mucho a su madre adoptiva y a su hermana, pero perdió el contacto con ellas. Algunos de sus recuerdos más queridos eran de sus amigos, con quienes nunca hablaba. No había nada que quisiera más que a sus hijos, a quienes rara vez veía. Desde fuera podría parecer que no le importaban. Pero no era así. Sterling era una persona muy emotiva cuando hablaba de sus relaciones más queridas y su reticencia a responder a algunas preguntas del estudio estaba claramente conectada con el dolor que le causaba haber mantenido esa distancia a lo largo de los años. Sterling nunca se había sentado a pensar de verdad en cómo podría reconducir sus relaciones o en qué podría hacer para cuidar de verdad a quienes más quería. Si aceptamos la sabiduría —y las evidencias científicas más recientes— de que nuestras relaciones son de verdad una de las herramientas más valiosas para cuidar de nuestra salud y tener felicidad, invertir tiempo y energía en ellas se convierte en algo de vital importancia. E invertir en nuestra buena forma social no equivale únicamente a hacerlo en nuestras vidas tal y como son en la actualidad. Es una inversión que afectará del todo a cómo viviremos en el futuro.