Prólogo de Harville Hendrix
Desde los albores de la historia humana, la pareja ha sido la estructura social primaria de nuestra especie, dando origen a estructuras más amplias de familia, comunidad, sociedad, cultura y civilización. Pero el interés por ayudar a las parejas a mejorar la calidad de sus relaciones es un fenómeno muy reciente. La ayuda que recibían las parejas en el pasado provenía de sus familias o de instituciones sociales, principalmente religiosas. Pero dado que lo que sucede en el hogar determina lo que sucede en la sociedad, y dada la presencia perenne de conflictos y violencia entre las parejas y entre grupos y culturas, podemos concluir que esa ayuda no fue muy útil. Si partimos de la premisa lógica de que las parejas sanas son esenciales para una sociedad sana, y viceversa, entonces “ayudar a las parejas” debería elevarse de un sentimiento romántico (y de una carrera profesional) a un valor social primario. Lo mejor que una sociedad puede hacer por sí misma es promover y apoyar a las parejas sanas, y lo mejor que las parejas pueden hacer por sí mismas, por sus hijos y por la sociedad es tener una relación sana. Este libro apunta en esa dirección, describiendo y brindando orientación concreta hacia una visión de la relación íntima que puede ayudar a las parejas a cambiar su enfoque desde las necesidades centradas en el individuo a las necesidades de su relación y, por extensión, a la transformación de la sociedad.
Esta postura radical –que al transformar la relación de pareja transformamos toda la estructura social– se ha estado gestando apenas en los últimos veinticinco años aproximadamente. Quiero trazar brevemente el surgimiento de la relación de pareja –y de las nociones en evolución de “ayuda” para las parejas– para que las parejas que lean este espléndido libro puedan tener una idea de su lugar en la historia de esta relación primaria. También quiero poner a Wired for Love en contexto.
Disponemos de poca información sobre cómo las parejas prehistóricas se elegían y cómo se relacionaban entre sí, pero la imaginación informada de la antropóloga cultural Helen Fisher nos ofrece algunas pistas de que antes de hace 11.000 años, las parejas formaban un “vínculo de pareja” con fines de procreación y supervivencia física. Ella cree que este vínculo se basaba en una ética implícita de “compartir” que servía a intereses y necesidades mutuas. Sus roles eran específicos. Las mujeres recogían leña para el fuego, cuidaban de los niños y recolectaban frutas, bayas, nueces y raíces, que compartían con los hombres. Los hombres cazaban animales salvajes, que compartían con las mujeres y los niños, a quienes también protegían de otros hombres y animales salvajes. Si bien estas relaciones de pareja eran claramente sexuales, no eran muy duraderas y es probable que no fueran muy íntimas. Se estima que duraban unos tres años en promedio, o hasta que los niños eran móviles. Ambos sexos buscaron y consumaron repetidamente otras relaciones. Las mujeres daban a luz a muchos hijos de distintos padres y los hombres engendraban muchos hijos con los que probablemente pasaban poco tiempo y a los que rara vez reconocían como sus hijos. La mayoría de los niños eran criados por madres solteras y padres transitorios.
Todo eso cambió hace unos 11.000 años cuando, según el mismo conjunto de investigaciones, los cazadores y recolectores aprendieron a cultivar alimentos, a criar animales y a mantenerlos en corrales. Al no tener que buscar más comida, se establecieron en pequeños poblados y aldeas, y surgió el concepto de “propiedad” que había que proteger. Puede que este concepto se aplicara al principio sólo a los animales y a los cultivos, pero como los niños y las mujeres también necesitaban protección, con el tiempo se amplió para incluirlos. Los pequeños grupos sociales evolucionaron hasta convertirse en aldeas, ciudades e incluso imperios, añadiendo nuevas capas de importancia a las relaciones sociales. El concepto de propiedad dio origen a la economía, y a quién pertenecían los niños y con quién se casaban se convirtieron en componentes de importancia crítica de las estructuras sociales y económicas. Así nació la segunda versión de la pareja, el “matrimonio arreglado”. No tenía nada que ver con la atracción romántica, las necesidades personales o el amor maduro, sino con el estatus social, la seguridad económica y la conveniencia política. De modo que los padres colaboraban con otros padres, por lo general sin tener demasiado en cuenta las preferencias de sus hijos e hijas, para elegir a los cónyuges que mejorarían o mantendrían el estatus social y económico de la familia en su conjunto. Se prestaba poca o ninguna atención a la calidad de la relación de pareja. Se esperaba que la pareja respetara los valores familiares y la etiqueta social aprobada independientemente de sus sentimientos mutuos, y si uno de ellos transgredía (por abandono, infidelidad u otra conducta deshonrosa), el transgresor era advertido, amonestado y/o castigado por los líderes de la familia y la comunidad (padre, hermanos, ancianos, funcionarios religiosos). Las herramientas del análisis, la comprensión y la empatía aún no se habían inventado.
La siguiente encarnación del matrimonio se produjo en el siglo XVIII con el surgimiento en Europa de instituciones políticas democráticas que sostenían que todos tenían derecho a la libertad personal y, por extensión, a la libertad de casarse con la persona que eligieran. La puerta al matrimonio era, cada vez más, el amor romántico en lugar de los dictados de los padres, y este cambio dio lugar al matrimonio personal o psicológico, diseñado para satisfacer necesidades personales y psicológicas en lugar de sociales y económicas. Sin embargo, hasta el descubrimiento del inconsciente por parte de Sigmund Freud y la fundación de la psicoterapia a finales del siglo XIX, nadie sospechaba que nuestra mente inconsciente está profundamente involucrada en nuestras elecciones personales y que nuestras experiencias interpersonales pasadas tienen un poderoso impacto en nuestras relaciones adultas actuales. El descubrimiento de que esto era así llevó a la conciencia de que nuestra elección de pareja, si es romántica, está influida por nuestra mente inconsciente más que por nuestras preferencias racionales. La pareja que elegimos inconscientemente es desalentadoramente similar (con todos sus defectos, y especialmente los defectos) a los cuidadores que nos criaron. De este modo, las necesidades que queremos satisfacer en nuestras relaciones íntimas de adultos (las que no se satisfacían en la infancia) se presentan a personas que son lamentablemente similares a las personas que no satisfacían esas necesidades cuando éramos niños. La insatisfacción que surge de esta cruel incompatibilidad contribuyó finalmente a un aumento de la tasa de divorcios. Si bien el divorcio estaba esencialmente prohibido en el matrimonio concertado y profundamente desaconsejado en el matrimonio romántico hasta hace poco, el aumento de la tasa de divorcios, especialmente después de la explosión demográfica posterior a la Segunda Guerra Mundial en la década de 1950, dio origen a la orientación matrimonial y la terapia marital como profesiones. La ayuda a las parejas se amplió de las fuentes tradicionales (religiosas, familiares) a una profesión emergente de salud mental cuyos miembros tenían diversos grados de formación y competencia.
Los primeros modelos de asesoramiento matrimonial se basaban en el supuesto de que una pareja estaba formada por dos personas independientes y autónomas que podían utilizar su capacidad de aprendizaje y sus habilidades cognitivas para resolver sus diferencias regulando los conflictos que se suscitaban en torno a ellas. Este supuesto hizo que la ayuda pasara de los consejos, las instrucciones y las admoniciones (el método de los padres y los profesionales religiosos antes del desarrollo del asesoramiento y la psicoterapia profesionales) a la resolución de conflictos, la negociación y la solución de problemas. Esto resultó útil para algunas parejas cuyos problemas no eran tan difíciles, pero para otras el proceso de resolución de conflictos fue un fracaso. A estas parejas más difíciles se les recomendó que se sometieran a una psicoterapia profunda para resolver sus problemas personales de larga data independientemente de su relación y que se separaran el uno del otro con la suposición de que cuando volvieran a estar juntos, libres de sus neurosis personales, podrían satisfacer las necesidades del otro, actuales y pasadas, y crear una relación satisfactoria y maravillosa.
Este modelo no funcionó muy bien. La mayoría de las parejas que tuvieron éxito en su psicoterapia privada tendieron a divorciarse en lugar de reconciliarse. La tasa de divorcios alcanzó aproximadamente el 50 por ciento, y se ha mantenido estable durante los últimos sesenta años. Las estadísticas sobre el éxito de la terapia de pareja se han mantenido estables en alrededor del 30 por ciento, lo que no es un gran éxito para esta profesión incipiente.
En los últimos años hemos descubierto que el principal problema de este modelo es su enfoque en el “individuo” como unidad fundacional de la sociedad y en la satisfacción de las necesidades personales como meta del matrimonio. Dado que la democracia dio realidad política al concepto de individuo y Freud ilustró la arquitectura del interior del yo, esta perspectiva tiene sentido. Llevó a Freud a ubicar el problema humano dentro del individuo y a crear la psicoterapia como cura para los males del yo. Dado que el asesoramiento matrimonial y la terapia de pareja son las sirvientas de la psicoterapia, tiene sentido que la terapia matrimonial se centre en sanar a los individuos como condición previa para una relación satisfactoria. También tiene sentido que los terapeutas asuman que el problema son las necesidades insatisfechas “dentro” de los individuos y que las relaciones existen para satisfacer esas necesidades. Todo esto da origen a esta narrativa del matrimonio: si tu relación no satisface tus necesidades, estás casado con la persona equivocada. Tienes derecho a la satisfacción de tus necesidades en una relación, y si eso no sucede, debes cambiar de pareja e intentar de nuevo satisfacer las mismas necesidades con otra persona. Para decirlo en términos más burdos, su matrimonio se trata de “usted” y sus necesidades y si no le brinda satisfacción, su disolución es justificable sin importar las consecuencias para los demás, incluso para los niños.
Esta narrativa ha dado origen a los fenómenos de matrimonios múltiples, familias monoparentales, hijos destrozados, el matrimonio “inicial” y la cohabitación como sustituto del matrimonio, así como a una tendencia a casarse a edades cada vez más tardías. Dado que, como se dijo anteriormente, una sociedad refleja la calidad de las relaciones de pareja, este enfoque en el yo también ha reflejado y alimentado una sociedad de abuso y violencia que abarca desde la negatividad endémica hasta el abuso doméstico, las adicciones de todo tipo, el crimen, la pobreza y la guerra. Estos enormes problemas sociales no se pueden cambiar hasta que surja una narrativa diferente sobre cómo estar en una relación íntima.
Creo que en el último cuarto del siglo XX empezó a surgir una nueva narrativa que desplaza el foco del yo y la satisfacción de las necesidades personales hacia la relación. En los años setenta, una nueva visión del yo como intrínsecamente relacional e interdependiente empezó a desafiar la visión reinante del yo como autónomo, independiente y autosuficiente. Este cambio de paradigma fue fomentado por los psicólogos del desarrollo que empezaron a describir al recién nacido como “social” al nacer en lugar de volverse social en una etapa posterior del desarrollo. Los seres humanos, empezaron a decir, son inherentemente relacionales y relacionalmente dependientes. Al mismo tiempo, otros estudiosos de la relación padre-hijo empezaron a decir que no existe tal cosa como un “individuo”, que sólo existe una relación madre-hijo, haciendo así que la relación fuera fundamental en lugar del individuo. El yo aislado y autónomo quedó expuesto como un mito. El origen del problema humano se trasladó del interior del yo al fracaso de la relación “entre” los cuidadores y sus hijos pequeños. Según los nuevos investigadores, estas relaciones fallidas son la fuente del sufrimiento en el alma interior y su alivio requiere la participación en una relación que es la antítesis del drama primitivo entre padres e hijos. Como estos estudiosos de la situación humana tendían a ser terapeutas, supusieron que la relación correctiva óptima era con un terapeuta.
En los últimos veinte años, estas ideas se han convertido en el tema de una nueva narrativa marital y la cuarta encarnación del matrimonio, a la que me refiero como la “asociación consciente”. En esta nueva narrativa, el compromiso es con las necesidades de la relación en lugar de con las necesidades del yo. Es algo así como esto: tu matrimonio no se trata de ti. Tu matrimonio se trata de sí mismo; es una tercera realidad de la que eres responsable y por la que eres responsable, y solo honrando esa responsabilidad podrás satisfacer tus necesidades infantiles y actuales. Cuando haces que tu relación sea primaria y tus necesidades secundarias, produce el efecto paradójico de satisfacer tus necesidades de maneras que nunca podrían satisfacerse si las haces primarias. Lo que sucede no es tanto la curación de las heridas de la infancia, que de hecho pueden no ser curables, sino la creación de una relación en la que dos personas están presentes de manera confiable y sostenible la una para la otra con empatía. Este nuevo entorno emocional desarrolla nuevas vías neuronales florecidas con una presencia amorosa que reemplazan las antiguas vías tóxicas que están llenas de los restos de los sufrimientos de la infancia. La relación de pareja se convierte en el contenedor de la alegría de ser, que es una relación conectada. Y, puesto que la calidad de la relación de pareja determina el tenor del tejido social, la extensión de esa alegría desde lo local a lo global podría curar la mayor parte del sufrimiento humano.
En mi opinión, Wired for Love de Stan Tatkin es más que una adición a la vasta literatura dirigida a las parejas. Es más que una brillante integración de la investigación cerebral reciente con los conocimientos de la teoría del apego. Es un ejemplo de una literatura emergente que expresa un nuevo paradigma de la relación de pareja. No es un logro menor: este libro ayudará a las parejas a prosperar en sus relaciones y ayudará a los profesionales que quieran ayudar a las parejas a ser más efectivas. Dado que el autor ha proporcionado una guía completa para quienes están en el camino hacia el amor duradero, no es necesario resumirla aquí. Habla por sí sola y te animo a que comiences a leerla ahora. ¡Tu visión de cómo estar en una relación íntima y del potencial del matrimonio para la curación personal y social cambiará para siempre!